Este texto le rinde homenaje a los futbolistas que por una u otra razón, no rindieron lo que se esperaba de ellos. Hay algunos ejemplos discutibles, otros que son un consenso. En todo caso están los que alguna vez, con su talento o su poder mediático, me ilusionaron en vano. Está dedicado a todos mis amigos peloteros. Todos ellos unas promesas incumplidas.
Los consagrados:
El dribleador de emociones
Antes de que Ronaldinho sorprenda con sus amagues de fantasía o que Cristiano Ronaldo deslumbre al mundo con sus bicicletas, hubo un jugador que hizo del fútbol una connotación del malabarismo. Se hacía llamar Denilson y era brasilero. Contemporáneo de Ronaldo, supo protagonizar en su momento el fichaje más caro del mundo en la temporada 98-99, cuando aterrizó en el Betis de Sevilla. Nunca colmó las expectativas. Con la camiseta de su selección, fue protagonista en el título de la Copa América en Bolivia 97, pero luego sus actuaciones se fueron diluyendo. Ni siquiera su presencia en el fantástico equipo brasileño del Mundial de Francia 98 será recordada amablemente. Denilson fue una estrella fugaz. Hábil como pocos para dejar desparramados y humillados a los rivales, cuando le tocó ser efectivo, cuando le llegó la hora de ponerse un equipo al hombro, decepcionó y decepcionó. En el Betis jamás se olvidarán de él. El fichaje que los hizo soñar con títulos y consagraciones internacionales los terminó hundiendo en reproches y silbatinas; y una larga racha de frustraciones que se coronaría incluso años después con el descenso. Denilson jugó luego en Francia, Arabia Saudita y Estados Unidos sin cambiar su suerte. Retornó a Brasil en búsqueda de afecto popular y tampoco destacó. Lo último que se supo de él fue que anduvo por el fútbol de Vietnam, haciendo gala de su pasado para cerrar contratos millonarios hasta el final de su carrera. Las lesiones lo terminaron por hundir hace poco, a los 32 años. Una lástima. No hubiese sido raro tenerlo como protagonista de las portadas de diciembre a enero, publicitando su llegada, con bombos y platillos, a algún equipo “grande” de nuestro alicaído fútbol. Eso sí, para mí y todos los futboleros de mi generación, esa bendita e imposible jugada que venera Cristiano Ronaldo, de mover los pies por encima del balón y burlar rivales sin tocarlo, está inmortalizada como “la de Denilson”.
La tetera negra
Los juegos olímpicos no le llegan ni a los tobillos al Mundial, pero hubo un año en el que el fútbol fue protagonista de las olimpiadas, y logró captar televidentes casi a la par de la Copa del Mundo. Fue en Atlanta 96, cuando por Sudamérica participaron Brasil, abanderado por Ronaldo, y la Argentina de la fantástica generación de Orteguita, Crespo y el “Piojo” López. La medalla de oro tenía que caer en uno de estos dos equipazos. Pero el campeón vino de África. Liderados por el extraordinario Nwankwo Kanu, Nigeria dio la sorpresa, eliminando en semifinales al “Scratch”, y en la final derrotando a Argentina con un gol en el último minuto. Kanu fue en ese entonces el mejor del mundo. Desplazó a Ronaldo incluso. Era un jugador atípico, pues medía casi dos metros. Pero el ardid de su juego estaba a ras del suelo. Poseedor de una técnica exquisita, con olfato goleador y solidario. Un crack. Apareció en el Ajax de Holanda y luego de su mentada participación en Atlanta 96 lo compró el Inter de Italia. Un problema en el corazón casi acaba con su carrera, pero logró sobreponerse. Volvió al fútbol para beneplácito de los que lo amábamos, aunque jamás fue el mismo. Ni en el Arsenal fantástico de Wenger, donde nunca se ganó la titularidad. Ni en su selección. Luego de pasar desapercibido de la óptica mundial del fútbol, apareció a cuentagotas en el Portsmouth inglés, equipo en el que juega hasta hoy. A veces dan ganas de verlo, pero su lejanía con aquel morocho de bigotes pálidos que festejaba transformándose en una enorme tetera sus golazos, hacen que uno cambie de canal. Kanu pintaba para refuerzo rimbombante del Real Madrid cuando apareció en el fútbol. Hoy, a los 33 años, es un master en actividad.
