jueves, 28 de mayo de 2009

Barça y Lionel para siempre (Y)

Bueno, es mi cumpleaños, espero no se vea mal que me autodedique el texto. El regalo me lo dio Messi ayer.


Yo empecé a sentir fascinación por el fútbol a los once años. Eran épocas de Descentralizado recién televisado. Con el cable y la globalización alejados de los hogares del Perú, no había mejor espectáculo que nuestro siempre mezquino balompié. Eran tiempos de clásicos con llenos de bandera, de potrillos indomables que quedaron en promesas, de aguerridos y experimentados enemigos, de celestes con pie finísimo. Eran tiempos de Copa América, de moderna camiseta de la selección, de ídolos locales que en mi imberbe opinión, podían hacerle frente a cualquier extranjero. Han pasado 16 años. Y el mundo ha cambiado. En ese vaivén mi ligazón al fútbol ha aumentado, ha obtenido autonomía y voz propia. Y aunque siempre están presentes (y estarán), generando mi más incivilizada pasión, los ídolos locales han pasado a un merecidísimo segundo plano, dejando su lugar a los futbolistas de los mejores equipos del mundo.


Así he disfrutado de equipos como el Ajax de 1995, el de Van Gaal, el de precoses Van Der Sar, Davids, Kluivert, Litmanen, Kanú, etc. El Manchester United de 1999, que dirigido por el eterno Ferguson, hizo una sinfonía con un fútbol que juntaba la verticalidad inglesa y la fantasía negra, con un Roy Keane impresionante, la mejor versión de Beckham, la más veloz versión de Giggs y la potencia y habilidad de sus atacantes Dwight Yorke y Andy Cole. El Boca de Carlos Bianchi, el primero, con un Riquelme exquisito, un Guillermo intratable y un Palermo joven (si el de ahora “moja”, hay que imaginárselo nueve años atrás). O el Madrid pre-galáctico, arrollador con un tractor (Roberto Carlos), un príncipe (Fernando Redondo) y un ángel (Raúl).

También, lógicamente, me han conquistado las individualidades. Ya tenía cierta madurez futbolística cuando apareció Ronaldo, y veía en canal peruano (no sé si el 4 o el 9) los partidos de la Liga de España, y lo que hacía el entonces flaco, pelado y dientón brasileño no se lo he visto hacer a nadie. Gocé de Zidane sobre todo cuando se puso la del Madrid. Un mago por donde se lo mire. Técnica exquisita, disparos con ambas piernas, buen cabezazo, excelente en la pelota parada. Goleador. Un monstruo. Rivaldo fue una cosa de locos. Individualista como nadie, letal como los más grandes. Poseedor de la mejor zurda que he visto en disparos con balón en movimiento. Y ganador frecuente. Ronaldinho fue un albor de algo que parecía apoteósico, y aunque sufrí en silencio su caída, en el trayecto me regaló un par de años maravillosos. Pura fantasía. Tengo una debilidad por Riquelme, y aunque en un nivel inferior como el sudamericano, lo he visto hacer cosas imposibles. Nadie como él (sólo Zidane) manejó los tiempos y los espacios del campo, por eso lo incluyo cerrando esta lista top five (que va en orden de gustos) de los jugadores que más han encandilado mi pasión futbolera.

Pero pese a que estos cinco jugadores reinaron el planeta fútbol en su época, siempre había una sombra atrás, un estigma, una barrera. Nadie podía superar a Maradona, el último monarca oleado y sacramentado. Han pasado 16 años desde que me enamoré de la pelota, y si tuviera enfrente a un niño de once años en mi antigua condición, le diría que en esa búsqueda por encontrar al “jugador de nuestra generación”, estamos empatados. Si ha visto jugar a Lionel Messi casi no interesan los demás. El niño de once años puede decir que ha obviado un camino largo, que contó con cuatro Mundiales y muchísimos cracks. Hemos encontrado, él y yo, al jugador con el que deleitaremos en tertulias de domingo a nuestros nietos. Es un petizo que si se empina llega al metro setenta, y usa la 10 del Barcelona como si hubiese nacido con ella.

