No sé qué más hacer con este texto. Nació de una conversación con Carlitos, que existe, y pensé: algo debo de escribir, lo que salga. En fin, se lo dedico a Carlitos, que nunca lo sabrá.
En ocasiones como esta me acuerdo de Carlitos, un amigo chofer que conocí en un viaje a Chiclayo hace algunos años. Se me viene a la memoria con poca frecuencia, sobre todo cuando mis pensamientos llevan largo rato divagando, y el tema de la infidelidad retoma la primera plana. No es que ande con ganas de “sacar los pies del plato”, ni que mi entrepierna goce de estímulos cercanos y ajenos. Ya verán que eso es lo más apartado de la realidad en estos momentos. Pero recuerdo las frases de Carlitos, alejadas de elegancia pero contundentes, esa tarde noche chiclayana que me llevó a conocer la calle de los burdeles.
Yo había llegado a Chiclayo por trabajo. Fue un viaje relámpago. De ida y vuelta. Sólo debía monitorear unos detalles que mi jefe de entonces despreciaba por flojera, generando mis malos deseos mientras le decía que sí, que podía viajar. Hoy que ocupo su puesto lo entiendo, y muy a mi pesar, lo imito de vez en cuando. Llegué de mal humor, sin dormir mucho y algo peleado con Luciana, y contaba con generosos viáticos que luego de un pálido almuerzo, un par de bolsas de chifles y un king kong, se me querían escapar de la billetera. Mi pasaje de regreso decía siete y media de la noche, y siendo las cuatro y diez, no tenía nada más que hacer. Llévatelo en la camioneta un rato para que conozca, le dijo mi contacto chiclayano a Carlitos, que me saludaba con respeto sin poder disimular del todo el rostro de reciente siesta.
Con el tiempo aprendí que en los viajes a provincias los empresarios, administradores, periodistas o chupes de oficina aprovechan para darle rienda suelta a sus instintos copulativos, y dejan el disfraz de maridos modelos para interpretar el patético rol del putero. En ese entonces no lo sabía, y me demoré en captar las indirectas de Carlitos. Acá la vida es barata, en Chiclayo las mujeres son fieles, es chiquito pero hay de todo, me decía; y la traducción correcta era: el polvo cuesta veinte soles, las hembras se prestan para todo y nadie se va a enterar de nada.
Yo había llegado a Chiclayo por trabajo. Fue un viaje relámpago. De ida y vuelta. Sólo debía monitorear unos detalles que mi jefe de entonces despreciaba por flojera, generando mis malos deseos mientras le decía que sí, que podía viajar. Hoy que ocupo su puesto lo entiendo, y muy a mi pesar, lo imito de vez en cuando. Llegué de mal humor, sin dormir mucho y algo peleado con Luciana, y contaba con generosos viáticos que luego de un pálido almuerzo, un par de bolsas de chifles y un king kong, se me querían escapar de la billetera. Mi pasaje de regreso decía siete y media de la noche, y siendo las cuatro y diez, no tenía nada más que hacer. Llévatelo en la camioneta un rato para que conozca, le dijo mi contacto chiclayano a Carlitos, que me saludaba con respeto sin poder disimular del todo el rostro de reciente siesta.
Con el tiempo aprendí que en los viajes a provincias los empresarios, administradores, periodistas o chupes de oficina aprovechan para darle rienda suelta a sus instintos copulativos, y dejan el disfraz de maridos modelos para interpretar el patético rol del putero. En ese entonces no lo sabía, y me demoré en captar las indirectas de Carlitos. Acá la vida es barata, en Chiclayo las mujeres son fieles, es chiquito pero hay de todo, me decía; y la traducción correcta era: el polvo cuesta veinte soles, las hembras se prestan para todo y nadie se va a enterar de nada.
*
Llegué a un descampado espacio con pinta de escena de crimen montado en una Nissan cuatro por cuatro de llantas enormes pero silenciosas, siendo copiloto de un hombre que apenas conocía. Sólo me quedó confiar. Y efectivamente, el escenario se convirtió en el paraíso de los cherocas. Una pampa enorme, desértica, de donde emergían cuatro locales de dudosísima reputación con letreros huachafos y categóricos alusivos a night clubs. Aún no oscurecía.