El ídolo ingles
Roberto Ayala hasta hoy debe tener pesadillas con el partido por octavos de final en el Mundial de Francia 98 entre su Argentina e Inglaterra. Aunque aquella vez el triunfo fue albiceleste, Ayala pasó a la historia porque sufrió la fractura emocional de su cintura al ser amagado por un petizo de dieciocho años que respondía al nombre de Michael Owen. Ese fue el inicio de la que sería, según vaticinio de todo conocedor del buen fútbol, la brillante carrera del futuro crack inglés. Owen estaba destinado a ser el hombre orquesta de la Inglaterra campeona del mundo luego del lejano 66. Eso jamás ocurrió. Pese a varios buenos partidos con el Liverpool inglés, y uno que otro gol vestido con los colores de su país, Owen jamás se sacó de encima la chapa de ser una promesa. Nunca despegó. Y aunque tuvo siempre la suerte de su lado en cuanto a poder mediático (recordemos su sonada transferencia al Real Madrid), el Liverpool volvió a ser gigante una vez que él abandonó el equipo. Después las lesiones terminaron por desligarlo de la simpatía del hincha. Llegó al Newcastle, club con el que descendió la temporada pasada. Y hoy tiene una nueva oportunidad (acaso esperando su despegue a los 30 años) en el Manchester United, equipo que le ha dado la camiseta número 7 (sí, la de Cristiano Ronaldo, Beckham y Cantoná). Para muestra de lo que es Owen es cuestión de consultarle a Konami, la empresa líder en videojuegos peloteros. Owen ha sido siempre en el Play Station un modelo de lo que pudo haber sido en el césped. Veloz y goleador. No confío en una buena etapa suya en el Manchester, ya le perdí la paciencia. Pero en el Winning, a Owen dámelo siempre.
El “Puma” merengue
El Real Madrid, acostumbrado a comprar siempre a lo mejor del mercado, en la temporada 1999-2000 se adjudicó de los servicios de Nicolás Anelka. El “Puma” venía de grandes campañas en el Arsenal de Inglaterra, donde fue ídolo. Y por su porte de boxeador y su extraordinaria precisión en el área, era fácil imaginarlo como el delantero potente que le faltaba al Madrid, su hombre gol. En síntesis, un calco (o una aproximación) a lo que había sido Ronaldo algunas temporadas atrás en el Barcelona. No fue así. Habitualmente relegado a la suplencia por el cumplidor Fernando Morientes, el paso de Anelka por la entidad blanca (aunque coronado con la Champions del 2000) pasó rápidamente al olvido. La carrera del “Puma” tuvo un tremendo bajón. El PSG de Francia, el Manchester City y el Fenerbache de Turquía fueron los clubes donde intentó en vano reposicionarse como un delantero A1. Luego de un resurgimiento en el Bolton de la Premier League, fue fichado por el Chelsea. Anelka en ese club, reconociendo su lugar como atacante de un nivel secundario, ha adoptado la postura que más le conviene hoy: ser actor de reparto. En el Chelsea matan por Drogba. El “Puma” es el delantero que de vez en cuando les regala un hat-trick, pero a la hora de la hora, falla un penal decisivo.
Los efímeros:
El “angelito” de Madrid
En un fútbol tan comercial y globalizado como el de hoy es difícil valorar a los ídolos. Terminan siendo reemplazados al primer error, o resistidos por la hinchada. Más difícil se pone la cosa si el ídolo es un delantero. El Real Madrid podrá ser el equipo más derrochador de la historia en cuanto a fichajes se refiere, pero ha sabido mantener en un alto pedestal a su jugador emblema: Raúl. A inicios de esta década corrió el rumor de que aparecería el heredero de Raúl, y que llegaría de las divisiones menores del club. El señalado era Javier Portillo, un atacante eficiente que superó todos los récords del fútbol infantil con la casquilla merengue. Dicen que anotó más de 700 goles, y eso fue suficiente para que el madridismo se ilusione con su “nuevo Raúl”. Nunca pasó nada. Portillo jamás se ganó la titularidad, y fue perdiendo peso en el plantel hasta que terminó (luego de un paso fugaz por la Florentina) en el Gimnastic, equipo con el que perdió la categoría, y posteriormente en el Osasuna. Alguna vez fue portada por su look atrevido y por sus ganas ventiladas de superar a Raúl. Hoy pasa desapercibido en la Liga de las estrellas. Pobre, Portillo no la tuvo fácil. Estamos hablando de Raúl, un crack que supo dar siempre un poco más que los delanteros que le trajeron para desterrarlo. Y en esa índole mencionamos a Anelka, Owen, Ronaldo, Van Nistelrooy, Huntelaar. ¿Portillo? Hasta por acá suenan las carcajadas de Raúl.