El de ayer será un partido que marcará la consagración de Lionel Messi. Si es verdad que los cracks deben sustentar con títulos su condición de inmortales, Lío ya conquistó al jurado. ¡Y lo ha hecho a los 21 años! Sólo queda rezar para que no aparezca un mal nacido que lo lesione de gravedad, que en un futuro, jugadores como Vidic o Scholes se muerdan la lengua antes de manifestar con violencia la frustración de no poder pararlo. Si eso ocurre, el camino estará servido para que el argentino nacido en Rosario pero rebautizado en Catalunya nos siga dando motivos para brindar por su existencia. Messi es más que Maradona con la pelota en los pies, lo ha demostrado. Diego tenía un plus en la pelota parada, y acaso sus tiros libres son lo único que lo mantienen en disputa para los fanáticos neutrales. Para los argentinos, no podía ser de otra manera, el título del 86 pesa más que cualquier joyita de su paisano vestido de azulgrana, pero en el 2010, si todo transcurre en orden, Messi puede cambiar aquello.

Lo que es innegable en Maradona es su triunfo en México 86 rodeado de jugadores de un nivel secundario. Ese equipo moría (literalmente) sin Diego en el campo. Y sacó campeón a Argentina cuando muchos coincidían en afirmar que si se hubiese calzado la casquilla de Corea del Sur, el desenlace hubiese sido el mismo. Para redondear el esplendor que genera Lío Messi cuando está en el campo, juega en el mejor Barcelona de la historia. Y en eso no hay discusión. Este Barça de Pep Guardiola pasará a la posteridad como el mejor equipo de los últimos veinte años, y en cuestiones de grupo, a diferencia de las individualidades, la tecnología está a nuestro favor, como para animarnos a discutir su posición como el mejor de todos los tiempos. No hay videos del Madrid arrollador de Di Stéfano, y las cintas del Brasil de México 70 o la Naranja Mecánica de Cruyff, se parecen a las del Chavo del ocho, un producto entrañable pero cada vez menos creíble.

El año pasado escribí un artículo para el blog denominado “Un hinchaje infiel”, donde señalaba mi predilección por el Barcelona de Frank Rijkaard, que juntó a Ronaldinho, Eto’o, Henry y Messi. Y recibí algunas críticas de diversos entendidos que manifestaban que aquel Barça no jugaba bien. Les hice caso y decidí para esta nueva temporada, ser más observador con el equipo catalán. No me he perdido un solo partido del Barça en esta Champions, y en mi hogar, así esté jugando contra el Basilea, se veía ese canal antes que un duelo entre Liverpool y Chelsea, por ejemplo. Y ha sido el torneo de Messi. Así como Cristiano Ronaldo arrasó en la temporada anterior, Messi fue avanzando a paso firme hasta la “Orejona”, y sin dejar dudas. En los duelos a muerte súbita, de octavos de final a la final, anotó siempre. Salvo en la semi contra el Chelsea, donde sólo hubo un gol (Iniesta). Le hizo goles al Lyon y al Bayern, y redondeó la faena contra el Manchester, mandando el balón a la red de la única manera en la que no lo creíamos capaz: de cabeza ante la dupla de centrales más alta del mundo.

Este Barça de Guardiola, de Messi, es histórico tanto en lo objetivo como en lo emocional. Su obtención del triplete (Liga, Copa del Rey y Champions) es inapelable, y ha brindado para el cuchicheo o la discusión acalorada entre fanáticos, virtudes por doquier, una semblanza para los románticos. Barcelona ha jugado al fútbol más vistoso, aquel que parecía obsoleto en tiempos de físico y velocidad, y hasta cuando se vio superado por el pragmatismo y la excesiva táctica, tuvo la suerte de su lado.

Y es que cuando uno hace las cosas bien, la suerte es apacible. Ayer no despertaba y hasta el minuto nueve Cristiano Ronaldo había hecho daño en tres ocasiones. Hasta el minuto nueve Messi había tocado dos balones, uno para mandar un pase a Puyol que se perdió en el lateral y otro para devolver una pared a Xavi intrascendente. Hasta el minuto nueve sus intérpretes más finos no habían despertado. Pero despertaron, por suerte. Un rechazo fue interceptado por Xavi, quien le cedió la responsabilidad al socio que lo ha hecho el imprescindible jugador que es hoy, Andrés Iniesta. Este buscó a Messi, el complemento perfecto para este trío de bajitos que ha conquistado con fineza y dulzura al mundo entero. Lío se la devolvió y Andrés encaró. Lo demás corrió por cuenta de Samuel Eto’o, el goleador de los partidos importantes, quien definió la final tornando bello un gol de puntín.

