"...mis problemas con las mujeres son humanos: o me aburren o estoy hasta las manos".
Andrés Calamaro. "Una bomba". Honestidad Brutal (1999).
Para mi futura hija. Con el perdón de todo su género. Texto entre sincero y exagerado. Entre machista y papanatas.
Sólo desde hace algunos días lo que se mostraba como sospecha se volvió tangible, y el imaginario interno me propició definitivamente los colores que le faltaban a mi lienzo provisional. Serás mujer, hija mía. Serás mujer y así la ternura es más sencilla. Serás mujer y desde ahora me someto. Serás mujer y ya te adivino hermosa mientras colecciono días en un calendario cada vez más pequeño. Serás mujer ¿y ahora?
Confieso que cuando supe de tu llegada fue más fácil pensar en un varón. Deseaba al muchacho que sería mi calcomanía mejorada, quería al niño al que le pudiese contar secretos y proveer de datos que ayuden a moldear una personalidad adorable, aún con las dificultades propias de llevar en la entrepierna un órgano tan inquieto. Sería más sencillo reconocer los demonios que asoman en un colega de género, y más fácil calmar sus dudas y moderar su ímpetu.
Hoy carezco de armas. Estoy indefenso. ¿Cómo educar a una mujer? ¿Cómo notar aspectos como sus gustos por las muñecas, la ropa o peor aún, por los hombres? ¿Cómo ayudarla a combatir sus frustraciones, sus tristezas? ¿Cómo saber desde qué momento la estoy aburriendo? ¿Cómo lograr que me crea cuando le digo que el mequetrefe que la corteja buscará la primera oportunidad para palpar partes que ni me quiero imaginar? ¿Cómo tolerar la sentencia de que en algún momento dejaré de ser el hombre de su vida?
Hijita mía, no tengo por qué mentirte. Las mujeres me resultan complicadas. He tomado muy a pecho aquello de ser seres diametralmente opuestos y no me he preocupado mucho por interpretarlas en general. Con las mujeres mi nivel de timidez alcanza cifras exageradas, y por ejemplo, si estoy frente a una que recién conozco, balbuceo, suelto frases que no quise soltar, y sin duda dejo una impresión negativa. No me muestro con mi verdadera naturaleza, aquella que, me consuelo, es diferente. Creo que el motivo está en que siempre he visto a la mujer como un ser superior, y las he contemplado con una ligera dosis de temor. Y cada vez que ha aparecido el temor en mi vida, la solución, inadecuada por cierto, ha sido escapar.
También, te lo confieso avergonzado, he sido un miserable, un superficial en la guerra de los sexos. Y así el físico ha intervenido más de la cuenta, y en las dos posibilidades, de manera negativa. Si era una mujer atractiva, la fobia al rechazo superaba al deseo de cortejo y me quedaba en silencio. Y si la chica era más bien feita, aplicaba la indiferencia. De hecho todas las féminas con las que he tenido un contacto, digamos, carnal, han dado el primer paso. Las veces que yo me he animado han ocurrido porque me han dejado el camino servidito.
Como con tu madre, por ejemplo, cuando el destino acomodó una serie de circunstancias en las que si no me le acercaba me tenían que fusilar por imbécil o empezar a tratar como gay. Felizmente el tiempo fue amable, y permitió que ella me acepte y me soporte aún con mis desatinos y metidas de pata. Y empezamos una relación que me ayudó a conocer una parte de la mujer. La parte más hermosa, y digamos, la más importante, pues es la causante de que tú estés en camino. Aprendí a querer con intensidad y que me quieran igual. Y tuve en el amor a la mejor excusa para seguir un sendero firme sin necesidad de sumergirme demasiado en el universo mujeres. Mi universo fue de una, y creí que sería siempre así.
Pero existe otra parte en la mujer. La parte que indica que la luz puede aparecer más allá de la atracción física. Que puede ser divertido conversar con una chica descontando el deseo. Que la amistad entre géneros es posible. Y que si uno le pone empeño, la búsqueda por la eterna comodidad frente a una dama no tiene que ser infructuosa. Esa parte no la he obtenido. Al menos no del todo. No he tenido jamás una amiga. Y las “amigas” que me conocerás, antes fueron amigas de tu mami, y tal vez si fuese por mí, y sobre todo por ellas, jamás hubiesen sido mis amigas. Yo hoy en día no puedo conversar mucho rato con mujeres. No sé si por aburrimiento, temor o desinterés, pero evito el tema. Suelto chistes absurdos, esquivo el contacto visual, impido la confidencia. Si lo hubiese logrado tendría una perspectiva más adecuada para conocerte, una visión diferente a la que me ha podido proporcionar tu madre. Podría comparar otras carcajadas sinceras, otros arrebatos de dulzura; otros gestos de engreimiento, otras pistas para interpretar malestares.
