martes, 30 de noviembre de 2010

Cinco goles más (Y)

Nos vamos levantando. Y gracias al Dios Fútbol.
1- No pude ver en directo el partido de ayer. De tres a cinco de la tarde me la pasé en la oficina con ganas de matarme cada vez que actualizaba la página virtual de El Comercio y me llegaba la noticia de un nuevo gol. Felizmente al regresar a casa me encontré con el derbi completito, y aunque no es lo mismo, disfruté como todos, al punto en que también me di tiempo para ver la tercera repetición bordeando la medianoche. En espectáculos como el de ayer sobran las palabras. Fue un partido mágico. Una demostración certera de que el fútbol todavía puede ser arte. Y la confirmación de una frase que ya debería ser un consenso: el Barcelona de Guardiola es el mejor equipo de la historia. ¿Con qué argumentos negarlo? ¿Hay algún equipo superior? Los futboleros de mi generación hemos crecido con tres posibilidades en el tapete: el Brasil de Pelé, la Holanda de Cruyff y el Milan de Arrigo Sacchi. Hablamos de un cuadro repleto de jugadores finos, otro revolucionario en cuanto a tácticas ofensivas y un tercero implacable y muy eficaz. Bueno, el Barça de Guardiola posee todo eso. Y con el agregado de plasmarlo en tiempos donde el fútbol ha dejado de ser un deporte estético. Hoy, amarrado firmemente al marketing y al dinero, prioriza el resultado, amparándose en esquemas ultradefensivos donde prevalecen los jugadores físicos sobre los talentosos. Y el Barça se da maña para ofrecer un fútbol casi setentero, de toque y paredes en primera, de lujos y goles en cantidad. Y a mil por hora.

2- ¿Cuánto mérito tiene Guardiola? Mucho. Ha encontrado su equipo ideal. Cuenta con once guerreros que lo comprenden a la perfección, que interpretan como propias las partituras de su orquesta. En el Barça actual no hay espacio para nadie. Guardiola no quiere a nadie. Incluso Víctor Valdés y su conocido segundo plano frente a Casillas en la selección española, incluso Eric Abidal y su aparente simpleza, incluso Pedro pese a que en su puesto existe un tal Cristiano Ronaldo, son indiscutibles. Los ocho jugadores restantes de su escuadra son actualmente, con amplia diferencia, los mejores del mundo en su posición.

3- Hablar del Barça y no mencionar a Xavi e Iniesta es peyorativo. Ayer definieron el clásico a los siete minutos. Iniesta con un pase excepcional y Xavi con la posterior definición con sutileza. Pudo haber sido perfectamente al revés la jugada. Ambos hacen bien las dos cosas. Poseen un conocimiento de la pelota que asusta. Ellos la acarician con el pie, pero la dominan con todo el cuerpo. Por ello pese a ser jugadores de escasa estatura y no muy corpulentos, dan la impresión de ser insuperables. Para robarles el balón hay que hacerles foul. Y un foul fuerte además, porque si los empujas o los desestabilizas apenas con las manos, no pierden el control, salen airosos siempre. Xavi e Iniesta son los cimientos más fuertes del Barça porque pese a ofrecer mayormente su talento alejados del área rival, son dos jugadores determinantes. Y si ya tener a Villa y a Messi en la delantera es un terrible dolor de cabeza, si los dos que los resguardan son ellos, se necesitan más de once para neutralizarlos.

4- Y la frutilla del postre es Lionel Messi. Porque Puyol y Piqué se complementan a la perfección, Dani Álves es un genio, Busquets el mejor volante tapón de los últimos tiempos y David Villa un asesino frente a la red, pero todos ellos (e incluso Xavi e Iniesta), juegan con el plus de saber que su número 10 va a desequilibrar en cualquier momento, y que aparecerá mínimo cinco o seis veces por partido con una genialidad que se grafica en un golazo o en un par de asistencias como las que le dio a Villa ayer. Y así todo es más fácil. Messi es lo mejor que vi en mi vida. Es, además, parte del mejor equipo de la historia, y eso vuelve cada vez menos insólito el decir que individualmente, es el mejor también.

