jueves, 12 de junio de 2008

Oda a la naranja (Y)

A toda la gente de la Secona, la única naranja campeona.
¿Por qué Holanda nunca ha sido campeón del mundo? Las últimas cuatro décadas nos presentan equipazos vestidos bajo el apelativo de “la naranja mecánica” que por una u otra razón, no quedarán jamás en las frías estadísticas que sólo recuerdan a los ganadores. Repasemos: en los setentas apareció el mito. Johan Cruyff fue el abanderado de un demoledor equipo que con una táctica moderna revolucionó el fútbol. Su juego fue catalogado como “el fútbol total”, pero fueron sub campeones en el 74 y en el 78, siempre superados por el país anfitrión, Alemania y Argentina, respectivamente. Los ochentas nos regalaron a “los tres mosqueteros de Milán”, que a nivel de clubes dejaron migajas al resto con el A.C. Milan italiano, pero que con su selección fracasaron en los mundiales. Ruud Gullit, Frank Rijkard y el mortal Marco Van Basten se sumaron a la potencia de Ronald Koeman para formar un equipo que consiguió el único laurel de los “tulipanes”, la Eurocopa del 88. Hubo un recambio generacional en los noventas con la llegada de Dennis Bergkamp y el nacimiento de una generación prodigiosa que con el Ajax de Ámsterdam, de la mano de Louis Van Gaal, fueron dioses en Europa (siempre a nivel de clubes). De ahí podemos nombrar apellidos ilustres como Seedorf, Davids, los hermanos De Boer, Van Der Sar, Overmars, Kluivert; y otros ajenos a la camada del Ajax como Stam, Van Bronchors, Cocu o Makaay. Ellos, siempre candidatos al título, se quedaron en cuartos en el 94 y en semifinales en el 98 (en ambas jornadas fueron eliminados por Brasil). La década actual tuvo en Ruud Van Nistelrooy la mejor aparición, y complementado con la madurez de los hombres de los noventas, dieron a luz a una selección que ilusionó a todos. El resultado fue una eliminación en semifinales en la Eurocopa que ellos mismos organizaron en el 2000, la ausencia impensada en el Mundial 2002, y el fracaso en octavos de final del último Mundial a manos de Portugal.
Alguna vez le escuché contar una anécdota a un periodista argentino en relación a lo expuesto. Él le pidió a un colega holandés que le explique la razón de la ausencia de títulos en los escudos de su camiseta. El europeo le respondió, sin mofa, “es que para nosotros los caños (huachas o túneles en “argentino”) nos sirven para los canales de agua”. Clarito. Ellos ven el fútbol desde otra perspectiva. Ajenísima a la de estos lares sudamericanos, tan pasionales, y también distinta a la de los países “fuertes” en Europa, como Alemania, Italia, Francia, Inglaterra o España, donde lo que importa es ganar, sea como sea. Los holandeses ven en el fútbol una diversión. Un hooby. Quizás por ello su eterno buen trato del balón, y la bendita regla de prevalecer el toque y la técnica ante el pelotazo y las patadas amedrentadoras. En Holanda se respiran aires relajados y todo es permitido, el peace and love es patrimonio cultural. Y así avanzan en la competencia por el desarrollo, y a veces pareciera que perder una final en el fútbol no les hace daño.
La presente Eurocopa (donde al parecer se han acabado las sorpresas) me deja, una vez más, el buen juego de los holandeses. Superaron con facilidad a la Italia campeona del mundo por tres a cero. Una Italia que fue la extraña imprecisión de Pirlo, la lentitud de Panucci, la inoperancia de Toni y la maldita opción de todos los entrenadores de la “Azurra” de dejar en el banco a Del Piero. Holanda, con un Van Nistelrooy aún mortal pese a que ha perdido velocidad, con un Gio Van Bronchorts que debe haber jugado su mejor partido en competencias europeas, con un Rafa Van Der Vaart notable y un Sneijder oportuno, dio el cachetazo a los “tanos”, y les complicó su clasificación en el “grupo de la muerte”.
Holanda, dirigido por Marco Van Basten, aquel número nueve cuya lesión a la rodilla nos privó de observarlo más tiempo, tiene en Van Der Sar al mejor arquero del mundo actualmente. Con la inyección que significa haber ganado la Champions por segunda vez en su carrera, y trece años después de la primera, nos presenta un arquero maduro y conocedor del juego. En la defensa tiene cuatro robots, Boulharouz, Ooiger, Mathijsen y Gio. Ellos van a cumplir a la perfección la tarea siempre. Sin complicarse. En el medio ha sorprendido con Engelaar, una especie de Patrick Vieira (aunque menos técnico) que se come la cancha al lado de De Jong, el compañero de Paolo Guerrero en el Hamburgo. Después deja cuatro para la improvisación. Van der Vaart es el nexo entre Sneijder, Kuyt y Van Nistelrooy. Cualquiera puede anotar en el momento menos pensado.
A excepción de Portugal, que avanza a paso firme, y España que superó con facilidad a Rusia, no hay otro equipo que pueda sorprender. Alemania es siempre candidato hasta jugando mezquinamente, y entre Italia o Francia, quien despierte, estará el acompañante de Holanda en cuartos. A partir de ese momento, estará en los once hombres de Van Basten la posibilidad de reconciliarse con su historia.
Yo seguiré robándole minutos de descuento al tiempo para verlos en acción. Siempre he sido hincha de Holanda, y su fútbol me ha engatusado en varias pollas en las que los señalé como campeones. De todas maneras me divierto viéndolos rotar el balón con la elegancia que sólo esa mítica camiseta naranja puede producir. Y si se me pide un pronóstico, diría que cada vez serán más firmes, siempre con el toque fino y la velocidad, hasta llegar a la final. Ahí dominarán los noventa minutos y serán empatados faltando segundos con un gol de cabeza al más puro estilo alemán o italiano. Y en los penales, quizás Van Nistelrooy o el que menos nos imaginemos, la enviará al poste. En unas horas seguirán las construcciones de los “caños” en Ámsterdam. Los bares impregnarán de aromas a peace and love a la gente. Y vendrá otro entrenador, que, por ventura de los dioses del deporte rey, seguirá apostando por una selección que hace el “fútbol total”. Aunque las vitrinas de su federación brillen por la ausencia de trofeos.