Guillermo hay uno sólo
Carlitos Bianchi lo calificó como el mejor jugador del Boca Juniors que ganó el título argentino en 1998. Y es que Adrián Guillermo, el popular “Escobillón”, resolvió partidos claves con su inclusión desde el banco de suplentes. Delante de él estaban los mentados Martín Palermo y Guillermo Barros Schelotto, y se tuvo que comer sin reclamos la suplencia. Pese a eso, sus amagues y su veloz desborde eran reconocidos por la hinchada xeneise. Cuando fue convocado a una selección sub 20 de Argentina sufrió la rotura del ligamento cruzado de su rodilla derecha. Entre Boca y la selección se echaban la culpa. Al final corrió el rumor de que se había lesionado jugando en su barrio. “Escobillón” se quedará en la retina de todos los que disfrutamos con ese Boca de Bianchi que recién empezaba a gritarle al mundo su poderío. Tiempo después de ese 98 se consagrarían y no pararían en una bendita racha de ganar campeonatos hasta hoy. Claro, sin “Escobillón” en el plantel. Tal vez le jugó mal el apellido. Guillermo en Boca es y será siempre el mellizo Barros Schelotto.
Los nuestros:
El diablo de la botella
En el Perú somos especialistas en ensalzar a las promesas. Llenarlos de portadas y elogios para después disfrutar de su caída. Hay muchísimos ejemplos de futbolistas que aparecieron como futuros cracks y terminaron en el olvido. Se me viene a la cabeza el “Diablo” Carazas por ejemplo. Un jugador que se “encontró” el “Puma” Carranza en una pichanga de barrio y se lo llevó a la “U”. En ese equipo destacó en una Copa Libertadores ante los uruguayos, y hasta llegó a la selección que jugó la Copa América de Bolivia 97. Luego la carrera del “Diablo” se fue diluyendo. Aunque tuvo un afortunado desliz por el Belgrano de Córdoba, su nivel bajó hasta que caló (entiendo que hasta hoy) en equipos de Segunda. Dicen que siempre fue “amigo” de la bebida y la mala noche.
Los “Potrillos” cremas
La “U” del 98 se consagró campeón gracias al trabajo de Osvaldo Piazza con los juveniles. De ese plantel salieron prospectos de cracks que terminaron apagándose. Hoy nadie se acuerda de Cotito o de Matellini, habituales piezas de recambio. Y la carrera de “Machito” Gómez o “Pompo” Cordero ha tenido mucho más bajos que altos. Hubo una época en la que Alfredo Gonzáles soñó con venderlos al extranjero y hacerse millonario. Hoy los tiene que padecer cuando de vez en cuando, si les toca enfrentar a la “U” con sus equipos de provincia, sacan a relucir un poquito del talento que alguna vez ilusionó a la fanaticada merengue.
El agrandado
El caso más reciente y por eso no menos patético es el de Reimond Manco. Estandarte principal de la selección sub 17 de “los Jotitas”, adoptó demasiado rápido las malas mañas de los futbolistas de nuestro país. No tenía ni cuatro partidos en Primera y ya se comportaba como consagrado. Fue vendido al PSV de Holanda, y en ese club, que alguna vez supo idolatrar a la “Foquita” Farfán, nunca se acomodó. Hoy anda lesionado y desmotivado. Aún no llega ni a los 10 partidos en Primera pero ya viste “Dolce & Gabana”, maneja un carrazo y mete mujeres a la concentración. Una vergüenza.
El mío:
Aparecer a los 16 años en la selección de tu país. Jugar una Copa América a esa edad y ser figura. Anotarle un golazo a Argentina. Ser vendido al Parma de Italia. Todo eso le pasó a Jhonier Montaño, actual jugador del Alianza Lima. Es uno de los tantos volantes ofensivos que han tenido que cargar con la responsabilidad de suplantar al “Pibe” Carlos Valderrama en Colombia. Y así como Mayer Candelo, Giovanni Hernández o el “Mao” Molina, se quedó en el camino. Jhonier desapareció de la retina del hincha mundial hace tiempo, y recaló en el Sport Boys del 2007 para resurgir de las tinieblas. Literalmente. Hoy lo soportamos en Alianza Lima, anhelando ver a aquel muchachito revelación de una Copa América, y muy de vez en cuando, disfrutamos de la exquisitez de su zurda. Montaño, para mí, aún hoy es una promesa incumplida.