Esa manera de ser tan inexplicable, alejada de toda coyuntura, de toda época, me ha generado algunos inconvenientes en el pasado. Mis compañeras de colegio no tienen idea de cómo soy en verdad, conservan un recuerdo poco apreciable, aún me imaginan como el chico tímido que sólo podía tratar adecuadamente a una pelota, y que escondía con largos y resinosos cabellos los ataques del acné. Las chicas con las que compartí aulas en la universidad San Martín me rechazan por atorrante, desprecian mi indiferencia, y me señalan como un aprendiz de vivaracho por malentendidos que jamás me encargué de aclarar. Y las de la De Lima no saben ni mi nombre. Y por eso jamás me recomendarán a uno de sus bien remunerados trabajos. Acaso alguna me tiene simpatía por estupideces que hablé borracho en más de una ocasión, porque sobrio, la de siempre, escapista.
Pero tampoco quiero alarmarte. La vida está hecha para aprender y tú serás mi enseñanza más dulce. Y ya verás que si me tienes paciencia, contigo superaré mis demonios. El destino me viene ofreciendo la redención casi a la par de tu llegada, y en mi trabajo, ya fuera de mis épocas inmaduras y estoicas, tengo que enfrentarme a una población liderada por hormonas femeninas. En mi oficina por ejemplo, un salón de dos espacios, convivimos cuatro chicas y yo; y en general en toda mi área prevalecen las mujeres. Y ahí me tengo que dejar de niñerías y traumas antiguos si deseo permanecer cobrando un sueldo cada mes. Entonces trato de cambiar mi postura, de alejar lo máximo que se pueda a mi timidez. Claro, hay cosas que no cambian, entonces me someto a lo que me digan sin objetar, no converso si no me conversan, jamás comparto almuerzos. Pero también las voy interpretando en mi guarida solitaria. Las noto interesantes y cuajadas. Admiro sus capacidades e inteligencias. Y a la vez adivino sus miedos, su vulnerabilidad. Comprendo así que cuando aparece la necesidad, los hombres y las mujeres somos parecidos, y uno al final se adecua.
Por eso no tengo dudas, el mágico camino que emprenderemos me dará las pautas para poder educarte. Para saber decirte “no” pese a que me derritas con tus pucheros. Para ampliar mi universo, y contigo, (re)conocer al resto de mujeres que la vida se encargó de alejar de mis anhelos. Para que me describas frente a los demás como un papá sincero, entretenido y tierno. Jamás como un resinoso, como un indiferente ni como un evasivo nerviosón. Para que te encante compartir ratos conmigo y permanezcas en mi regazo mucho, mucho tiempo.
Hijita linda, que aún eres pataditas en el vientre por la noche. Preciosa criatura que no conozco pero que extraño. Te escribo todo esto a manera de catarsis y en el camino alejo para siempre las ganas de tener un varón. Te quiero mujer. Sí, mujer, mujer, mujer. Contigo me jugaré la revancha, y verás que pese a todo lo que te cuento, al final triunfaremos. Seré astuto y acomodaré mi estrategia desde el primer minuto. Multiplicaré mis pocas armas, y te cantaré canciones todo el día, te engreiré sin mesura, te contaré fantásticas historias, me haré el tonto con simpatía. Y en el camino adoptaré las otras: esconderé mi aburrimiento cuando me toque conversar con tus amigas, no manifestaré mi nerviosismo cuando te compre tu primer bikini ante la chica bonita de la tienda, entenderé tus gustos por las muñecas, las ropas y por los chicos.
Y aceptaré pese a la pena el momento en que ya no quieras caminar de mi mano. Y cuando te atrape la curiosidad e indagues por mi pasado te diré que no necesité de más mujeres, porque desde muy temprano encontré en tu madre al amor y a mi mejor amiga. Me dediqué a plasmar un universo de a dos con la chica que imaginé sería la más importante, y te contaré bajito que además era la más bonita. Claro, hasta que llegaste tú, hijita. Hasta que llegaste tú.
