En este texto se relatan algunas anécdotas sobre futbolistas que atravesaron crisis relacionadas a las fobias, los temores o las malas rachas. Un juvenil delantero que no soportó el terrorismo en el Perú, un arquero que le temía a otro arquero, un “fenómeno” que no aguantó la presión, o un número diez que no se pudo desligar de una marca personal.
Las bombas del terror
Al Alianza Lima de 1992 llegaron un par de extranjeros como refuerzos. Dos delanteros. Un uruguayo, Julio Daniel Morales, y un argentino, Alejandro Glaría. Jugaron algunos partidos y la afición coincidió en que pese a su juventud (tenía 19 años), Glaría era el menos malo. Eran tiempos difíciles en el Perú. Atentados, apagones. Noticias tristísimas se apoderaban de nosotros por los medios de comunicación todos los días. Hasta que una bomba fue más allá y se coló en Tarata, una calle miraflorina. Dos días después, ambos jugadores, que vivían muy cerca, estaban de regreso en sus países. De Morales nunca más se supo nada. Glaría fue un muy buen atacante que paseó su fútbol por Chile y México. Cuentan que cuando le tocaba enfrentar a un equipo peruano por la Copa Libertadores, antes del viaje, fingía lesiones.
Fobia a un arquero goleador
El “Mono” Burgos es hoy un aficionado al rock que oculta canas en su larga cabellera mientras ensaya y toca con un grupo de músicos aficionados, que son conocidos por que lo tienen en sus filas. Es que el “Mono” fue futbolista. Fue un cumplidor arquero de selecciones argentinas, del River Plate y de algunos otros equipos de Europa. Una noche jugando para River se enfrentó a su “colega” José Luis Chilavert, del Vélez Sarsfield. Andaba algo distraído cuando el árbitro pitó una falta a favor del Vélez por la media cancha. Nadie imaginó el desenlace de la jugada. Sólo Chilavert, que al ver al Mono pensando en las musarañas o en sus instrumentos musicales, decidió pegarle al arco. Golazo. Una ofensa en el “código” de los guardametas. Meses después era usual escuchar sobre “el gol de Chilavert a Burgos”. Hasta que se volvieron a enfrentar. Esta vez con camisetas distintas. Burgos, con la de Argentina. El “Chila”, con la de Paraguay. Partido por las Eliminatorias en Buenos Aires. Uno a cero para Argentina. Ganaban cómodos los albicelestes. Hasta que el réferi decide cobrar un foul a favor de Paraguay. Esta vez, no tan lejos del arco, pero tampoco cerca. Chilavert, conocido por sus habituales goles de tiro libre, se paró frente al balón. Silencio en el Monumental de Núñez. “Está muy lejos”, dijo Mariano Closs que narraba el partido. “¿Te parece?”, le respondió Fernando Niembro, mítico periodista, que hacía los comentarios. Más sabe el diablo por viejo, dicen. Disparo mansito de Chilavert (algo raro en él, que le pegaba con un fierro), carambola en el aire, y… gol. Dicen que si otro hubiese sido el arquero, cualquier otro; dicen que si hasta un defensa se ponía en lugar del “Mono” Burgos, la pelota no entraba. (En la foto aparece Chilavert gritando su gol a Argentina, y al fondo, el "Mono" derrotado).
Tirria a la final
La previa al Mundial de Francia 98 tenía a Brasil como el gran candidato. Y a Ronaldo como la figura excluyente. El jugador esperado por todos. El hoy gordito en ese entonces era una máquina asesina de goles y de desparramar rivales con sus fintas y gambetas contenidas únicamente por su dentista. Ronaldo tuvo un buen Mundial. Hizo goles importantes. Y llevó a su selección a la final. Contra Francia, el país anfitrión. Horas antes del partido, sabedor de que su figura en buen estado era la absoluta expectativa de todos los espectadores del planeta, Ronaldo no aguantó. Dicen que los nervios le jugaron una mala pasada. Lo cierto es que convulsionó en la concentración de los “brasucas”, y que el parte médico creyó conveniente su ausencia en el partido. Presión de los medios, de la empresa que lo auspiciaba o sabe Dios qué, pero Ronaldo se paró en la cancha con el resto de jugadores del “Scratch” a disputar la final. Brasil no dio pie con bola ese partido, y Ronaldo pasó desapercibido. Francia ganó 3 a 0, resultado abultadísimo para una final en esos tiempos. Ronaldo pasó al olvido unos meses y el mundo entero aplaudió la aparición del verdadero héroe que tenía reservado el Dios Fútbol para ese Mundial. Un tal Zinedine Zidane.
