A Pende, Luquillas, Rafo y Yorch, quienes en este largo período de ausencia, me reclamaron hasta enfadados mi abandono a la conciencia. Ojo, texto machista. Mujeres abstenerse, por si las moscas.
Alguna vez un futuro cineasta me comentó que para él era básico en una película que la protagonista femenina sea muy atractiva. Que sea linda, me dijo, genera química con el espectador. Hace unos días fui al cine a ver “La felicidad trae suerte”. Un film que tiene como protagonista a una mujer. En teoría, a un personaje adorable. No la soporté. La dosis de belleza falló. Y fue más fácil notar su extrema delgadez, el disonante ritmo de su risa, su poco agraciada encía. Recordé a mi amigo cineasta.
Luego de hacer un breve repaso por las mujeres que me han conquistado en la pantalla grande (liderando el ranking, y perdón por la franqueza, la mágica Cameron Díaz) llegué a la conclusión de que la belleza de la mujer se vuelve incluso más importante en las series de televisión. Muchas veces es un factor determinante para volver a ver un capítulo pese a que la trama no es del todo buena. Y en mi vida hay casos clarísimos, como “Verano del 98” por María Celeste Cid o “Rebelde Way” por Luisana Lopilato, la inolvidable Mía, que logró un consenso en el apogeo de la serie en el Perú: todos los hombres la amábamos.
Pero hay ocasiones en que el contenido de la serie supera a cualquier protagonista, y en el camino, gracias a su desempeño, terminamos templados de una mujer sin que sea necesariamente una top model. Ahí triunfa el talento. Y el desenlace es parecido al amor: creemos que la actriz es en la vida real como su personaje, y la queremos para nosotros.
Me ha pasado en tres distintas etapas de mi vida. Con tres series televisivas. Con tres mujeres protagonistas. La historia se confabula de la misma manera: seguir a la multitud y engancharse tarde a un éxito televisivo, disfrutar de la trama, conocer a la protagonista, someternos a ella hasta el punto de sentir celos cuando un pobre diablo alcanza sus labios.
Yo me sumé a la apoteósica cantidad de fanáticos de Friends una tarde de finales del 2000, cuando el sexteto más popular de los noventas alborotaba las noches del mundo entero. Y recuerdo que antes de que surja el idilio, Jennifer Aniston era para mí una rubia común y corriente, de cabeza algo más grande de lo normal y voz chillona que no duraba ni dos segundos en mi televisor. Hoy reto a cualquiera a competir por quién anticipa más rápido sus intervenciones en los archirepetidos pero imprescindibles capítulos de su serie. A Rachel la amaré eternamente. Y con Jennifer Aniston seré un juez implacable al momento de calificar si valen o no la pena sus eventuales parejas en cuanta película aparezca, con un régimen que ni siquiera Matt LeBlanc pudo superar cuando a los guionistas de Friends se les ocurrió que Joey podría conquistar a Rachel.
Pero mi primer amor de pantalla fue otro. Y ocurrió en el despertar de mi adolescencia, cuando las chicas del mundo real empezaban a llenar de baches mi corazón. Yo me moría por tener una novia, y quería a la de Paul Buchman. Helen Hunt hacía el papel de Jamie en la fabulosa “Mad About You”. Yo la veía todas las noches antes de dormir por el canal 5, y fue la primera mujer que me conquistó por su carisma. Jamie no poseía un rostro hermoso. Tampoco un cuerpo escultural. Pero era fundamentalmente adorable. Tierna, graciosa, sarcástica y cruel. En ese entonces, a la chica que me volvía loco en mi mundillo adolescente la veía parecida a Helen Hunt, y fantaseaba con una relación con ella tan chévere como la de Paul y Jamie. Quería que me extrañe cuando me vaya de viaje y que no soporte una fiesta sin mí, como ellos. Quería un Murray como mascota antes que a un hijo. Quería ser cineasta y enloquecer deliciosamente por mi propia Helen Hunt.
Vaya que estoy viejo. Las series han variado de tónica. Las relaciones de pareja ya no venden. Tampoco los grupos de amigos perfectos en las orillas de una cafetería. Hoy lideran la audiencia éxitos como “24”, “Prison Break” o “Héroes”, programas que me rehúso a seguir por mera flojera. Hoy están de moda las series ambientadas en hospitales, que no hacen más que recordarme que algún día moriré, y rescatando a “Scrubs”, no las tolero. Hoy es la voz carcajearse por disfuncionales antihéroes como el gran Charlie en “Two And a Half Men”, o sacarle le lengua a la nostalgia para descubrir algún detalle nuevo en el eterno “Seinfeld”.
