miércoles, 1 de abril de 2009

Breve epístola al joven Salvador (Y)

ASilvi y Alejo.
Ignoro los movimientos que hayan hecho tus incipientes y traviesas extremidades el último domingo, entre las seis y las ocho de la noche. Intuyo que la maravillosa luz de tus pupilas se perdió entre los gestos de tu madre, y que tu inocencia flotaba ajena a la alegría de tu padre. Pero te comento, mientras tu presente (una cuna, un juguete y muchas ganas de sentir tu dedo en los enchufes) se desenvolvía en un tierno cuento infinito, tu futuro dibujaba la apertura de un acontecimiento que sin duda, marcará tu vida. Tu madre, hermosa Julieta limeña, sucumbía ante los gritos de gol de tu padre, amable Romeo chileno, y desencadenaban, a su modo, la primera batalla familiar.

Has nacido en mi país, querido Salvador. En el seno de una familia donde en las reuniones las mujeres se resignan y los hombres hablan de fútbol como si se tratase de lo único importante. Y has nacido diferente, con la sangre del “enemigo” pelotero. Si todo transcurre en orden, serás otro preso de la pasión por el deporte rey, y cuando el destino programe un duelo entre Perú y Chile por las Eliminatorias, tu corazón andará dubitativo, anhelando mientras respiras la pasión enardecida de tus semejantes, el único resultado prohibido en estos duelos: el empate.

Tengo la certeza de que el trabajo de tu padre surtirá efecto, y que tu pasión por Alianza Lima irá a la par de tu amor por Colocolo. Me pongo en tu lugar, y por más que tu camino tenga suelo peruano, será ineludible tu cariño por tu otra patria. Y aunque sufrirás por los arrebatos de la sociedad, al menos en el fútbol, hinchar por la “estrella solitaria” te proporcionará alegrías que la blanquirroja no podrá ofrecerte. Vamos, no eres mitad brasileño ni mitad argentino, pero desde hace rato (y la cosa no va a cambiar mínimo hasta que obtengas tu DNI) Chile anda un escalón más arriba que el Perú. Y seguirá compitiendo en las Eliminatorias mientras nosotros nos conformaremos con participar.

El ritmo de tu vida va a dar un giro cada vez que el fútbol enfrente a los países de tus padres. Recién cuando eso ocurre, asoman los fantasmas del pasado, y las rencillas obsoletas por el mar o el pisco se vuelven importantes. A puertas del partido, durante, y algunos días después, los chilenos y los peruanos nos odiamos. Para qué te voy a mentir. Aunque en el resto de la vida a los miembros de tu familia la xenofobia entre vecinos nos resulte indiferente, cuando se trata de la pelota nos sumamos a la lucha por el Huáscar, y Miguel Grau deja de ser un personaje que le daba rostro a un antiguo billete de cinco soles (¿o intis?).

Te cuento una anécdota. Hace más de diez años, en octubre de 1997, también por las Eliminatorias, jugaban Chile y Perú. El partido sería en Santiago, y definiría, a secas, un cupo en el Mundial de Francia. Mi padre (tu tío abuelo), tu padrino, tu abuelo y yo nos embarcamos en una travesía que pensábamos sería inolvidable, pues nos proporcionaría los pasajes al Mundial luego de una larga etapa de ausencias. Lo que sucedió sí resultó inolvidable, pero no por algo bueno. Chile nos humilló en la cancha (nos destrozaron 4 a 0), y fuera de ella, nos manifestaron el odio y el rencor que hasta ese entonces (yo tenía 15 años), desconocía. Gritos racistas, alusiones a la guerra del Pacífico, gestos obscenos cara a cara. En medio de la roja euforia del Estadio Nacional de Santiago mi mundo estaba cambiando. Juré jamás volver a Chile. Juré una cruel revancha. Juré odiar para siempre a todo hombre perteneciente al país del sur.

Felizmente para mi hígado y mi corazón, naciste tú. Y aunque aquel octubre de 1997 aún aparece en esporádicas pesadillas, he aprendido que los seres humanos son justamente eso, humanos, y que la nacionalidad queda de lado cuando asoman la amistad y sobre todo, el amor. No te voy a mentir, cada vez que la pelota nos enfrente, odiaré a Chile. Le querré ganar siempre, y si pierdo como el último domingo, tendré una mala semana. Pero ese odio, te lo juro querido sobrino, es exactamente el mismo que aparece cuando nuestro pálido torneo nacional nos regala un clásico. Y tengo entrañables amigos “gallinas”.

Ignoro lo que dibujaron tus enigmáticos pensamientos el pasado domingo entre las seis y las ocho de la noche. Pero tengo la convicción de que el futuro te pondrá en aprietos cada vez que regrese el “clásico del Pacífico”. Y cuando tus acústicos sonidos se conviertan en palabras y mi imagen deje de ser el misterio que analizas con esos ojazos que te ha regalado el cielo, conversaremos largo y tendido sobre el tema. Y sea cual sea tu posición y el resultado, para mí siempre vas a ganar tú.

1 comentario:

  1. Ayer tuve la oportunidad de conocer Santiago, realmente nos odian, se van para el mundial; y en una guerra, nos matan por el siglo de ventaja en modernidad que nos llevan.

    G(P)

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