La condena de ser segundo (cuatro veces)
Antes de pasar al poderoso Chelsea inglés y de posicionarse en la memoria futbolera de su Alemania natal como un icono de ese deporte, Michael Ballack era un polifuncional volante que defendía los colores del Bayern Leverkusen, equipo de mediano calibre en el país teutón. Sudaba la número 13 con más vehemencia que hoy (que es mucho), y se las ingenió para llevar a su equipo, que contaba también con el brasileño Lucio, en el año 2002 a protagonizar los tres torneos que jugaron. La Liga Alemana, la Copa de ese país, y la famosa Champions League. En la Liga, se quedaron a un punto del Borussia Dortmund; en la Copa les ganó el Schalke 04; y en la Champions, perdieron la final contra el Real Madrid (en la foto se observa el maravilloso gol de Zidane con el que ganaron los merengues y a Ballack observando). Sólo en el 2002 Ballack había perdido tres finales. Pero el destino le tenía reservado algo más. Con su selección, en el Mundial de ese año en Japón y Corea, Ballack anotó el gol que le sirvió a Alemania para clasificar a la final. Pero faltando minutos para que se extinga el partido, el árbitro lo amonestó con una tarjeta amarilla que lo descalificaba de jugar el siguiente encuentro. Lo que sigue es historia conocida. Brasil le ganó aquella final a Alemania, y Ballack tuvo que aceptar la medalla de subcampeón sin siquiera haber sudado. Cuatro veces ser segundo en el mismo año era ya mucho. Ballack abandonó Leverkusen y pasó a formar parte del poderoso Bayern Munich para después, sobre todo en Alemania, ganarlo todo. Ah, su compañero Lucio, que al menos se dio el gusto de gritar una vez campeón ese año jugando para Brasil, se fue con él.
El Capitán frío no podía en el aire
Para los que aprendimos a amar el fútbol en la preciosa década del noventa, Dennis Bergkamp es un personaje archiconocido. Figura excluyente de la selección de Holanda, el “Capitán Frío” (esa fue una de sus “chapas” por la frialdad con la que definía ante los arqueros rivales) paseó su fútbol por distintos equipos hasta que caló en el poderoso Arsenal inglés. Ahí recuperó el protagonismo que venía perdiendo por que se le acusaba de ser un jugador triste, deprimido, angustiado. La razón a ello la halló durante el Mundial de EE.UU. 94, cuando tuvo que cruzar el atlántico con su selección. Una gran turbulencia. Muchos nervios. Conclusión: “nunca más viajo en avión”. En el Arsenal le permitieron esa cláusula al momento de firmar su contrato tras pasar algo desapercibido en el Inter de Milán, y el resultado fue la aparición de otro jugador, aún con la frialdad como marca registrada, pero más contento. Bergkamp en Inglaterra tenía la posibilidad de moverse por tierra. No había que volar. Hasta en los partidos por Champions League, o cuando tenía que defender a su país en las competiciones europeas, Dennis se despedía antes de sus compañeros, y si por ejemplo, jugaban en Italia, él llegaba tras un largo viaje de veinte horas, cuando el resto lo hacía en dos. Por esa fobia Bergkamp se perdió la oportunidad de pasar al Barcelona de España, en la época en la que lo dirigía su compatriota Johan Cruyff. Quizás por eso fue que no trascendió a la altura de su grandeza. El Barza le hubiera propiciado al gran “Capitán Frío” esa fama mundial que le obsequia ese club a todos sus cracks. Y hoy, ya fuera de las canchas, en lugar de que su recuerdo se vaya diluyendo, tal vez lo conocerían hasta los que no vivieron esa década futbolística del noventa tan maravillosa.
