miércoles, 23 de marzo de 2011

Un sentimiento, no un verbo (Y)

Líneas asorochadas. Nostalgia provinciana.
El Perú es maravillosamente lindo sobre todo cuando salimos de Lima, o de la rutina, o del tedio gris, que es lo mismo. El Perú es enigmáticamente lindo porque al llegar al corazón de una provincia aún nos golpean las huellas de Lima y su falsa (u obsoleta) aristocracia y su tarjeta de crédito. El Perú es injustamente lindo porque el paisaje que nos sacude más el cerebro está escondido en un pueblito recóndito habitado por la cruel regla del pobre, o la lejanía en peligro, o la soledad ignorante.
Ayacucho ya no es terror. Ayacucho es positivo. Lo compruebo con mis contactos laborales de estos lares, que empiezan llamándome "ingeniero" y terminan gastándome bromas sanas pero irreproducibles luego de que les cuento un poquito sobre mi vida. En Ayacucho los miedos se quedan en la puerta. Dentro de las casas asoman crucifijos y santitos estáticos junto a unas fotografías antiguas que nos relatan que por acá ocurrió algo crucial para esta patria, algo injusto y (tristemente) comprensible.
Pero la gente de a pie es amable. Y cuando escuchan PPK se cagan de risa. Pero si hablan de Keiko hablan del Chino, de sus obras, de su supremacía ante los (más, un poco más) malos de la película. Y Toledo no hizo nada, y si volvió Alan… pues voto por Keiko. Humala está loco (vaya, una buena). La gente de a pie sigue siendo amable. José, el del hotel, me saluda con afecto y mirándome a los ojos; Sandra, la de la bodega, se sonroja con optimismo; y Soledad, en la inmensidad del campo y de su titánica faena de cuidar vacas de una a seis de la tarde, es Madeinusa (y no Magaly), y no acepta posar para la cámara porque no le gusta la ropa que lleva puesta (que a mí me parece hermosa).
Viajar es un sentimiento, no es un verbo. En mí: es tensión, nerviosismo, flojera… y al final, disfrute máximo. Viajar también, y sobre todo, es volver.
Y volver es añorar.
Inés aparece en cada rostro feliz. En cada distracción del piloto. Inés está en mis vacilaciones cuando la imagino conmigo en la sierra; y en mi preocupación porque con este frío, no se me vaya a enfermar. Inés está en la canción "Ay Carmela", que una noche le hizo Sabina a su hija. Y mientras la escucho con atención por primera vez en mi cuarto de hotel, debo salir porque se me anuda la garganta, y necesito plasmar en bonito estas cojudeces que vengo arañando en mi libreta de apuntes.
Entonces le doy un click a la pantalla y recuerdo a la otra mitad de mi amor, a la actual protagonista de mis satisfacciones humanas, y noto que el Perú es chévere fuera de Lima, pero más chévere si la tuviese a mi lado, y que estoy en Ayacucho muriendo de frío, bajo la resaca tétrica de un camino poblado de lodo patinante en una inhóspita carretera lluviosa y un mágico arcoíris a las 5 y 29, y la evoco diciéndome que ya quiere que llegue el invierno, y no acepto sus argumentos, y como se da cuenta, me dice que también anhela el invierno para tomarse un café conmigo. O mejor un tecito, mi amor.
Siento que viajar es satisfactorio porque siempre hay que volver a casa ("a alguna casa"). Y es lindo redescubrir que el Perú es mucho más que la Lima de los problemas y de los embaucadores de vehículos. Y en un cielo diferente, te palpita el alma pensando en Inés, y maquinas con emoción en cuál de las frías esquinas le encontrarás el regalo perfecto. Y recuerdas que estás en Ayacucho en un insólitamente helado mes de marzo. Y que rodeada de sol, tu "princesa vampira" respira. Y te mira. Y te acepta pese a lo que eres y lo que no serás jamás. Y la extrañas, porque Barranco se parece tanto a Órganos… y le pedirás a los Dioses o a las pastillas que te permitan dormir pese al frío, y aunque añores con el alma las últimas olas del verano, soñarás con ese café desabrigado. O tienes razón, un tecito está bien.

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