jueves, 16 de diciembre de 2010

Aguardiente de mora (F)

La carne de este cuento fue concebida hace un par de años, una tarde solitaria en San Bartolo, desde la terraza de una casita hermosa en la que podía mirar el mar, y mientras pensaba en la muerte. Lo he venido editando mucho tiempo, tratando infructuosamente de impregnarle la madurez del presente, y estoy exhausto. El punto de partida es un hecho real, y está ambientado en un lugar de verdad, que es la chacra de los abuelos de mi ex novia. Podría escribir muchísimas cosas relacionadas a la chacra. Todas positivas y trascendentes. Lo podría hacer incluso con cursilería en una especie de merecida despedida, pero ese lugar, que ya no es mío, será de Inés muchísimo tiempo, y eventualmente habrá que regresar. Por eso alejo el pudor y hago públicos a todos estos falsos personajes (sobre todo al narrador). Felizmente hoy están de moda frases célebres diciendo que la ficción es la mejor manera de hacer interesante a la vida. Que “inventamos las ficciones para poder vivir de alguna manera las muchas vidas que quisiéramos tener cuando apenas disponemos de una sola”. En el momento en que escribí este cuento mi lado más hijo de puta quería tal vez esa vida. Quién sabe. Así salió. Se lo dedico a Adrián (mi verdadero compañero de la chacra), quien fue hasta hace unos meses mi cuñado, y será mi amigo y mi familia (escogida) para siempre. Por el gusto de habérmelo cruzado la otra noche. Por el gusto de redescubrir su esencia buena. Por sentirme partícipe de ella.
Pensando en la Terrano, el Chilco y en Pablito.
He tomado una ducha un sábado por la mañana y mi cerebro no tiene la palabra resaca en su repertorio. He separado un billete de cincuenta soles de mi billetera que terminará en las arcas de un grifo y Luciana me ha preguntado ya en siete oportunidades qué tal le queda la ropa. Todo es parte de la liturgia que implica visitar la chacra de su familia al sur de Lima. Esta vez la excusa es irrechazable. Es el cumpleaños número 80 de su abuela materna, la única que le queda con vida y una de las personas que más ha querido en sus 27 años de existencia.

Son esporádicas las reuniones en la chacra, y casi siempre tienen que ver con cumpleaños. He recorrido los 75 kilómetros que separan mi Miraflores del lugar desde hace casi una década. Al inicio, cuando no contaba con auto, era muy tedioso. Esperar un ómnibus veloz hacia el sur es complicado. Luego se me hizo más llevadero, pero no puedo negar el estrés que me genera manejar por la carretera, sobre todo en épocas de verano como ésta, y aún, pese a las repeticiones, no logro captar el atajo que me lleva a la puerta de ingreso al lugar sin consultarle a Luciana. Ha pasado más de un año desde el acontecimiento que marcó el futuro de su familia, y la chacra me vuelve a recibir con retazos de la felicidad de antaño por primera vez, desde que un arisco infortunio se filtró en sus planes. Hasta las flores parecen haber despertado de su letargo. Hay música de moda en el añejo pero eficiente equipo de sonido. Y las botellas de ese aguardiente delicioso en base a moras, cuya existencia es exclusividad de los árboles en este gran espacio anaranjado por el que deambulan vacas y caballos escuálidos, han reaparecido.

El último cumpleaños de la abuela no se festejó en la chacra. No había entonces espacio para sonrisas ni felicitaciones. El aroma a hospital y la resignación de los médicos estaban en carne viva. El abuelo no soltó las manos de su esposa en todo momento. Tampoco derramó una lágrima en público. Le restaba oxígeno para seguir exteriorizando su torso inquebrantable ante la humanidad acongojada. Mi suegra desecha. Su optimismo fue más una negación hasta que los dibujos en la angustiosa pantalla se salieron de la línea. Y Luciana ida. Como yo, que no entré a la habitación en ninguna de mis visitas a la clínica. Como yo que no tuve el valor de despedirme. Como yo que había olvidado el rostro de mi padre pero ya era sabio para entender incluso a los cuatro años de edad que la vida también estaba acabando para mi madre. Ese gesto cómplice fue quizás mi principal motivo para seguir llenando de meses y monotonías una relación por la que desde hace mucho había dejado de luchar.

*

La chacra se ha llenado de sus habituales visitantes. He saludado amable como siempre a todo el repertorio mayor. Un beso en la mejilla y un fuerte apretón de manos acompañando a las palabras “hola” y “bien” serán suficientes. Por eso amo llegar a la chacra. Nadie me pregunta nada. No se meten en mi vida ni me cuestionan. Ser ignorado es para mí un halago. Detesto las comparaciones y Ernesto, el esposo de Marisol, la única prima contemporánea de Luciana, me supera en todo lo que podría interesarle a un grupo en los vientos de los cincuentas. Ernesto tiene dos años más que yo y es mi antítesis. Viste una camisa elegante y llega en pantalón desde que era un aprendiz de veinteañero. Se involucra en conversaciones “adultas” sin aparentar aburrimiento. Y no calla ni con el pensamiento a su mujer cada vez que se impone más de la cuenta en voz alta. Pese a eso, cuando ya cumplió con el protocolo, este hombre de hielo es mi complemento, mi “amigo de la chacra”. No me imagino su compañía en otro escenario pero sólo gracias a él he soportado las largas ausencias de Luciana, siempre colaborando en la cocina, entreteniendo a sus primos más chicos, y desde que Marisol es mamá, sin despegarse de Mariel, el dulce retoño de dos añitos de la pareja perfecta de la familia.

