A Kina, que sea feliz toda la vida.
Debe ser dificilísimo enfrentarse a Jaime Bayly en el set de su programa “El Francotirador”. Detrás de esas gafas inocuas y un peinado alejado de todas las épocas que la humanidad recuerde, se esconden cual dardos embusteros las interrogantes que definirán el futuro próximo de todos sus invitados. Hace algunas semanas, destrozó al “Puma” Carranza. En veinte minutos, con una dosis de sarcasmo no captada por el ex futbolista y frases sin escrúpulos en las que el entrevistador no dudó en catalogarlo, por decir lo menos, como ignorante, debe haber generado en todos los hinchas de Universitario que tuvieron como ídolo al “Puma” durante veinte años una desazón disfrazada de vergüenza ajena. El último domingo pudo haber ocurrido algo similar con Kina Malpartida, nuestra reciente campeona mundial de boxeo, pero acaso ese logro, tan ajeno a nuestro país, compadeció al fin a Bayly, y pese a que la tuvo contra la cuerda varios rounds, al momento del knock out bajó la guarda. Kina Malpartida perdió por decisión de los jueces.
Hasta hace unas semanas Malpartida era una peruana más de la incontable lista de emigrantes que dejan el país en búsqueda de un futuro mejor. Trabajando en silencio, sin que se sepa mucho de su existencia, logró calzar en sus guantes la furia de todo compatriota alejado del Perú, y la tradujo en sendos golpes ante su yanqui rival, que con arrogancia y discriminación, escenificó a todo el poder opresor. Kina dio el puñete soñado, ese que anhelan a diario los que limpian baños, los que atienden pedidos de hamburguesa, los que estacionan autos ante jefes con un tono de voz tan ajeno al de sus orígenes.
En el set del canal 2 pudimos conocer por fin, luego de lo hermoso que significó su triunfo, y de lo lamentable que fue la polémica en cuanto a su doble nacionalidad y los laureles deportivos, a la Kina humana. Despojada del ring y de esos guantes intimidantes, Kinita se mostró como una mujer, sin llegar a la exageración, enigmática. Con desvaríos mal aconsejados (como cuando dijo que le gustaba el sexo al momento de hablar de su relación con “los vicios”) y risitas nerviosas tan propias de actriz que gana el Óscar por interpretar a un personaje aturdido. También con el libreto aprendido del deportista estándar, ese que ante cada pregunta difícil recurre a lo fuerte de su entrenamiento y de su disciplina. Y con sorprendentes salidas airosas cuando parecía caer en un hoyo parecido a la lona, terminando con sutil inteligencia las frases que en un inicio aparentaban un disparate.
¿Qué se puede esperar del fruto de la relación de una guapísima modelo con un hombre adicto a la adrenalina? Nada normal, eso está clarísimo. Kina tiene un hermano surfer, el gran Álvaro Malpartida, que sobre las olas es Messi, y eso en el Perú es menester de poquísimos. Y ella es distinta a todo lo que podemos generalizar como mujer. Es exitosa en un terruño donde las mujeres son más exitosas que los hombres, pero con la atenuante de serlo en el único espacio en el que las mujeres no han inspeccionado. Con Kina los machistas están fritos. Gracias a ella en el Perú las mujeres nos superan hasta en el box.
Felizmente Bayly no la quiso tumbar. Aunque por momentos daban ganas de meterse en la pantalla y ayudarla con algunas respuestas. Y en otros instantes, no faltó el deseo de traspasar el televisor para escenificar los golpes de Kina en el rostro de “El Francotirador”, por el mero placer de callar sus impertinencias alejando las gafas de su rostro y despojándolo de su inestético flequillo. Al final del round Kina fue más peruana que nunca: perdió pero con la frente en alto. Y eso en este país de derrotas, se reconoce más que a los triunfos.