Aquí el polvo te cuesta diez lucas, me dijo Carlitos. Aunque si chamullas lo rebajas a ocho. Pero la frutilla del postre la ofrecía el quinto local. Alejado varios metros del resto, aparecía “Las pocitas”, un espacio con pinta de hotel de tres estrellas, de esos que se convierten en cinco en provincias. Ahí, según Carlitos, la cosa era distinta. También es puterío, me dijo cuando ingenuo, le pregunté si un hotel así podía captar clientela tan cerca del pecado. Acá te cobran entrada, dos lucas cincuenta, y el polvo es más caro, te sale veinte soles.
Antes de mi aventura chiclayana jamás había acudido a un burdel. Ni siquiera en las épocas más duras de mi soltería había cedido a esa antigua modalidad. Mucho menos desde que encontré a Luciana, y ni en mi despedida de soltero caí en las garras de una fémina que cobra por rozar su cuerpo con más de cien penes al año. Mi excusa tenía mucho de ética y de responsabilidad por mi salud. Todo muy elegante. Pero gran parte de culpa la tenía el hecho de que por mi velocidad en la eyaculación, pagar 200 soles (lo que cuesta una puta más o menos agraciada en Lima) no salía para nada a cuenta.
A Carlitos no le di ninguna excusa, pero era obvio por mi pasmado rostro y por el hecho de que no dejé mi mochila en la camioneta, que nada iba a pasar. Le seguí la corriente rumbo al primero de los locales, mientras el crujir de los chifles en mi mochila fungía de banda sonora. El “Johana’s” tenía un amplio corredor por donde deambulaban los que bauticé como “despreciables”, muchachos misios y arrechos con pinta de experiencia en el arte de matar el tiempo en búsqueda de una puta bondadosa que les muestre algún presagio de sus servicios con un gesto o una travesura, para amenizar sus infames masturbaciones. También había clientes, pocos en realidad. Pasadas por centavos las cinco de la tarde, en Chiclayo y en cualquier parte, la gente con adquisición económica permanece en sus trabajos, así que las señoritas del “Johana’s” aprovechaban el rato para maquillarse, descansar o hablar por teléfono.
El “Johana’s” olía terriblemente. A sexo, a pecado, a cloro sazonado con espermatozoides disímiles. Y Carlitos lo atravesaba con natural familiaridad. Se acercaba a las chicas a consultarles el precio, les pedía “un poco más de información para el hombre”, señalándome, y ellas asentían mostrando indicios de sus vaginas sin afeitar o con frases que más que calentar, asustaban. Constaté que la información de Carlitos era verdad. Todas cobraban diez soles. Alguna te decía quince notando mi postura foránea, pero eran fáciles de regatear. Carlitos escogió a la que le parecía más agraciada y me dijo “ya, usted mismo es”, con un ademán de sostenerme la mochila. La chica no estaba mal en verdad, pero sin exagerar, si tenía DNI lo había sacado hace poquito. No tío, me voy a sentir un pedófilo. Con esa excusa safé.
*
Los demás locales no tenían nada distinto al “Johana’s”. Eso me dijo Carlitos, tal vez entendiendo que sería difícil convencerme. Volvimos a la camioneta con el pretexto de esperar las seis y media de la tarde, hora de apertura de “Las Pocitas”. Nos estacionamos cerca de la puerta y cada tanto veíamos llegar a las chicas. Eran considerablemente más agraciadas que las del “Johana’s”. Bueno, quedaremos en que eran el doble de mejores, por eso su cariño costaba el doble. Carlitos no volvió a insistirme, y giró la conversación a temas banales. Yo no lo escuchaba. Cambié de postura por la tentación, y sólo pensaba en que a aquella muchacha de piel canela, alta y bien despachada que aterrizaba en “Las Pocitas” la hubiese podido cortejar si la encontrase en una discoteca limeña. O que a la siguiente, un poco más baja y sin tantos atributos, pero sin duda más bonita, le daría un beso sin ningún tipo de inconvenientes. Carlitos me preguntaba por mi trabajo y si era mi primera vez en Chiclayo, y yo pensaba que a razón de mi fugaz primer round, 40 soles sí podía gastar.