Los chanchos no vuelan
En el año 1995 llegó a Universitario un arquero paraguayo que asombró, más que por sus atajadas o buenos reflejos, por su contextura física. Se llamaba Celso Guerrero, pero no pasó un minuto en Lima sin que su nuevo sobrenombre aparezca: “Cerdo” Guerrero. La guata que poseía, que amenazaba con reventar el uniforme, no era impedimento para algunas buenas intervenciones en los partidos. Hasta que le llegó la hecatombe. En un clásico de la primera ronda del torneo de aquel año, en el estadio de Matute, Alianza Lima aniquiló a su eterno rival por seis goles a tres. El gol que empezó con el festival del ridículo para el mencionado guardameta paraguayo lo anotó el brasilero Marquinho. A partir de ahí, todas las fotos al día siguiente dibujaron la anatomía de Guerrero derrotada. Casi, panza al aire. El gordo pasó a ser suplente. Tiempo después, a puro tesón y pequeñas dietas, Celso recuperó el titularato en la “U”. Hasta que llegó la hora del clásico de revancha. Octubre de 1995. Partido ajustado. Celso Guerrero rendía una buena actuación. Hasta que otra falta puso a Marquinho una vez más al frente de la valla crema. Lo que sigue es fácil de adivinar. Marquinho, que durante su paso por el país les debe haber marcado goles de tiro libre a todos los arqueros que desfilaron en el fútbol peruano, la clavó en un ángulo. Golazo y triunfo aliancista por uno a cero. Celso Guerrero se despidió luego con mucho más pena que gloria del Perú. Tal vez abandonó el fútbol porque de él no se supo nada más. Es muy posible que hasta hoy tenga pesadillas. Los diarios deportivos con su panza de chef criollo. La tribuna de Alianza festejándole en el rostro. Marquinho parado frente a la pelota. Tiro libre. En fin, ese chancho tampoco podía volar.
El Rey y la Reyna
¿A qué le temía el “Diez”? En realidad, a nada. En la cancha al menos, Diego Armando Maradona fue un guerrero, un soldado indomable. Valiente como él solo, capaz de aguantar cuanta patada era necesaria. Hasta se pudo “bancar” al criminal de Andoni Goicoetxea, que jugando para el Athletic de Bilbao contra el Barcelona que defendía Diego en 1983, le fracturó la pierna con una entrada artera. La lesión más fuerte que sufrió el “Diez” a lo largo de su carrera. La siguiente vez que se enfrentaron, Diego fue sin miedo, y Goicoetxea lo volvió a patear.
Pero si existe alguien al que Diego le tuvo fobia fue a Lucho Reyna, el peruano que lo sacó del partido con una marca personal que rozaba lo ridículo o el anti-fútbol. Perú y Argentina se enfrentaron por las Eliminatorias al Mundial de México 86 en Lima, y el técnico peruano, Roberto Challe, le ordenó a Reyna una marca personal impresionante sobre Maradona. ¡Un poco más y lo sigue hasta los vestuarios en el entretiempo! Cuenta el Diego que cuando estuvo internado en Cuba le llegó un simbólico regalo de varios futbolistas peruanos, y entre las muchas firmas que lo adornaban, encontró la de Reyna. “¡Hasta Cuba me siguió el hijo de p…!”, dijo Diego con poco humor.
Las bombas del terror
Al Alianza Lima de 1992 llegaron un par de extranjeros como refuerzos. Dos delanteros. Un uruguayo, Julio Daniel Morales, y un argentino, Alejandro Glaría. Jugaron algunos partidos y la afición coincidió en que pese a su juventud (tenía 19 años), Glaría era el menos malo. Eran tiempos difíciles en el Perú. Atentados, apagones. Noticias tristísimas se apoderaban de nosotros por los medios de comunicación todos los días. Hasta que una bomba fue más allá y se coló en Tarata, una calle miraflorina. Dos días después, ambos jugadores, que vivían muy cerca, estaban de regreso en sus países. De Morales nunca más se supo nada. Glaría fue un muy buen atacante que paseó su fútbol por Chile y México. Cuentan que cuando le tocaba enfrentar a un equipo peruano por la Copa Libertadores, antes del viaje, fingía lesiones.
Fobia a un arquero goleador
El “Mono” Burgos es hoy un aficionado al rock que oculta canas en su larga cabellera mientras ensaya y toca con un grupo de músicos aficionados, que son conocidos por que lo tienen en sus filas. Es que el “Mono” fue futbolista. Fue un cumplidor arquero de selecciones argentinas, del River Plate y de algunos otros equipos de Europa. Una noche jugando para River se enfrentó a su “colega” José Luis Chilavert, del Vélez Sarsfield. Andaba algo distraído cuando el árbitro pitó una falta a favor del Vélez por la media cancha. Nadie imaginó el desenlace de la jugada. Sólo Chilavert, que al ver al Mono pensando en las musarañas o en sus instrumentos musicales, decidió pegarle al arco. Golazo. Una ofensa en el “código” de los guardametas. Meses después era usual escuchar sobre “el gol de Chilavert a Burgos”. Hasta que se volvieron a enfrentar. Esta vez con camisetas distintas. Burgos, con la de Argentina. El “Chila”, con la de Paraguay. Partido por las Eliminatorias en Buenos Aires. Uno a cero para Argentina. Ganaban cómodos los albicelestes. Hasta que el réferi decide cobrar un foul a favor de Paraguay. Esta vez, no tan lejos del arco, pero tampoco cerca. Chilavert, conocido por sus habituales goles de tiro libre, se paró frente al balón. Silencio en el Monumental de Núñez. “Está muy lejos”, dijo Mariano Closs que narraba el partido. “¿Te parece?”, le respondió Fernando Niembro, mítico periodista, que hacía los comentarios. Más sabe el diablo por viejo, dicen. Disparo mansito de Chilavert (algo raro en él, que le pegaba con un fierro), carambola en el aire, y… gol. Dicen que si otro hubiese sido el arquero, cualquier otro; dicen que si hasta un defensa se ponía en lugar del “Mono” Burgos, la pelota no entraba. (En la foto aparece Chilavert gritando su gol a Argentina, y al fondo, el "Mono" derrotado).
