A partir de este texto tengo un nuevo contador de visitas que me ha permitido, entre otras cosas, notar que a Conciencia en Offside le dan un click en lugares como Arequipa y Cajamarca, y su poco trabajado diseño traspasa fronteras en Estados Unidos y España, donde tengo parientes, y hasta en México y Argentina. Este primer texto se lo dedico al personaje que me proporcionó el contador, mi querido primo Paquito Barriga. Futuro escritor y desde ya, maestro de la originalidad. Total, sé que para él el verdadero goleador soy yo.
Paolo Guerrero y Jéfferson Farfán son rivales hasta de compañeros. Los dos mejores delanteros que ha dado el Perú en los últimos años tienen una vida juntos, pero separados. Desde sus primeros enfrentamientos, ambos como estandartes de la categoría 84 en las divisiones inferiores, han colocado en el mismo pedestal los propósitos del equipo y los personales. Guerrero en Alianza y Farfán en Municipal, competían por salir campeones y, sobre todo, por ser goleadores del torneo. Cuando Jéfferson aterrizó en Matute la lucha por el título quedaba de lado. La categoría 84 de Alianza Lima lo tenía asegurado con ambos delanteros, y sólo había espacio en el resto para luchar por ser segundo. La cosa era quién metía más goles.
Los susurros del pasillo en el fútbol, esas noticias sin confirmar pero que por repetitivas se traducen en verdades, afirmaban datos como “la mamá de Farfán le ha dicho que no le pase la pelota a Guerrero”; o “Alianza ganó la final con dos goles de Jéfferson, y Paolo no festejó”. Fuera de la cancha parecían amigos, pero era obvio que dentro del campo tenían objetivos distintos. Jéfferson era el alumno obediente mimado por el profesor, que firmaba a ojos cerrados un mezquino contrato con tal de debutar en la Primera de Alianza con 16 años. Paolo era el rebelde que exigía un mejor trato, y de firmas, nada. Era capaz de pelearse con el entrenador y los dirigentes, dejar una concentración, y amparado en la ley y en los consejos de un maquiavélico (el empresario Carlos Delgado), firmaba por el poderosísimo Bayern Munich de Alemania ante la sorpresa de todos. Jéfferson soñaba con hacer goles para el Comando Sur. Paolo se sentía capaz de convencer a Gerd Muller, histórico atacante teutón, que también él era un goleador de raza.
Jéfferson siguió lo establecido. Debutó en Alianza a temprana edad, y luego de una larga etapa en la que no le hacía goles ni al arco iris, agarró la madurez necesaria para pasearse en el torneo local, regalándole al club de sus amores dos títulos. Luego fue vendido como correspondía al PSV de Holanda, dejando en las arcas del club un buen billete. Paolo tomó otro camino. Eligió lo más difícil, y luego de romper todos los récords en el fútbol amateur, llegó al primer equipo del Bayern Munich para hacerse conocido mundialmente. Hizo lo que muy pocos jugadores en el mundo podrían hacer. Aguantó ser un peruano (tercermundista incluso para el fútbol) en la fría e implacable Europa y a puro tesón, se convirtió en un goleador globalizado. El resultado hoy refleja sus personalidades: a Farfán le cuesta calzarse el traje de figura en el Schalke 04, y Guerrero exige públicamente titularidad en Hamburgo porque se siente mejor que Olic y Petric.
Los susurros del pasillo en el fútbol, esas noticias sin confirmar pero que por repetitivas se traducen en verdades, afirmaban datos como “la mamá de Farfán le ha dicho que no le pase la pelota a Guerrero”; o “Alianza ganó la final con dos goles de Jéfferson, y Paolo no festejó”. Fuera de la cancha parecían amigos, pero era obvio que dentro del campo tenían objetivos distintos. Jéfferson era el alumno obediente mimado por el profesor, que firmaba a ojos cerrados un mezquino contrato con tal de debutar en la Primera de Alianza con 16 años. Paolo era el rebelde que exigía un mejor trato, y de firmas, nada. Era capaz de pelearse con el entrenador y los dirigentes, dejar una concentración, y amparado en la ley y en los consejos de un maquiavélico (el empresario Carlos Delgado), firmaba por el poderosísimo Bayern Munich de Alemania ante la sorpresa de todos. Jéfferson soñaba con hacer goles para el Comando Sur. Paolo se sentía capaz de convencer a Gerd Muller, histórico atacante teutón, que también él era un goleador de raza.
Jéfferson siguió lo establecido. Debutó en Alianza a temprana edad, y luego de una larga etapa en la que no le hacía goles ni al arco iris, agarró la madurez necesaria para pasearse en el torneo local, regalándole al club de sus amores dos títulos. Luego fue vendido como correspondía al PSV de Holanda, dejando en las arcas del club un buen billete. Paolo tomó otro camino. Eligió lo más difícil, y luego de romper todos los récords en el fútbol amateur, llegó al primer equipo del Bayern Munich para hacerse conocido mundialmente. Hizo lo que muy pocos jugadores en el mundo podrían hacer. Aguantó ser un peruano (tercermundista incluso para el fútbol) en la fría e implacable Europa y a puro tesón, se convirtió en un goleador globalizado. El resultado hoy refleja sus personalidades: a Farfán le cuesta calzarse el traje de figura en el Schalke 04, y Guerrero exige públicamente titularidad en Hamburgo porque se siente mejor que Olic y Petric.