En esas estábamos hasta que de pronto las frases de Carlitos me cautivaron, y pesaron más que mis hormonas pecadoras. Era un hombre entrañable. Jocoso y humilde, pícaro e indagador. Me preguntaba por Lima. Por el precio de la comida, por la calidad de los burdeles. Y sin preguntarme nada íntimo, me aconsejaba casi paternal. No te cases, no tengas hijos aún. Aprovecha tu juventud. Yo volvía a pensar en Luciana y en todos los planes que teníamos, tan fuera de aquello de aprovechar la juventud.
"Yo tengo una hija", me dijo Carlitos, "pero cinco mujeres". Siempre me ha sorprendido la manera de afrontar la fidelidad en algunas personas. Tal vez mi círculo sea el más aburrido de todos, pues aunque se hable de otras chicas y de las ganas de palpar otros cuerpos, no tengo amigos infieles. Y he sospechado que aquel que confiese ese pecado será vitoreado al inicio, celebrado con salud y palmaditas de hombro, pero luego confrontado y criticado en silencio. Pero estoy seguro que en sectores sociales distintos al mío, en círculos de amistad como el de Carlitos, la trampa es parte de la vida diaria. Estás en nada si no tienes una amante. Aún así, asumo que tener cinco es algo fuera de lo común en todos lados.
Varias veces me he enfrentado a sujetos que exageran en sus anécdotas, y a simple deducción, Carlitos sería uno de ellos. Pero se encargó, luego de detallarme aspectos puntuales de cada una, de comprobarlos con llamadas a sus celulares. Descontó a su mujer, a ella no le marcó el teléfono. Habló con la trampa más antigua y con el altavoz encendido, le pidió perdón por no poder visitarla. Llamó a la que trabajaba en un colegio, y le comentó que le había gustado mucho el restaurante en el que cenaron la última vez. Se excitó charlando con su última conquista, quedando con obscenidades que ella no dudó en responder con similares frases, en un encuentro íntimo esa misma noche. Y se peleó con la más joven de todas, chica que tenía 29 años y que según Carlitos, era su amante desde los 17. Ella es la más jodida, me dijo luego de colgar.
Pensé en la mujer de Carlitos. Con qué detalles llenará su existencia para vivir la historia desde el otro lado sin darse cuenta. Carlitos me decía que jamás lo había ampayado. Que él sabía cómo hacerla. Y yo pensaba en la reacción de Luciana si siquiera se enterase de mi presencia en el “Johana’s”. No había espacio en mis temores para visualizar su rostro al descubrirme con mi eventual amante. ¿Podría perdonarme una canita al aire? ¿Yo podría manejar una doble relación? ¿Y una quíntuple? Somos hombres, ¿no?, tenemos necesidades, me decía Carlitos.
Todas las palabras de mi nuevo amigo me llenaban de dudas. La vida es una sola, me decía, al final te vas a morir de viejo y vas a decir “tanto tiempo me pasé con esta mujer, tanto hice por mis hijos, ¿para qué?”. Yo pensaba en la escasa lista de mujeres que adornaban mi carrera de pingaloca. Y me preguntaba si acaso la manera de vivir de Carlitos, alejado del estrés del trabajo, con un sueldo pequeño, pero con el carisma suficiente para tener un hogar y cuatro amantes no era el verdadero objetivo de la vida. También en Luciana, en que jamás le había sido infiel, en que llevaba junto a ella seis años y medio. Y sazonado por el momento, con el rabillo del ojo miraba a las chicas que se aproximaban a “Las Pocitas”. Ya en el colmo de la enajenación, imploraba por que Carlitos me lleve de regreso al “Johana’s”.