5- ¿Y el Madrid? Florentino Pérez debe estar dándose de cabezazos. ¿Qué más puede comprar para ganarle al Barcelona? Tiene al segundo jugador más desequilibrante del mundo en Cristiano Ronaldo y ni bien aparece un crack de mediano nivel en Europa (Ozil, Di María, Khedira), es fichado por el Real. Encima tiene a Mourinho, el único entrenador que se podía jactar de haberle aguado la fiesta al Barça de Guardiola. Mourinho es un DT cuya virtud está en plasmar lo mejor de cada jugador de su plantel. Con él mejoró una barbaridad Marcelo, con él Xabi Alonso volvió al fútbol, con él Carvalho no es un central en bajada, con él Cristiano Ronaldo es un jugador de PlayStation. Pero el Barcelona, el Barça de Guardiola, con la pelota a ras del suelo tiene como principal virtud el sacar lo peor de sus rivales. Ayer todo el Madrid, incluso Iker Casillas, quien es a mi entender (siguiendo con dictámenes absolutos) el mejor arquero de la historia, tuvo una actuación de tres puntos. Florentino Pérez debe haber pasado toda la noche en vela, pensando en cómo hacer para comprar el próximo año a los once jugadores con la piel azulgrana que ayer le mostraban la mano abierta. Sabe que sólo así podrá ser mejor que el Barça.

miércoles, 24 de noviembre de 2010

Esperando las gaviotas (Y)

"Puedo (quiero) resumir un poco, porque todo lo que toco se rompe".
Admiro a la gente con fe. A los que encuentran algo rescatable en medio de la tormenta más fiera. A los que profesan las frases “no hay mal que por bien no venga” o “todo pasa por algo”. Asumo que es el consuelo inmediato cuando se observa a un semejante caer en desgracia, y muy pocas veces el emisor se cree el mensaje. Pero al que de verdad se lo cree, lo admiro. Nunca antes había estado tan familiarizado con esa premisa. Mi vida hasta hace unos meses era un juego apacible, sin sobresaltos importantes. Lo he repetido hasta el cansancio pero el destino no me da tiempo de procesarlo, así que lo volveré a decir: contrapesando y descontando lo mágico de conocer a mi hijita, una racha negativa se ha posado sobre mi aura. Desde el lado emocional y afectivo hasta en la inspiración; y en el colmo de la intromisión, se ha colado en lo material. Ayer mientras salía de la casa de unos tíos me di con la sorpresa de que me habían robado la computadora del carro, que es como dejar sin corazón a un ser humano. Fue rapidísimo. En cuestión de minutos los choros habían realizado la tarea. Al salir a la calle los descubrimos con las manos en la masa, pugnando por seguir desmantelándome. No tuve miedo ni cuando hicieron el amague de mostrar una pistola. Estuve impávido largo rato, como preguntándole al guardián de mi cerebro hasta cuándo podría soportar tanto bajón. Ido y derrotado, observé lo que ocurría a mi alrededor. Un guachimán “distraído”, ineficientes policías, alarmante comprobación de pérdidas, distintas reacciones de mis familiares. Recordé que hace algunos años, con otro auto, me había sucedido lo mismo, y que desde esa fatídica noche, de vez en cuando interrumpía mis sueños con la misma pesadilla: llegar a mi carro y encontrarlo sin la computadora. Recordé también que cuando empezaron a caer como granizo las malas noticias a mi vida llegué a pensar que “lo último que falta es que me roben el carro”. No lo podía creer. Quería teletransportarme a mi cama y dormir un día entero. Reconstruir un ataque como el acontecido a mi Honda Civic no cuesta menos de mil dólares, y a razón de mis actuales gastos y mi presupuesto, el carro permanecerá así hasta diciembre… pero del 2011. Pero al fin y al cabo estamos hablando de algo material. Lo triste, y lo que me llevó a desahogarme frente a gente que me quiere pero que no me veía llorar desde hace mucho, fue la presencia desafiante del mal karma. Como si estuviese pagando por un pecado que desconozco. Pensé en el mail que me había mandado hace algunos días un viejo amigo que no veo hace más de un año, y conocedor de mi situación actual, me adjuntaba un poema que decía: “Pasarán estos días como pasan/ todos los días malos de la vida./ Amainarán los vientos que te arrasan/ se estancará la sangre de tu herida./ El alma errante volverá a su nido/ lo que ayer se perdió será encontrado/ el sol será sin mancha concebido/ y saldrá nuevamente en tu costado./ Y dirás frente al mar: ‘¿Cómo he podido/ anegado sin brújula y perdido/ llegar a puerto con velas rotas?’/ Y una voz te dirá: ¿Qué, no lo sabes?/ el mismo viento que rompió tus naves/ es el que hace volar a las gaviotas”. Lo paradójico es que, lo juro, estaba tomando muy bien los pesares. Los venía sobrellevando. Luchando contra tercos demonios, me disponía poco a poco a adentrarme a mi nuevo mundo alejando la pena y el rencor, con ganas de salir en búsqueda de desconocidos estímulos. Me había dicho “hasta acá llegó todo, ahora a subirla”, pero este nuevo golpe me deja una duda disfrazada de certeza: “¿Hasta acá? Las huevas”. Cualquier otro golpe puede aparecer, así que es mejor guardar la calma, dedicarme a resistir los fuertes vientos y esperar, agazapado y sin pedir mucho a cambio, que regresen las gaviotas a mi cielo.

