viernes, 11 de diciembre de 2009

Lecciones de Carlitos (F)

No sé qué más hacer con este texto. Nació de una conversación con Carlitos, que existe, y pensé: algo debo de escribir, lo que salga. En fin, se lo dedico a Carlitos, que nunca lo sabrá.
En ocasiones como esta me acuerdo de Carlitos, un amigo chofer que conocí en un viaje a Chiclayo hace algunos años. Se me viene a la memoria con poca frecuencia, sobre todo cuando mis pensamientos llevan largo rato divagando, y el tema de la infidelidad retoma la primera plana. No es que ande con ganas de “sacar los pies del plato”, ni que mi entrepierna goce de estímulos cercanos y ajenos. Ya verán que eso es lo más apartado de la realidad en estos momentos. Pero recuerdo las frases de Carlitos, alejadas de elegancia pero contundentes, esa tarde noche chiclayana que me llevó a conocer la calle de los burdeles.

Yo había llegado a Chiclayo por trabajo. Fue un viaje relámpago. De ida y vuelta. Sólo debía monitorear unos detalles que mi jefe de entonces despreciaba por flojera, generando mis malos deseos mientras le decía que sí, que podía viajar. Hoy que ocupo su puesto lo entiendo, y muy a mi pesar, lo imito de vez en cuando. Llegué de mal humor, sin dormir mucho y algo peleado con Luciana, y contaba con generosos viáticos que luego de un pálido almuerzo, un par de bolsas de chifles y un king kong, se me querían escapar de la billetera. Mi pasaje de regreso decía siete y media de la noche, y siendo las cuatro y diez, no tenía nada más que hacer. Llévatelo en la camioneta un rato para que conozca, le dijo mi contacto chiclayano a Carlitos, que me saludaba con respeto sin poder disimular del todo el rostro de reciente siesta.

Con el tiempo aprendí que en los viajes a provincias los empresarios, administradores, periodistas o chupes de oficina aprovechan para darle rienda suelta a sus instintos copulativos, y dejan el disfraz de maridos modelos para interpretar el patético rol del putero. En ese entonces no lo sabía, y me demoré en captar las indirectas de Carlitos. Acá la vida es barata, en Chiclayo las mujeres son fieles, es chiquito pero hay de todo, me decía; y la traducción correcta era: el polvo cuesta veinte soles, las hembras se prestan para todo y nadie se va a enterar de nada.
*
Llegué a un descampado espacio con pinta de escena de crimen montado en una Nissan cuatro por cuatro de llantas enormes pero silenciosas, siendo copiloto de un hombre que apenas conocía. Sólo me quedó confiar. Y efectivamente, el escenario se convirtió en el paraíso de los cherocas. Una pampa enorme, desértica, de donde emergían cuatro locales de dudosísima reputación con letreros huachafos y categóricos alusivos a night clubs. Aún no oscurecía.

Aquí el polvo te cuesta diez lucas, me dijo Carlitos. Aunque si chamullas lo rebajas a ocho. Pero la frutilla del postre la ofrecía el quinto local. Alejado varios metros del resto, aparecía “Las pocitas”, un espacio con pinta de hotel de tres estrellas, de esos que se convierten en cinco en provincias. Ahí, según Carlitos, la cosa era distinta. También es puterío, me dijo cuando ingenuo, le pregunté si un hotel así podía captar clientela tan cerca del pecado. Acá te cobran entrada, dos lucas cincuenta, y el polvo es más caro, te sale veinte soles.

Antes de mi aventura chiclayana jamás había acudido a un burdel. Ni siquiera en las épocas más duras de mi soltería había cedido a esa antigua modalidad. Mucho menos desde que encontré a Luciana, y ni en mi despedida de soltero caí en las garras de una fémina que cobra por rozar su cuerpo con más de cien penes al año. Mi excusa tenía mucho de ética y de responsabilidad por mi salud. Todo muy elegante. Pero gran parte de culpa la tenía el hecho de que por mi velocidad en la eyaculación, pagar 200 soles (lo que cuesta una puta más o menos agraciada en Lima) no salía para nada a cuenta.