Confieso que cuando supe de tu llegada fue más fácil pensar en un varón. Deseaba al muchacho que sería mi calcomanía mejorada, quería al niño al que le pudiese contar secretos y proveer de datos que ayuden a moldear una personalidad adorable, aún con las dificultades propias de llevar en la entrepierna un órgano tan inquieto. Sería más sencillo reconocer los demonios que asoman en un colega de género, y más fácil calmar sus dudas y moderar su ímpetu.
Hoy carezco de armas. Estoy indefenso. ¿Cómo educar a una mujer? ¿Cómo notar aspectos como sus gustos por las muñecas, la ropa o peor aún, por los hombres? ¿Cómo ayudarla a combatir sus frustraciones, sus tristezas? ¿Cómo saber desde qué momento la estoy aburriendo? ¿Cómo lograr que me crea cuando le digo que el mequetrefe que la corteja buscará la primera oportunidad para palpar partes que ni me quiero imaginar? ¿Cómo tolerar la sentencia de que en algún momento dejaré de ser el hombre de su vida?
Hijita mía, no tengo por qué mentirte. Las mujeres me resultan complicadas. He tomado muy a pecho aquello de ser seres diametralmente opuestos y no me he preocupado mucho por interpretarlas en general. Con las mujeres mi nivel de timidez alcanza cifras exageradas, y por ejemplo, si estoy frente a una que recién conozco, balbuceo, suelto frases que no quise soltar, y sin duda dejo una impresión negativa. No me muestro con mi verdadera naturaleza, aquella que, me consuelo, es diferente. Creo que el motivo está en que siempre he visto a la mujer como un ser superior, y las he contemplado con una ligera dosis de temor. Y cada vez que ha aparecido el temor en mi vida, la solución, inadecuada por cierto, ha sido escapar.
También, te lo confieso avergonzado, he sido un miserable, un superficial en la guerra de los sexos. Y así el físico ha intervenido más de la cuenta, y en las dos posibilidades, de manera negativa. Si era una mujer atractiva, la fobia al rechazo superaba al deseo de cortejo y me quedaba en silencio. Y si la chica era más bien feita, aplicaba la indiferencia. De hecho todas las féminas con las que he tenido un contacto, digamos, carnal, han dado el primer paso. Las veces que yo me he animado han ocurrido porque me han dejado el camino servidito.
Como con tu madre, por ejemplo, cuando el destino acomodó una serie de circunstancias en las que si no me le acercaba me tenían que fusilar por imbécil o empezar a tratar como gay. Felizmente el tiempo fue amable, y permitió que ella me acepte y me soporte aún con mis desatinos y metidas de pata. Y empezamos una relación que me ayudó a conocer una parte de la mujer. La parte más hermosa, y digamos, la más importante, pues es la causante de que tú estés en camino. Aprendí a querer con intensidad y que me quieran igual. Y tuve en el amor a la mejor excusa para seguir un sendero firme sin necesidad de sumergirme demasiado en el universo mujeres. Mi universo fue de una, y creí que sería siempre así.
Pero existe otra parte en la mujer. La parte que indica que la luz puede aparecer más allá de la atracción física. Que puede ser divertido conversar con una chica descontando el deseo. Que la amistad entre géneros es posible. Y que si uno le pone empeño, la búsqueda por la eterna comodidad frente a una dama no tiene que ser infructuosa. Esa parte no la he obtenido. Al menos no del todo. No he tenido jamás una amiga. Y las “amigas” que me conocerás, antes fueron amigas de tu mami, y tal vez si fuese por mí, y sobre todo por ellas, jamás hubiesen sido mis amigas. Yo hoy en día no puedo conversar mucho rato con mujeres. No sé si por aburrimiento, temor o desinterés, pero evito el tema. Suelto chistes absurdos, esquivo el contacto visual, impido la confidencia. Si lo hubiese logrado tendría una perspectiva más adecuada para conocerte, una visión diferente a la que me ha podido proporcionar tu madre. Podría comparar otras carcajadas sinceras, otros arrebatos de dulzura; otros gestos de engreimiento, otras pistas para interpretar malestares.