Tirria a la final
La previa al Mundial de Francia 98 tenía a Brasil como el gran candidato. Y a Ronaldo como la figura excluyente. El jugador esperado por todos. El hoy gordito en ese entonces era una máquina asesina de goles y de desparramar rivales con sus fintas y gambetas contenidas únicamente por su dentista. Ronaldo tuvo un buen Mundial. Hizo goles importantes. Y llevó a su selección a la final. Contra Francia, el país anfitrión. Horas antes del partido, sabedor de que su figura en buen estado era la absoluta expectativa de todos los espectadores del planeta, Ronaldo no aguantó. Dicen que los nervios le jugaron una mala pasada. Lo cierto es que convulsionó en la concentración de los “brasucas”, y que el parte médico creyó conveniente su ausencia en el partido. Presión de los medios, de la empresa que lo auspiciaba o sabe Dios qué, pero Ronaldo se paró en la cancha con el resto de jugadores del “Scratch” a disputar la final. Brasil no dio pie con bola ese partido, y Ronaldo pasó desapercibido. Francia ganó 3 a 0, resultado abultadísimo para una final en esos tiempos. Ronaldo pasó al olvido unos meses y el mundo entero aplaudió la aparición del verdadero héroe que tenía reservado el Dios Fútbol para ese Mundial. Un tal Zinedine Zidane.
La condena de ser segundo (cuatro veces)
Antes de pasar al poderoso Chelsea inglés y de posicionarse en la memoria futbolera de su Alemania natal como un icono de ese deporte, Michael Ballack era un polifuncional volante que defendía los colores del Bayern Leverkusen, equipo de mediano calibre en el país teutón. Sudaba la número 13 con más vehemencia que hoy (que es mucho), y se las ingenió para llevar a su equipo, que contaba también con el brasileño Lucio, en el año 2002 a protagonizar los tres torneos que jugaron. La Liga Alemana, la Copa de ese país, y la famosa Champions League. En la Liga, se quedaron a un punto del Borussia Dortmund; en la Copa les ganó el Schalke 04; y en la Champions, perdieron la final contra el Real Madrid (en la foto se observa el maravilloso gol de Zidane con el que ganaron los merengues y a Ballack observando). Sólo en el 2002 Ballack había perdido tres finales. Pero el destino le tenía reservado algo más. Con su selección, en el Mundial de ese año en Japón y Corea, Ballack anotó el gol que le sirvió a Alemania para clasificar a la final. Pero faltando minutos para que se extinga el partido, el árbitro lo amonestó con una tarjeta amarilla que lo descalificaba de jugar el siguiente encuentro. Lo que sigue es historia conocida. Brasil le ganó aquella final a Alemania, y Ballack tuvo que aceptar la medalla de subcampeón sin siquiera haber sudado. Cuatro veces ser segundo en el mismo año era ya mucho. Ballack abandonó Leverkusen y pasó a formar parte del poderoso Bayern Munich para después, sobre todo en Alemania, ganarlo todo. Ah, su compañero Lucio, que al menos se dio el gusto de gritar una vez campeón ese año jugando para Brasil, se fue con él.