martes, 16 de noviembre de 2010

Medio año de papá (Y)

Festejando el medio año de mi hijita, este texto me lo autodedico.
Hace seis meses Inés entregó sus primeros suspiros a este mundo y desde entonces todo lo demás ha dejado de ser importante. Hace seis meses, colándose en el silencio de una fría y confusa madrugada, Inés se desprendió de su madre para convertirme en padre, llevándome a descubrir la versión más genuina del amor. Desde hace seis meses hasta la oscuridad cobra sentido y el dolor profundo tiene su recompensa. Porque a la par de la llegada de mi hijita el destino se ha encargado de colocarme frente a situaciones difíciles, frente a una racha de noticias desalentadoras que en otro momento de mi vida me tendrían cuesta abajo, pero las he sobrellevado con firmeza, hallando por primera vez la medicina en su sonrisa. Inés tiene magia cuando me sonríe. No miento. No exagero. Sus ojos encapotados, sus cachetes dulces y su boca aún sin dientes brillan cuando me reciben, y son el pasaje a un sentimiento más poderoso que la felicidad.

Porque la felicidad y el amor son tesoros pasajeros. Breves y embusteros instantes dominados por el final, y el final es siempre negativo. Con Inés lo negativo no existe. Con ella el final no existe. Han sido una aventura maravillosa estos seis meses pese a que en el camino atravesé por obstáculos tremendos, como el tener que decirle adiós a su mamá. Me tuve que enfrentar a una faceta de la relación de pareja que desconocía notando que algo se había roto para siempre, y debí aceptar sin protestar una sentencia que jamás imaginé para mi futuro: "tendré una hija que no vivirá conmigo".

Pero ese detalle, difícil y doloroso en demasía, le ofrece tonalidades acaso más literarias a mi aventura. Ser padre soltero te da una distinción, una dosis de personaje de ficción. Por que me conozco, y sé que si la situación hubiese sido distinta y yo seguiría con mi ex, me ampararía hasta lo máximo en ella, y mi labor sería hasta hoy la que fue cuando Inés era una recién llegada, y yo actuaba como el solucionador de los aspectos que no la incumbían demasiado.

