A todos los niños del fútbol.
Sólo cuando te veo en ese escenario verde fabricado para ti, estoy de acuerdo con el salario que se les paga a los futbolistas. Cuando llega hacia tu pie izquierdo ese objeto redondo que muy pronto aprendemos a amar, el mundo parece un lugar feliz. El fútbol, definido por alguno como lo más importante de lo menos importante, es como la vida misma, esa estación inexplicable, esa condena llena de arrebatos sobrenaturales que muchos buscamos explicar con un Dios. La diferencia en el fútbol aparece contigo, la certeza de que lo sobrenatural es palpable, que lo inesperado resulta rutinario, que los dioses respiran y visten la 10 del Barcelona.
Los fanáticos de mi generación te debemos los últimos rayos de emoción en tiempos en donde un tal Mourinho vende más que los futbolistas, en días donde cada vez hay menos espacio para los Zidanes o los Riquelmes. Vivir es jugar, diría un amigo, y vivir (yo agrego) es contemplar tu juego. El juego y los ídolos están reservados para los niños, y cada vez que asomas en la pantalla me siento orgulloso de seguir siendo un niño…
…el niño que bordeando las tres décadas tiene un afiche con tu imagen en su cuarto, y que cambió la hora de su almuerzo en el trabajo para coincidir con tu danza en el segundo tiempo, acaso sospechando que alguito me regalarías, un lujo, un pase genial; y que fue recompensado con ese oportunismo tan tuyo para poner el primero y con esa genialidad tan tuya (y ya no maradoniana) para hacerme saltar y gritar que el hambre y la angustia del minuto a minuto habían valido la pena.
Gracias por existir, querido Messi.
Los fanáticos de mi generación te debemos los últimos rayos de emoción en tiempos en donde un tal Mourinho vende más que los futbolistas, en días donde cada vez hay menos espacio para los Zidanes o los Riquelmes. Vivir es jugar, diría un amigo, y vivir (yo agrego) es contemplar tu juego. El juego y los ídolos están reservados para los niños, y cada vez que asomas en la pantalla me siento orgulloso de seguir siendo un niño…
…el niño que bordeando las tres décadas tiene un afiche con tu imagen en su cuarto, y que cambió la hora de su almuerzo en el trabajo para coincidir con tu danza en el segundo tiempo, acaso sospechando que alguito me regalarías, un lujo, un pase genial; y que fue recompensado con ese oportunismo tan tuyo para poner el primero y con esa genialidad tan tuya (y ya no maradoniana) para hacerme saltar y gritar que el hambre y la angustia del minuto a minuto habían valido la pena.
Gracias por existir, querido Messi.
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