lunes, 26 de octubre de 2009

Que no te cueste (tanto), Celeste (Y)

A los doctores de la Cid, para que me la "devuelvan" enterita.
La capacidad autodestructiva de algunos personajes públicos es tan o más fuerte que el talento o la suerte que los llevó a ser (re)conocidos. Nunca lo entenderé. ¿Por qué un actor en la flor de su edad y en el momento cumbre de su carrera decide inyectar a su cuerpo una dosis mortal de pastillas? ¿Qué obliga a un ex galán de diversos (y renombrados) shows televisivos a sumirse en el más patético alcoholismo? ¿Ser el mejor es insoportable? ¿O acaso mirar la fama en retrospectiva convierte al futuro en el infierno terrenal?

La depresión es la enfermedad de esta época, y los que siquiera mínimamente la hemos sufrido sabemos de su magnitud, pero que ocurra en gente que lo tiene todo me parece una de las grandes paradojas de la humanidad. ¿Qué compra la felicidad? A veces ni siquiera la salud (física, digamos) es el máximo tesoro. ¿Lo es el dinero? ¿El poder? ¿El sexo? Los actores, músicos y hasta deportistas que a menudo se suicidan llevan esa interrogante a dimensiones escalofriantes, y entonces la duda para mí cambia de giro: ¿Cómo una persona desequilibrada puede llegar a la fama? Qué mundo raro…

Hace unas horas mientras buscaba noticias por Internet me enteré del internamiento de Celeste Cid, una mujer argentina cuya belleza es incuestionable, con un rostro de porcelana y unos ojos inmensos que derretirían hasta al más gay de los gays. Ha llegado a la clínica por los problemas de siempre en la gente de la “farándula”: alcohol, depresión, mala alimentación. El tratamiento a seguir es casi idéntico al que tuvo que afrontar el gran Charly García, y su recuperación consiste en engordar diez kilos, no mirar televisión ni leer revistas, eliminar los hábitos nocturnos y alejarse de las malas influencias.

Según los medios argentinos, la enfermedad de Celeste sería la alcoholexia, una mezcla entre alcoholismo y anorexia. Además se habla de bipolaridad y de diversos intentos de suicidio. Increíble, Celeste Cid (Yoko en Verano del 98) no está conforme con su vida. No está conforme con su cuerpo. Ella no tiene 50 años para comprenderla y mencionar que el distanciamiento de sus mejores tiempos le ha golpeado el alma. Celeste Cid ha cumplido el pasado 19 de enero 25 años y está en la flor de su talento (acaba de filmar una película) y de su belleza.

¿Es tan difícil la fama? ¿Qué se siente saber que el 80 por ciento de tus semejantes darían su vida por estar en tu lugar? ¿Es tan terrible tener la certeza de que para muchísima gente, por más que en su anodina existencia no lograrán ni rozarte la mano, eres alguien especial? A Celeste Cid la “conocí” un verano, que no fue del 98, mientras veía pedacitos de la serie que la lanzó a la fama. El idilio fue casi automático, y compartido a escondidas con varios de mis amigos. Después, en mi primera experiencia laboral, su rostro me alegraba las mañanas como protector de pantalla, y cuando los nervios o el mal humor me sobrepasaban, su sonrisa me devolvía la calma. Luego he sabido de ella a cuenta gotas, pero siempre, cuando la ocasión lo ameritaba, la he sacado a relucir, sobre todo cuando en una conversación asomaba la palabra belleza.

Hoy que tengo una nueva oficina para llenar la rutina de nervios y malos humores, su foto no está más en mi pantalla.

A veces juego a imaginarme cómo sería mi vida si fuese famoso. No perdería la humildad, me digo. Jamás andaría deprimido, me consuelo. Tal vez no sea así. Tal vez les quitaría el saludo a mis amigos más genuinos. Tal vez me escondería a llorar o a emborracharme hastiado de las adulaciones. Siempre es duro (porque genera hasta rabia si se tiene en cuenta que uno se las arregla para ser feliz mientras se lucha por llegar a fin de mes en el anonimato) enterarte de gente famosa que se suicida o termina hospitalizada por una terrible adicción, pero es más llevadera la noticia cuando los caídos son ex famosos. Ex sex simbols. Ex actrices de renombre. Resulta incomprensible cuando se habla de Heath Ledger o de Kurt Cobain. Resulta incomprensible cuando la que se está matando es la chica por la que alguna vez dijiste: “esta es, no hay mujer más hermosa en el mundo”. Y te pones a pensar en qué tan difícil es ser el número uno. Y los entiendes, porque ser el mejor es llegar a la cima, y porque ser el mejor es tener que demostrárselo en cada momento a todo el mundo, a todos los anónimos. Y porque ser el mejor, sobre todo, es creerte esa frase a ti mismo. Y ni siquiera Celeste Cid le ha podido creer a su espejo todo lo que tarde, muy tarde, le estoy diciendo yo.

jueves, 15 de octubre de 2009

Vos sabés (Y)