El dribleador de emociones
Antes de que Ronaldinho sorprenda con sus amagues de fantasía o que Cristiano Ronaldo deslumbre al mundo con sus bicicletas, hubo un jugador que hizo del fútbol una connotación del malabarismo. Se hacía llamar Denilson y era brasilero. Contemporáneo de Ronaldo, supo protagonizar en su momento el fichaje más caro del mundo en la temporada 98-99, cuando aterrizó en el Betis de Sevilla. Nunca colmó las expectativas. Con la camiseta de su selección, fue protagonista en el título de la Copa América en Bolivia 97, pero luego sus actuaciones se fueron diluyendo. Ni siquiera su presencia en el fantástico equipo brasileño del Mundial de Francia 98 será recordada amablemente. Denilson fue una estrella fugaz. Hábil como pocos para dejar desparramados y humillados a los rivales, cuando le tocó ser efectivo, cuando le llegó la hora de ponerse un equipo al hombro, decepcionó y decepcionó. En el Betis jamás se olvidarán de él. El fichaje que los hizo soñar con títulos y consagraciones internacionales los terminó hundiendo en reproches y silbatinas; y una larga racha de frustraciones que se coronaría incluso años después con el descenso. Denilson jugó luego en Francia, Arabia Saudita y Estados Unidos sin cambiar su suerte. Retornó a Brasil en búsqueda de afecto popular y tampoco destacó. Lo último que se supo de él fue que anduvo por el fútbol de Vietnam, haciendo gala de su pasado para cerrar contratos millonarios hasta el final de su carrera. Las lesiones lo terminaron por hundir hace poco, a los 32 años. Una lástima. No hubiese sido raro tenerlo como protagonista de las portadas de diciembre a enero, publicitando su llegada, con bombos y platillos, a algún equipo “grande” de nuestro alicaído fútbol. Eso sí, para mí y todos los futboleros de mi generación, esa bendita e imposible jugada que venera Cristiano Ronaldo, de mover los pies por encima del balón y burlar rivales sin tocarlo, está inmortalizada como “la de Denilson”.
La tetera negra
Los juegos olímpicos no le llegan ni a los tobillos al Mundial, pero hubo un año en el que el fútbol fue protagonista de las olimpiadas, y logró captar televidentes casi a la par de la Copa del Mundo. Fue en Atlanta 96, cuando por Sudamérica participaron Brasil, abanderado por Ronaldo, y la Argentina de la fantástica generación de Orteguita, Crespo y el “Piojo” López. La medalla de oro tenía que caer en uno de estos dos equipazos. Pero el campeón vino de África. Liderados por el extraordinario Nwankwo Kanu, Nigeria dio la sorpresa, eliminando en semifinales al “Scratch”, y en la final derrotando a Argentina con un gol en el último minuto. Kanu fue en ese entonces el mejor del mundo. Desplazó a Ronaldo incluso. Era un jugador atípico, pues medía casi dos metros. Pero el ardid de su juego estaba a ras del suelo. Poseedor de una técnica exquisita, con olfato goleador y solidario. Un crack. Apareció en el Ajax de Holanda y luego de su mentada participación en Atlanta 96 lo compró el Inter de Italia. Un problema en el corazón casi acaba con su carrera, pero logró sobreponerse. Volvió al fútbol para beneplácito de los que lo amábamos, aunque jamás fue el mismo. Ni en el Arsenal fantástico de Wenger, donde nunca se ganó la titularidad. Ni en su selección. Luego de pasar desapercibido de la óptica mundial del fútbol, apareció a cuentagotas en el Portsmouth inglés, equipo en el que juega hasta hoy. A veces dan ganas de verlo, pero su lejanía con aquel morocho de bigotes pálidos que festejaba transformándose en una enorme tetera sus golazos, hacen que uno cambie de canal. Kanu pintaba para refuerzo rimbombante del Real Madrid cuando apareció en el fútbol. Hoy, a los 33 años, es un master en actividad.