Sólo hasta después de separarme he aprendido, por ejemplo, a cambiar pañales, y ese es un acto no menor cuando se trata de bebés. Recuerdo que la primera vez que lo intenté aún vivía en pareja, y valga la redundancia, era la primera vez que me quedaba a solas con Inés. De pronto un olor inconfundible me indicó que se había cagado. Su mamá no tardaría mucho, así que decidí no hacerle caso. Pero pasaron los minutos y el aroma incrementó. Pensé en que por mi culpa sufriría su primera escaldadura, y no me lo perdonaría. Opté por aventurarme. Luego de una ardua batalla, le alcancé a colocar el pañal, y encima me di maña para cambiarle la ropa. Cuando llegó su madre a casa nos encontró a los dos echados en el sofá. Me felicitó sorprendida, pero algo la llevó a desconfiar, y decidió revisar el trabajo: le había puesto el pañal al revés.

Hoy la mayoría del tiempo que paso con Inés estamos sólo los dos, y cambiarle el pañal es cuestión de rutina. Claro, hay días difíciles en los que me sorprende con una diarrea que le mancha hasta la espalda, pero incluso así, salimos airosos. Mis errores son cada vez menos contundentes y se resumen en regresarla con una ropa que no combina en absoluto o con los pies fríos porque olvidé ponerle la media a su pie derecho, pero poco a poco los superaré.

Inés tiene apenas seis meses pero ya ha entendido cuál es mi rol en su vida. Pese a ser una niña muy sociable y de sonrisa fácil, tiene conmigo un flechazo distintivo, sólo superado por la química que la une a su mamá. Cuando Inés me ve llegar toda ella es luz, se inquieta, se separa de quien la tenga y me estira los brazos. Puede que a los dos segundos de haberla cargado se aburra y me retire, o se distraiga con facilidad, pero para mí el simple (y vital) hecho de que me reconozca se convierte en el regalo más hermoso que me ha dado el mundo.

Otra muestra de su amor aparece cuando la enfrento a gente que no conoce mucho. Al inicio suele estar cómoda y sonreír y jugar y generar en cualquiera la sensación de que es especial para ella, pero llega un momento en que se fastidia. De la nada coloca sus labios en posición de puchero y me busca con la mirada. Al encontrarme empieza a llorar, y sólo se calma cuando regresa a mis brazos. Se calma automáticamente. ¿Qué he hecho yo para merecer eso? ¿Por qué pese a no vivir con ella y no estar presente al momento en que empieza un nuevo día sigo siendo en su pequeño universo alguien tan familiar? Es un misterio de la vida. Un milagro. Tal vez algo químico que tiene que ver con el olor, o una cuestión de energía, de buena vibra generada desde que estaba en el vientre de su mamá.

Llevo un poco más de dos meses separado de Inés. Felizmente la distancia de nuestras casas es sólo de una cuadra, y todo se me hace más fácil. Me la llevo caminando cargadita en su asiento y en los tres o cuatro minutos que me separan de la meta ella no deja de observarme fijamente, como diciéndome “por si acaso acá estoy, no me olvides”. Yo soy una oda al cuidado, y de vez en cuando hago una pausa para hacerla reír, y al volver a mis pasos, le canto cualquier cosa para que entienda que jamás la voy a abandonar.

