Pese a quien le pese, este texto está dedicado a todos los Maradonianos del mundo. ¿Y los demás? Que aguanten...
En el más recóndito rincón de mi ego, habita un argentino. Lo digo con convicción, huachafería y algo de arrogancia. Todo el que me conoce sabe que, pese a mi manera de ser, tan disímil de la del “che” estándar, soy un confeso seguidor de la cultura albiceleste. Me enamoré de Argentina desde que un lejano día de comienzos de los noventa mi viejo trajo a mi hogar una edición de “El Gráfico”, y a partir de entonces empezó un idilio que incluye mi fanatismo por distintas telenovelas y series argentinas (incluyendo Cebollitas, y sin llegar a Chiquititas); la devoción por las mujeres de ese país, comprobada primero en televisión y luego en vivo y en directo; mi entrada en semana de estreno cada vez que el cine comercial limeño nos trae una película de esas que a menudo protagoniza Ricardo Darín; y por supuesto, mi admiración hacia su fútbol. Hoy en día que Alianza es una lágrima soy mucho más seguidor del Apertura argentino que de nuestro pobre pero siempre querido balompié. Y eso ya es mucho. Soy hincha de Boca Juniors, fan de Juan Román Riquelme, y adicto al programa que conducen el “Pollo” Vignolo y Gustavo López llamado “90 minutos de fútbol”.
Si hay algún personaje que destaca dentro de todo lo que envuelve Argentina en mí, es Diego Armando Maradona. Al Diez lo voy a defender siempre. Hasta cuando me quede sin fundamentos. Es el hombre que mejor ha hecho en la historia de la humanidad lo que más me gusta hacer, que es jugar al fútbol. Y encima se ha dedicado, con subidas y bajadas, con goles y con dopings, de engrandecer al deporte rey, de darle aires de cultura, brillos de la más empática humanidad incluso después de haber sido Dios. Mientras escribo estas líneas está siendo presentado como el nuevo seleccionador del equipo argentino, suplantando al “Coco” Basile y generando todo tipo de controversias en su país y en el mundo. Y todos se preguntan, ¿lo logrará?
Yo soy de los que opino que para ser un entrenador de una selección importante hoy en día, más que tácticas y estrategias, se necesita de un adecuado manejo de grupo y de mucho tino para elegir a los once titulares. Si a cualquier mortal fanático del fútbol le dan la selección argentina para un solo partido, contra, por ejemplo, Rusia, lo gana. ¿Qué tan mal lo puede hacer Maradona? Es muy distinto ser DT de Mandiyú o de Racing (los ex equipos del Diego en su faceta de exfutbolista) que aceptar una escuadra que puede darse el lujo de prescindir de Rodrigo Palacio, Pablo Aimar o Walter Samuel, porque antes están Messi, Agüero o Demichelis. (¿Cuánto daríamos en el Perú por Samuel, Palacio y Aimar? Y acá nos quedamos callados cuando el silbato del entrenador se lo dan al “Chemo”, que a diferencia de Maradona, quien por su país se peleó hasta con la FIFA, y se puso la camiseta aún con los tobillos destrozados, alguna vez renunció a jugar por Perú).
A cualquier otro entrenador argentino lo peor que le puede suceder es quedar eliminado en primera ronda del Mundial (como sucedió con Bielsa en el 2002). Porque las Eliminatorias, pese a la coyuntura actual que los deposita por primera vez fuera del primer lugar, las van a superar con Maradona, Basile o hasta con “Chemo”. Y después la vida continúa. Pero Maradona es Maradona, no es una persona cualquiera, como diría Calamaro. Y no sabe de equilibrios. Así lo demuestra su apoteósica y a veces incomprensible carrera. En mi opinión los fanáticos del fútbol debemos esperar dos posibilidades: o el desastre, traducido en que se pelee con los jugadores o con Bilardo, o que hable incoherencias de Grondona a la primera derrota, o que falte a los entrenamientos y termine vilipendiado e insultado por sus desmemoriados hinchas; o la gloria, que en la filosofía del Diego no es otra que ser campeón del mundo.
Lo que ocurre con Diego, y tal vez es lo único que le juega en contra, lo grafica un periodista de El Comercio en el epílogo de su nota, y dice algo así: “Ahora Maradona no podrá hacer la mano de Dios. Todo el mundo lo estará mirando”. Y es verdad. El protagonismo que perdió Diego el día que se retiró del fútbol lo va a recobrar ahora, y eso significa un peso casi insostenible, que lo supo llevar algún día al infierno mismo. Si en el 94 los gringos se dieron cuenta de que estaban organizando un Mundial fue porque Maradona llevaba la 10 de Argentina. Ya me imagino la cobertura mediática que generará su selección en Sudáfrica 2010. Los flashes recaerán en el petizo que dejará la armadura celeste y blanca que nos hizo emocionar en más de una ocasión, y que a cambio lucirá un terno impecable y unas ganas locas de saltar a la cancha a meter un gol. Eso tal vez aísle la responsabilidad en los Riquelme, Messi o Tévez actuales, quienes al igual que los Caniggia, Batistuta, Ortega y Simeone de antaño, no han sabido cómo convivir con ella.