Pero dentro de los modernos éxitos también hay espacio para el amor. Hoy mi mujer inalcanzable favorita no está inmersa en una mágica relación de pareja. Tampoco es la mesera más sexy de la historia de las cafeterías. Hoy mi chica preferida tiene la mirada esquiva y es una oda al relajo mientras pasa la vida vendiendo marihuana. Se llama Nancy Botwin y en la vida real la conocen como Mary-Louise Parker. Es la protagonista de una serie llamada “Weeds”, que una tarde de domingo, similar a las de Agrestic, barrio ficticio donde viven los Botwin, encontré junto a mi novia en algún canal de cable. Como los tiempos han cambiado también en la velocidad, seguimos el desenlace desde sus inicios gracias a la magia de la piratería de nuestro país y a un dvd que de vez en cuando ronca. Así hemos pasado temporada tras temporada en maratónicas jornadas de fin de semana, mientras Nancy me conquistaba con muecas indescifrables y una voz como la hierba, apacible y embustera.
Mi idilio con “Weeds” me deja como a los ancianos frente al Internet. Ya no sé qué esperar. Si mi actual chica inalcanzable vende hierba para sobrevivir a la viudez y lo hace magistralmente, cómo será la próxima. Nancy, como Rachel, y a diferencia de Jamie, tiene sexo con muchos hombres. Ese fue el primer avance. El primer cambio. Lo que es menester de la protagonista de “Weeds” es su capacidad de involucrarse con hombres casados, con negros, o con latinos perversos. Y según avanzan las temporadas se vuelve más promiscua. Para beneplácito de sus fanáticos, incluso, ya ha aparecido con las tetas al aire. Cuánto hubiésemos dado por gozar con los pechos de Rachel. A Nancy la queremos todos. Y sus encantos alcanzan hasta a su cuñado, que la observa con voracidad morbosa; o a su hijo menor, que le dedica no pocas masturbaciones a antiguas fotografías que la muestran desnuda.
Hubo una época en la que soñaba con hacer las típicas cosas de pareja con una chica que me volvía loco. Luego deseé con controlada morbosidad tener sexo con una “amiga” en una cafetería. Hoy quiero tocarle la puerta a la “dealer” más hermosa del mundo, y si me lo permite, alucinar el futuro juntos.
Luego de hacer un breve repaso por las mujeres que me han conquistado en la pantalla grande (liderando el ranking, y perdón por la franqueza, la mágica Cameron Díaz) llegué a la conclusión de que la belleza de la mujer se vuelve incluso más importante en las series de televisión. Muchas veces es un factor determinante para volver a ver un capítulo pese a que la trama no es del todo buena. Y en mi vida hay casos clarísimos, como “Verano del 98” por María Celeste Cid o “Rebelde Way” por Luisana Lopilato, la inolvidable Mía, que logró un consenso en el apogeo de la serie en el Perú: todos los hombres la amábamos.
Pero hay ocasiones en que el contenido de la serie supera a cualquier protagonista, y en el camino, gracias a su desempeño, terminamos templados de una mujer sin que sea necesariamente una top model. Ahí triunfa el talento. Y el desenlace es parecido al amor: creemos que la actriz es en la vida real como su personaje, y la queremos para nosotros.
Me ha pasado en tres distintas etapas de mi vida. Con tres series televisivas. Con tres mujeres protagonistas. La historia se confabula de la misma manera: seguir a la multitud y engancharse tarde a un éxito televisivo, disfrutar de la trama, conocer a la protagonista, someternos a ella hasta el punto de sentir celos cuando un pobre diablo alcanza sus labios.
Yo me sumé a la apoteósica cantidad de fanáticos de Friends una tarde de finales del 2000, cuando el sexteto más popular de los noventas alborotaba las noches del mundo entero. Y recuerdo que antes de que surja el idilio, Jennifer Aniston era para mí una rubia común y corriente, de cabeza algo más grande de lo normal y voz chillona que no duraba ni dos segundos en mi televisor. Hoy reto a cualquiera a competir por quién anticipa más rápido sus intervenciones en los archirepetidos pero imprescindibles capítulos de su serie. A Rachel la amaré eternamente. Y con Jennifer Aniston seré un juez implacable al momento de calificar si valen o no la pena sus eventuales parejas en cuanta película aparezca, con un régimen que ni siquiera Matt LeBlanc pudo superar cuando a los guionistas de Friends se les ocurrió que Joey podría conquistar a Rachel.