Al llegar a mi casa ella primero hace un estudio veloz del espacio. Lo reconoce al cabo de unos minutos. Saluda con una sonrisa a mi primo (que es su tío y vive conmigo) y queda lista para su show. El show con Inés es encontrar la postura que mejor le acomode y hacerla reír. Luego entregarle poco a poco sus juguetes y alucinarse viéndola interactuar con ellos (interactuar significa cogerlos un segundo y medio para llevárselos a la boca). Inés no causa molestias. No llora ni hace rabietas. Sólo acusa malestar cuando tiene hambre, y cuando no tengo a mi primo cerca para darme una mano, la cosa se dificulta un poco. Ella con hambre no acepta que la deje solita, la tengo que cargar sí o sí, se va desesperando, y yo no tengo en mi pecho su alimento. Debo retirar la mamadera de la refrigeradora, prender la cocina para hervir el agua, enfriar su leche. Y todo con sólo una mano libre. Cuando ella reconoce la mamadera empieza un espectáculo algo cruel: se inquieta, la quiere coger, hace sonidos acústicos. Finalmente se la toma íntegra. Luego viene el chanchito y cada vez con menos frecuencia, un certero vómito.

Lo más complicado con Inés llega esporádicamente, cuando me toca pasar la noche con ella. Es a la vez una actividad apasionante, un vínculo espectacularmente mágico. Pero conlleva ciertas dificultades. Para empezar, aún no tengo una cuna en mi cuarto, y debe dormir conmigo. Inés es la primera (y espero no sea la única) mujer que ha pasado la noche en mi colchón de soltero. Pese a manifestar calma cuando está en mi casa, dormir conmigo es para ella un acontecimiento que la aleja de su rutina, y me tiene en constante amenaza mientras lo hace. Ella ya pasa cinco o seis horas seguidas durmiendo por la noche, pero cuando lo hace conmigo se suele despertar en la madrugada. A veces se pone a llorar con intensidad y aún con los ojos cerrados, como si estuviese inmersa en una pesadilla. La tengo que cargar y consolarla unos minutos hasta que se duerme, pero alejarla de mi pecho resulta casi imposible. Entonces hay un par de horas en las que ella se entrega al sueño plácidamente sobre mí.

Ser un padre soltero ha mandado al universo del olvido mis planes de formar una familia tradicional con Inés, de educarla en la armonía de un papá y una mamá juntos. Mi nueva situación se aleja mucho de lo establecido históricamente en mi familia. Pero a lo hecho, pecho. También tengo ilusión. Estoy ansioso de forjar una relación sólida con mi hijita, pues el tiempo que pase con ella jamás va a ser parte de ninguna rutina. Me imagino caminando a su lado por el malecón de nuestro Barranco (pese a todo, nuestro) o por San Bartolo; me imagino con ella en la playa o recogiéndola del colegio y no puedo evitar sonreír.

Sé que parte de esta nueva vida será incluir a otras personas en su desarrollo. Mi próxima mujer, por ejemplo, tendrá que aceptar la importancia de mi niña, y ese será el único requisito para poder abrirle mi corazón. Y llegará el momento en que Inés se acueste y se despierte en los dominios de la nueva familia de su mamá. Cuando me embargan la pena y la negatividad, me genera muchísimo miedo eso. Pero me recupero cada vez que la voy a buscar e Inés me regala sus gestos luminosos. Este es el amor genuino, me digo, y ella no me va a cambiar por nadie.

lunes, 15 de noviembre de 2010

Señor banquero, devuélvame el dinero (Y)

Un texto cargado de bilis. Un paréntesis a lo habitual. A veces las anécdotas negativas mueren recién acompañadas del teclado.
Hace algunos años, más o menos a mediados del 2003, un amigo con el que compartía mis horas universitarias (que tenían muchísimo más de ocio que de estudio) me incitó a buscar trabajo. Ya es el momento, me dijo, conozco un lugar en el que te dan chamba de hecho y no tienes que hacer mucho. Estudiábamos periodismo y llevábamos largo rato entendiendo que para poder destacar en esa rama en este país había que empezar literalmente desde el subsuelo, con largas jornadas de trabajo en lugares en los que no te remuneraban ni con un sencillo para el pasaje. Entonces lo único que atiné a preguntarle fue si el laburo era con paga. Claro que sí, me dijo con la genuina autosuficiencia que conserva hasta hoy cuando tratamos de aprovechar nuestras largas y pajeras conversaciones, ideando futuros y variopintos negocios.

