martes, 16 de noviembre de 2010

Medio año de papá (Y)

Festejando el medio año de mi hijita, este texto me lo autodedico.
Hace seis meses Inés entregó sus primeros suspiros a este mundo y desde entonces todo lo demás ha dejado de ser importante. Hace seis meses, colándose en el silencio de una fría y confusa madrugada, Inés se desprendió de su madre para convertirme en padre, llevándome a descubrir la versión más genuina del amor. Desde hace seis meses hasta la oscuridad cobra sentido y el dolor profundo tiene su recompensa. Porque a la par de la llegada de mi hijita el destino se ha encargado de colocarme frente a situaciones difíciles, frente a una racha de noticias desalentadoras que en otro momento de mi vida me tendrían cuesta abajo, pero las he sobrellevado con firmeza, hallando por primera vez la medicina en su sonrisa. Inés tiene magia cuando me sonríe. No miento. No exagero. Sus ojos encapotados, sus cachetes dulces y su boca aún sin dientes brillan cuando me reciben, y son el pasaje a un sentimiento más poderoso que la felicidad.

Porque la felicidad y el amor son tesoros pasajeros. Breves y embusteros instantes dominados por el final, y el final es siempre negativo. Con Inés lo negativo no existe. Con ella el final no existe. Han sido una aventura maravillosa estos seis meses pese a que en el camino atravesé por obstáculos tremendos, como el tener que decirle adiós a su mamá. Me tuve que enfrentar a una faceta de la relación de pareja que desconocía notando que algo se había roto para siempre, y debí aceptar sin protestar una sentencia que jamás imaginé para mi futuro: "tendré una hija que no vivirá conmigo".

Pero ese detalle, difícil y doloroso en demasía, le ofrece tonalidades acaso más literarias a mi aventura. Ser padre soltero te da una distinción, una dosis de personaje de ficción. Por que me conozco, y sé que si la situación hubiese sido distinta y yo seguiría con mi ex, me ampararía hasta lo máximo en ella, y mi labor sería hasta hoy la que fue cuando Inés era una recién llegada, y yo actuaba como el solucionador de los aspectos que no la incumbían demasiado.

Sólo hasta después de separarme he aprendido, por ejemplo, a cambiar pañales, y ese es un acto no menor cuando se trata de bebés. Recuerdo que la primera vez que lo intenté aún vivía en pareja, y valga la redundancia, era la primera vez que me quedaba a solas con Inés. De pronto un olor inconfundible me indicó que se había cagado. Su mamá no tardaría mucho, así que decidí no hacerle caso. Pero pasaron los minutos y el aroma incrementó. Pensé en que por mi culpa sufriría su primera escaldadura, y no me lo perdonaría. Opté por aventurarme. Luego de una ardua batalla, le alcancé a colocar el pañal, y encima me di maña para cambiarle la ropa. Cuando llegó su madre a casa nos encontró a los dos echados en el sofá. Me felicitó sorprendida, pero algo la llevó a desconfiar, y decidió revisar el trabajo: le había puesto el pañal al revés.

Hoy la mayoría del tiempo que paso con Inés estamos sólo los dos, y cambiarle el pañal es cuestión de rutina. Claro, hay días difíciles en los que me sorprende con una diarrea que le mancha hasta la espalda, pero incluso así, salimos airosos. Mis errores son cada vez menos contundentes y se resumen en regresarla con una ropa que no combina en absoluto o con los pies fríos porque olvidé ponerle la media a su pie derecho, pero poco a poco los superaré.

Inés tiene apenas seis meses pero ya ha entendido cuál es mi rol en su vida. Pese a ser una niña muy sociable y de sonrisa fácil, tiene conmigo un flechazo distintivo, sólo superado por la química que la une a su mamá. Cuando Inés me ve llegar toda ella es luz, se inquieta, se separa de quien la tenga y me estira los brazos. Puede que a los dos segundos de haberla cargado se aburra y me retire, o se distraiga con facilidad, pero para mí el simple (y vital) hecho de que me reconozca se convierte en el regalo más hermoso que me ha dado el mundo.

Otra muestra de su amor aparece cuando la enfrento a gente que no conoce mucho. Al inicio suele estar cómoda y sonreír y jugar y generar en cualquiera la sensación de que es especial para ella, pero llega un momento en que se fastidia. De la nada coloca sus labios en posición de puchero y me busca con la mirada. Al encontrarme empieza a llorar, y sólo se calma cuando regresa a mis brazos. Se calma automáticamente. ¿Qué he hecho yo para merecer eso? ¿Por qué pese a no vivir con ella y no estar presente al momento en que empieza un nuevo día sigo siendo en su pequeño universo alguien tan familiar? Es un misterio de la vida. Un milagro. Tal vez algo químico que tiene que ver con el olor, o una cuestión de energía, de buena vibra generada desde que estaba en el vientre de su mamá.