El ídolo ingles
Roberto Ayala hasta hoy debe tener pesadillas con el partido por octavos de final en el Mundial de Francia 98 entre su Argentina e Inglaterra. Aunque aquella vez el triunfo fue albiceleste, Ayala pasó a la historia porque sufrió la fractura emocional de su cintura al ser amagado por un petizo de dieciocho años que respondía al nombre de Michael Owen. Ese fue el inicio de la que sería, según vaticinio de todo conocedor del buen fútbol, la brillante carrera del futuro crack inglés. Owen estaba destinado a ser el hombre orquesta de la Inglaterra campeona del mundo luego del lejano 66. Eso jamás ocurrió. Pese a varios buenos partidos con el Liverpool inglés, y uno que otro gol vestido con los colores de su país, Owen jamás se sacó de encima la chapa de ser una promesa. Nunca despegó. Y aunque tuvo siempre la suerte de su lado en cuanto a poder mediático (recordemos su sonada transferencia al Real Madrid), el Liverpool volvió a ser gigante una vez que él abandonó el equipo. Después las lesiones terminaron por desligarlo de la simpatía del hincha. Llegó al Newcastle, club con el que descendió la temporada pasada. Y hoy tiene una nueva oportunidad (acaso esperando su despegue a los 30 años) en el Manchester United, equipo que le ha dado la camiseta número 7 (sí, la de Cristiano Ronaldo, Beckham y Cantoná). Para muestra de lo que es Owen es cuestión de consultarle a Konami, la empresa líder en videojuegos peloteros. Owen ha sido siempre en el Play Station un modelo de lo que pudo haber sido en el césped. Veloz y goleador. No confío en una buena etapa suya en el Manchester, ya le perdí la paciencia. Pero en el Winning, a Owen dámelo siempre.
El “Puma” merengue
El Real Madrid, acostumbrado a comprar siempre a lo mejor del mercado, en la temporada 1999-2000 se adjudicó de los servicios de Nicolás Anelka. El “Puma” venía de grandes campañas en el Arsenal de Inglaterra, donde fue ídolo. Y por su porte de boxeador y su extraordinaria precisión en el área, era fácil imaginarlo como el delantero potente que le faltaba al Madrid, su hombre gol. En síntesis, un calco (o una aproximación) a lo que había sido Ronaldo algunas temporadas atrás en el Barcelona. No fue así. Habitualmente relegado a la suplencia por el cumplidor Fernando Morientes, el paso de Anelka por la entidad blanca (aunque coronado con la Champions del 2000) pasó rápidamente al olvido. La carrera del “Puma” tuvo un tremendo bajón. El PSG de Francia, el Manchester City y el Fenerbache de Turquía fueron los clubes donde intentó en vano reposicionarse como un delantero A1. Luego de un resurgimiento en el Bolton de la Premier League, fue fichado por el Chelsea. Anelka en ese club, reconociendo su lugar como atacante de un nivel secundario, ha adoptado la postura que más le conviene hoy: ser actor de reparto. En el Chelsea matan por Drogba. El “Puma” es el delantero que de vez en cuando les regala un hat-trick, pero a la hora de la hora, falla un penal decisivo.
Los efímeros:
El “angelito” de Madrid
En un fútbol tan comercial y globalizado como el de hoy es difícil valorar a los ídolos. Terminan siendo reemplazados al primer error, o resistidos por la hinchada. Más difícil se pone la cosa si el ídolo es un delantero. El Real Madrid podrá ser el equipo más derrochador de la historia en cuanto a fichajes se refiere, pero ha sabido mantener en un alto pedestal a su jugador emblema: Raúl. A inicios de esta década corrió el rumor de que aparecería el heredero de Raúl, y que llegaría de las divisiones menores del club. El señalado era Javier Portillo, un atacante eficiente que superó todos los récords del fútbol infantil con la casquilla merengue. Dicen que anotó más de 700 goles, y eso fue suficiente para que el madridismo se ilusione con su “nuevo Raúl”. Nunca pasó nada. Portillo jamás se ganó la titularidad, y fue perdiendo peso en el plantel hasta que terminó (luego de un paso fugaz por la Florentina) en el Gimnastic, equipo con el que perdió la categoría, y posteriormente en el Osasuna. Alguna vez fue portada por su look atrevido y por sus ganas ventiladas de superar a Raúl. Hoy pasa desapercibido en la Liga de las estrellas. Pobre, Portillo no la tuvo fácil. Estamos hablando de Raúl, un crack que supo dar siempre un poco más que los delanteros que le trajeron para desterrarlo. Y en esa índole mencionamos a Anelka, Owen, Ronaldo, Van Nistelrooy, Huntelaar. ¿Portillo? Hasta por acá suenan las carcajadas de Raúl.
