viernes, 29 de febrero de 2008

Campamento (F)


El sol está a punto de despedirse y la marea se le va de las manos al río. Pronto, el cielo lucirá un traje oscurísimo y con suerte, aparecerán las estrellas para iluminar el ambiente. Felizmente hemos acabado el trabajo temprano. Pienso que con éxito. Escogimos el pedazo de suelo con menos baches para instalarnos sin alejarnos mucho de la camioneta, que pese a estar enferma, se las ingenió para trasladarnos sin pesares. La felicité segundos antes de que el pequeño me bajase de la maletera. Es una bonita familia. Cuidadosa. No la patees muy fuerte, dijo el papá. Le agradecí la preocupación no sin antes corregirlo en silencio: soy un balón, no una pelota.

Somos un equipo y todos hemos hecho lo nuestro. Nos merecemos un descanso. Ha llegado la noche y el niño ya no puede jugar. Siempre es lo mismo. Se olvidará de mí y no me recordará hasta la mañana siguiente. Eso me permite ensimismarme en la tarea que más disfruto mientras trabajo: espectar todo lo que ocurre cuando nuestros dueños interactúan con los más grandes y salen a la luz las aventuras, los líos, los romances. No es que sea chismoso, pero la verdad ya no estoy en edad de dormir temprano como los juguetes, y no me queda otra que observar.

Todo transcurre como siempre hasta el momento. La guitarra, vanidosa, sabiendo de su estatus como requisito para que la noche se alargue, no mira a nadie. Ella sólo se permite socializar con los dueños. El cooler, siempre malicioso, a la espera de que el niño se duerma para dar rienda suelta a sus secuaces, la cerveza y el ron, que por ser primos hermanos, y pese a estar siempre juntos, no se tratan con deseo. Aguardan por del cigarro, que tiene con la cerveza una química especial, casi como un eterno amor adolescente. El ron es amigo del cigarro, y lo acepta como compañero de la cerveza a cambio de que, en un rato, este le permita escaparse entre los más intrépidos aires con un cigarro femenino, de tabaco verde y aroma a carcajada. De ahí en más, el sleeping, al que lo confunden como a mí, pues no es bolsa de dormir, sabe que no se puede dar el lujo de buscar pareja, porque su labor está asociada al sueño de los dueños, y es el único que no descansa hasta que se lo ordenen. Además, la carpa es como su madre, y la leña siempre se muestra indiferente, como descontenta.

La carpa y la leña son las encargadas de expulsar los vientos helados de la noche. Los dueños las engríen y nosotros les tenemos respeto. Sabemos que dependemos de ellas y estamos atentos a satisfacer cualquiera de sus caprichos. La leña se ha dado el lujo muchas veces de pedir a alguno de nosotros como sacrificio cuando no está con ánimos para prender, y la carpa, si no está de humor, deja a la intemperie a quien se le antoje. Yo que lo observo todo, tengo un plus. Se que no me pasará nada pues conozco la razón por la que estas dos señoras aún no se revelan a los dueños y siguen trabajando pese al frío de la noche que las maltrata peor que al resto. Cuando el amanecer respira cerca de la oscuridad y no hay dudas de que todos duermen, la carpa y la leña acortan las distancias, y con cenizas de pasión retenida, dan luz a un encuentro prohibido. Entonces, perdiendo todo pudor, y sin que les importe mi insomnio redondo, hacen el amor.