miércoles, 6 de julio de 2011

El valor del "Mago" (Y)

Todos los peruanos (también) somos DTs



Una frase cada vez más sustentada en el fútbol dice más o menos que “la mayor virtud de un entrenador no es hacer jugar bien a los buenos, sino hacer que los no tan buenos, rindan”. Eso es evidente sobre todo a nivel de selecciones, donde la tarea del DT escapa al día a día, y se resume en pocas horas de trabajo, algunas charlas técnicas, muchísimos videos y una constante (y obsesiva) observación del universo de jugadores que tiene para elegir. En un país como el nuestro, que el universo se resume a seis o siete elementos, ¿alguno tenía a Cruzado, Balbín, Advíncula, Yotún o Guevara cuando elegíamos nuestro once para seguir en esa vieja faena de ilusión-decepción?

La llegada de Markarían a la Videna nos ha devuelto (por fin) a un entrenador. Hartos de los incompetentes como Del Solar; los improvisados como Ternero, Cardama o Navarro; los “verseros” como Uribe y Maturana; hemos hallado en don Sergio la mixtura entre Autuori y Oblitas, es decir, entre el estratega reconocido y el motivador paternalista que todos los peruanos (de toda índole) parecemos necesitar.

No es un loco Markarían, y algo debe haber rescatado aún sin aterrizar en el Jorge Chávez mientras observaba a la Selección naufragar en un océano que nos trasladó con absoluta justicia al último lugar de Sudamérica. Porque ha decidido sobrellevar a nuestras estrellas (y sus poses) sin excederles la responsabilidad; ha rescatado jugadores que estaban para el retiro (como Cruzado) y le ha dado espacio a otros cuya carrera oscilaba entre la mediocridad y el olvido (como Guevara y Carlitos Lobatón). Venir a dirigir al Perú después de Chemo le suscitaba dos alternativas al “Mago”: o la certeza de saber que peor no se podía trabajar, o la posibilidad de confiar en que el objetivo se podía cumplir. Ha elegido lo segundo. Y el objetivo, no hay que engañarse, no es clasificar al Mundial. El objetivo es competir.

Una de las frases más discutidas del “Mago” los últimos meses ha sido aquella de que “la Copa América es sólo un proceso para lo más importante, que son las Eliminatorias”. A los fanáticos (que amparados en sus buenos antecedentes y en el aura que transmite, confiamos a ciegas en nuestro DT) nos han dejado sus palabras un sabor agridulce. Nosotros, ilusos, queremos rendir como Brasil que pese a haber empatado con Venezuela ha mostrado el clarísimo mensaje de que si no sucede nada atípico, será el campeón; o le tiramos a nuestra bicolor la responsabilidad que tienen Uruguay, Paraguay o Chile de trascender. La Copa América debe ser el inicio del re-posicionamiento de Perú en Sudamérica. Nada más. Debe ser el punto de partida para formar un equipo que genere el mismo respeto de los otros ocho que competirán por cinco cupos para Brasil 2014. Estamos hartos de despedirnos de la competencia en la fecha cuatro…

Y a mi entender, en esa línea, lo de ayer ha sido fantástico. No hay que olvidarnos quién fue nuestro rival, que en el mismo sendero que busca Perú con Markarián, ha obtenido en Tabárez el equilibrio para poder rendir de acuerdo a lo que dicen su pasado y su presente; porque hace poco luchaban con el cuchillo entre los dientes y su indiscutible garra por alcanzar los repechajes, y ahora tienen un equipo bien afinadito capaz de superar a cualquier selección del mundo (por algo son los cuartos del Mundial, y tienen a Forlán y a Suárez). Y Perú se le plantó con lo que tenía a su alcance: un once comprometido pero limitado, sin dos hombres importantes como Pizarro y Vargas (Juan Manuel está lesionado, es evidente) y sin nuestro elemento clave, que es Farfán.

Del partido y del resultado (o de los resultados que pudieron haber) podemos decir que dependimos en un 90% de Paolo Guerrero. Porque tuvo el segundo en una jugada cuando el partido agonizaba que a mi entender resolvió como debía, y si no hubiera estado en la cancha estaríamos hablando sin ningún tipo de dudas de una derrota. Qué capacidad para jugar, para aguantar la pelota, para pararla con una clase de otros tiempos, para tocarla siempre al pie, para tirar un lujo, para meterle la patada que todos soñamos con meterle al pesado de Lugano, para definir en el uno a cero como lo habría hecho un brasilero de los buenos. Si fuese más constante (y las lesiones no se hubiesen entrometido en su aceptable carrera) seguiría en el Bayern, o estaría en un equipo dentro del top 10 de Europa. Pero lo que nadie le discute es su amor por la blanquirroja. Ese temple que fuera del dinero y la fama que pueda poseer, lo lleva en la sangre, por provenir de una familia que adornó la sala de su primera vivienda con una foto de la Selección con él como “mascota”.


Ha sido un buen arranque, querido Perú. Se ha plasmado el trabajo. Se ha sentido la presencia del entrenador. Sabemos que faltan seis océanos para soñar con llegar al Mundial, y que aún falta mucho para salir siquiera del hoyo en el que nos metió Del Solar. Pero hemos dado el primer paso. A mantener la humildad y no engañarnos con aquello de que los mexicanos son chibolos, o que a Chile le vamos a ganar. A seguir dándole minutos a esos hombres “no tan buenos” que tenemos para que puedan rendir noventa minutos de manera aceptable (y no cometan estupideces como regalar la pelota a los 46’ para que nos vacunen de contragolpe); y a dejar a “los buenos” (a dejar a Paolo) que hagan lo que saben y tienen que hacer. Por ahora la ilusión está. No sé si tendremos Copa América, pero más allá de la fecha cuatro, Eliminatorias vamos a tener. Aún no tenemos equipo, pero tenemos DT.

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