A Carlitos no le di ninguna excusa, pero era obvio por mi pasmado rostro y por el hecho de que no dejé mi mochila en la camioneta, que nada iba a pasar. Le seguí la corriente rumbo al primero de los locales, mientras el crujir de los chifles en mi mochila fungía de banda sonora. El “Johana’s” tenía un amplio corredor por donde deambulaban los que bauticé como “despreciables”, muchachos misios y arrechos con pinta de experiencia en el arte de matar el tiempo en búsqueda de una puta bondadosa que les muestre algún presagio de sus servicios con un gesto o una travesura, para amenizar sus infames masturbaciones. También había clientes, pocos en realidad. Pasadas por centavos las cinco de la tarde, en Chiclayo y en cualquier parte, la gente con adquisición económica permanece en sus trabajos, así que las señoritas del “Johana’s” aprovechaban el rato para maquillarse, descansar o hablar por teléfono.

El “Johana’s” olía terriblemente. A sexo, a pecado, a cloro sazonado con espermatozoides disímiles. Y Carlitos lo atravesaba con natural familiaridad. Se acercaba a las chicas a consultarles el precio, les pedía “un poco más de información para el hombre”, señalándome, y ellas asentían mostrando indicios de sus vaginas sin afeitar o con frases que más que calentar, asustaban. Constaté que la información de Carlitos era verdad. Todas cobraban diez soles. Alguna te decía quince notando mi postura foránea, pero eran fáciles de regatear. Carlitos escogió a la que le parecía más agraciada y me dijo “ya, usted mismo es”, con un ademán de sostenerme la mochila. La chica no estaba mal en verdad, pero sin exagerar, si tenía DNI lo había sacado hace poquito. No tío, me voy a sentir un pedófilo. Con esa excusa safé.

*

Los demás locales no tenían nada distinto al “Johana’s”. Eso me dijo Carlitos, tal vez entendiendo que sería difícil convencerme. Volvimos a la camioneta con el pretexto de esperar las seis y media de la tarde, hora de apertura de “Las Pocitas”. Nos estacionamos cerca de la puerta y cada tanto veíamos llegar a las chicas. Eran considerablemente más agraciadas que las del “Johana’s”. Bueno, quedaremos en que eran el doble de mejores, por eso su cariño costaba el doble. Carlitos no volvió a insistirme, y giró la conversación a temas banales. Yo no lo escuchaba. Cambié de postura por la tentación, y sólo pensaba en que a aquella muchacha de piel canela, alta y bien despachada que aterrizaba en “Las Pocitas” la hubiese podido cortejar si la encontrase en una discoteca limeña. O que a la siguiente, un poco más baja y sin tantos atributos, pero sin duda más bonita, le daría un beso sin ningún tipo de inconvenientes. Carlitos me preguntaba por mi trabajo y si era mi primera vez en Chiclayo, y yo pensaba que a razón de mi fugaz primer round, 40 soles sí podía gastar.

En esas estábamos hasta que de pronto las frases de Carlitos me cautivaron, y pesaron más que mis hormonas pecadoras. Era un hombre entrañable. Jocoso y humilde, pícaro e indagador. Me preguntaba por Lima. Por el precio de la comida, por la calidad de los burdeles. Y sin preguntarme nada íntimo, me aconsejaba casi paternal. No te cases, no tengas hijos aún. Aprovecha tu juventud. Yo volvía a pensar en Luciana y en todos los planes que teníamos, tan fuera de aquello de aprovechar la juventud.

"Yo tengo una hija", me dijo Carlitos, "pero cinco mujeres". Siempre me ha sorprendido la manera de afrontar la fidelidad en algunas personas. Tal vez mi círculo sea el más aburrido de todos, pues aunque se hable de otras chicas y de las ganas de palpar otros cuerpos, no tengo amigos infieles. Y he sospechado que aquel que confiese ese pecado será vitoreado al inicio, celebrado con salud y palmaditas de hombro, pero luego confrontado y criticado en silencio. Pero estoy seguro que en sectores sociales distintos al mío, en círculos de amistad como el de Carlitos, la trampa es parte de la vida diaria. Estás en nada si no tienes una amante. Aún así, asumo que tener cinco es algo fuera de lo común en todos lados.

Varias veces me he enfrentado a sujetos que exageran en sus anécdotas, y a simple deducción, Carlitos sería uno de ellos. Pero se encargó, luego de detallarme aspectos puntuales de cada una, de comprobarlos con llamadas a sus celulares. Descontó a su mujer, a ella no le marcó el teléfono. Habló con la trampa más antigua y con el altavoz encendido, le pidió perdón por no poder visitarla. Llamó a la que trabajaba en un colegio, y le comentó que le había gustado mucho el restaurante en el que cenaron la última vez. Se excitó charlando con su última conquista, quedando con obscenidades que ella no dudó en responder con similares frases, en un encuentro íntimo esa misma noche. Y se peleó con la más joven de todas, chica que tenía 29 años y que según Carlitos, era su amante desde los 17. Ella es la más jodida, me dijo luego de colgar.