Fue así que llegamos a postular al BCP, el banco con más clientela del Perú (este es un dato avalado por mi mera observación). Nos fuimos bien al terno y sin abandonar nuestras esencias: él no me lo decía pero ya se veía próximamente escalando puestos hasta aterrizar en la gerencia del banco, y yo le rezaba a todos los santos para que el taxista que nos transportaba se pierda o sufra algún percance que nos prive de llegar a la hora pactada, y así terminar en algún café de mala muerte de la avenida Brasil para meternos nuestros por entonces clásicos desayunos. Al fin y al cabo la vida para mí a los 21 años era eso: faltar a las clases para perder el tiempo junto a mi amigo con dos sánguches mixtos cada uno. El tema del trabajo y la independencia no me quitaban el sueño por el momento.

En efecto, mis oraciones casi se disfrazan de realidad, y el tráfico de la mañana sumado a un conductor despistado nos hicieron llegar con las justas al lugar, tanto que estuve a punto de convencer a mi amigo de abandonar la faena. Pero entramos. Y nos enfrentamos a nuestra primera batalla con el temible mundo laboral. Lo primero que llamó mi atención fue el grueso grupo de postulantes a los puestos vacantes. Mierda, me dije, cuánto huevón quiere ser cajero de banco. El hecho es que nos separaron en dos grupos, en uno estuve yo y en el otro mi amigo. Primero rendimos una eterna prueba psicológica y si mal no recuerdo también un sencillísimo examen para medir tu nivel numérico y verbal. Y después pasamos a una entrevista grupal en la que aprovechaban para conocer un poco sobre uno mientras analizaban tus facultades para enfrentarte a los clientes. Luego de cerca de tres horas en ese martirio, en mi grupo dieron los nombres de los primeros eliminados. Creo que el mío fue el tercero o el cuarto. Morí rapidito.

Qué vergüenza, me dije. Y encima tengo que esperar a que acabe este huevón. Salí con la autoestima por los suelos en búsqueda de un kioskito para comprarme una bolsita de chifles para menguar el agujero que tenía en el estómago y con lo primero que me encuentro en la calle fue con el cacharrazo de mi amigo. Habla, me dijo, ¿te escogieron? No, le dije a secas. A mí tampoco, sentenció desatando las carcajadas que han caracterizado todos estos años nuestra amistad.

No recuerdo si acabamos en algún huarique o si optamos por ir a la universidad a levantarnos la moral con las desgracias de algún compañero. Lo cierto es que hicimos un pacto para no volver a postular a ese tipo de trabajos. Decidimos, sin dejar de observar nuestro ego por los suelos, que lo nuestro iba más con el ingenio poco comprendido de la redacción, y que eso de andar en terno era para los cojudos.

Esta anécdota hubiese permanecido en algún escondite de mi memoria de no ser por lo que me ocurrió hace un par de semanas, algo que me llevó a pensar en el poder abusivo de los bancos y en la manera en la que el destino me alejó de sumarme a sus dominios. El día jueves 28 de octubre se corrió el rumor por mi oficina de que habían pagado el sueldo. Por una cuestión de rutina y para ver por fin de nuevo mi cuenta con saldo a favor entré a la banca virtual del BCP, y me di con la sorpresa de que el monto que figuraba en mi poder era superior al que debería tener. ¿Ya pagaron la grati? Para nada, me dijeron. En la pantalla figuraba que habían hecho un depósito de 2800 soles el martes 26, y que ese mismo martes, habían retirado del cajero 1420 soles.

