A los doctores de la Cid, para que me la "devuelvan" enterita.
La capacidad autodestructiva de algunos personajes públicos es tan o más fuerte que el talento o la suerte que los llevó a ser (re)conocidos. Nunca lo entenderé. ¿Por qué un actor en la flor de su edad y en el momento cumbre de su carrera decide inyectar a su cuerpo una dosis mortal de pastillas? ¿Qué obliga a un ex galán de diversos (y renombrados) shows televisivos a sumirse en el más patético alcoholismo? ¿Ser el mejor es insoportable? ¿O acaso mirar la fama en retrospectiva convierte al futuro en el infierno terrenal?
La depresión es la enfermedad de esta época, y los que siquiera mínimamente la hemos sufrido sabemos de su magnitud, pero que ocurra en gente que lo tiene todo me parece una de las grandes paradojas de la humanidad. ¿Qué compra la felicidad? A veces ni siquiera la salud (física, digamos) es el máximo tesoro. ¿Lo es el dinero? ¿El poder? ¿El sexo? Los actores, músicos y hasta deportistas que a menudo se suicidan llevan esa interrogante a dimensiones escalofriantes, y entonces la duda para mí cambia de giro: ¿Cómo una persona desequilibrada puede llegar a la fama? Qué mundo raro…
Hace unas horas mientras buscaba noticias por Internet me enteré del internamiento de Celeste Cid, una mujer argentina cuya belleza es incuestionable, con un rostro de porcelana y unos ojos inmensos que derretirían hasta al más gay de los gays. Ha llegado a la clínica por los problemas de siempre en la gente de la “farándula”: alcohol, depresión, mala alimentación. El tratamiento a seguir es casi idéntico al que tuvo que afrontar el gran Charly García, y su recuperación consiste en engordar diez kilos, no mirar televisión ni leer revistas, eliminar los hábitos nocturnos y alejarse de las malas influencias.
Según los medios argentinos, la enfermedad de Celeste sería la alcoholexia, una mezcla entre alcoholismo y anorexia. Además se habla de bipolaridad y de diversos intentos de suicidio. Increíble, Celeste Cid (Yoko en Verano del 98) no está conforme con su vida. No está conforme con su cuerpo. Ella no tiene 50 años para comprenderla y mencionar que el distanciamiento de sus mejores tiempos le ha golpeado el alma. Celeste Cid ha cumplido el pasado 19 de enero 25 años y está en la flor de su talento (acaba de filmar una película) y de su belleza.
¿Es tan difícil la fama? ¿Qué se siente saber que el 80 por ciento de tus semejantes darían su vida por estar en tu lugar? ¿Es tan terrible tener la certeza de que para muchísima gente, por más que en su anodina existencia no lograrán ni rozarte la mano, eres alguien especial? A Celeste Cid la “conocí” un verano, que no fue del 98, mientras veía pedacitos de la serie que la lanzó a la fama. El idilio fue casi automático, y compartido a escondidas con varios de mis amigos. Después, en mi primera experiencia laboral, su rostro me alegraba las mañanas como protector de pantalla, y cuando los nervios o el mal humor me sobrepasaban, su sonrisa me devolvía la calma. Luego he sabido de ella a cuenta gotas, pero siempre, cuando la ocasión lo ameritaba, la he sacado a relucir, sobre todo cuando en una conversación asomaba la palabra belleza.
Hoy que tengo una nueva oficina para llenar la rutina de nervios y malos humores, su foto no está más en mi pantalla.
A veces juego a imaginarme cómo sería mi vida si fuese famoso. No perdería la humildad, me digo. Jamás andaría deprimido, me consuelo. Tal vez no sea así. Tal vez les quitaría el saludo a mis amigos más genuinos. Tal vez me escondería a llorar o a emborracharme hastiado de las adulaciones. Siempre es duro (porque genera hasta rabia si se tiene en cuenta que uno se las arregla para ser feliz mientras se lucha por llegar a fin de mes en el anonimato) enterarte de gente famosa que se suicida o termina hospitalizada por una terrible adicción, pero es más llevadera la noticia cuando los caídos son ex famosos. Ex sex simbols. Ex actrices de renombre. Resulta incomprensible cuando se habla de Heath Ledger o de Kurt Cobain. Resulta incomprensible cuando la que se está matando es la chica por la que alguna vez dijiste: “esta es, no hay mujer más hermosa en el mundo”. Y te pones a pensar en qué tan difícil es ser el número uno. Y los entiendes, porque ser el mejor es llegar a la cima, y porque ser el mejor es tener que demostrárselo en cada momento a todo el mundo, a todos los anónimos. Y porque ser el mejor, sobre todo, es creerte esa frase a ti mismo. Y ni siquiera Celeste Cid le ha podido creer a su espejo todo lo que tarde, muy tarde, le estoy diciendo yo.
