"No digas nada, vete de aquí".
Un día de diciembre del 2007 el fruto de varias introspecciones insomnes se hizo realidad y emprendí en la blogósfera el atormentado camino de Conciencia en Offside. Lo hice con el propósito de que los textos que de vez en cuando me dignaba a escribir dejasen de apolillarse en los archivos de la computadora de mi familia, aquella máquina gigante que reposaba en el tercer piso de una casa que ya no existe. Hice público el acontecimiento mandando la dirección a todos mis contactos del Messenger, ese hoy obsoleto campo de batalla, y recibí con simpatía las respuestas de varios de ellos, llenas de felicitaciones y pedidos de que siga escribiendo. Eso hice. Aunque mi ejercicio de postear con religiosidad cada cierto tiempo fue inversamente proporcional a la frecuencia de aquellos halagos iniciales que marcaron un debut y despedida. Pero el blog siguió. Y siguió para beneplácito de mis verdaderos lectores: los incondicionales (amigos íntimos y familiares) y los que se fueron sumando sin necesidad del Messenger.
Casi cuatro años después, ya alejado de aquella casa de mi familia, me encuentro escribiendo el post número 100 de la vieja conciencia, esa que me atormentará para siempre pero a la que prometo alejarla algún día de la embustera trampa del offside. En el camino el objetivo de “desapolillar” mis textos fue cumplido, llegando a posicionarme entre mi entorno, no como un escritor, pero sí como alguien que escribe. El blog me permitió ganar la batalla por un puesto en el trabajo que hoy me acoge, dejándome la certeza de que su existencia es la viñeta más importante de mi currículum. Y por el blog pude tentar algunos “freelos” que pararon mi escueta olla.
Pero lo más significativo de la existencia de Conciencia en Offside radica en el hecho de que dándole vida me he convencido de mi estatus de escribidor. He aceptado la condena del que se siente incompleto sin la página en blanco al acecho. Y he decidido vivir como tal, con las penumbras e incertidumbres, con los halagos que no incrementan bolsillos, con el agudo guiño de la indiferencia, con esa maldita devoción por la tristeza que jamás le dará cobijo a la palabra satisfacción. De todo aquello se desprende la razón del por qué escribo, que bien podría ser el motor de mi sobrevivencia en un mundo que cada vez le deja menos espacio a los de mi calaña.
Yo escribo porque es la manera más sólida que he encontrado para comunicarme. La timidez, esa huella indeleble, me ha ganado casi todas las batallas, salvo las que sucumben con el punto final de un texto, que son mis favoritas. Ahí la timidez, esa diosa posesiva que me domina desde que tengo uso de razón, no puede conmigo. Escribiendo adopto personalidades que no afloran con mi voz. Transmito sentimientos impensados para mis gestos. Me muestro con la seguridad que mi postura no tolera ni dos minutos. Escribiendo, sobre todo, puedo sacar a flote un ser humano que me agrada, hecho que no ocurre ni con mi voz, ni con mis gestos, ni con mi postura.
Conciencia en Offside conserva todo lo que escribí en casi cuatro años. Se han quedado en el cajón algunos cuentos que no llegaron a buen puerto y, quiero creer, aún guardo en mi cerebro lo mejor de mi narrativa. Mi blog resume toda una etapa en la que empecé como el hijo mayor que se resistía a dejar su estatus de eterno estudiante en una familia que podía perdonarle sus estupideces. Y lo termino hoy, con el post número 100, siendo un orgulloso padre de una niña que perdona mis errores, y que es la única persona que ha sido capaz de desligarme de mis inmadureces, trasladándome a los dominios de esta sociedad impía. En el trayecto he visto cómo algunas cosas se han desmoronado. Los lujos, la comodidad, el relajo, el amor, mis sueños indecisos. Pero se han afianzado otras: el nuevo amor, las amistades verdaderas y el poder de la sangre, de la familia, el único vínculo eterno que dibuja mis sueños definitivos en la silueta de mi hija Inés.
Nada es para siempre y considero que Conciencia en Offside, en un reconocimiento a la perseverancia y a la desfachatez, ha caminado lo suficiente. Ahora me toca trascender buscando otros medios que aún desconozco, tratando de seguir por el sendero que insinué con cada post, volviendo realidad las promesas tácitas; y en esa índole, el blog se estaba convirtiendo en una barrera. Bauticé así a mi página porque mi conciencia me decía que algo debía hacer con la escritura, que no debía escribir para fantasmas y que debía presentarme ante el mundo como alguien que necesitaba decir cosas, comunicar, susurrar, gritar cosas. El offside llegó porque siempre supe que tener un blog era tan sólo el punto de partida, que aquello no significaba ningún tipo de mérito ni de premio. Y que en lenguaje futbolístico, con mi blog yo andaría aún fuera de juego. Pero ya me cansé del juez de línea...
Les agradezco a todas las personas que algún día le hicieron clic a esta página que se caracterizó por ese fondo negro tan enemigo de la vista. A los que alguna vez, pese a eso, gozaron con la lectura. A los que les pude robar una sonrisa, una carcajada, una lágrima, pues como diría uno de mis mejores amigos, si eso ocurre, escribir “será un premio más valioso que el dinero”. A los que anclaban en Conciencia y se decepcionaban con mis épocas de sequía. A los que no aguantaban y me reclamaban el abandono. Al que me leía en silencio. A la que me leía en silencio. Al que me dejó algún comentario. A los comentarios desconocidos. Al que me recomendó entre sus allegados. A la que me “marketeó” alguna vez. Al que se volvió mi seguidor. A la que me dejó de leer. A la que me leyó con amor. Al que me leía los viernes. A los que me leían desde lejos. A los que se merecieron una dedicatoria. A los que me agradecieron una dedicatoria. A los que partieron en este período y tuvieron un post de despedida. A los que vieron en mi blog un termómetro de mi estado de ánimo, que son los que más saben. Y al muchacho que se apoderó de mí estos años para darle eternidad a las frases que se amontonaban en mis pensamientos, y me llevó a aceptar por fin que me quiero y que me respeto. Y que me admiro. Nos volveremos a ver.