Pero mi primer amor de pantalla fue otro. Y ocurrió en el despertar de mi adolescencia, cuando las chicas del mundo real empezaban a llenar de baches mi corazón. Yo me moría por tener una novia, y quería a la de Paul Buchman. Helen Hunt hacía el papel de Jamie en la fabulosa “Mad About You”. Yo la veía todas las noches antes de dormir por el canal 5, y fue la primera mujer que me conquistó por su carisma. Jamie no poseía un rostro hermoso. Tampoco un cuerpo escultural. Pero era fundamentalmente adorable. Tierna, graciosa, sarcástica y cruel. En ese entonces, a la chica que me volvía loco en mi mundillo adolescente la veía parecida a Helen Hunt, y fantaseaba con una relación con ella tan chévere como la de Paul y Jamie. Quería que me extrañe cuando me vaya de viaje y que no soporte una fiesta sin mí, como ellos. Quería un Murray como mascota antes que a un hijo. Quería ser cineasta y enloquecer deliciosamente por mi propia Helen Hunt.
Vaya que estoy viejo. Las series han variado de tónica. Las relaciones de pareja ya no venden. Tampoco los grupos de amigos perfectos en las orillas de una cafetería. Hoy lideran la audiencia éxitos como “24”, “Prison Break” o “Héroes”, programas que me rehúso a seguir por mera flojera. Hoy están de moda las series ambientadas en hospitales, que no hacen más que recordarme que algún día moriré, y rescatando a “Scrubs”, no las tolero. Hoy es la voz carcajearse por disfuncionales antihéroes como el gran Charlie en “Two And a Half Men”, o sacarle le lengua a la nostalgia para descubrir algún detalle nuevo en el eterno “Seinfeld”.
Pero dentro de los modernos éxitos también hay espacio para el amor. Hoy mi mujer inalcanzable favorita no está inmersa en una mágica relación de pareja. Tampoco es la mesera más sexy de la historia de las cafeterías. Hoy mi chica preferida tiene la mirada esquiva y es una oda al relajo mientras pasa la vida vendiendo marihuana. Se llama Nancy Botwin y en la vida real la conocen como Mary-Louise Parker. Es la protagonista de una serie llamada “Weeds”, que una tarde de domingo, similar a las de Agrestic, barrio ficticio donde viven los Botwin, encontré junto a mi novia en algún canal de cable. Como los tiempos han cambiado también en la velocidad, seguimos el desenlace desde sus inicios gracias a la magia de la piratería de nuestro país y a un dvd que de vez en cuando ronca. Así hemos pasado temporada tras temporada en maratónicas jornadas de fin de semana, mientras Nancy me conquistaba con muecas indescifrables y una voz como la hierba, apacible y embustera.
Mi idilio con “Weeds” me deja como a los ancianos frente al Internet. Ya no sé qué esperar. Si mi actual chica inalcanzable vende hierba para sobrevivir a la viudez y lo hace magistralmente, cómo será la próxima. Nancy, como Rachel, y a diferencia de Jamie, tiene sexo con muchos hombres. Ese fue el primer avance. El primer cambio. Lo que es menester de la protagonista de “Weeds” es su capacidad de involucrarse con hombres casados, con negros, o con latinos perversos. Y según avanzan las temporadas se vuelve más promiscua. Para beneplácito de sus fanáticos, incluso, ya ha aparecido con las tetas al aire. Cuánto hubiésemos dado por gozar con los pechos de Rachel. A Nancy la queremos todos. Y sus encantos alcanzan hasta a su cuñado, que la observa con voracidad morbosa; o a su hijo menor, que le dedica no pocas masturbaciones a antiguas fotografías que la muestran desnuda.
Hubo una época en la que soñaba con hacer las típicas cosas de pareja con una chica que me volvía loco. Luego deseé con controlada morbosidad tener sexo con una “amiga” en una cafetería. Hoy quiero tocarle la puerta a la “dealer” más hermosa del mundo, y si me lo permite, alucinar el futuro juntos.
Las mujeres son basicas para cualquier historia. Te imaginas la historia de tu vida sin una mujer? Te leo después de tiempo. Y lo hago con gusto.
ResponderEliminarPD: Rachel es insuperable, hasta ahorita la veo como sonso.