El Capitán frío no podía en el aire
Para los que aprendimos a amar el fútbol en la preciosa década del noventa, Dennis Bergkamp es un personaje archiconocido. Figura excluyente de la selección de Holanda, el “Capitán Frío” (esa fue una de sus “chapas” por la frialdad con la que definía ante los arqueros rivales) paseó su fútbol por distintos equipos hasta que caló en el poderoso Arsenal inglés. Ahí recuperó el protagonismo que venía perdiendo por que se le acusaba de ser un jugador triste, deprimido, angustiado. La razón a ello la halló durante el Mundial de EE.UU. 94, cuando tuvo que cruzar el atlántico con su selección. Una gran turbulencia. Muchos nervios. Conclusión: “nunca más viajo en avión”. En el Arsenal le permitieron esa cláusula al momento de firmar su contrato tras pasar algo desapercibido en el Inter de Milán, y el resultado fue la aparición de otro jugador, aún con la frialdad como marca registrada, pero más contento. Bergkamp en Inglaterra tenía la posibilidad de moverse por tierra. No había que volar. Hasta en los partidos por Champions League, o cuando tenía que defender a su país en las competiciones europeas, Dennis se despedía antes de sus compañeros, y si por ejemplo, jugaban en Italia, él llegaba tras un largo viaje de veinte horas, cuando el resto lo hacía en dos. Por esa fobia Bergkamp se perdió la oportunidad de pasar al Barcelona de España, en la época en la que lo dirigía su compatriota Johan Cruyff. Quizás por eso fue que no trascendió a la altura de su grandeza. El Barza le hubiera propiciado al gran “Capitán Frío” esa fama mundial que le obsequia ese club a todos sus cracks. Y hoy, ya fuera de las canchas, en lugar de que su recuerdo se vaya diluyendo, tal vez lo conocerían hasta los que no vivieron esa década futbolística del noventa tan maravillosa.
Los chanchos no vuelan
En el año 1995 llegó a Universitario un arquero paraguayo que asombró, más que por sus atajadas o buenos reflejos, por su contextura física. Se llamaba Celso Guerrero, pero no pasó un minuto en Lima sin que su nuevo sobrenombre aparezca: “Cerdo” Guerrero. La guata que poseía, que amenazaba con reventar el uniforme, no era impedimento para algunas buenas intervenciones en los partidos. Hasta que le llegó la hecatombe. En un clásico de la primera ronda del torneo de aquel año, en el estadio de Matute, Alianza Lima aniquiló a su eterno rival por seis goles a tres. El gol que empezó con el festival del ridículo para el mencionado guardameta paraguayo lo anotó el brasilero Marquinho. A partir de ahí, todas las fotos al día siguiente dibujaron la anatomía de Guerrero derrotada. Casi, panza al aire. El gordo pasó a ser suplente. Tiempo después, a puro tesón y pequeñas dietas, Celso recuperó el titularato en la “U”. Hasta que llegó la hora del clásico de revancha. Octubre de 1995. Partido ajustado. Celso Guerrero rendía una buena actuación. Hasta que otra falta puso a Marquinho una vez más al frente de la valla crema. Lo que sigue es fácil de adivinar. Marquinho, que durante su paso por el país les debe haber marcado goles de tiro libre a todos los arqueros que desfilaron en el fútbol peruano, la clavó en un ángulo. Golazo y triunfo aliancista por uno a cero. Celso Guerrero se despidió luego con mucho más pena que gloria del Perú. Tal vez abandonó el fútbol porque de él no se supo nada más. Es muy posible que hasta hoy tenga pesadillas. Los diarios deportivos con su panza de chef criollo. La tribuna de Alianza festejándole en el rostro. Marquinho parado frente a la pelota. Tiro libre. En fin, ese chancho tampoco podía volar.
El Rey y la Reyna
¿A qué le temía el “Diez”? En realidad, a nada. En la cancha al menos, Diego Armando Maradona fue un guerrero, un soldado indomable. Valiente como él solo, capaz de aguantar cuanta patada era necesaria. Hasta se pudo “bancar” al criminal de Andoni Goicoetxea, que jugando para el Athletic de Bilbao contra el Barcelona que defendía Diego en 1983, le fracturó la pierna con una entrada artera. La lesión más fuerte que sufrió el “Diez” a lo largo de su carrera. La siguiente vez que se enfrentaron, Diego fue sin miedo, y Goicoetxea lo volvió a patear.
Pero si existe alguien al que Diego le tuvo fobia fue a Lucho Reyna, el peruano que lo sacó del partido con una marca personal que rozaba lo ridículo o el anti-fútbol. Perú y Argentina se enfrentaron por las Eliminatorias al Mundial de México 86 en Lima, y el técnico peruano, Roberto Challe, le ordenó a Reyna una marca personal impresionante sobre Maradona. ¡Un poco más y lo sigue hasta los vestuarios en el entretiempo! Cuenta el Diego que cuando estuvo internado en Cuba le llegó un simbólico regalo de varios futbolistas peruanos, y entre las muchas firmas que lo adornaban, encontró la de Reyna. “¡Hasta Cuba me siguió el hijo de p…!”, dijo Diego con poco humor.