Obviamente yo desconocía de dónde diablos habían caído esos 2800 soles, y más aún, me preocupaba el hecho de que habían utilizado mi tarjeta, mi clave y mi DNI para retirar un dinero del cajero. Inmediatamente fui al banco a reclamar, y ahí empezó una larga racha de situaciones que me sacaron de mis casillas. La primera señorita que me atendió me bloqueó la tarjeta y al instante me dio una nueva. Me dijo sutilmente sobre el dinero extra (unos 1380 soles) que “quedaba en mi conciencia” si lo tomaba o no. Lógicamente yo ya andaba saltando en un pie pensando en cómo iría a gastar ese monto, en que pagaría mis deudas y hasta me sobraría para comprarle algo útil y bonito a mi hijita y el par de zapatillas de fútbol que se me hacen urgentes. Pero la señorita me dijo “eso sí, has tu reclamo, pero hazlo por el hecho de que han retirado dinero sin tu consentimiento, no reclames por la plata extra”.

Le hice caso. Hablé desde los teléfonos que hay en el ingreso del BCP de Pardo. Me atendió una voz de hombre joven y poco servicial, indicándome que en 24 o 48 horas resolverían el caso, y que me llegaría a mi correo la respuesta. Yo colgué con más ganas de retirar el dinero extra que de sacarme las dudas, pero acto seguido, tenía bloqueada también mi nueva tarjeta. Quise acercarme a ventanilla para hacer la operación de retiro desde ahí pero me ganó el tiempo, debía regresar al trabajo y sin almorzar.

Ese jueves mi jornada laboral acabó casi a la par de la clausura de las oficinas del banco, y no tuve más remedio que esperar al día siguiente, fin de mes, fecha de pago y de cobranzas y de transacciones en todo el país. Me hice un espacio entre las nueve y diez de la mañana y llegué al banco a solicitar que me desbloqueen mi tarjeta, pero otra señorita, la tercera protagonista de esta historia, me dijo, parca y pedante, como si me estuviese haciendo un favor o como si yo fuese un cliente moroso, que no había sistema, y “no se sabe hasta qué hora”.

Ya andaba preocupado. Se avecinaba un fin de semana largo y no tenía más que centavos en la billetera. Acceder a mi cuenta era algo sumamente urgente. Tuve que comerme el día laboral con la cabeza en otro sitio, contando los minutos y rezando para que no aparezca algo de último momento que me retenga en la oficina más de la cuenta. A las cinco en punto, felizmente, salí como un rayo hacia el banco. Tenía hasta las seis para de una puta vez acabar con este trámite. Por la cantidad de gente aglomerada en el BCP me atendieron en Plataforma a las seis en punto. La cuarta protagonista de este tormento me retuvo mientras hablaba cojudeces por teléfono, y al comentarle mi situación, siendo las seis y tres minutos, me dijo que era imposible, que mi caso estaba siendo analizado por la sección Fraude del banco, y que ellos sólo atendían hasta las seis.

Le insistí, le dije que esto era ya un abuso, que debía realizar una serie de pagos y que me estaban perjudicando en demasía. Me comunicó por teléfono con la quinta despreciable de esta hecatombe. Se mostró atenta y predispuesta a resolver mi caso. Pero fue una trampa. Sólo actuó con velocidad y eficiencia para consultarme si yo conocía de dónde provenía una transacción a mi cuenta de 2800 soles. Error de principiante o de hombre desesperado, le dije que no. Ya, me dijo, en estos momentos la señorita que lo está atendiendo le va a entregar un papel que usted debe firmar permitiendo que el banco retire esa cantidad de su cuenta. Pero ya han retirado la mitad sin mi consentimiento, y desde un cajero, le contesté. Ah sí, me dijo algo nerviosa, entonces el banco va a retirar la diferencia. Sólo atiné a preguntarle si se vería perjudicado mi salario, y me dijo que no. Y después de solicitarle que por favor se me permita hacer uso de mi dinero, le pregunté por qué diablos había ocurrido todo este embrollo.