Aquí el polvo te cuesta diez lucas, me dijo Carlitos. Aunque si chamullas lo rebajas a ocho. Pero la frutilla del postre la ofrecía el quinto local. Alejado varios metros del resto, aparecía “Las pocitas”, un espacio con pinta de hotel de tres estrellas, de esos que se convierten en cinco en provincias. Ahí, según Carlitos, la cosa era distinta. También es puterío, me dijo cuando ingenuo, le pregunté si un hotel así podía captar clientela tan cerca del pecado. Acá te cobran entrada, dos lucas cincuenta, y el polvo es más caro, te sale veinte soles.
Antes de mi aventura chiclayana jamás había acudido a un burdel. Ni siquiera en las épocas más duras de mi soltería había cedido a esa antigua modalidad. Mucho menos desde que encontré a Luciana, y ni en mi despedida de soltero caí en las garras de una fémina que cobra por rozar su cuerpo con más de cien penes al año. Mi excusa tenía mucho de ética y de responsabilidad por mi salud. Todo muy elegante. Pero gran parte de culpa la tenía el hecho de que por mi velocidad en la eyaculación, pagar 200 soles (lo que cuesta una puta más o menos agraciada en Lima) no salía para nada a cuenta.
A Carlitos no le di ninguna excusa, pero era obvio por mi pasmado rostro y por el hecho de que no dejé mi mochila en la camioneta, que nada iba a pasar. Le seguí la corriente rumbo al primero de los locales, mientras el crujir de los chifles en mi mochila fungía de banda sonora. El “Johana’s” tenía un amplio corredor por donde deambulaban los que bauticé como “despreciables”, muchachos misios y arrechos con pinta de experiencia en el arte de matar el tiempo en búsqueda de una puta bondadosa que les muestre algún presagio de sus servicios con un gesto o una travesura, para amenizar sus infames masturbaciones. También había clientes, pocos en realidad. Pasadas por centavos las cinco de la tarde, en Chiclayo y en cualquier parte, la gente con adquisición económica permanece en sus trabajos, así que las señoritas del “Johana’s” aprovechaban el rato para maquillarse, descansar o hablar por teléfono.
El “Johana’s” olía terriblemente. A sexo, a pecado, a cloro sazonado con espermatozoides disímiles. Y Carlitos lo atravesaba con natural familiaridad. Se acercaba a las chicas a consultarles el precio, les pedía “un poco más de información para el hombre”, señalándome, y ellas asentían mostrando indicios de sus vaginas sin afeitar o con frases que más que calentar, asustaban. Constaté que la información de Carlitos era verdad. Todas cobraban diez soles. Alguna te decía quince notando mi postura foránea, pero eran fáciles de regatear. Carlitos escogió a la que le parecía más agraciada y me dijo “ya, usted mismo es”, con un ademán de sostenerme la mochila. La chica no estaba mal en verdad, pero sin exagerar, si tenía DNI lo había sacado hace poquito. No tío, me voy a sentir un pedófilo. Con esa excusa safé.
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Los demás locales no tenían nada distinto al “Johana’s”. Eso me dijo Carlitos, tal vez entendiendo que sería difícil convencerme. Volvimos a la camioneta con el pretexto de esperar las seis y media de la tarde, hora de apertura de “Las Pocitas”. Nos estacionamos cerca de la puerta y cada tanto veíamos llegar a las chicas. Eran considerablemente más agraciadas que las del “Johana’s”. Bueno, quedaremos en que eran el doble de mejores, por eso su cariño costaba el doble. Carlitos no volvió a insistirme, y giró la conversación a temas banales. Yo no lo escuchaba. Cambié de postura por la tentación, y sólo pensaba en que a aquella muchacha de piel canela, alta y bien despachada que aterrizaba en “Las Pocitas” la hubiese podido cortejar si la encontrase en una discoteca limeña. O que a la siguiente, un poco más baja y sin tantos atributos, pero sin duda más bonita, le daría un beso sin ningún tipo de inconvenientes. Carlitos me preguntaba por mi trabajo y si era mi primera vez en Chiclayo, y yo pensaba que a razón de mi fugaz primer round, 40 soles sí podía gastar.