Pues ha llegado el culpable de esa responsabilidad tan fuerte, de esa condena de los días “DD” (Después de Diego) en el fútbol argentino. Ha llegado en un momento complicado a poner el pecho. A decirle al mundo que está de regreso a un lugar que no fue el mismo desde que partió, allá por el año 94 y luego de un brillante partido contra Nigeria. Ha vuelto para lucir esa corona que para el argentino que respira entusiasmado en un recóndito rincón de mi ego, pase lo que pase, no dejará jamás.
Si hay algún personaje que destaca dentro de todo lo que envuelve Argentina en mí, es Diego Armando Maradona. Al Diez lo voy a defender siempre. Hasta cuando me quede sin fundamentos. Es el hombre que mejor ha hecho en la historia de la humanidad lo que más me gusta hacer, que es jugar al fútbol. Y encima se ha dedicado, con subidas y bajadas, con goles y con dopings, de engrandecer al deporte rey, de darle aires de cultura, brillos de la más empática humanidad incluso después de haber sido Dios. Mientras escribo estas líneas está siendo presentado como el nuevo seleccionador del equipo argentino, suplantando al “Coco” Basile y generando todo tipo de controversias en su país y en el mundo. Y todos se preguntan, ¿lo logrará?
Yo soy de los que opino que para ser un entrenador de una selección importante hoy en día, más que tácticas y estrategias, se necesita de un adecuado manejo de grupo y de mucho tino para elegir a los once titulares. Si a cualquier mortal fanático del fútbol le dan la selección argentina para un solo partido, contra, por ejemplo, Rusia, lo gana. ¿Qué tan mal lo puede hacer Maradona? Es muy distinto ser DT de Mandiyú o de Racing (los ex equipos del Diego en su faceta de exfutbolista) que aceptar una escuadra que puede darse el lujo de prescindir de Rodrigo Palacio, Pablo Aimar o Walter Samuel, porque antes están Messi, Agüero o Demichelis. (¿Cuánto daríamos en el Perú por Samuel, Palacio y Aimar? Y acá nos quedamos callados cuando el silbato del entrenador se lo dan al “Chemo”, que a diferencia de Maradona, quien por su país se peleó hasta con la FIFA, y se puso la camiseta aún con los tobillos destrozados, alguna vez renunció a jugar por Perú).
A cualquier otro entrenador argentino lo peor que le puede suceder es quedar eliminado en primera ronda del Mundial (como sucedió con Bielsa en el 2002). Porque las Eliminatorias, pese a la coyuntura actual que los deposita por primera vez fuera del primer lugar, las van a superar con Maradona, Basile o hasta con “Chemo”. Y después la vida continúa. Pero Maradona es Maradona, no es una persona cualquiera, como diría Calamaro. Y no sabe de equilibrios. Así lo demuestra su apoteósica y a veces incomprensible carrera. En mi opinión los fanáticos del fútbol debemos esperar dos posibilidades: o el desastre, traducido en que se pelee con los jugadores o con Bilardo, o que hable incoherencias de Grondona a la primera derrota, o que falte a los entrenamientos y termine vilipendiado e insultado por sus desmemoriados hinchas; o la gloria, que en la filosofía del Diego no es otra que ser campeón del mundo.
Lo que ocurre con Diego, y tal vez es lo único que le juega en contra, lo grafica un periodista de El Comercio en el epílogo de su nota, y dice algo así: “Ahora Maradona no podrá hacer la mano de Dios. Todo el mundo lo estará mirando”. Y es verdad. El protagonismo que perdió Diego el día que se retiró del fútbol lo va a recobrar ahora, y eso significa un peso casi insostenible, que lo supo llevar algún día al infierno mismo. Si en el 94 los gringos se dieron cuenta de que estaban organizando un Mundial fue porque Maradona llevaba la 10 de Argentina. Ya me imagino la cobertura mediática que generará su selección en Sudáfrica 2010. Los flashes recaerán en el petizo que dejará la armadura celeste y blanca que nos hizo emocionar en más de una ocasión, y que a cambio lucirá un terno impecable y unas ganas locas de saltar a la cancha a meter un gol. Eso tal vez aísle la responsabilidad en los Riquelme, Messi o Tévez actuales, quienes al igual que los Caniggia, Batistuta, Ortega y Simeone de antaño, no han sabido cómo convivir con ella.
Pues ha llegado el culpable de esa responsabilidad tan fuerte, de esa condena de los días “DD” (Después de Diego) en el fútbol argentino. Ha llegado en un momento complicado a poner el pecho. A decirle al mundo que está de regreso a un lugar que no fue el mismo desde que partió, allá por el año 94 y luego de un brillante partido contra Nigeria. Ha vuelto para lucir esa corona que para el argentino que respira entusiasmado en un recóndito rincón de mi ego, pase lo que pase, no dejará jamás.