A propósio del libro de Pilar Hurtado "Memorias de una golosa"
La gastronomía es un rubro en el que aún estoy verde. Mis dotes de cocinero no están siquiera sembrados, y mi capacidad de crítica hacia los alimentos es pobre. Afirmo que me encanta comer. Que hacerlo lo considero uno de los más grandes placeres de la vida. Pero mi repertorio es escaso. Entonces consumo los mismos platos, soy poco amigo de la improvisación, y confieso que soy adicto a las comidas rápidas, y puedo estar con el corazón contento con la barriga llena de Mc Donalds o Pizza Hut. Como trabajo en un instituto de cocina me he propuesto ampliar mis horizontes. Arriesgar en restaurantes, no decir qué feo antes de probar y estar dispuesto a bajar mi dosis de consumidor de chatarrerías. También he decidido informarme. Y en una cuestión que va de la mano con mi vocación, ando leyendo sobre gastronomía. En búsqueda de afinar mi pluma para cuando me llegue la hora de hacer una crónica o una crítica gastronómica.
En estos nuevos aires llegó a mi vida un libro interesantísimo que no me cansaré de recomendar: “Memorias de una golosa” de la chilena Pilar Hurtado Larraín. Ella es una reconocida periodista gastronómica cuyas críticas hacia restaurantes son recogidas en distintas publicaciones y a menudo pueden hundir o levantar un local. Además, ha vivido la mitad de su vida en el Perú. Y tiene por nuestro país (y nuestra cocina) un inmenso cariño. Su libro no es un libro de cocina netamente. Es un libro sobre toda una vida como amante de la comida. Y en esos aspectos aparecen anécdotas y recuerdos personales; y recorridos por la niñez, adolescencia y posterior arribo a la adultez de la autora, que dibujan casi de manera antropológica toda una época. Además el libro se complementa con incontables recetas (con ingredientes y preparación incluidas) que hacen agua a la boca del lector.
La primera parte del libro Pilar Hurtado se la dedica a sus tiempos en el Perú. Ella vivió en nuestra patria desde muy pequeña hasta los 21 años. En el Perú forjó su personalidad, y formó su paladar. Esas primeras páginas están escritas con la añoranza del que se sabe adulto. Y que rememora con pasión lo que fueron sus años más dulces, la infancia y sus travesuras en el colegio, sus más entrañables amistades, su ingreso a la universidad. Allí aparecen los primeros actores de reparto de la historia, sus amigas del colegio, la China, Pía, Giannina e Inés, a las que menciona a lo largo de todo el libro. El lector las va conociendo con facilidad, a la par de que se va enterando de sus aficiones (compartidas con la autora) por la cocina. En esos escenarios aparecen los elogios hacia nuestra gastronomía, a la que considera de las mejores en el mundo, y sus incursiones por postres y restaurantes que marcaron su vida, como el Suspiro limeño (incomparable, Pilar Hurtado dixit) y el Cantarrana.
El libro continúa con su arribo a Chile, su país de nacimiento. Allí entre otras cosas comenta que se decepcionó de la comida, que extrañó ingredientes infaltables en el Perú como el ajo, la cebolla o el ají; que conoció al que sería su esposo (Ramón, co-protagonista de la historia), la forma en la que lo hizo, cómo se enamoraron, cómo fue su casamiento, el día que conoció a todos sus familiares. Y comenta la etapa más dura de su vida, el fallecimiento de su padre, al que le dedica el libro y del que afirma estuvo a su lado mientras escribía cada página.
Luego de algunos retrocesos hacia el Perú, con los viajes de regreso hechos con su esposo, o para visitar a sus amigas, el libro traslada anécdotas de la autora a lo largo del mundo ya como periodista gastronómica. Así aparecen sus viajes por México, Barcelona, Madrid o Roma, o por destinos raros como Tailandia. Y la autora concluye el relato dando algunos tips sobre lo que es su forma de trabajo. Su rutina al momento de visitar un restaurante, donde todo cuenta, desde el arribo al lugar hasta la salida, pasando por la manera en la que están servidos los platos y el trato de los mozos.
En el camino aparecen los hijos de la autora, aún pequeños al momento en el que escribió el libro, anécdotas con amigos que fueron apareciendo (y desapareciendo), recuerdos de su abuela, de su madre, de su hermana. Paseos por restaurantes que son sus favoritos, el cariño hacia Lima, los recuerdos de sus paseos familiares en su etapa en el Perú, sus primeras juergas en nuestra capital, sus reuniones con “todo incluido” en Santiago de Chile. Un repaso por la vida de sus amigas, que corrieron distintas suertes; el divorcio de alguna, el cáncer de mama en otra, etc. Todo con un lenguaje que cautiva, ágil y entretenido.
A Pilar Hurtado la he imaginado en todo momento. Lo único que dijo de su apariencia fue que era rubia, y a las rubias les tengo cariño. De ahí en más, he vivido con ella (con complicidad) sus primeras borracheras, la etapa de transición cuando los paseos familiares le quedaban chicos y se creía en edad de hacer “cosas de grandes”, aquella “pasada de vueltas” en un departamento. Y me he enamorado de sus recuerdos. De sus amigas. De sus ganas (inconclusas) de conquistar el mundo. De sus sueños de “niña bien” destruidos por lo duro de la realidad. De sus recetas. De su amor por el Perú y por nuestra cocina. De aquella grandeza que sólo pueden tener los seres auténticos de afirmar, siendo chilena, que todos somos iguales, y que en el Perú “también hay rubias”, y que en Chile existen también los falsos líderes, y aquello de sentirse superiores es una estupidez.
Con el libro de Pilar Hurtado he encontrado algo que jamás pensé hallar en un libro de gastronomía: congeniar con el autor. Y cuando eso ocurre, pues no hay duda, el libro es bueno. He admirado su trabajo como crítica gastronómica, y deseado llegar algún día a comer sin piedad en un restaurante con mi “polola” y que me paguen por ello. Y casi me he trasladado a sus épocas más dulces, el colegio y los primeros años de la universidad, y me he imaginado como un personaje más de su historia. Tal vez el muchacho que quiso “pololear” con la rubia y recibió un elegante “no, gracias”.
Un libro recomendable. Abre el apetito por la lectura y la escritura, y de paso, da ganas de comer. Y no precisamente en un Mc Donalds o Pizza Hut.
Hola Gabriel, hoy en una entrevista que me hicieron me comentaron que en el blog de un peruano hablaban muy bien de mi libro Memorias... Por supuesto que al rato me googleé y me encontré con tu texto, y no puedo menos que decirte que me emocioné. Cuando uno escribe de muchas maneras sale desnudo a la plaza, y si hay un solo lector, uno al menos como tú, que entendiste cabalmente lo que yo quería decir con mi cuento, el trabajo -que no fue ningún sacrificio, pues me encanta- ya valió la pena.
ResponderEliminarMuchas gracias por leer con ese apetito!!
Con cariño nostálgico siempre de Lima
Pilar Hurtado lacomensala@gmail.com