Pensé en la mujer de Carlitos. Con qué detalles llenará su existencia para vivir la historia desde el otro lado sin darse cuenta. Carlitos me decía que jamás lo había ampayado. Que él sabía cómo hacerla. Y yo pensaba en la reacción de Luciana si siquiera se enterase de mi presencia en el “Johana’s”. No había espacio en mis temores para visualizar su rostro al descubrirme con mi eventual amante. ¿Podría perdonarme una canita al aire? ¿Yo podría manejar una doble relación? ¿Y una quíntuple? Somos hombres, ¿no?, tenemos necesidades, me decía Carlitos.

Todas las palabras de mi nuevo amigo me llenaban de dudas. La vida es una sola, me decía, al final te vas a morir de viejo y vas a decir “tanto tiempo me pasé con esta mujer, tanto hice por mis hijos, ¿para qué?”. Yo pensaba en la escasa lista de mujeres que adornaban mi carrera de pingaloca. Y me preguntaba si acaso la manera de vivir de Carlitos, alejado del estrés del trabajo, con un sueldo pequeño, pero con el carisma suficiente para tener un hogar y cuatro amantes no era el verdadero objetivo de la vida. También en Luciana, en que jamás le había sido infiel, en que llevaba junto a ella seis años y medio. Y sazonado por el momento, con el rabillo del ojo miraba a las chicas que se aproximaban a “Las Pocitas”. Ya en el colmo de la enajenación, imploraba por que Carlitos me lleve de regreso al “Johana’s”.
*

Minutos antes de que den las seis y media, una llamada volvió a colocar a Carlitos en su rol de chofer con desidia constante. Había olvidado hacer unos envíos y debía regresar. No pude conocer “Las Pocitas”. No importa, le dije a Carlitos, igual no iba a pasar nada. Un pisotón típico de niño con rabieta golpeó a mi mochila, y el crujir de los chifles actuó como el sonido de mi conciencia. Será mejor así. Volveré a Lima con mis viáticos enteros y saldré a comer con el amor de mi vida.

Y a todo esto chochera, dijo Carlitos finalmente, ¿tú cuántas mujeres tienes? Cuando le dije que sólo me conformaba con una, su respuesta me descuadró: si yo con esta cara tengo cinco, si me prestas la tuya yo llego a veinte.

Al llegar a Lima decidí olvidarme por completo de mi aventura en los burdeles. Aún sin pecar, no me parecía algo digno de contar, y no lo comenté ni con mis más cercanos amigos. Semanas después Luciana me dijo que estaba embarazada, y fue más fácil alejar de mi memoria a Carlitos, al “Johana’s”, a “Las Pocitas” y a los olores terribles que adornaron mi estadía chiclayana.

Jamás volví a un burdel. Mi hija se volvió lo más importante de mi vida y ni siquiera el fracaso de mi matrimonio me alejó del amor y de las ganas de contemplarla. He pasado algunos meses solo. No he tenido que rendir cuentas a nadie desde que Luciana dejó mi hogar. He tenido contacto con otras mujeres pero no es lo mismo. Compararía la acción con el imaginario de mi cuerpo en “Las Pocitas”. Polvo y a cobrar. Vacío y vacío.

No quiero dar marcha atrás, pero es duro. Sólo cuando reaparecen las dudas, vuelve Carlitos a mi memoria. La infidelidad ocurre cuando menos lo pensamos y de la forma más inesperada. ¿Habrán ampayado a Carlitos? ¿Con qué mentiras seguirá manteniendo su hogar? ¿Tenía razón en todo lo que me dijo? ¿Cuáles son las armas para ser un infiel empedernido? ¿Si lo fuiste una vez, lo serás siempre? Y retumban en mi cerebro llamadas misteriosas cerca de las once de la noche, cancelación de planes a última hora con excusas de trabajo extra, frialdad extrema en la intimidad. Confesiones y llantos. Y me pregunto si mi amigo chiclayano podría conquistar veinte mujeres con mi cara, aún si se entera que no seguí sus consejos. Y tuve que morderme el orgullo, y por temor a no tener siquiera una, acepté el perdón.

