A Román, pese a todo.
El fútbol de vez en cuando asoma con tormentas. Noticias que escarapelan las convicciones y obligan a mirar el pasado con una dosis de amnesia. La de ayer ha sido una bomba para todo fanático. Juan Román Riquelme y Diego Armando Maradona, figura y director técnico de la selección argentina respectivamente, han manifestado públicamente sus desacuerdos, y la conclusión es tajante: Román no va más en el equipo albiceleste.
Maradona, lo digo siempre, y ha quedado clarísimo en algún artículo del Blog, es el estandarte de todo lo que significa el fútbol para mí. El ídolo máximo. Al que le perdono hasta su “amistad” con Chávez. Pero si hay algún jugador del que me he “enamorado” de verdad a lo largo de mis casi veinte años como futbolero, ese es Riquelme. A Román lo sigo desde que debutó con Boca, allá por el año 97, y fue primera página de “El Gráfico” con un titular contundente. Boca venía de una sequía de títulos y alegrías imperdonable, y se desbordaba en exageradas contrataciones que nada habían resuelto. Las letras tamaño veinte de aquella editorial decía: “Boca gastó veinte palos verdes… pero safó con el pibe Riquelme”.
A partir de ese momento Riquelme me conquistó. Era (es, en realidad) apasionante verlo jugar. La manera de acariciar la pelota, de lanzar con elegancia hasta el pase más sencillo. De pegarle al arco con una potencia y dirección únicas. De aparecer con goles de tiro libre en minutos 93 de partidos cerrados. Lo seguí en Boca, en esa maravillosa primera etapa que lo consagró como rey de América. Me ilusioné con su llegada al Barcelona, y luego del desenlace negativo, cuestioné al entorno y no a su talento. De su época en el Villarreal conservo la última camiseta que compré oficial (me la trajeron unos primos de Europa), y con eso creo que digo todo. Riquelme tenía todo para encandilar mis gustos. Y encima, Maradona lo amaba.
Ayer por la noche Román ha afirmado “no tener los mismos código del entrenador de la selección”. En ningún momento, ni por respeto, ha mencionado el nombre de Maradona. Ha dicho que se ha enterado de las cosas del combinado argentino por los medios, que nunca recibió una llamada del técnico. Y que no tiene los mismos códigos que él. Códigos. Esa determinante palabra que aparece de vez en cuando en el planeta fútbol y que viene acompañada siempre de tempestades.
Román ha sido siempre un jugador difícil. Se le acusa de “pecho frío”, de díscolo y hasta déspota. Pero siempre ha contestado con fútbol. Se peleó a muerte con Pellegrini, su técnico en el Villarreal, y mientras entrenaba a un costado del plantel ejecutando tiros libres, era “bancado” por el Coco Basile que lo citaba a la selección y la rompía. Mostraba desacuerdos con los dirigentes del mismo “submarino amarillo” y se las ingeniaba para que Boca apueste por su préstamo. Ya en la cancha, lo sacaba campeón de América. Cuando no le gustó algún compañero, “rompió” el vestuario, como en aquella trifulca con el paraguayo Cáceres y Caranta en Boca previa a un “Superclásico” con River. Partido que ganarían los “Xeneises” con gran actuación de Román.
Pero hoy se ha metido con un peso pesado. Quizás con el hombre con el que no se debe pelear nadie involucrado en el fútbol. Menos un argentino. Ahora estará en sus pies (que por lo que ha mostrado este año, andan flojitos) demostrar que tiene la razón. Que Diego extrañará en ese equipo vertiginoso que quiere implantar, la pausa única de Román. Que para que la camiseta número 10, hasta hace poco propiedad suya, no pese, se la tendrá que volver a calzar Maradona, porque nadie más en el plantel podrá cargarla.
Es muy difícil manifestar una posición. Estamos hablando de dos íconos del fútbol en mi vida. Puedo decir que ambos se han equivocado. Que han faltado incluso a los mismos códigos que tanto reclama Román. Diego por declarar a la prensa antes de comunicarse con Riquelme, y este por hacer exactamente lo mismo. Y encima con la atenuante de haberlo hecho con arrogancia, como si se tratase de Bielsa o Pellegrini. Como si al frente no tuviera al que para él, hasta hace unas semanas, era el mejor jugador de la historia del fútbol.
¿Se arreglará el problema? Lo dudo mucho. Estamos hablando de dos “intocables”, y en Argentina cada vez que han chocado dos “pesos pesados”, el intermediario ha sido Maradona. Futbolísticamente tal vez el beneficiado será el equipo. Hoy en día ninguna selección de primera índole está en la capacidad de aguantar el ritmo de Riquelme. Y el Román actual, a diferencia del de hace apenas unos meses, tampoco está para afrontar esa responsabilidad. Argentina, pues, apelará a un equipo sin enganche.
Atrás quedarán los días felices. Los goles de Román en la Bombonera dedicados al Diego. Los mutuos elogios, la frase de Riquelme luego de regalarle la camiseta número 10 de la selección a Maradona afirmando: “es tuya, jamás te la has quitado”. O el maravilloso gesto del Diego en su partido de despedida, allá por el 2001. En ese entonces Bielsa, entrenador de la selección argentina, se empecinaba en no convocar a Riquelme. Maradona luego de anotar un gol de penal en el partido que significaba “Su” fiesta, se despojó de la camiseta albiceleste que llevaba en la piel, y mostró ante el mundo entero una de Boca Juniors con el nombre de Román. Con esa incluso, dio su magnífico discurso, aquel que coronó con la mítica frase “la pelota no se mancha”.