Casi cuatro años después, ya alejado de aquella casa de mi familia, me encuentro escribiendo el post número 100 de la vieja conciencia, esa que me atormentará para siempre pero a la que prometo alejarla algún día de la embustera trampa del offside. En el camino el objetivo de “desapolillar” mis textos fue cumplido, llegando a posicionarme entre mi entorno, no como un escritor, pero sí como alguien que escribe. El blog me permitió ganar la batalla por un puesto en el trabajo que hoy me acoge, dejándome la certeza de que su existencia es la viñeta más importante de mi currículum. Y por el blog pude tentar algunos “freelos” que pararon mi escueta olla.
Pero lo más significativo de la existencia de Conciencia en Offside radica en el hecho de que dándole vida me he convencido de mi estatus de escribidor. He aceptado la condena del que se siente incompleto sin la página en blanco al acecho. Y he decidido vivir como tal, con las penumbras e incertidumbres, con los halagos que no incrementan bolsillos, con el agudo guiño de la indiferencia, con esa maldita devoción por la tristeza que jamás le dará cobijo a la palabra satisfacción. De todo aquello se desprende la razón del por qué escribo, que bien podría ser el motor de mi sobrevivencia en un mundo que cada vez le deja menos espacio a los de mi calaña.
Yo escribo porque es la manera más sólida que he encontrado para comunicarme. La timidez, esa huella indeleble, me ha ganado casi todas las batallas, salvo las que sucumben con el punto final de un texto, que son mis favoritas. Ahí la timidez, esa diosa posesiva que me domina desde que tengo uso de razón, no puede conmigo. Escribiendo adopto personalidades que no afloran con mi voz. Transmito sentimientos impensados para mis gestos. Me muestro con la seguridad que mi postura no tolera ni dos minutos. Escribiendo, sobre todo, puedo sacar a flote un ser humano que me agrada, hecho que no ocurre ni con mi voz, ni con mis gestos, ni con mi postura.
Conciencia en Offside conserva todo lo que escribí en casi cuatro años. Se han quedado en el cajón algunos cuentos que no llegaron a buen puerto y, quiero creer, aún guardo en mi cerebro lo mejor de mi narrativa. Mi blog resume toda una etapa en la que empecé como el hijo mayor que se resistía a dejar su estatus de eterno estudiante en una familia que podía perdonarle sus estupideces. Y lo termino hoy, con el post número 100, siendo un orgulloso padre de una niña que perdona mis errores, y que es la única persona que ha sido capaz de desligarme de mis inmadureces, trasladándome a los dominios de esta sociedad impía. En el trayecto he visto cómo algunas cosas se han desmoronado. Los lujos, la comodidad, el relajo, el amor, mis sueños indecisos. Pero se han afianzado otras: el nuevo amor, las amistades verdaderas y el poder de la sangre, de la familia, el único vínculo eterno que dibuja mis sueños definitivos en la silueta de mi hija Inés.
Nada es para siempre y considero que Conciencia en Offside, en un reconocimiento a la perseverancia y a la desfachatez, ha caminado lo suficiente. Ahora me toca trascender buscando otros medios que aún desconozco, tratando de seguir por el sendero que insinué con cada post, volviendo realidad las promesas tácitas; y en esa índole, el blog se estaba convirtiendo en una barrera. Bauticé así a mi página porque mi conciencia me decía que algo debía hacer con la escritura, que no debía escribir para fantasmas y que debía presentarme ante el mundo como alguien que necesitaba decir cosas, comunicar, susurrar, gritar cosas. El offside llegó porque siempre supe que tener un blog era tan sólo el punto de partida, que aquello no significaba ningún tipo de mérito ni de premio. Y que en lenguaje futbolístico, con mi blog yo andaría aún fuera de juego. Pero ya me cansé del juez de línea...
Les agradezco a todas las personas que algún día le hicieron clic a esta página que se caracterizó por ese fondo negro tan enemigo de la vista. A los que alguna vez, pese a eso, gozaron con la lectura. A los que les pude robar una sonrisa, una carcajada, una lágrima, pues como diría uno de mis mejores amigos, si eso ocurre, escribir “será un premio más valioso que el dinero”. A los que anclaban en Conciencia y se decepcionaban con mis épocas de sequía. A los que no aguantaban y me reclamaban el abandono. Al que me leía en silencio. A la que me leía en silencio. Al que me dejó algún comentario. A los comentarios desconocidos. Al que me recomendó entre sus allegados. A la que me “marketeó” alguna vez. Al que se volvió mi seguidor. A la que me dejó de leer. A la que me leyó con amor. Al que me leía los viernes. A los que me leían desde lejos. A los que se merecieron una dedicatoria. A los que me agradecieron una dedicatoria. A los que partieron en este período y tuvieron un post de despedida. A los que vieron en mi blog un termómetro de mi estado de ánimo, que son los que más saben. Y al muchacho que se apoderó de mí estos años para darle eternidad a las frases que se amontonaban en mis pensamientos, y me llevó a aceptar por fin que me quiero y que me respeto. Y que me admiro. Nos volveremos a ver.
Justamente, en mi alma nueva es efectiva la manera de decirte sin muchos rodeos. Que soy seguidor de tu blog, mi primo. Aprendo algo cada vez que leo un post tuyo. Pues ahora, tengo que decirte que:me encantó este post.
ResponderEliminarPaquito