lunes, 7 de diciembre de 2009

Llegó Sudáfrica (Y)

A Manuel Burga, con el odio de siempre.
El Mundial ha empezado ya. Lo bueno de la globalización y de la información instantánea está en la posibilidad de emocionarse por la Copa del Mundo más allá de ser un invitado de piedra. Más allá de ser parte de un país que no sabe de clasificaciones desde hace 27 años. Y es que en el Perú nos hemos acostumbrado a mundiales ajenos, y eso no merma el fanatismo, no impide la emoción. No escuchar el himno en la cita más importante del planeta fútbol es una rutina, como lo es hinchar por Brasil o Argentina, anhelar que las figuras que nos regala la globalización lleguen enteras, o acaso desearle el mal a un país vecino. En el Mundial están todas las figuras que hemos aprendido a querer (y a conocer de verdad) desde que el fútbol se masificó con la televisión y se volvió pan de cada día con la Internet. Y este de Sudáfrica promete vértigo en nuestros televisores aún con nuestra camiseta de la selección guardada en el cajón con la ropa de verano.

El Mundial ha empezado ya, porque se acaban de sortear en Ciudad del Cabo los grupos que le dan forma de una vez en nuestros anhelos y pronósticos a ese mágico mes que esperamos con ansias cada cuatro años. Y desde ya podemos sacar conclusiones. La primera es que luego de dos mundiales con la suerte en el sorteo diametralmente opuesta, esta vez a Argentina le ha tocado un grupo accesible en el papel, y a Brasil el que será denominado como el “grupo de la muerte”. Después podemos decir que Uruguay la tendrá muy dura; que Paraguay tiene el escenario perfecto para demostrar por qué fue considerado durante largo período en las Eliminatorias como el mejor país de Sudamérica; y que Chile la ha sacado barata.

A continuación, un recorrido más profundo de lo que espero de nuestros hermanos de continente:

Argentina: Empecemos por Argentina, equipo del cual soy hincha acérrimo desde que tengo criterio para el fútbol, y mi viejo me contagió el amor por Maradona y Caniggia aquella lejana tarde de 1990 cuando los albicelestes eliminaron a Italia. Debe haber sido la primera vez que vi a mi viejo emocionado por un partido. Yo que en esa época, contagiado por los chicos de mi colegio, simpatizaba por Brasil, me volví maradoniano hasta hoy que le perdono sus exabruptos y confío aún en sus milagros para transformar a su selección en un equipo. Hoy Argentina es cualquier cosa menos un equipo. Y Diego tendrá que trabajar durísimo para plasmar en la cancha el 12 de junio a once muchachos que muestren presagios de triunfo, y no a un grupo de hombres confundidos, con los colores de su camiseta como única arma.

Si Argentina logra formar un plantel serio, y Diego encuentra la manera idónea de rodear a Messi, la fase de grupos la tendrían que pasar caminando. Nigeria siempre es un duro rival, pero no es el equipo del 94 que metía miedo a cada segundo. Tampoco es el de la generación Atlanta 96 con Kanú como abanderado. Hoy tiene a Obafemi Martins como figura principal, un atacante veloz pero que hace rato perdió sitio entre los clase A. Después a Mikel, un mediocampista del Chelsea que es muy bueno. Y nada más. Pese a eso, es el rival más duro del grupo. Después está Grecia, que a partir de la Euro 2004 (con consagración y levantada de copa incluida) resulta un enigma, de lo contrario sería un equipo más. Prometen un buen trabajo táctico, como para vislumbrar un partido a cero hasta el minuto 76, y que luego Messi abra el camino para el primero, e Higuaín ponga el 2-0. Y termina el grupo la ascendente Corea del Sur. Llegan con el cartel de haber clasificado desde México 86 a todos los mundiales disputados. Y luego de haber terminado invictos en sus Eliminatorias, los de Ji Sung Park, volante veloz del Manchester United, su mejor figura, quieren demostrar que no fue casualidad lo del Mundial 2002, cuando anfitriones, llegaron a las semifinales.

Incluso la Argentina actual, sin un esquema definido, con Maradona sin respaldo popular, con Messi de caminante distraído, puede quedar primera del grupo. Con trabajo, sin dudas los del país del tango empiezan su aventura sudafricana en octavos de final.

