A todos los delanteros del mundo
Estoy seguro de que haciendo pataditas, cualquier persona que practique el fútbol de manera amateur con cierta frecuencia es más hábil que Martín Palermo. Con la pelota en los pies, el “Loco” debe ser de lo más flojito en la larga vida del fútbol argentino. Su casi metro noventa de estatura y su envergadura hacen poco posible imaginarlo dribleando y dejando rivales en el camino, o tirando un caño (como le dicen los argentinos a la “huachita”). Pese a ello, Martín Palermo ha entrado a la historia del fútbol gaucho al superar el récord que tenía Francisco Varallo como el máximo anotador en la historia del Boca Juniors, acaso el equipo más importante de la Argentina.
El fútbol se gana con goles, y la labor del delantero tiene relación directa con ello. Si un equipo termina un partido sin anotar un gol es probable que sus defensas o sus mediocampistas sean señalados como figuras. Pero un delantero jamás. Si este no anota su presencia en la cancha no sirvió de nada. El delantero es el ejecutor final del trabajo que realiza todo el equipo, y por eso es imprescindible que cuente con la confianza de todos. Al delantero se le perdona su improductividad y su distanciamiento del juego siempre y cuando aparezca en el momento exacto, ahí, para empujarla, para clavarla en la red. Y Martín Palermo lo sabe muy bien. Por eso se frustra cuando acaba un partido sin su nombre en las estadísticas del gol. Por eso sus compañeros, todos artistas del balón, le aguantan sus torpezas y le siguen tirando centros. Y por eso es ídolo indiscutible para la exigente hinchada del Boca Juniors.
Son 181 los goles del “Loco” vestido de xeneise. Y su presencia en el club coincide con un período de apogeo, de triunfos, de títulos. Palermo es el delantero estándar en un Boca Juniors que desde 1998 ganó cerca de 17 títulos (entre locales e internacionales), y tiene la virtud de haber sido elegido como titular, y tildado de imprescindible, por todos los técnicos que pasaron por la institución. Desde que asumió Carlos Bianchi el equipo, Boca fue una máquina de ganar campeonatos. Con el “Virrey”, Palermo ganó tres torneos argentinos, la Copa Libertadores del 2000 y la del 2001, y la Intercontinental del 2000 contra el Real Madrid, anotando los dos goles de aquel recordado partido. Luego emigró a España para regresar el 2004 bajo la batuta del Chino Benítez, con quien obtuvo la Copa Sudamericana de ese año. Continuó en el club de titular con la llegada del “Coco” Alfio Basile, y formó parte de ese maravilloso equipo que entre el 2005 y el 2006 consiguió ganar los cinco campeonatos que disputó (la Copa Sudamericana del 2005, la Recopa de ese año y la del 2006, y dos títulos locales, Apertura 2005 y Clausura 2006). Luego de la partida del “Coco” llegó Miguel Ángel Russo con un mensaje claro: Palermo es titular indiscutible. El resultado: campeones de la Copa Libertadores del 2007.
Fuera del área Martín Palermo es simplemente un larguirucho hombre enfundado en ropajes azul y oro que conmueve por su entrega y genera burlas por sus poco ortodoxos movimientos. Pero el área es su habitad. Y ahí es mortal. Pocos delanteros en el mundo tienen su eficacia. Y se las arregla para anotar goles de toda factura. Palermo tiene incontables goles con la cabeza (su mejor arma), con la zurda (su pierna más hábil) y también con la derecha. De penal (aunque tiene un récord negativo en ese rubro, ya que falló tres en un mismo partido jugando para la selección argentina), con el taco, de tijera, de sombrero, de chalaca. Hasta uno de media cancha. Martín, además, aparece en los momentos importantes, cuando las papas queman. Y tiene muchísimos goles en clásicos contra River, y en partidos que Boca viene perdiendo, anota el empate faltando segundos para el final.
Pese a que la mayoría de su carrera la ha realizado en Boca, Palermo no olvida el club que lo vio nacer, y del cual es hincha acérrimo: el Estudiantes de la Plata. Sólo los goles que le anotó a su ex equipo no fueron celebrados. Si Palermo le hace un gol a Estudiantes reacciona como si acabaran de entregarle su ropa de entrenamiento. Ni se inmuta. No se atreve ni a abrir la boca pese a que se juegue una final. Después, el “Loco” es conocido por sus festejos extravagantes. Alguna vez se estrelló contra un cartel de publicidad, en otra oportunidad se bajó los pantalones y en un partido, jugando en España, festejó trepándose a una tribuna y esta le cayó encima ocasionándole una lesión que lo alejó seis meses de las canchas.
Por todo esto, Martín Palermo será inolvidable. Un loco lindo, de los que engrandecen el deporte. De los que alegran corazones y arrancan aplausos sinceros. ¿Por qué no triunfó en Europa? Sencillamente porque no le tuvieron paciencia. Acostumbrados a pagar millones por atacantes estilo Ronaldo, Henry o Drogba, Palermo resultaba un chancay. Pero afirmo, sin temor a equivocarme, que hay muy pocos delanteros con la eficacia de Martín. Goleador, además, del mejor equipo del mundo en los últimos diez años. Un hombre que desde su debut hasta hoy, que maquilla sus últimos partidos, siempre fue goleador. Hay un dato curioso en ese rubro. Fue máximo anotador del campeonato Apertura argentino en 1998 con 25 años de edad, y en el Clausura del 2007, con 34 años, repitió el plato.
Palermo no es un gran futbolista. Técnicamente no le llega ni a los tobillos a un atacante de cualquier equipo de mediano calibre en Europa. Pero las estadísticas lo protegen, y cuando el tiempo pase y el “Loco” decida colgar los botines, se seguirá hablando de él. Como lo hacían de Varallo, delantero eficaz de la década del treinta que hasta hace unos días, casi setenta años después de su retiro, tenía un récord. Un récord que hoy descansa en la figura de Martín Palermo. Cuando algún día aparezca otro mortal atacante en el Boca Juniors, los programas televisivos lo compararán inevitablemente con él. Y su figura anotando goles de toda factura y festejándolos como un verdadero loco despertará la nostalgia de todos los que tuvimos la suerte de seguir su asombrosa carrera. Un hombre que no es un futbolista. Un hombre que es de profesión goleador. Simplemente eso.