Conciencia en Offside ha permanecido largo tiempo en descanso. A diferencia de otras ocasiones similares, esta vez la tristeza no ha tenido nada que ver. Todo lo contrario. Esta reaparición está dedicada a la hermosa luz que es en estos momentos mi primer heredero. Y con este texto empiezo una larguísima etapa en la que absolutamente todo lo que escriba, todo lo que diga, todo lo que anhele, sera para él(ella). "Cómo te esperaba, cuánto te deseaba..."
No sé si serás mi amigo más fiel o mi eterna princesa, pero tengo clarísimo desde que supe de tu arribo a mi mundo que lo más importante de mi vida está contigo. Me he demorado mucho en escribirte y te pido perdón. Me he estado acomodando a tu noticia. He ido sumando cambios, diciendo adiós. Y en el camino imaginando tu presencia, tu voz, tu magia para brindarme el mejor regalo que un hombre puede anhelar. Con el tiempo, lo prometo, te escribiré tanto y tanto que me pedirás stop.

Quiero empezar diciéndote que estoy muy emocionado por tu llegada. Que no sé bajo qué hechizo me has convertido en otra persona, al punto de poder gritarle al mundo que yo, tan amigo de la rutina y tan temeroso del paso del tiempo, hoy quisiera apretarle el botón de adelanto a los días para que ya estés conmigo, para que todos los momentos a tu lado sean cualquier cosa menos una rutina.

Ya me conocerás, y con anécdotas repetidas que en unos años sabrás de memoria y te romperán un poco la paciencia, podrás saber un poco de lo que fui antes de volver a nacer contigo. Pero para el libro de tu existencia, ese que lleva escritas apenas sus páginas iniciales, quedará el hecho de que cuando supe por primera vez de ti, tenía 27 años. Que era un hombre en camino a un vacío interminable. Que venía, con armas embusteras, perdiendo la batalla contra la vida. Que prefería el silencio, veneraba la quietud, apenas dormía y le hacía daño a mi cuerpo. Y encima, me estaba dando el lujo de perder una parte fundamental de mis afectos.

Entretanto, en ese letargo que fue el mundo sin ti, el pasado era siempre mejor. Como si tuviese 80 años, como si la resignación hubiese colocado en el fondo de mi memoria los momentos gratos, y además, insertado una barrera inquebrantable. Pero todo terminó. Contigo he mutado. Me has sacado con dulzura de las tinieblas. Hoy que estás en camino no hay nada que anhele más que mi futuro, que llevará tu nombre y tu fuerza. Me has proporcionado desde ya las armas exactas. He vuelto a soñar, que es mejor que dormir. Y aunque el silencio será mi sombra hasta siempre, quiero transformarlo, plasmarlo en la contemplación, en el deseo de tu voz. Venerar esta vez el movimiento, tu movimiento.

Te imagino un ser maravilloso. Sólo eso. Sin importar tu género, serás maravilloso. Espero que heredes de tu madre la belleza. Que tus ojos se parezcan a los suyos, tan profundos y cautivantes (aunque no me haré problemas si llevas unos tristes, como los míos). Que tu pelo sí sea la mezcla perfecta y si eres mujer, no te deje de legado mi nariz (si eres hombre, ya verás, igual conquistarás). Que tengas estéticamente las manos de tu mamá, y sentimentalmente las mías. Que si eres mujer tus piernas sean infinitas, y si eres hombre, gusten de patear una pelota y seas todo menos delantero (pues te he dejado un poco alta la valla de goleador). Que no heredes mi timidez, y si no hay remedio, que encuentres más rápido que yo la manera de contrarrestarla. Que tu estómago prosiga en calma su camino, que nunca te juegue en contra, como el mío. Que no te condene, lo imploro, el insomnio. Que duermas plácidamente, como tu mamá, y me dejen la angustia y los fantasmas a mí.

Que tengas la risa a flor de piel. Y el buen ánimo te albergue la mayoría del tiempo. Que tengas muchos amigos. Que te rompan poco el corazón. Que jamás llegue a tu aura el bichito de la depresión. Que el amor y la sonrisa prevalezcan antes que lo material. Que no te rindas antes de tiempo, y cuando la derrota sea ineludible, desees con el alma la revancha. Que el día de mi adiós te encuentre fortalecido. Que me quieras tanto como quiero a tus abuelos, pero que estés preparado, mucho antes que yo, para caminar solo. Que el destino te sonría y hagas realidad tus propios anhelos. Los míos los cumpliré tan sólo al contemplarte. Que me digas papá, porque a partir de ti, ya no seré más un simple Gabriel.

Yo haré hasta lo imposible por hacerte feliz. Lucharé en cada instante de mi vida por hacer de la tuya una más grata. No me imagino cuánto me podrás cambiar cuando por fin abandones la cuevita en la que te vas forjando para mirarme a los ojos, si desde ya, que apenas eres un puntito en el alma de tu mami, mi pasado ya no importa. Te seguiré esperando, siete meses se pasan volando. Y no tengas miedo, el hombre que fui antes de conocerte ya no existe. Y no volverá jamás, pues como escribió algún día un maestro que tuve: seré mejor por ti, bebé.