Brasil: Es inevitable pintarse el corazón de verdeamarelho en los mundiales. Sobre todo para nosotros, tan acostumbrados a las derrotas, alquilar un sentimiento ganador es muy fácil, y Brasil nos viene dando motivos desde hace varios torneos como para sumarnos a su coche triunfalista. Esta vez el destino los ha posicionado en el grupo más difícil, pero estoy seguro de que a ellos les da lo mismo. El miedo, como siempre, es para el rival. A Brasil mientras más lejos lo enfrentas mejor. Corea del Norte está llamada a terminar con cero puntos su reintegro a la cita mundialista. Y los otros dos rivales, Costa de Marfil y Portugal, deben estar preocupados. Brasil tiene un equipo como para ser campeón. Desde ya afirmo que es mi candidato. Tiene al mejor arquero del mundo y una defensa muy solvente. En ofensiva, lo sabemos, Brasil siempre es Brasil. Lo mejor del grupo G es que se verán las caras Kaká, Cristiano Ronaldo y Drogba. Uno de ellos quedará fuera en primera ronda. Portugal ha perdido contundencia por la veteranía de hombres como Deco, Carvalho o Paulo Ferreira, pero tiene en Cristiano (si llega entero) al desequilibrio individual más trascendente del mundo. Y Costa de Marfil llega con un equipo sólido, con la experiencia de haber pasado por el “grupo de la muerte” en Alemania 2006 y con la promesa de no ser, como aquella vez, Drogba y diez más. ¿Mi pronóstico? Brasil está adentro. Y Corea del Norte debe estar comprando ya los pasajes de regreso. Entre Cristiano y Drogba (dos de mis jugadores favoritos) prefiero no opinar.

Uruguay: Siguiendo con esta lista, cuyo orden obedece al corazón, es el turno de Uruguay. A los charrúas sí les ha tocado el “grupo de la muerte”. Dando por descontado un trabajo digno de Sudáfrica por ser local, Francia y México le dan un toque de impredecible al grupo A. A Uruguay no le sobra nada. Es evidente, desde la manera en que clasificó hasta el nivel de sus jugadores, no puede mirar por encima del hombro a nadie. Lo bueno es que lo saben, y tienen a un técnico inteligente como Tabárez que se encargará de repetírselo a todos sus hombres. A un equipo que ha perdido contra la peor selección peruana de los últimos años no se le puede augurar muchos éxitos, pero los uruguayos saben de hazañas. Y encuentran a sus rivales en mal momento. México se ha dormido en sus laureles, y ha convertido en pedantería aquello de ser un equipo de primer nivel. Hoy carece de figuras rimbombantes y ya le faltan el respeto hasta en su penosa Concacaf. Y a Francia le sucede lo mismo que a Argentina. No encuentra el equipo. Tiene que trabajar mucho porque jugadores hay. En esta serie cualquier cosa puede pasar. El “grupo de la muerte” se ha emparejado hacia abajo, y si sus representantes siguen caminando entre la mediocridad de sus actuales momentos, Uruguay podría clasificar. Pero de acá a seis meses todo puede cambiar.

Paraguay: Paraguay navega en el mismo pedestal que Argentina y Brasil desde hace mucho, y ya es hora de demostrar aquello en el Mundial. Es cu cuarta cita consecutiva, y los agarra con la madurez necesaria como para predecir algo grande. A Paraguay se le debe pedir cuartos de final como mínimo. No hacerlo sería desprestigiar a Sudamérica, y seguir dándole motivos a la FIFA para que mantenga los cuatro cupos y medio cuando, por nivel, deberían ser cinco y medio. Tendrán de rival a vencer a la “desconocida” Eslovaquia, de la que sólo se conoce al central del Liverpool Skrtel; y a la que imaginamos débil Nueva Zelanda. Y completará el grupo la última campeona del mundo, Italia. Los italianos suelen ofrecer un planteamiento mezquino y no se hacen problemas si en la primera ronda regalan empates. Paraguay está llamado a clasificarse sin problemas. Les auguro, en el peor de los casos, 5 puntos, con empates ante Eslovaquia e Italia y triunfo con Nueva Zelanda; pero si llegan a 9 no habría nada de raro. Los del “Tata” Martino han demostrado tener un plantel competitivo con jugadores que se saben de memoria su libreto. Y Sudáfrica 2010 es su oportunidad de demostrarlo.

