martes, 30 de diciembre de 2008

El año de la conciencia (Y)

A mi madre, para cerrar con broche de oro.
Horas antes de que den las doce de la noche del 25 de diciembre, observé en la sala de la casa de unos tíos donde celebraba la noche buena, que su perra Frida andaba aturdida por causa de los benditos “cohetones”. Siempre los he detestado. Un poco por el fastidio explosivo y otro tanto porque jamás los pude dominar. Nunca he reventado una rata blanca, y de la mítica “sarta” de colores navideños no he pasado. Y eso. Pero esta vez trajeron a mi memoria a mis dos perras, Aika y Sara, que si de por sí eran inquietas y ladraban ante cualquier movimiento, por estas fechas vivían atormentadas. Casi como un soldado en guerra que siente los pasos del enemigo. Recién entonces caí en que ya no las tenía. Que ya no vivían más conmigo, y que sus penetrantes ladridos y sus dolorosas manifestaciones de afecto habían desaparecido de mi mundo. Y no me había dado mucha cuenta.

Eso me sirvió para hacer un repaso, y llegué a la conclusión de que el 2008 ha sido un año particularmente de despedidas, de cambios. Me acosté un enero en una gran casa con jardín, cochera amplia y salones que podía no visitar durante varios días; y amanecí un diciembre compartiendo un edificio, en un departamento exacto y ameno, pero que ha destinado mi sitio, para no alterar su función de familia en comodidad, a un espacio extremadamente reducido, donde he tenido que desparecer mis dos mesas de noche, la vieja cómoda que soportaba todo mi ropaje, y la gran cama de dos plazas que albergó los mejores sueños de mi prolongada adolescencia.

Mi familia varió de vivienda, y la cronología indica que mis días están contados. Pero lo más importante es que dejamos atrás los complementos de lo que fue nuestro mundo durante casi diez años. Sara vive hoy con Anita, la empleada de mi hogar de toda la vida, y Aika, su mamá, se murió ahí también, dos meses después de que “les diéramos de baja” por falta de espacio. Dejamos de frecuentar a un personaje imprescindible en mi hogar, el famosísimo tío Yaya, aquel hombre de casi dos metros de estatura que caminaba encorvado y a paso ligero por la avenida Benavides para llegar a cuidar mi casa todos los días. Y que con cuya entrañable vocezaza regó de carcajadas, sabios consejos y apodos varios las visitas de nuestros amigos. Se fue Niaso de mi hogar, la popular “ia”, con un embarazo a cuestas y una tímida sonrisa que despachará sus últimos ratos de disconformidad en mi memoria. Quedamos sólo cinco. Y tal vez de manera egoísta, nos hemos acomodado sin recurrir a las añoranzas.

Es que así es la vida. Lo he podido comprobar este 2008. Las cosas cambian, el tiempo pasa y no perdona. Cada 31 de diciembre se me hace más intolerable. Me coloca irremediablemente cara a cara con la muerte. Con ese impostergable momento que son las despedidas. Fue un año raro. Me mudé, acudí al trabajo con horarios fijos un tiempo prolongado por primera vez en la vida, me gané una mención honrosa en un concurso de cuentos. Extrañé a mi primo Roca, compinche de mi mundo social mis últimos años. Se me fue Constantino. Anduve mal de salud la mayor parte del tiempo. Terminé en la clínica una vez. Le di la espalda a la universidad y ella no se dio cuenta. Me emborraché, le hice daño a mi cuerpo como nunca antes. Me reí un montón. Lloré más que otros años. Escribí más que otros años. Me leyeron más que nunca. Llegué a pensar que mi depresión no era broma, que se hacía crónica, y hasta medité en la posibilidad de medicarme. No fui al psicólogo. Creé un Blog.

He llegado a pensar que la vida es una carrera inacabable, y que somos como ese maratonista que participa por amor al deporte, sin saber cómo ni cuándo llegará a la meta. Cada paso es más complicado. Cada kilómetro es una agonía. Algunos encuentran la fórmula necesaria para contrarrestarla. Yo estoy en la búsqueda. No entiendo a los que festejan y se abrazan por la llegada del nuevo año. Yo sólo festejaría si mañana a las doce me llevan de regreso al 2008. Y si me dan la certeza de que los que aún me acompañan, se quedarán conmigo.

Adiós 2008. En fútbol: un desastre. Alianza una lágrima, la selección un asco. Lo mejor fue el título de la San Martín, porque se lo robó a la U. Un equipo: Boca Juniors. Un jugador: Juan Román Riquelme. ¿Y lo demás? El libro: Tokio Blues. La película: Paranoid Park. El concierto: Andrés Calamaro. La juerga: concierto de Los Fabulosos Cadillacs, el evento del año. La canción: “Bajan”, de Spinetta como Pescado Rabioso, un gratísimo descubrimiento. Un acontecimiento: el offside de mi conciencia.

Un sincerísimo deseo para todo el que me lea: que su 2009 sea bueno. O al menos superior a mi 2008. Que abunde el amor, la salud nunca nos falte, y que los sueños pisen tierra.
Abrazos.