En esas estábamos hasta que de pronto las frases de Carlitos me cautivaron, y pesaron más que mis hormonas pecadoras. Era un hombre entrañable. Jocoso y humilde, pícaro e indagador. Me preguntaba por Lima. Por el precio de la comida, por la calidad de los burdeles. Y sin preguntarme nada íntimo, me aconsejaba casi paternal. No te cases, no tengas hijos aún. Aprovecha tu juventud. Yo volvía a pensar en Luciana y en todos los planes que teníamos, tan fuera de aquello de aprovechar la juventud.
"Yo tengo una hija", me dijo Carlitos, "pero cinco mujeres". Siempre me ha sorprendido la manera de afrontar la fidelidad en algunas personas. Tal vez mi círculo sea el más aburrido de todos, pues aunque se hable de otras chicas y de las ganas de palpar otros cuerpos, no tengo amigos infieles. Y he sospechado que aquel que confiese ese pecado será vitoreado al inicio, celebrado con salud y palmaditas de hombro, pero luego confrontado y criticado en silencio. Pero estoy seguro que en sectores sociales distintos al mío, en círculos de amistad como el de Carlitos, la trampa es parte de la vida diaria. Estás en nada si no tienes una amante. Aún así, asumo que tener cinco es algo fuera de lo común en todos lados.
Varias veces me he enfrentado a sujetos que exageran en sus anécdotas, y a simple deducción, Carlitos sería uno de ellos. Pero se encargó, luego de detallarme aspectos puntuales de cada una, de comprobarlos con llamadas a sus celulares. Descontó a su mujer, a ella no le marcó el teléfono. Habló con la trampa más antigua y con el altavoz encendido, le pidió perdón por no poder visitarla. Llamó a la que trabajaba en un colegio, y le comentó que le había gustado mucho el restaurante en el que cenaron la última vez. Se excitó charlando con su última conquista, quedando con obscenidades que ella no dudó en responder con similares frases, en un encuentro íntimo esa misma noche. Y se peleó con la más joven de todas, chica que tenía 29 años y que según Carlitos, era su amante desde los 17. Ella es la más jodida, me dijo luego de colgar.
Pensé en la mujer de Carlitos. Con qué detalles llenará su existencia para vivir la historia desde el otro lado sin darse cuenta. Carlitos me decía que jamás lo había ampayado. Que él sabía cómo hacerla. Y yo pensaba en la reacción de Luciana si siquiera se enterase de mi presencia en el “Johana’s”. No había espacio en mis temores para visualizar su rostro al descubrirme con mi eventual amante. ¿Podría perdonarme una canita al aire? ¿Yo podría manejar una doble relación? ¿Y una quíntuple? Somos hombres, ¿no?, tenemos necesidades, me decía Carlitos.
Todas las palabras de mi nuevo amigo me llenaban de dudas. La vida es una sola, me decía, al final te vas a morir de viejo y vas a decir “tanto tiempo me pasé con esta mujer, tanto hice por mis hijos, ¿para qué?”. Yo pensaba en la escasa lista de mujeres que adornaban mi carrera de pingaloca. Y me preguntaba si acaso la manera de vivir de Carlitos, alejado del estrés del trabajo, con un sueldo pequeño, pero con el carisma suficiente para tener un hogar y cuatro amantes no era el verdadero objetivo de la vida. También en Luciana, en que jamás le había sido infiel, en que llevaba junto a ella seis años y medio. Y sazonado por el momento, con el rabillo del ojo miraba a las chicas que se aproximaban a “Las Pocitas”. Ya en el colmo de la enajenación, imploraba por que Carlitos me lleve de regreso al “Johana’s”.
*
Minutos antes de que den las seis y media, una llamada volvió a colocar a Carlitos en su rol de chofer con desidia constante. Había olvidado hacer unos envíos y debía regresar. No pude conocer “Las Pocitas”. No importa, le dije a Carlitos, igual no iba a pasar nada. Un pisotón típico de niño con rabieta golpeó a mi mochila, y el crujir de los chifles actuó como el sonido de mi conciencia. Será mejor así. Volveré a Lima con mis viáticos enteros y saldré a comer con el amor de mi vida.