A Kina la quiero. Más aún después de “conocerla” frente a Bayly. Me genera ternura. Es como esos chicos malos del salón que en el fondo esconden un corazón de oro, pero no lo muestran por carencias del pasado o dificultades psicológicas. A Kina la quiero porque de casualidad, el día de su triunfo, leí un pequeño recorte en un periódico deportivo que anunciaba la pelea, y en silencio le ofrecí todas mis vibras positivas (esas que aparecen pocas veces). Cómo sería si ganase, pensé. A Kina la quiero porque representa a Punta Hermosa, balneario hermano de mi San Bartolo que aún conserva tercamente a sus hinchas, que no sucumbimos ante los lujos y el glamour de Asia. A Kina la quiero porque siempre habla bien de su hermano y de sus padres. A Kina la quiero porque cuando llegó al país dijo ser una “peruana al rojo vivo”, y aterrizó en el Jorge Chávez sin las poses “super star” de nuestros futbolistas. A Kina la quiero porque pese a escenificar la antítesis de todo lo que me gusta en una mujer, me la llevaría conmigo para mirarla y mirarla.
Hasta hace unas semanas Malpartida era una peruana más de la incontable lista de emigrantes que dejan el país en búsqueda de un futuro mejor. Trabajando en silencio, sin que se sepa mucho de su existencia, logró calzar en sus guantes la furia de todo compatriota alejado del Perú, y la tradujo en sendos golpes ante su yanqui rival, que con arrogancia y discriminación, escenificó a todo el poder opresor. Kina dio el puñete soñado, ese que anhelan a diario los que limpian baños, los que atienden pedidos de hamburguesa, los que estacionan autos ante jefes con un tono de voz tan ajeno al de sus orígenes.
En el set del canal 2 pudimos conocer por fin, luego de lo hermoso que significó su triunfo, y de lo lamentable que fue la polémica en cuanto a su doble nacionalidad y los laureles deportivos, a la Kina humana. Despojada del ring y de esos guantes intimidantes, Kinita se mostró como una mujer, sin llegar a la exageración, enigmática. Con desvaríos mal aconsejados (como cuando dijo que le gustaba el sexo al momento de hablar de su relación con “los vicios”) y risitas nerviosas tan propias de actriz que gana el Óscar por interpretar a un personaje aturdido. También con el libreto aprendido del deportista estándar, ese que ante cada pregunta difícil recurre a lo fuerte de su entrenamiento y de su disciplina. Y con sorprendentes salidas airosas cuando parecía caer en un hoyo parecido a la lona, terminando con sutil inteligencia las frases que en un inicio aparentaban un disparate.
¿Qué se puede esperar del fruto de la relación de una guapísima modelo con un hombre adicto a la adrenalina? Nada normal, eso está clarísimo. Kina tiene un hermano surfer, el gran Álvaro Malpartida, que sobre las olas es Messi, y eso en el Perú es menester de poquísimos. Y ella es distinta a todo lo que podemos generalizar como mujer. Es exitosa en un terruño donde las mujeres son más exitosas que los hombres, pero con la atenuante de serlo en el único espacio en el que las mujeres no han inspeccionado. Con Kina los machistas están fritos. Gracias a ella en el Perú las mujeres nos superan hasta en el box.
Felizmente Bayly no la quiso tumbar. Aunque por momentos daban ganas de meterse en la pantalla y ayudarla con algunas respuestas. Y en otros instantes, no faltó el deseo de traspasar el televisor para escenificar los golpes de Kina en el rostro de “El Francotirador”, por el mero placer de callar sus impertinencias alejando las gafas de su rostro y despojándolo de su inestético flequillo. Al final del round Kina fue más peruana que nunca: perdió pero con la frente en alto. Y eso en este país de derrotas, se reconoce más que a los triunfos.
A Kina la quiero. Más aún después de “conocerla” frente a Bayly. Me genera ternura. Es como esos chicos malos del salón que en el fondo esconden un corazón de oro, pero no lo muestran por carencias del pasado o dificultades psicológicas. A Kina la quiero porque de casualidad, el día de su triunfo, leí un pequeño recorte en un periódico deportivo que anunciaba la pelea, y en silencio le ofrecí todas mis vibras positivas (esas que aparecen pocas veces). Cómo sería si ganase, pensé. A Kina la quiero porque representa a Punta Hermosa, balneario hermano de mi San Bartolo que aún conserva tercamente a sus hinchas, que no sucumbimos ante los lujos y el glamour de Asia. A Kina la quiero porque siempre habla bien de su hermano y de sus padres. A Kina la quiero porque cuando llegó al país dijo ser una “peruana al rojo vivo”, y aterrizó en el Jorge Chávez sin las poses “super star” de nuestros futbolistas. A Kina la quiero porque pese a escenificar la antítesis de todo lo que me gusta en una mujer, me la llevaría conmigo para mirarla y mirarla.
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