Llevo un poco más de dos meses separado de Inés. Felizmente la distancia de nuestras casas es sólo de una cuadra, y todo se me hace más fácil. Me la llevo caminando cargadita en su asiento y en los tres o cuatro minutos que me separan de la meta ella no deja de observarme fijamente, como diciéndome “por si acaso acá estoy, no me olvides”. Yo soy una oda al cuidado, y de vez en cuando hago una pausa para hacerla reír, y al volver a mis pasos, le canto cualquier cosa para que entienda que jamás la voy a abandonar.

Al llegar a mi casa ella primero hace un estudio veloz del espacio. Lo reconoce al cabo de unos minutos. Saluda con una sonrisa a mi primo (que es su tío y vive conmigo) y queda lista para su show. El show con Inés es encontrar la postura que mejor le acomode y hacerla reír. Luego entregarle poco a poco sus juguetes y alucinarse viéndola interactuar con ellos (interactuar significa cogerlos un segundo y medio para llevárselos a la boca). Inés no causa molestias. No llora ni hace rabietas. Sólo acusa malestar cuando tiene hambre, y cuando no tengo a mi primo cerca para darme una mano, la cosa se dificulta un poco. Ella con hambre no acepta que la deje solita, la tengo que cargar sí o sí, se va desesperando, y yo no tengo en mi pecho su alimento. Debo retirar la mamadera de la refrigeradora, prender la cocina para hervir el agua, enfriar su leche. Y todo con sólo una mano libre. Cuando ella reconoce la mamadera empieza un espectáculo algo cruel: se inquieta, la quiere coger, hace sonidos acústicos. Finalmente se la toma íntegra. Luego viene el chanchito y cada vez con menos frecuencia, un certero vómito.

Lo más complicado con Inés llega esporádicamente, cuando me toca pasar la noche con ella. Es a la vez una actividad apasionante, un vínculo espectacularmente mágico. Pero conlleva ciertas dificultades. Para empezar, aún no tengo una cuna en mi cuarto, y debe dormir conmigo. Inés es la primera (y espero no sea la única) mujer que ha pasado la noche en mi colchón de soltero. Pese a manifestar calma cuando está en mi casa, dormir conmigo es para ella un acontecimiento que la aleja de su rutina, y me tiene en constante amenaza mientras lo hace. Ella ya pasa cinco o seis horas seguidas durmiendo por la noche, pero cuando lo hace conmigo se suele despertar en la madrugada. A veces se pone a llorar con intensidad y aún con los ojos cerrados, como si estuviese inmersa en una pesadilla. La tengo que cargar y consolarla unos minutos hasta que se duerme, pero alejarla de mi pecho resulta casi imposible. Entonces hay un par de horas en las que ella se entrega al sueño plácidamente sobre mí.

Ser un padre soltero ha mandado al universo del olvido mis planes de formar una familia tradicional con Inés, de educarla en la armonía de un papá y una mamá juntos. Mi nueva situación se aleja mucho de lo establecido históricamente en mi familia. Pero a lo hecho, pecho. También tengo ilusión. Estoy ansioso de forjar una relación sólida con mi hijita, pues el tiempo que pase con ella jamás va a ser parte de ninguna rutina. Me imagino caminando a su lado por el malecón de nuestro Barranco (pese a todo, nuestro) o por San Bartolo; me imagino con ella en la playa o recogiéndola del colegio y no puedo evitar sonreír.

Sé que parte de esta nueva vida será incluir a otras personas en su desarrollo. Mi próxima mujer, por ejemplo, tendrá que aceptar la importancia de mi niña, y ese será el único requisito para poder abrirle mi corazón. Y llegará el momento en que Inés se acueste y se despierte en los dominios de la nueva familia de su mamá. Cuando me embargan la pena y la negatividad, me genera muchísimo miedo eso. Pero me recupero cada vez que la voy a buscar e Inés me regala sus gestos luminosos. Este es el amor genuino, me digo, y ella no me va a cambiar por nadie.

1 comentario:

  1. Que buen texto. Me emocionó a la distancia. La etapa que te toca vivir vendrá seguro cargada de sinsabores y momentos de dificultad, será duro. Pero tienes un escudo que te permite superar todo, un escudo que quizás te haga salir como el gran ganador. Sigue aprendiendo y apoyándote en Inés. Sigan enseñandose juntos.

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