lunes, 20 de septiembre de 2010

Te lo digo cantando (Y)

"Cantar es disparar contra el olvido".
A mí nadie me va a quitar de la cabeza la certeza de que tú, hijita mía, pese a haber cumplido apenas cuatro meses en este mundo, eres inteligente y perceptiva, y has notado en la primera monotonía a la que te venías adaptando unos cambios significativos. Te habrá sorprendido no encontrar mi voz en tus traviesos despertares de madrugada, ni mis manos hábiles para el cariño y las palmaditas en la espalda que te ayudaban a desinflarte. Habrás entendido que algo se rompía cuando nos descubrías a tu madre y a mí inmersos en discusiones indescifrables que desembarcaban en rostros ajenos a los habituales, y veías que de nuestros ojos, fabricados para contemplarte, brotaban unas gotitas como las de tu mamadera al salir del baño María. Y en un gesto que no me cansaré de agradecerte, me has demostrado que me extrañas cuando llego de visita y me sonríes, y no lloras, y luchas contra el sueño para permanecer más tiempo en mis brazos, y me cuentas de tu día con esa vocecita aguda que no conoce de rutinas ni de despedidas.

Yo no hago más que pensar en ti, y aunque confieso que he estado preocupado y hasta convencido de que te estaba dañando, he llegado a la conclusión de que todo va a estar bien. Que la decisión tomada por tu mami y por mí es la correcta, y que nada tiene que ver contigo. La vida de los adultos suele ser así. Tiene cosas que se nos hacen difíciles de procesar, de aceptar. Pero a veces uno tiene suerte, y se cruzan por tu camino personas inolvidables, y te aferras a ellas para luchar contra las adversidades de un mundo complicado, y aún en los sombríos retazos de la derrota descubres un vínculo que los torna invencibles.

Tu mami y yo tuvimos esa suerte. En un ambiente cargado de estímulos individualistas y pegado cada vez más a lo efímero, nos conocimos, y nos dijimos al oído y en silencio que no concebíamos la vida sin el otro. Caminamos de la mano en contra de lo establecido con la promesa de que primaría el amor en cada uno de nuestros pasos y nuestras decisiones. Por eso hoy que ha llegado la noche nos podemos decir adiós mirándonos a los ojos. Y podemos ser cómplices en la tarea de darle brillo a la luz eterna que hemos formado, que eres tú.

Tú has llegado en físico a este mundo recién el pasado mayo, pero existes en nuestros pensamientos desde hace diez años. Si algo tuvimos claro tu mami y yo durante todo nuestro camino fue que en algún momento aparecerías. Que serías un ser maravilloso, que te entregaríamos todo el amor que nos tuvimos (nos tenemos) pero multiplicado, y que tu sonrisa sería el objetivo fundamental de nuestra existencia. Nada ha cambiado hoy que no somos una pareja. Por el contrario. Han aumentado las ganas de (re)conocerte, de descubrir en cada gesto tuyo el pasaje de retorno a los momentos más lindos de nuestras vidas. Nosotros estaremos juntos para siempre en ti. Y es en vano decirte que como a Inés Reaño León, jamás amaremos a nadie.

Yo me voy, pero te dejo en buenas manos. Tu mami es una mujer espectacular. Bella por fuera y por dentro. Leal, comprometida, desprendida. Dulce, con sensibilidad, y con ese toque de inocencia que la torna adorable y que no ha perdido con los años pese a las trabas que le ha puesto un destino que la llevó a madurar antes de tiempo. Fue muy fácil enamorarme de ella y recibir con la mejor predisposición todo lo que me fue enseñando. Con su sonrisa descubrí que podía ser importante para alguien, cuando la adolescencia y las miradas no correspondidas me hacían pensar en lo contrario. Aprendí a su lado a vivir en empatía, sin egoísmos. Y me embarqué en esa mágica faena de ser su compañero en las buenas y en las malas; su motivo de carcajada y su hombro para las lágrimas. Yo le enseñé a confiar. La llevé a puro corazón a creer en el amor verdadero, ese amor que no te abandona y te acepta con esos oscuros y eternos rasguños que acoplamos en el alma conforme vamos haciéndonos grandes.

