Este textito lo escibí mientras volaba de regreso a Lima desde Chiclayo. Fue mi retorno a un avión luego de casi tres años. Ha sido la primera vez que he escrito cagándome de miedo. Se lo dedico a mi hijita, que cada vez está más próxima. En ella pensaba mientras me ahogaba en el pesimismo. No puede ser, me decía, moriré sin conocerla. Felizmente estoy aquí. En la rutina feliz que es la espera en tierra firme.
Nunca encontraré la comodidad en un avión. Incluso hoy, que se trata de un viaje corto y sin sobresaltos, el tiempo que paso en el aire es lo más parecido a la muerte. Tal vez por masoquismo he elegido, en la ida y en la vuelta, un asiento en la ventana. La ciudad se empequeñece segundos después de haber estado en una cápsula que simula con perfección a un gran auto de Fórmula 1. Luego la inmensidad del mar, con sus olas estáticas. Y ese gigantesco colchón de nubes que son el vértigo en fotografía.
Mi espíritu es a ras del suelo. Podré correr, caminar a prisa, pero si la meta incluye un gran salto, prefiero desistir. El cielo no es el límite de mis anhelos. El cielo es para los pájaros…
… Y la aeromoza que anuncia el cinturón de seguridad. Y la palabra turbulencia es la espera con resignación al diagnóstico final del médico en el hospital. El ticket de entrada al juicio final. Y yo que me he portado bien, prefiero bajar que quedarme arriba.
Mi espíritu es a ras del suelo. Podré correr, caminar a prisa, pero si la meta incluye un gran salto, prefiero desistir. El cielo no es el límite de mis anhelos. El cielo es para los pájaros…
… Y la aeromoza que anuncia el cinturón de seguridad. Y la palabra turbulencia es la espera con resignación al diagnóstico final del médico en el hospital. El ticket de entrada al juicio final. Y yo que me he portado bien, prefiero bajar que quedarme arriba.
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