Guillermo hay uno sólo
Carlitos Bianchi lo calificó como el mejor jugador del Boca Juniors que ganó el título argentino en 1998. Y es que Adrián Guillermo, el popular “Escobillón”, resolvió partidos claves con su inclusión desde el banco de suplentes. Delante de él estaban los mentados Martín Palermo y Guillermo Barros Schelotto, y se tuvo que comer sin reclamos la suplencia. Pese a eso, sus amagues y su veloz desborde eran reconocidos por la hinchada xeneise. Cuando fue convocado a una selección sub 20 de Argentina sufrió la rotura del ligamento cruzado de su rodilla derecha. Entre Boca y la selección se echaban la culpa. Al final corrió el rumor de que se había lesionado jugando en su barrio. “Escobillón” se quedará en la retina de todos los que disfrutamos con ese Boca de Bianchi que recién empezaba a gritarle al mundo su poderío. Tiempo después de ese 98 se consagrarían y no pararían en una bendita racha de ganar campeonatos hasta hoy. Claro, sin “Escobillón” en el plantel. Tal vez le jugó mal el apellido. Guillermo en Boca es y será siempre el mellizo Barros Schelotto.
Los nuestros:
El diablo de la botella
En el Perú somos especialistas en ensalzar a las promesas. Llenarlos de portadas y elogios para después disfrutar de su caída. Hay muchísimos ejemplos de futbolistas que aparecieron como futuros cracks y terminaron en el olvido. Se me viene a la cabeza el “Diablo” Carazas por ejemplo. Un jugador que se “encontró” el “Puma” Carranza en una pichanga de barrio y se lo llevó a la “U”. En ese equipo destacó en una Copa Libertadores ante los uruguayos, y hasta llegó a la selección que jugó la Copa América de Bolivia 97. Luego la carrera del “Diablo” se fue diluyendo. Aunque tuvo un afortunado desliz por el Belgrano de Córdoba, su nivel bajó hasta que caló (entiendo que hasta hoy) en equipos de Segunda. Dicen que siempre fue “amigo” de la bebida y la mala noche.
Los “Potrillos” cremas
La “U” del 98 se consagró campeón gracias al trabajo de Osvaldo Piazza con los juveniles. De ese plantel salieron prospectos de cracks que terminaron apagándose. Hoy nadie se acuerda de Cotito o de Matellini, habituales piezas de recambio. Y la carrera de “Machito” Gómez o “Pompo” Cordero ha tenido mucho más bajos que altos. Hubo una época en la que Alfredo Gonzáles soñó con venderlos al extranjero y hacerse millonario. Hoy los tiene que padecer cuando de vez en cuando, si les toca enfrentar a la “U” con sus equipos de provincia, sacan a relucir un poquito del talento que alguna vez ilusionó a la fanaticada merengue.
El agrandado
El caso más reciente y por eso no menos patético es el de Reimond Manco. Estandarte principal de la selección sub 17 de “los Jotitas”, adoptó demasiado rápido las malas mañas de los futbolistas de nuestro país. No tenía ni cuatro partidos en Primera y ya se comportaba como consagrado. Fue vendido al PSV de Holanda, y en ese club, que alguna vez supo idolatrar a la “Foquita” Farfán, nunca se acomodó. Hoy anda lesionado y desmotivado. Aún no llega ni a los 10 partidos en Primera pero ya viste “Dolce & Gabana”, maneja un carrazo y mete mujeres a la concentración. Una vergüenza.
El mío:
Aparecer a los 16 años en la selección de tu país. Jugar una Copa América a esa edad y ser figura. Anotarle un golazo a Argentina. Ser vendido al Parma de Italia. Todo eso le pasó a Jhonier Montaño, actual jugador del Alianza Lima. Es uno de los tantos volantes ofensivos que han tenido que cargar con la responsabilidad de suplantar al “Pibe” Carlos Valderrama en Colombia. Y así como Mayer Candelo, Giovanni Hernández o el “Mao” Molina, se quedó en el camino. Jhonier desapareció de la retina del hincha mundial hace tiempo, y recaló en el Sport Boys del 2007 para resurgir de las tinieblas. Literalmente. Hoy lo soportamos en Alianza Lima, anhelando ver a aquel muchachito revelación de una Copa América, y muy de vez en cuando, disfrutamos de la exquisitez de su zurda. Montaño, para mí, aún hoy es una promesa incumplida.