viernes, 7 de marzo de 2008

El tercio de los sueños tiene música (Y)

A mi hermano, que por mí, conoció al Salmón.

Han pasado diez años desde que descubrí a Andrés Calamaro. Corría el mes de febrero y mi vida deambulaba, como diría Cortazar, en la ciudad misteriosa de los quince años. Mi ciudad: polo al hombro, descalzo, gorreando soles y tirando lente a todo lo que incluya senos. No sabía mucho de “Los Rodríguez” y “No se puede vivir del amor” era una estrofa que sabía de memoria por pura casualidad. Sonaba ya en las radios la melodiosa “Flaca”, y recuerdo haber leído la frase “no me claves tus puñales por la espalda”, insensatamente, en una columna de un diario deportivo. Fue así que le presté atención a ese cantante que no tenía aún rostro en mi cabeza pero que empezaba a tocar las puertas del Perú. Como en mi casa siempre se sucumbe a la moda, apareció un disco de Calamaro. Eran los tiempos de “Alta suciedad”, y luego de escucharlo adormilado y distraído en el asiento trasero del auto de mi familia camino a la playa, mis neuronas musicales captaron unas palabras claves para mi ciudad misteriosa: “No me tengas piedad porque soy de verdad, y me puede hacer mal”.

Las canciones son así, mágicas. Y todos los cantantes o grupos musicales que me han conquistado lo han hecho gracias a una estrofa que sacudió mi espina dorsal. Lo mío va más por las letras que por la melodía. Y es por esa sencilla razón que no me gusta la música en inglés (algo de lo que me avergüenzo terriblemente). “Sólo huele a tristeza, huele a soledad” me dijo alguna vez un grupo mexicano, y eso bastó para que aún hoy, que los años han pasado y los integrantes de la banda peinan canas mientras se esmeran en seguir creando temas cada vez menos “aplaudibles”, les dedico tiempo. Un día le escuché a un cantante al que catalogaba de “fresa” en mis años escolares decir: “podría haberte dicho que me importas, eso y un millón de cosas, pude hacerlo y no lo hice, y no sé por qué”, y empecé un idilio con sus temas que me dejó, entre otras cosas, la primera canción que le dediqué a una mujer (de frente, en silencio lo hice mucho antes), muchas burlas de mis contemporáneos y una deuda (literalmente, monetaria) que aún no puedo pagar.


Generalmente las frases que me conquistan forman parte de canciones no comerciales de los exponentes, o por lo menos no son sus canciones “bandera”, digamos. Siempre ha sido así. Salvo en el caso de Joaquín Sabina. Una vez un amigo con el que compartía mi rutina universitaria puso en el equipo de mi carro a este cantante, cuyo repertorio era reservado, en mi opinión, para “tíos”, o peor aún, para “tías” (estilo Serrat, pues). Y después de la puteada con la que aún hoy reacciono ante el “diferente” (por catalogarlo de alguna manera) gusto musical de mi amigo, es decir, frases insultantes y ojos casi cerrados por el asco, el cantante dijo: “y tardé en aprender a olvidarla 19 días… y quinientas noches”. Eso fue suficiente. Sabina llegó a mi vida, y me sirvió para darme cuenta de que en la música en español hay también ese arte indiscutible (como el de los Rollings o los Beatles). Y me ayudó a prestar más atención (aún) a cantantes de nuestra lengua, como Calamaro.

La estrofa que comenté en un inicio y que le da título a este relato, forma parte de la canción “El tercio de los sueños”, de Andrés Calamaro. El “Salmón” (así se le denomina en su Argentina) es el ideal en mi (ligero, lo acepto totalmente) gusto musical. No es tan romántico como Sanz ni tan poeta como Sabina. Pero tiene la mixtura exacta. Es tan atormentado como el primero y tan maldito como el segundo. Han pasado diez años desde aquella primera aproximación. Desde ese primer encuentro. Y han pasado diez años desde la última vez que “El salmón” visitó nuestro país. Desde mi humilde trinchera me sumo a todos sus fanáticos que han organizado una cruzada por tenerlo de regreso. Hoy que los impuestos han bajado y es posible observar a Waters o a Bjork, nada mal harían algunos empresarios en complacer el pedido humilde de los que aman la música del ex Rodríguez y Abuelos de la nada. Tal vez se me haga el milagro y escuche en el Monumental, el Nacional o donde sea, al gran Andrés decir: “Tenías el vestido más horrible de todo el tendido…”. Y el tercio de los sueños tendrá música (en vivo) por fin en mi actual ciudad, aún misteriosa, de cuarto de siglo.