En el camino tropezamos, nos perdonamos, dejamos pasar algunas cosas; viajamos, soñamos, caminamos muchísimo de la mano. Y sin que nos diéramos cuenta nos hicimos adultos en un mundo en el que ser adulto es muy difícil. La vida en mi opinión es una carrera hacia la cima de un cerro que puede ser empinado o pequeño, pero del que inevitablemente hay que bajar. A tu mami y a mí nos tocó mirar el mundo desde la cima. Desde una cima enorme. Y llegó el momento de descender. Nunca te daré una respuesta satisfactoria al por qué de nuestra separación, sólo se me ocurre decir quizás con una dosis de egoísmo que cuando analizamos el camino de regreso nos dimos cuenta de que no volveríamos a ser los mismos, que lo que habíamos cosechado para llegar hasta arriba era demasiado intenso y hermoso como para desmoronarlo en un viaje que inevitablemente tiene como meta a la muerte. Decidimos entonces afrontarlo de otra manera. Y dejar de ser Flora y Gabriel para convertirnos en mamá y papá.

Sólo así podremos descender sin hacernos daño. Sólo así se ha hecho realidad lo que soñamos desde la primera vez que descubrimos que nos amábamos: estaremos juntos para siempre.

Tú eres la causa, tú eres ese regalo.

Nadie sabe lo que le deparará el futuro. No sé dónde estaremos ubicados tu mamá y yo cuando seas capaz de leer estas líneas, pero sé que lo que no te va a faltar en esos momentos es amor. Amor multiplicado. Un amor que lleva diez años floreciendo, y que a partir de hoy sólo tiene un objetivo: tu felicidad.

Quizás te cuestionarás muchas cosas, hasta te enfadarás por algunos detalles ineludibles, pero quiero que te quede clarito que a ti te estuvimos esperando desde hace mucho, y que tu sonrisa escenifica el triunfo de una relación que fue hermosa, una relación que iluminó a las dos personas que más te aman en la tierra, y a los que nos vieron de lejos o de cerca caminar firmes cuando todos se caían.

Mira si no es linda nuestra historia que quedará en el recuerdo que lo último que vivimos juntos fue tu nacimiento. Tu mami aumentó su belleza contigo dentro. Y yo fui un orgulloso testigo de ese florecimiento, de esa conexión que tuvo a tu lado desde que se enteró que llegarías. Ahí creciste mientras yo te hacía compañía por las noches, y te acariciaba anhelando descubrir esa sonrisa que cuando fue realidad, superó con creces mis expectativas. Y era inevitable cantarte todo el día. Por eso cuando llegaste reconocías mi voz, y pese a que parezca imposible de creer, cesaba tu llanto cuando te repetía las mismas canciones que escuchabas cuando estabas en esa mágica cuevita del vientre de tu mami.

Tu padre canta todo el día. Eso ya lo tendrás clarito desde antes de que seas capaz de leerme. Sea cual sea mi estado de ánimo, siempre canto. Tu mami se sorprendía a menudo por eso, y me decía “¿de dónde sacas esas canciones? ¿Cómo se te ocurren?”. Y yo nunca le respondí lo que te digo hoy por primera vez: antes de conocer a tu mami yo vivía en silencio, pero al aceptarme como suyo, ella impregnó de melodía mi mundo. A partir de eso sólo canto. Y cantaré para siempre.

Ella me ha escuchado interpretar a muchísimos cantantes, incluso hemos cantado a dúo muchas veces mientras caminábamos por alguna calle escondida de Miraflores. A veces podía elegir un tema de un artista que ella no toleraba, pero por el sólo hecho de escuchar mi voz, le llegaba a gustar. Así pasó desde el inicio de nuestro romance con un cantante español que le puso música a un poema que decía: “por eso, vida mía, por el día a día, por enseñarme a ver el cielo más azul; por ser mi compañera y darme tu energía, no cabe en una vida mi gratitud”. Una canción que le dije a tu mami que sería nuestra cuando llevábamos apenas días como enamorados, y ni sospechábamos todo lo que el destino tenía reservado para nosotros. Hoy cada rincón de ese poema se ha hecho realidad. Dile a tu mami que tú eres esa ilusión, que con esa sabia canción de despedida me voy. Y que a la vez (capaz de ganar y de perder) me quedo. Tú y yo, hijita linda, tenemos muchísimos conciertos por delante.