Esa manera de ser tan inexplicable, alejada de toda coyuntura, de toda época, me ha generado algunos inconvenientes en el pasado. Mis compañeras de colegio no tienen idea de cómo soy en verdad, conservan un recuerdo poco apreciable, aún me imaginan como el chico tímido que sólo podía tratar adecuadamente a una pelota, y que escondía con largos y resinosos cabellos los ataques del acné. Las chicas con las que compartí aulas en la universidad San Martín me rechazan por atorrante, desprecian mi indiferencia, y me señalan como un aprendiz de vivaracho por malentendidos que jamás me encargué de aclarar. Y las de la De Lima no saben ni mi nombre. Y por eso jamás me recomendarán a uno de sus bien remunerados trabajos. Acaso alguna me tiene simpatía por estupideces que hablé borracho en más de una ocasión, porque sobrio, la de siempre, escapista.
Pero tampoco quiero alarmarte. La vida está hecha para aprender y tú serás mi enseñanza más dulce. Y ya verás que si me tienes paciencia, contigo superaré mis demonios. El destino me viene ofreciendo la redención casi a la par de tu llegada, y en mi trabajo, ya fuera de mis épocas inmaduras y estoicas, tengo que enfrentarme a una población liderada por hormonas femeninas. En mi oficina por ejemplo, un salón de dos espacios, convivimos cuatro chicas y yo; y en general en toda mi área prevalecen las mujeres. Y ahí me tengo que dejar de niñerías y traumas antiguos si deseo permanecer cobrando un sueldo cada mes. Entonces trato de cambiar mi postura, de alejar lo máximo que se pueda a mi timidez. Claro, hay cosas que no cambian, entonces me someto a lo que me digan sin objetar, no converso si no me conversan, jamás comparto almuerzos. Pero también las voy interpretando en mi guarida solitaria. Las noto interesantes y cuajadas. Admiro sus capacidades e inteligencias. Y a la vez adivino sus miedos, su vulnerabilidad. Comprendo así que cuando aparece la necesidad, los hombres y las mujeres somos parecidos, y uno al final se adecua.
Por eso no tengo dudas, el mágico camino que emprenderemos me dará las pautas para poder educarte. Para saber decirte “no” pese a que me derritas con tus pucheros. Para ampliar mi universo, y contigo, (re)conocer al resto de mujeres que la vida se encargó de alejar de mis anhelos. Para que me describas frente a los demás como un papá sincero, entretenido y tierno. Jamás como un resinoso, como un indiferente ni como un evasivo nerviosón. Para que te encante compartir ratos conmigo y permanezcas en mi regazo mucho, mucho tiempo.
Hijita linda, que aún eres pataditas en el vientre por la noche. Preciosa criatura que no conozco pero que extraño. Te escribo todo esto a manera de catarsis y en el camino alejo para siempre las ganas de tener un varón. Te quiero mujer. Sí, mujer, mujer, mujer. Contigo me jugaré la revancha, y verás que pese a todo lo que te cuento, al final triunfaremos. Seré astuto y acomodaré mi estrategia desde el primer minuto. Multiplicaré mis pocas armas, y te cantaré canciones todo el día, te engreiré sin mesura, te contaré fantásticas historias, me haré el tonto con simpatía. Y en el camino adoptaré las otras: esconderé mi aburrimiento cuando me toque conversar con tus amigas, no manifestaré mi nerviosismo cuando te compre tu primer bikini ante la chica bonita de la tienda, entenderé tus gustos por las muñecas, las ropas y por los chicos.
Y aceptaré pese a la pena el momento en que ya no quieras caminar de mi mano. Y cuando te atrape la curiosidad e indagues por mi pasado te diré que no necesité de más mujeres, porque desde muy temprano encontré en tu madre al amor y a mi mejor amiga. Me dediqué a plasmar un universo de a dos con la chica que imaginé sería la más importante, y te contaré bajito que además era la más bonita. Claro, hasta que llegaste tú, hijita. Hasta que llegaste tú.
felicitaciones por el texto, pero, sobre todo, por la nueva mujer en tu vida.
ResponderEliminarQ se llame Flora! Gran texto sobrino.
ResponderEliminarEsa gente!! Limeño, ya corroboré tu identidad, buena voz!!
ResponderEliminarDimitri, ya nos jugaremos la revancha....
Extraordinario!!!
ResponderEliminarVeo cada vez más cerca la publicación de tu libro.
Ahora te toca a ti. Desde mayo empezarás a conocer todo el amor que te tengo.
A qué edad te empezó a aburrir mis conversaciones? Sabes, nunca me lo dejaste saber. Gracias.
Te amo.