Ahí su voz empezó a tambalear, ya no hablaba con la misma fluidez con la que me había exhortado a firmar la bendita autorización. Me dijo que desconocía de dónde provenía el fraude, pero que sí se sabía con certeza que el dinero que se me había depositado correspondía a “otro cliente”. Agotado, decidí dejar de indagar para casi implorarle que me resuelva el desbloqueo de mi tarjeta. Siguió tambaleando y me dijo que era imposible, que incluso por ser feriado el lunes, no atenderían hasta el martes, fecha en la que el banco retiraría mi “no dinero” para que recién vuelva la normalidad a nuestra “relación”. Luego de que le alcé la voz y me desparramé con un trágico discurso sobre pagos y deudas y moras, me hiperjuró que al día siguiente, el sábado, podría retirar el 100% de mi sueldo en cualquier ventanilla.

Me retiré a mi casa derrotado y con ganas de matar a medio mundo. Demás está decir que el sábado, en lugar de aprovechar la mañana para descansar, estuve a primera hora en la sucursal del BCP de mi distrito, Barranco, para que la sexta protagonista, esta vez más amable pero no menos ineficiente, me reconfirme que sería imposible hacer uso de mi sueldo hasta el martes. Juro que sentí ganas de llorar. Felizmente conseguí alguien que me preste un dinero para poder sobrevivir todo el fin de semana largo. Claro, sin posibilidad de ningún lujo y vetando mis ganas de salir en búsqueda de la noche al menos en el puto Halloween.

Me puse a pensar en la importancia de los bancos en la vida de las personas. En cómo dependemos inevitablemente no sólo de sus horarios y de sus impuestos y de sus habilidades para la cobranza, sino también de sus errores. Y con la sed de venganza que me embargó, me sentí una hormiga en medio de la jungla. No hay nada por hacer, sentencié.

Al final he llegado a la conclusión de que el fraude no fue hecho por un “clonador” o un ratero monse. ¿Con qué motivo me depositaría un dinero para retirar sólo la mitad? El “choro”, el vivazo, proviene del mismo banco. Un trabajador ambicioso encontró un dinero extra, perdido por algún otro colega suyo en un acto de imbecibilidad, y lo colocó en la primera cuenta que encontró (me niego a aceptar que haya escogido la mía adrede), para luego, conocedor de códigos y contraseñas, hacer el retiro caleta. No me sorprendería que la misma señorita nerviosona que me mintió por teléfono obligándome a salir de mi cama por la mañana del sábado mientras ella dormía sin ningún tipo de remordimiento, esté involucrada en la faena. Sea cual sea el caso, la “aventura” que han tenido conmigo es muy grave, y habla muy mal de un banco ¿prestigioso? como el BCP.

En cuestión de 48 horas estuve en el cielo por la dicha de haber sido bendecido con un dinero extra y en el infierno de los trámites absurdos y la poca predisposición de ayuda. Lo jodido de los bancos es la habilidad de sus trabajadores de “pelotearte” de mano en mano, de teléfono en teléfono, de ventanilla en ventanilla con la clara misión de no comprometerse contigo. Uy, te entiendo, te dice uno, pero no te puedo ayudar, te comunico con otro. Y ese otro, lo mismo. Qué sarta de ineficientes.

No fue difícil, entonces, remontarme a la anécdota del inicio de este relato. No fue difícil acordarme de mi amigo y de lo mal que nos sentimos, en público y sobre todo en privado, por no haber sido escogidos para trabajar en el BCP. Ahora le puedo decir que nos chotearon por que vieron mucha honestidad en nuestros rostros y actitudes, y que si no estamos hasta ahorita vestidos de terno y corbata en las vacías y embusteras oficinas de los bancos es porque nuestra esencia, incomprendida y relajada, no tiene nada que contarle a la ineficiencia.
Mi amigo y yo seguimos soñando con algún proyecto juntos. Nos reunimos a veces y (siempre) prometemos pronto novedades. Aún trabajamos en zapatillas y despreciamos a la burocracia, y nuestras reuniones “laborales” siguen desembocando en carcajadas y tragaderas. Lo triste es que a la hora de pagar, lo hacemos con tarjeta.