Tanto Farfán como Guerrero tenían un futuro escrito desde que devoraban rivales en los torneos infantiles. Era fácil adivinar que serían futbolistas destacados. Lo difícil era saber hasta qué punto serían beneficiosos para el Perú. No eran Bebeto y Romario ni tampoco Batistuta y Caniggia. Tal vez jamás superarían a Cubillas y a Sotil, pero no sonaba descabellado pensar en una dupla como la de Salas y Zamorano, capaces de clasificar a un país de mediano calibre como Chile a un Mundial. A Farfán y a Guerrero les enseñaron a ser grandes jugadores, pero jamás les entró el bichito para ser compañeros. Y hoy, con 25 años a cuestas y con la coyuntura de la selección (Farfán castigado por Chemo y Guerrero suspendido por la Conmebol) es difícil imaginar un futuro provechoso con sonrisas compartidas de ambos delanteros con la camiseta del Perú.
Para que una dupla de atacantes funcione es necesaria la sumisión de uno. Bebeto sabía que Romario era el goleador, y el Cani tenía clarísimo que sin Batistuta sería difícil ganar. Salas era capaz de tirarse al piso para quitar un balón con tal de que Zamorano no sude más de lo necesario. Después había espacio para ambos. Caniggia fue el artífice del último gran partido de la selección argentina en un Mundial, cuando le hizo los dos goles a Nigeria. Salas hizo cuatro goles en Francia 98 y su capitán, Zamorano, no anotó ni de rebote. Bebeto fue clave en Estados Unidos 94 contra Holanda y sobre todo con su gol ante los locales en octavos de final. Aquel gol inclinó la balanza para Brasil en un partido muy luchado, y llegó tras un buen pase de Romario. La grandeza de Bebeto estuvo en el festejo: se olvidó del individualismo y corrió tras Romario. Ahí ante las cámaras y con un portugués españolizado, le pudimos leer los labios: “Eres un genio”, le decía a su compañero de ataque.
Ni Farfán ni Guerrero estaban dispuestos a ceder individualismos. Ambos eran demasiado buenos. Y a ambos les molestaba particularmente el éxito del otro. Futbolísticamente Farfán es más completo, pero Paolo es más goleador. Tal vez la sumisión le tocaba a Jéfferson. Él correr, él marcar, él tirar el centro. Total, un gol iba a hacer. Lo curioso es que Paolo tiene el sacrificio tatuado en la piel, y si se la dejas en bandeja, no perdona. Si Jéfferson hubiese jugado para Paolo las contadas veces que los pudimos ver vestidos de blanquirojo, Guerrero sería el goleador que todos anhelamos ver, y se daría abasto para pelearse contra los rivales cada vez que le den una patada a Farfán.
El destino los volvió a enfrentar en la cancha, como cuando rivales en los clásicos de la 84 entre Alianza y Municipal. Ya no en los campos con poco césped del parque zonal Huaynapacac ni en las canchas sin tribunas de la Videna. Esta vez en un lejanísimo y lujoso estadio germano. Hamburgo y Schalke 04 se enfrentaron por la Bundesliga y el resultado fue Paolo 2 Jéfferson 1. Ambos anotaron, que es lo normal en dos delanteros de primera índole en el torneo alemán. Pero estoy seguro de que el triunfo tuvo un sabor más dulce para Guerrero. Y que para Farfán, incluso luego de tanta crítica por su sequía de goles, la derrota ante el Hamburgo fue la más dolorosa de todas.
Para que una dupla de atacantes funcione es necesaria la sumisión de uno. Bebeto sabía que Romario era el goleador, y el Cani tenía clarísimo que sin Batistuta sería difícil ganar. Salas era capaz de tirarse al piso para quitar un balón con tal de que Zamorano no sude más de lo necesario. Después había espacio para ambos. Caniggia fue el artífice del último gran partido de la selección argentina en un Mundial, cuando le hizo los dos goles a Nigeria. Salas hizo cuatro goles en Francia 98 y su capitán, Zamorano, no anotó ni de rebote. Bebeto fue clave en Estados Unidos 94 contra Holanda y sobre todo con su gol ante los locales en octavos de final. Aquel gol inclinó la balanza para Brasil en un partido muy luchado, y llegó tras un buen pase de Romario. La grandeza de Bebeto estuvo en el festejo: se olvidó del individualismo y corrió tras Romario. Ahí ante las cámaras y con un portugués españolizado, le pudimos leer los labios: “Eres un genio”, le decía a su compañero de ataque.
Ni Farfán ni Guerrero estaban dispuestos a ceder individualismos. Ambos eran demasiado buenos. Y a ambos les molestaba particularmente el éxito del otro. Futbolísticamente Farfán es más completo, pero Paolo es más goleador. Tal vez la sumisión le tocaba a Jéfferson. Él correr, él marcar, él tirar el centro. Total, un gol iba a hacer. Lo curioso es que Paolo tiene el sacrificio tatuado en la piel, y si se la dejas en bandeja, no perdona. Si Jéfferson hubiese jugado para Paolo las contadas veces que los pudimos ver vestidos de blanquirojo, Guerrero sería el goleador que todos anhelamos ver, y se daría abasto para pelearse contra los rivales cada vez que le den una patada a Farfán.
El destino los volvió a enfrentar en la cancha, como cuando rivales en los clásicos de la 84 entre Alianza y Municipal. Ya no en los campos con poco césped del parque zonal Huaynapacac ni en las canchas sin tribunas de la Videna. Esta vez en un lejanísimo y lujoso estadio germano. Hamburgo y Schalke 04 se enfrentaron por la Bundesliga y el resultado fue Paolo 2 Jéfferson 1. Ambos anotaron, que es lo normal en dos delanteros de primera índole en el torneo alemán. Pero estoy seguro de que el triunfo tuvo un sabor más dulce para Guerrero. Y que para Farfán, incluso luego de tanta crítica por su sequía de goles, la derrota ante el Hamburgo fue la más dolorosa de todas.
Hombre, gracias por la dedicatoría. te pasaste. Gracias.
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