Y a todo esto chochera, dijo Carlitos finalmente, ¿tú cuántas mujeres tienes? Cuando le dije que sólo me conformaba con una, su respuesta me descuadró: si yo con esta cara tengo cinco, si me prestas la tuya yo llego a veinte.
Al llegar a Lima decidí olvidarme por completo de mi aventura en los burdeles. Aún sin pecar, no me parecía algo digno de contar, y no lo comenté ni con mis más cercanos amigos. Semanas después Luciana me dijo que estaba embarazada, y fue más fácil alejar de mi memoria a Carlitos, al “Johana’s”, a “Las Pocitas” y a los olores terribles que adornaron mi estadía chiclayana.
Jamás volví a un burdel. Mi hija se volvió lo más importante de mi vida y ni siquiera el fracaso de mi matrimonio me alejó del amor y de las ganas de contemplarla. He pasado algunos meses solo. No he tenido que rendir cuentas a nadie desde que Luciana dejó mi hogar. He tenido contacto con otras mujeres pero no es lo mismo. Compararía la acción con el imaginario de mi cuerpo en “Las Pocitas”. Polvo y a cobrar. Vacío y vacío.
No quiero dar marcha atrás, pero es duro. Sólo cuando reaparecen las dudas, vuelve Carlitos a mi memoria. La infidelidad ocurre cuando menos lo pensamos y de la forma más inesperada. ¿Habrán ampayado a Carlitos? ¿Con qué mentiras seguirá manteniendo su hogar? ¿Tenía razón en todo lo que me dijo? ¿Cuáles son las armas para ser un infiel empedernido? ¿Si lo fuiste una vez, lo serás siempre? Y retumban en mi cerebro llamadas misteriosas cerca de las once de la noche, cancelación de planes a última hora con excusas de trabajo extra, frialdad extrema en la intimidad. Confesiones y llantos. Y me pregunto si mi amigo chiclayano podría conquistar veinte mujeres con mi cara, aún si se entera que no seguí sus consejos. Y tuve que morderme el orgullo, y por temor a no tener siquiera una, acepté el perdón.
Minutos antes de que den las seis y media, una llamada volvió a colocar a Carlitos en su rol de chofer con desidia constante. Había olvidado hacer unos envíos y debía regresar. No pude conocer “Las Pocitas”. No importa, le dije a Carlitos, igual no iba a pasar nada. Un pisotón típico de niño con rabieta golpeó a mi mochila, y el crujir de los chifles actuó como el sonido de mi conciencia. Será mejor así. Volveré a Lima con mis viáticos enteros y saldré a comer con el amor de mi vida.
Y a todo esto chochera, dijo Carlitos finalmente, ¿tú cuántas mujeres tienes? Cuando le dije que sólo me conformaba con una, su respuesta me descuadró: si yo con esta cara tengo cinco, si me prestas la tuya yo llego a veinte.
Al llegar a Lima decidí olvidarme por completo de mi aventura en los burdeles. Aún sin pecar, no me parecía algo digno de contar, y no lo comenté ni con mis más cercanos amigos. Semanas después Luciana me dijo que estaba embarazada, y fue más fácil alejar de mi memoria a Carlitos, al “Johana’s”, a “Las Pocitas” y a los olores terribles que adornaron mi estadía chiclayana.
Jamás volví a un burdel. Mi hija se volvió lo más importante de mi vida y ni siquiera el fracaso de mi matrimonio me alejó del amor y de las ganas de contemplarla. He pasado algunos meses solo. No he tenido que rendir cuentas a nadie desde que Luciana dejó mi hogar. He tenido contacto con otras mujeres pero no es lo mismo. Compararía la acción con el imaginario de mi cuerpo en “Las Pocitas”. Polvo y a cobrar. Vacío y vacío.