Después el Barça controló el partido a su antojo. Poco a poco Ronaldo se fue diluyendo y con él, todo el Manchester. Tomó protagonismo Xavi, quien a los 29 años y justo después de aparecer en diversas listas negras en los diarios con noticias del Barcelona al terminar la temporada pasada, se convirtió en el mejor mediocampista del mundo. Ayer lo demostró con el centro a Messi para el segundo gol, y cada vez que la pelota pasó por sus pies. Iniesta fue el complemento ideal. Con un traslado de balón nunca antes visto. Es en apariencia frágil y poco veloz, pero la lleva atada, no se la pueden robar. Piqué resultó clave en dos jugadas. La primera en el esplendor de Ronaldo, cuando tras un rebote de Valdés, obstruyó el disparo de Park; y la segunda ante Cristiano, cuando el partido ya iba dos a cero. Estos tres españoles fueron a mi gusto las figuras del encuentro. Luego a Eto’o y Messi no se les puede discutir nada, hicieron los goles. Henry anduvo como siempre desde que decidió dejar el papel protagónico para interpretar un rol secundario. Sin la explosión de antaño pero haciendo lo justo, y colocando su mejor cara para los festejos, alejando de sus gestos cualquier índice de arrepentimiento ante su decisión de dejar su reinado en el Arsenal. Puyol hizo también un magnífico partido. Sólo un escalón debajo del tridente español arriba mencionado. Rooney no apareció por su lado, y cuando Cristiano recostó su fútbol por ahí, le impuso la humanidad hasta sacarlo de quicio. Silvinho entendió que era esta su última oportunidad de consagrarse, y aprendió a la perfección el libreto heredado de Belleti, fundamental en la final de la Champions del 2006. Era discutido y poco utilizado por Guardiola, pero ayer demostró que no en vano es un lateral brasileño (la tierra de los laterales) que juega en el Barcelona. Yaya Touré es extraordinario. Una moderna versión de Patrick Vieira cuando juega en el medio, y ayer no se hizo problemas para jugar de central. Salvo un quiebre de Cristiano en el primer tiempo, no pasó mayores apuros. Valdés casi no fue exigido ni bien el Barça controló el partido, pero cumplió. Y ya le susurra a su mayor competencia, Iker Casillas, que también él ha ganado dos veces la Champions. Y el juvenil Busquets no defraudó en un puesto clave en el esquema de Pep Guardiola, el volante tapón. Ordenado y prolijo en sus pases, jugó como experimentado. El Manchester fue Ronaldo y nada más…

Todo Barcelona festeja, todo el planeta fútbol sonríe. Sólo queda agradecer por un año de fantasía. Y esperar que la leyenda de Lionel Messi se siga expandiendo. Tal vez en un futuro próximo la palabra Maradona ya no goce de unanimidad. Por el menester de mi generación (y la del niño de once años que recién empieza), ojalá así sea.

No imagino lo que debe haber sido ver a Maradona en carne viva en sus tiempos benévolos. Muchos afirman que era como estar cerca de un Dios. Tal vez en el futuro ver a Messi signifique lo mismo. Y yo podré estar tranquilo. Hace unos meses, cuando la selección argentina vino al Perú a jugar por las Eliminatorias, entrenaron en el colegio Markham. Un gran amigo mío, fotógrafo, tenía credencial para cubrir la práctica, y no sé bajo qué artimañas logró persuadir a los guardias que custodiaban como si se tratase de la familia de Obama a los albicelestes para que me dejen entrar. Al cabo de unos minutos yo estaba ahí, pasmado. Los veía a todos de lejos, Riquelme, D’Alessandro, Agüero, Mascherano. Estaban jugando una pichanguita en arcos reducidos, y hasta en esa situación, Messi destacaba. Como cuando en un paréntesis de la práctica le metió tres disparos de fuera del área al arquero Carrizo, y en los tres lo mandó a recoger el balón de las redes. Eso era suficiente. Hasta que el Coco Basile los mandó a trotar, y pasaron a paso lento por donde estábamos nosotros. Y pude ver a Messi en persona, a tres metros de distancia. A primera reacción, un chaparro de piernas lampiñas que se jugaba bromas con sus compañeros. Después de ayer, un genio pisando mi mismo césped. Un Dios en vivo y en directo.

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