La depresión es la enfermedad de esta época, y los que siquiera mínimamente la hemos sufrido sabemos de su magnitud, pero que ocurra en gente que lo tiene todo me parece una de las grandes paradojas de la humanidad. ¿Qué compra la felicidad? A veces ni siquiera la salud (física, digamos) es el máximo tesoro. ¿Lo es el dinero? ¿El poder? ¿El sexo? Los actores, músicos y hasta deportistas que a menudo se suicidan llevan esa interrogante a dimensiones escalofriantes, y entonces la duda para mí cambia de giro: ¿Cómo una persona desequilibrada puede llegar a la fama? Qué mundo raro…
Hace unas horas mientras buscaba noticias por Internet me enteré del internamiento de Celeste Cid, una mujer argentina cuya belleza es incuestionable, con un rostro de porcelana y unos ojos inmensos que derretirían hasta al más gay de los gays. Ha llegado a la clínica por los problemas de siempre en la gente de la “farándula”: alcohol, depresión, mala alimentación. El tratamiento a seguir es casi idéntico al que tuvo que afrontar el gran Charly García, y su recuperación consiste en engordar diez kilos, no mirar televisión ni leer revistas, eliminar los hábitos nocturnos y alejarse de las malas influencias.
Según los medios argentinos, la enfermedad de Celeste sería la alcoholexia, una mezcla entre alcoholismo y anorexia. Además se habla de bipolaridad y de diversos intentos de suicidio. Increíble, Celeste Cid (Yoko en Verano del 98) no está conforme con su vida. No está conforme con su cuerpo. Ella no tiene 50 años para comprenderla y mencionar que el distanciamiento de sus mejores tiempos le ha golpeado el alma. Celeste Cid ha cumplido el pasado 19 de enero 25 años y está en la flor de su talento (acaba de filmar una película) y de su belleza.
¿Es tan difícil la fama? ¿Qué se siente saber que el 80 por ciento de tus semejantes darían su vida por estar en tu lugar? ¿Es tan terrible tener la certeza de que para muchísima gente, por más que en su anodina existencia no lograrán ni rozarte la mano, eres alguien especial? A Celeste Cid la “conocí” un verano, que no fue del 98, mientras veía pedacitos de la serie que la lanzó a la fama. El idilio fue casi automático, y compartido a escondidas con varios de mis amigos. Después, en mi primera experiencia laboral, su rostro me alegraba las mañanas como protector de pantalla, y cuando los nervios o el mal humor me sobrepasaban, su sonrisa me devolvía la calma. Luego he sabido de ella a cuenta gotas, pero siempre, cuando la ocasión lo ameritaba, la he sacado a relucir, sobre todo cuando en una conversación asomaba la palabra belleza.
Hoy que tengo una nueva oficina para llenar la rutina de nervios y malos humores, su foto no está más en mi pantalla.
A veces juego a imaginarme cómo sería mi vida si fuese famoso. No perdería la humildad, me digo. Jamás andaría deprimido, me consuelo. Tal vez no sea así. Tal vez les quitaría el saludo a mis amigos más genuinos. Tal vez me escondería a llorar o a emborracharme hastiado de las adulaciones. Siempre es duro (porque genera hasta rabia si se tiene en cuenta que uno se las arregla para ser feliz mientras se lucha por llegar a fin de mes en el anonimato) enterarte de gente famosa que se suicida o termina hospitalizada por una terrible adicción, pero es más llevadera la noticia cuando los caídos son ex famosos. Ex sex simbols. Ex actrices de renombre. Resulta incomprensible cuando se habla de Heath Ledger o de Kurt Cobain. Resulta incomprensible cuando la que se está matando es la chica por la que alguna vez dijiste: “esta es, no hay mujer más hermosa en el mundo”. Y te pones a pensar en qué tan difícil es ser el número uno. Y los entiendes, porque ser el mejor es llegar a la cima, y porque ser el mejor es tener que demostrárselo en cada momento a todo el mundo, a todos los anónimos. Y porque ser el mejor, sobre todo, es creerte esa frase a ti mismo. Y ni siquiera Celeste Cid le ha podido creer a su espejo todo lo que tarde, muy tarde, le estoy diciendo yo.