jueves, 21 de febrero de 2008

Un hinchaje infiel (Y)

A Jhonier y Lionel, dos zurdos por los que aún no puedo gritar un gol.



Ser hincha de un equipo de fútbol de un país ajeno siempre me ha parecido una huachafería. El fanatismo que genera un equipo es un sentimiento sólo (re)conocido y entendido por las personas que aman el fútbol. No es, como se piensa, algo fácil de hallar. Escoger un equipo como tu favorito es escoger también su historia, su cultura. Es amar su camiseta, que sus colores sean tus colores. Es reconocer el aroma de su estadio, es abrazarte con tu vecino de butaca para gritar un gol. Eso (lamentablemente) no puede ocurrir si elegimos al Milan o al Real Madrid. Los tiempos han cambiado y hoy en día, si se quiere, tenemos acceso a todos los partidos de los mejores clubes del mundo. Pero de ahí a manifestar un hinchaje hay un paso que me parece demasiado forzado.

El fútbol internacional, en mi opinión, está hecho para disfrutar. No para sufrir ni para gritar goles con pasión. Confieso ser un hincha tránsfuga en ese rubro. Mi querencia va y viene. Y dura poco tiempo. Entonces mi trayectoria como amante del deporte rey dirá que alguna vez fui hincha de River Plate (cuando Enzo Francéscoli era “el Príncipe” y había un chileno maldito que las metía todas); o que el Real Madrid (en la gloriosa época de mediados del noventa con Redondo, Seedorf, Suker, Raúl, Mijatovic, Roberto Carlos, Hierro, etc.) fue mi equipo preferido. Pero también fui hincha del Barcelona en esa misma década (con Rivaldo, para qué más), y de Boca Juniors (Maradona y Solano ayudaron). A veces el fanatismo me viene infundado por un solo jugador, y fui hincha del Inter cuando Ronaldo metía goles (me olvidé un poco de los “negroazurros” cuando el dientón se fracturó todo) y después, cuando llegó al Milan, pasé a ser Rossonero.


Hoy en día mi equipo es el Barcelona. Me sumo a la gran mayoría y no me da vergüenza. Cómo no admirar al Barza. Tiene todo. Es un equipo simpático, carismático. Su camiseta es hermosa (aún con el UNICEF). Y tiene en sus filas a cuatro artistas de la pelota. Henry ha sido mi modelo de delantero desde que debutó. Eto’o es una fiera, y hace que me de pena que Camerún no clasifique al Mundial. Ronaldinho es un mago. Le perdono todo. Y Messi me alegra la vida.

Algunas obligaciones y ciertas castraciones que se gana uno cuando tiene pareja, no me permiten seguir la cantidad de partidos que mi sedienta pasión futbolera requiere. Pero cuando juega el Barza, no hay forma. Invento excusas. Miento. Incumplo. Pero estoy pegado a la televisión. Y disfruto de un equipo que hace del fútbol una obra maestra. El Barcelona toca el balón a ras del pie. No tira pelotazos. Juega para la afición. Y encima, como en toda belleza terrenal, donde no existe la perfección y hay espacio para la crítica, puede empatar un partido pese a merecer el triunfo. O puede dominar a un rival 40 minutos sin hacer un gol, y en un descuido, tener el resultado en contra. Eso enciende mi pasión y la expectativa. Y pienso, “cuándo despertará Ronaldinho, cuándo la clavará en un ángulo Eto’o, cuándo Henry nos hará recordar sus tiempos en el Arsenal, cuándo Messi pondrá la calma que sus mayores no pueden otorgar”. Y siempre (o casi siempre) el Barza me arranca un grito de gol.

Tener a cuatro monstruos en un equipo no garantiza títulos. Un ejemplo clarísimo y reciente es el Madrid de los “Galácticos”. Pero sí da espectáculo. El Barza podría salir campeón únicamente con Messi. Pero teniendo a los otros tres, el equipo adquiere tonalidades de ópera. Y el resto se contagia. Entonces Valdés responde cuando hay que hacerlo; Puyol y Milito se “comen” a los rivales; Deco y Xavi son máquinas infalibles de pases; Rafa Márquez tira un lujo e Iniesta cosecha elogios; y hasta habituales torpes como Abidal o Yaya Touré, la entregan redondita. Es muy probable que el Barcelona no gane la Liga (el Madrid le ha sacado varios puntos de ventaja, y ese equipo, ya sin estrellas rutilantes, no se cae). La Champions es durísima y está para cualquiera. Pero este equipo del Barza, específicamente este equipo, al menos para mí, será inolvidable. Cada uno de sus cuatro magníficos, si estuviese en otra escuadra, me generaría aquel hinchaje que mencioné cuando hablé de Ronaldo.


Quizás la vida me regale otros equipos favoritos a nivel internacional. Tal vez en algún momento a Messi se le ocurre jugar en Boca, y coincide con Tévez, ahí no habría posibilidad de negación. O en un tiempo el Madrid contrata a Cristiano Ronaldo, Alexander Pato, y como quien no quiere la cosa, al “Kun” Agüero, y mi corazón vuelve a ser merengue. Pero la realidad indica que este Barcelona lidera mis aficiones futbolísticas a nivel internacional actualmente. Y que gozo con el corazón pintado de azulgrana, aún cuando es un sentimiento prestado. Un sentimiento que acaba con el pitazo del árbitro y cuando alguien me cambia el canal de la tele. Y que no interfiere para nada en mi rutina cada mañana este 2008: revisar los diarios deportivos para saber cuándo diablos va a poder jugar Montaño.