Ambos son astros. A ambos los voy a querer siempre. Pero así como en el fútbol, en la vida hay “códigos”. A los padres se les perdona todo, y uno no le debe faltar el respeto jamás a Dios. Y en el fútbol Dios se escribe con 10. Román querido, mis ojos dolidos, a partir de hoy, te mirarán distinto.
Maradona, lo digo siempre, y ha quedado clarísimo en algún artículo del Blog, es el estandarte de todo lo que significa el fútbol para mí. El ídolo máximo. Al que le perdono hasta su “amistad” con Chávez. Pero si hay algún jugador del que me he “enamorado” de verdad a lo largo de mis casi veinte años como futbolero, ese es Riquelme. A Román lo sigo desde que debutó con Boca, allá por el año 97, y fue primera página de “El Gráfico” con un titular contundente. Boca venía de una sequía de títulos y alegrías imperdonable, y se desbordaba en exageradas contrataciones que nada habían resuelto. Las letras tamaño veinte de aquella editorial decía: “Boca gastó veinte palos verdes… pero safó con el pibe Riquelme”.
A partir de ese momento Riquelme me conquistó. Era (es, en realidad) apasionante verlo jugar. La manera de acariciar la pelota, de lanzar con elegancia hasta el pase más sencillo. De pegarle al arco con una potencia y dirección únicas. De aparecer con goles de tiro libre en minutos 93 de partidos cerrados. Lo seguí en Boca, en esa maravillosa primera etapa que lo consagró como rey de América. Me ilusioné con su llegada al Barcelona, y luego del desenlace negativo, cuestioné al entorno y no a su talento. De su época en el Villarreal conservo la última camiseta que compré oficial (me la trajeron unos primos de Europa), y con eso creo que digo todo. Riquelme tenía todo para encandilar mis gustos. Y encima, Maradona lo amaba.
Ayer por la noche Román ha afirmado “no tener los mismos código del entrenador de la selección”. En ningún momento, ni por respeto, ha mencionado el nombre de Maradona. Ha dicho que se ha enterado de las cosas del combinado argentino por los medios, que nunca recibió una llamada del técnico. Y que no tiene los mismos códigos que él. Códigos. Esa determinante palabra que aparece de vez en cuando en el planeta fútbol y que viene acompañada siempre de tempestades.
Román ha sido siempre un jugador difícil. Se le acusa de “pecho frío”, de díscolo y hasta déspota. Pero siempre ha contestado con fútbol. Se peleó a muerte con Pellegrini, su técnico en el Villarreal, y mientras entrenaba a un costado del plantel ejecutando tiros libres, era “bancado” por el Coco Basile que lo citaba a la selección y la rompía. Mostraba desacuerdos con los dirigentes del mismo “submarino amarillo” y se las ingeniaba para que Boca apueste por su préstamo. Ya en la cancha, lo sacaba campeón de América. Cuando no le gustó algún compañero, “rompió” el vestuario, como en aquella trifulca con el paraguayo Cáceres y Caranta en Boca previa a un “Superclásico” con River. Partido que ganarían los “Xeneises” con gran actuación de Román.
Pero hoy se ha metido con un peso pesado. Quizás con el hombre con el que no se debe pelear nadie involucrado en el fútbol. Menos un argentino. Ahora estará en sus pies (que por lo que ha mostrado este año, andan flojitos) demostrar que tiene la razón. Que Diego extrañará en ese equipo vertiginoso que quiere implantar, la pausa única de Román. Que para que la camiseta número 10, hasta hace poco propiedad suya, no pese, se la tendrá que volver a calzar Maradona, porque nadie más en el plantel podrá cargarla.
Es muy difícil manifestar una posición. Estamos hablando de dos íconos del fútbol en mi vida. Puedo decir que ambos se han equivocado. Que han faltado incluso a los mismos códigos que tanto reclama Román. Diego por declarar a la prensa antes de comunicarse con Riquelme, y este por hacer exactamente lo mismo. Y encima con la atenuante de haberlo hecho con arrogancia, como si se tratase de Bielsa o Pellegrini. Como si al frente no tuviera al que para él, hasta hace unas semanas, era el mejor jugador de la historia del fútbol.
¿Se arreglará el problema? Lo dudo mucho. Estamos hablando de dos “intocables”, y en Argentina cada vez que han chocado dos “pesos pesados”, el intermediario ha sido Maradona. Futbolísticamente tal vez el beneficiado será el equipo. Hoy en día ninguna selección de primera índole está en la capacidad de aguantar el ritmo de Riquelme. Y el Román actual, a diferencia del de hace apenas unos meses, tampoco está para afrontar esa responsabilidad. Argentina, pues, apelará a un equipo sin enganche.
Atrás quedarán los días felices. Los goles de Román en la Bombonera dedicados al Diego. Los mutuos elogios, la frase de Riquelme luego de regalarle la camiseta número 10 de la selección a Maradona afirmando: “es tuya, jamás te la has quitado”. O el maravilloso gesto del Diego en su partido de despedida, allá por el 2001. En ese entonces Bielsa, entrenador de la selección argentina, se empecinaba en no convocar a Riquelme. Maradona luego de anotar un gol de penal en el partido que significaba “Su” fiesta, se despojó de la camiseta albiceleste que llevaba en la piel, y mostró ante el mundo entero una de Boca Juniors con el nombre de Román. Con esa incluso, dio su magnífico discurso, aquel que coronó con la mítica frase “la pelota no se mancha”.
Ambos son astros. A ambos los voy a querer siempre. Pero así como en el fútbol, en la vida hay “códigos”. A los padres se les perdona todo, y uno no le debe faltar el respeto jamás a Dios. Y en el fútbol Dios se escribe con 10. Román querido, mis ojos dolidos, a partir de hoy, te mirarán distinto.
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