jueves, 27 de noviembre de 2008

Los Cadillacs tocando para ti (Y)

(Esta vez) "no me importa poner las letras, sólo me importa mi mujer".
Hace un par de años parecía imposible, pero es la realidad. Están a la vuelta de la esquina. A tan sólo horas de su presentación en el mítico Estadio Nacional. Sí. Los Fabulosos Cadillacs llegan al Perú, y este sábado prometen no parar de sonar, rompiendo ritmo en las rodillas, “y su nombre va a estar encendido en un cartel”. Es imposible ser amante de la música en español y no guardar especial cariño por Los Fabulosos. Una banda contagiante, de buena vibra, y sobre todo, humana, real. Desde su ritmo, con una dosis grande de Ska, otra de reggae, un poco de balada, merengue y hasta salsa, pasando por la particular voz de Vicentico y la amorfa figura de varios de sus músicos, generan empatía, una sensación de pertenencia, como si fuera fácil treparse al escenario y ser un Cadillac.

Pese a ser seguidor de la banda, confieso no ser un fiel fanático. De hecho en el concierto me sorprenderán con varios temas cantados a pulmón abierto por la multitud que seguro no conoceré. Pero mi relación con el grupo de mi tocayo Gabriel Fernández Capello (Vicentico) lleva escondida una etapa fundamental en mi vida. Es, sin temor a equivocarme, el único repertorio musical que comparto con mi pareja. Ella podrá aborrecer a veces a Calamaro y yo haber ganado un poco la batalla por alejarla de los grupos en inglés que seguramente le hacían evocar viejos amores, pero basta que aparezca la murga de Los Fabulosos para que compartamos el momento, desafinemos a la par, y movamos los cuerpos instintivamente. Cuando se enteró de que venían a Lima me dijo: voy a ir de todas maneras. Luego de que esbocé una tacañería para acudir al sector más barato del estadio, arremetió: ahí irás tú solito. Después llegamos a un consenso: mi regalo de Navidad será la entrada a “Fabulosos”, señalada como, descontando los sitios VIPS, la mejor tribuna del concierto.

Antes de que Flora llegase a mi vida los Cadillacs ya sonaban en mi entorno. Pero fuera de que “Matador” se impregne en mi mente sobre todo porque así le cantaban a un delantero chileno del River Plate que yo idolatraba pese a problemas de frontera, y que “Vasos Vacíos” haya sido la banda sonora de mi viaje de promoción, no tenía mayor conocimiento. “Mal bicho” no me convencía, y hasta tenía dudas sobre si la mágica “Yo no me sentaría en tu mesa” era de ellos. Recuerdo que mis primeros acercamientos a Flora coincidieron con el posicionamiento del extraordinario disco doble en vivo de los Cadillacs llamado “Hola y Chau”, que marcaba la despedida de la banda. Y cómo días después de darle el primer beso una lejana madrugada en San Bartolo, observé por televisión un extracto de ese concierto que cambiaría mi vida para siempre: la canción “Carnaval toda la vida”.

Carnaval, como la gran mayoría de temas de Los Fabulosos, se presta a distintas interpretaciones. Pero a mí me sabía a Flora. Era yo un adolescente inexperto en el amor, que se creía incapaz de abordar a una mujer más allá de una noche, y repleto de dudas existenciales. Pero mi noche con ella había sido la mejor de mi vida. Y Vicentico me decía así: “Por qué será que todos guardan algo, cosas tan duras que nadie quiere decir… Por qué será que me gusta la noche… Carnaval toda la vida, y una noche junto a vos…”

La vida quiso que esa noche se multiplique, y al ritmo de los Cadillacs encima, es decir, de la manera más humana posible. Entonces los problemas de primerizo romance pasional se arreglaban dedicándole al futuro “Vos sabés”; y cuando el diablito era más fuerte que la calavera podía pedir perdón en silencio con “Siguiendo la luna”, y esa bendita estrofa que dice: “Vamos mi cariño que todo está bien, esta noche cambiaré, te juro que cambiaré”. Cuando me las daba de dramático no podía faltar “Basta de llamarme así”; y si me hacía sufrir, me amparaba borracho en “está lloviendo pero yo no me voy a mojar, mis amigos me cubren cuando voy a llorar”.

Así la fui conquistando, como un Cadillac de alma, de esos panzones, cheleros y hasta cocainómanos, que dicen lisuras en el escenario y que invitan al público a que se caguen “en los políticos de mierda”, con odas a los revolucionarios como Víctor Jara. Como un fabuloso que desafina y se emborracha, y al que los padres catalogan como “no confiable”, pero son auténticos y bonachones, porque “esa noche, esa noche, yo te amé…”

Florita entendió que los príncipes de hadas no existen, y se animó a abordar mi camino “siguiendo la luna y su huella invisible”, y yo la contemplé hasta con temor (“no es que tu mirada me sea imposible, tan solo es la forma como caminas”). Y por vez primera dejé de ser el número dos en la lista. Por eso el concierto del sábado es especial. Lo pasaré saltando festejando que no voy a “morir sin antes haber amado”, al lado de mi más querida Fabulosa, y con la promesa silenciosa de luchar para que nuestro tiempo para ella nunca deje de ser un carnaval. Carnaval toda la vida.