No quiero dar marcha atrás, pero es duro. Sólo cuando reaparecen las dudas, vuelve Carlitos a mi memoria. La infidelidad ocurre cuando menos lo pensamos y de la forma más inesperada. ¿Habrán ampayado a Carlitos? ¿Con qué mentiras seguirá manteniendo su hogar? ¿Tenía razón en todo lo que me dijo? ¿Cuáles son las armas para ser un infiel empedernido? ¿Si lo fuiste una vez, lo serás siempre? Y retumban en mi cerebro llamadas misteriosas cerca de las once de la noche, cancelación de planes a última hora con excusas de trabajo extra, frialdad extrema en la intimidad. Confesiones y llantos. Y me pregunto si mi amigo chiclayano podría conquistar veinte mujeres con mi cara, aún si se entera que no seguí sus consejos. Y tuve que morderme el orgullo, y por temor a no tener siquiera una, acepté el perdón.
Muy bueno como siempre.
ResponderEliminarCuándo te animas a publicar tu libro de cuentos?
jajajajaja
ResponderEliminarMadre sólo hay una en la vida!!
Estoy lejos, lejísimos, de esa posibilidad. Incluso este relato (que no me animo a catalogar como cuento) es de los peores que he escrito en ficción. Pero nació de una anécdota que me dio mucha risa, y quise inmortalizarla.
Algún día publicaré algo. Si no llego nunca al talento que he colocado como meta, lo haré igual, con mi plata y para que me leas tú y mis diez hinchas fieles. No te preocupes...
Un beso ma.
Hola Gabriel
ResponderEliminarCreo que podrías hacerle caso a tu mamá. Está bueno el cuento (sí lo veo como cuento), aunque debe(s) pulirse/te.
No soy quién para dar "comentarios"/(menos)"consejos" -eso dejémoslo para tu sra. madre, pero tu relato sí me ha animado a ofrecerte algunas observaciones:
ni que mi entrepierna goce de estímulos cercanos y ajenos
un pálido almuerzo, un par de bolsas de chifles y un king kong, se me querían escapar de la billetera
…que los chispazos no se noten, pasar la huacha con humildad y seguir corriendo, perfil bajo no+ (este sí cae bien: Pasadas por centavos las cinco de la tarde)
el polvo cuesta veinte soles –y al siguiente párrafo casi:
Aquí el polvo te cuesta diez lucas, me dijo Carlitos.
… se entiende, pero para el lector común ¿? –qué tal: “el polvo cuesta su plata/(o mejor así no+: “el polvo cuesta”), las hembras se prestan para todo y nadie se va a enterar de nada.”, pues este no necesita mucho de precios, el siguiente en cambio sí, pues refleja una escala de valores.
cuando ingenuo, le pregunté
…sin coma
Antes de mi aventura chiclayana jamás había acudido a un burdel. Ni siquiera en las épocas más duras de mi soltería había cedido a esa antigua modalidad. Mucho menos desde que encontré a Luciana, y ni en mi despedida de soltero caí en las garras de una fémina que cobra por rozar su cuerpo con más de cien penes al año. Mi excusa tenía mucho de ética y de responsabilidad por mi salud. Todo muy elegante. Pero gran parte de culpa la tenía el hecho de que por mi velocidad en la eyaculación, pagar 200 soles (lo que cuesta una puta más o menos agraciada en Lima) no salía para nada a cuenta.
…Tópico literario: Mucho menos desde que encontré a Luciana: Dante – Beatriz / Mucho está de+
épocas más duras de mi soltería
…¿?
200 soles
…mucho precio
de sus vaginas sin afeitar
…has investigado? -se afeitan, solo que mal, o se descuidan
esperar las seis y media de la tarde, hora de apertura de “Las Pocitas”.
…dejar rastro previo de la hora de apertura
Tal vez mi círculo sea el más aburrido de todos, pues aunque se hable de otras chicas y de las ganas de palpar otros cuerpos, no tengo amigos infieles.
…lenguaje muy forzado para el personaje de Carlitos
el restaurante en el que cenaron
idem
Con qué detalles llenará su existencia para vivir la historia desde el otro lado sin darse cuenta.
…esa oración paga todo el cuento
salu2 muchos
Coki
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
ResponderEliminarPrimo querido. Me ha encantado tu cuento(seguro porque estoy en la edad(risas)).
ResponderEliminarMe gustaría que vivites mi blog.
Saludos compare.