Chile: Aunque la chapa de “enemigo” es menor a la del 98, nunca querré que a Chile le vaya bien. Aunque el odio haya mutado y ni se me pase por la cabeza la idea de seguirle los pasos a mi primo Camote que para Francia 98 arrancó de su álbum Navarrete la página de Chile, mi rencoroso corazón obtendrá la calma en Sudáfrica cuando el equipo de Bielsa esté eliminado. Para el análisis puedo decir que Chile realizó una magnífica Eliminatoria y gracias a Marcelo Bielsa goza de un equipo con credenciales positivos. Y subrayo a Bielsa (nombrado por tercera vez en el párrafo) porque en él me baso para decir que Chile tiene todo para alcanzar hasta los cuartos de final. Tiene todo para ser la “sorpresa” del Mundial. La experiencia en Bielsa le hará no cometer los errores del pasado. Carga con la maleta de haber quedado eliminado en primera fase en el 2002 cuando dirigía a Argentina. Y dos veces no le cortan la cola al gato, dice un dicho.

Chile enfrentará en su grupo a España, selección considerada por muchos como candidata al título. Pero el esquema de Bielsa, bien interpretado y con artífices en buena noche, tiene con qué hacerle frente. España trabaja como ninguno el balón en el mediocampo, no en vano cuenta con Xavi e Iniesta, los mejores volantes del mundo el último año, y con Cesc Fabregas, otro fuera de serie. Y arriba están enfiladitos con dos atacantes mortales: Niño Torres y Villa. Chile le puede jugar de tú a tú, y cualquier cosa puede pasar si “Chupete” Suazo convierte una de las tres oportunidades que seguro tendrá de liquidar a Casillas. Será un partido de ida y vuelta con pinta de Perú versus Brasil de México 70. Pero de todos modos, para los mapochos ese no es el partido. El rival a vencer es Suiza, una selección que ha mejorado mucho y aparenta ser muy sólida. Ahí está el Mundial para los de Bielsa. Y desde esta trinchera (que es la norte por única vez) afirmo, con envidia, que tienen todo para superarlos. Honduras tiene que despedirse acorde a su realidad, con cero puntos. Vienen de perder contra Perú, y eso es garantía suficiente como para decir que están en nada. A Chile lo seguiré pese a que no guardo simpatía ni por su camiseta ni por ninguno de sus jugadores. Al menos en el 98 yo era hincha oculto del “Matador” Salas. Y aquella vez festejé como goles peruanos los de Brasil que sirvieron para mandar a su casa a mi ídolo en octavos de final.

El resto: Ahora sólo queda esperar a junio para darle rienda suelta a la más grande emoción que el fútbol tiene reservada. No creo en los que dicen que tal Mundial fue mejor que otro. Todos han sido (y serán) extraordinarios para mí. Espero que aparezcan las figuras. Que los llamados a romper, la rompan (y que no se rompan antes de tiempo, como Zidane en el 2002 o Romario para Francia 98). Que campeone un sudamericano (si no es Argentina, que sea Brasil). Que África siga sorprendiendo con un equipo adorable, como Camerún del 90, Nigeria del 94 o Senegal del 2002. Que Alemania siga el rumbo de su historia pero con algo más de emoción que las últimas veces. Que Inglaterra demuestre por qué en los videojuegos sigue comandando la selección más fuerte del mundo, que aparezcan Lampard y Gerrard, porque esta vez sí es ahora o nunca. Que en Sudáfrica apreciemos la consagración de esa magnífica y poco valorada generación de holandeses que en la Euro 2008 fueron los mejores. Que Van der Vaart, Robben y Sneijder se olviden que alguna vez pasaron por el Real Madrid y muestren el exquisito fútbol que sólo en la casa blanca no rindió frutos. Que los italianos sumen fantasía a su catenaccio. Que Cristiano Ronaldo la descosa, que Messi haga seis goles, que Kaká sea Kaká, que Eto’o tenga un buen torneo, que Drogba haga un par de golazos, que Forlán esté diez puntos, que Cabañas nos reivindique a los sudacas con un codazo y un gol en un mismo partido. Que Maradona sea feliz. Que Dunga sea ganador pese a Dunga.

Y bueno, la de siempre: que Dios me de vida para algún día, así sea lejano, poder escribir sobre un Mundial con mi camiseta de la selección al lado.