“Voy a dejar a Luciana”, le he dicho a Ernesto. Y automáticamente ha roto el hielo a nuestro modo: sirviendo un par de vasos puros de aguardiente de mora.

*
Marisol siempre ha sido un enigma. Manifiesta su felicidad sin siquiera desplegar una pizca de su sonrisa. Llegó al mundo medio año antes que Luciana, y eso la torna especial en la familia. Su condena es que sin importar el rubro, debe superar a mi mujer en todo. Dar un poco más. Eso sólo genera malestar y sacrificio en ella. Luciana ni se inmuta, pues es una persona relajada, no se hace problemas. Está acostumbrada a darle pelea a la vida sin estacionarse mucho en lo negativo. Por eso quizás lleva conmigo tanto tiempo. Por eso aceptó la convivencia antes que el matrimonio, el mismo año en que Ernesto y Marisol festejaron su unión en una derrochante ceremonia.

Marisol se las ha ingeniado para cumplir el ritmo de lo establecido. Se lo inculcaron sus padres desde que la colocaron en un colegio para mujeres de carácter religioso. De esos que antaño significaban “clase”, tan fuera de la coyuntura mundial. Y respondió con las mejores notas del salón. Luego una carrera de cinco años exactos, el novio, el trabajo a los 22, el matrimonio, la hija y un embarazo como meta próxima. Por eso se esmera en presentar a Ernesto a los octogenarios primos lejanos de su abuela que acaban de llegar a la chacra y lo separa de mi lado justo cuando esperaba su respuesta. A Luciana, por supuesto, no se le ocurre hacer lo mismo conmigo.

*

Estoy apoyado en una de esas rocas que fungen de sillas bordeando la piscina de la chacra. Los primos menores de Luciana se lanzan clavados y simulan surfear trepados a antiguas tablas hawaianas con la genuina libertad en sus ojos que no varió ni con los acontecimientos del año pasado. A algunos los conozco desde las panzas de sus madres. A otros he visto crecer. Luego de Marisol y Luciana hubo una pausa prolongada en la procreación de la familia. La tercera es Micaela, una niña que ya cumplió 18 años, y que recuerdo desde cuando le llenaron de fierros la dentadura y no le interesaba realizarme los más básicos trucos de magia acomodando las piernas sin cubrirse el calzón. En el último cumpleaños de Luciana que festejamos en la chacra ella ya tenía 16, y mis amigos no dejaron de observarla con una morbosidad que me incomodó. Micaela se alejó de mí conforme fue creciendo. Hoy sólo nos saludamos y nos gastamos durante cuatro segundos la misma broma de siempre. Después me entero de sus cosas por mi suegra, que a veces comenta sus desdichas, disfrazadas de un español encallado en Lima algo mayor que ella con ojos lindos y traviesos.

*

He prolongado mi decisión mucho tiempo. La idea de alejarme de Luciana ha estado latente desde que me descubrí indiferente a mis pecados, y noté en su capacidad por tolerar mis silencios una serena resignación. Continúo siendo el equilibrio de sus actos pese a que sin ella, al igual que en el camino para entrar a la chacra, ando desorientado por la vida. Sin embargo son lejanas en mi memoria las imágenes de la Luciana enamorada. Nos siento como dos hermanos compartiendo una casa acordándose de vez en cuando que se aprecian. Nuestra propia pantalla angustiosa hace rato que colapsó, pero decidimos ignorar su desborde. La observo desde la piscina mientras un clavado me salpica la camisa. Está junto a la homenajeada, y me pregunto si el tiempo le alcanzará a la señora para conocer al próximo hombre de su nieta favorita. Te voy a extrañar, digo para mí mientras me sirvo ahora mi tercer vaso de alcohol.

*

El licor de mora que preparan aquí es un manjar. Una variante eficiente del pisco, aguardiente bandera del Perú. Navega suavecito por la garganta y desencadena, mientras adormece, las neuronas de la felicidad. Hoy día es indispensable. Después de tiempo están permitidas las sonrisas en la chacra. Algunas señoras allegadas a la abuela, de esas que sólo se asoman en su cumpleaños, se dedican a divertirla. La hacen hasta bailar, y la multitud celebra con carcajadas sus esforzados pasos danzantes. Ella sonríe arrugadísima y tierna, con el pelo más blanco que veré en el mundo y los ojos fuertes que comunican que por hoy día, su ausencia descansará efectivamente en el lujoso jarrón lleno de cenizas de la capilla.

Es hora de comer. Marisol y Luciana entran en una competencia por quién atiende mejor a la gente. Una competencia que sólo conoce la primera. Cuando ya todos tienen sus platos, nos acomodamos los cuatro en la misma mesa. Ahora Marisol propondrá un tema incómodo y Ernesto no la frenará. Me preguntará por mi trabajo para que quede claro a quién le va mejor. Comentará su próximo viaje junto a Ernesto o sus planes de adquirir una nueva camioneta. Yo ya ni muestro incomodidad. Mi mediocridad ha sido mi aliada en la decisión de aceptar ser el segundo frente a los éxitos de Ernesto. Más aún ahora que conozco su secreto. Más aún ahora que la dosis de antítesis ha disminuido.

Fue sin querer. Nunca habíamos tenido una conversación tan íntima, y sin duda lo descuadré cuando mencioné lo de Luciana. Sentí su alejamiento largos minutos, hasta que me lo crucé en el baño. Mientras se lavaba las manos escuchando la melodía de mi orina alcoholizada, me dijo: “es iluso creer que uno le puede ganar a la vida, que uno escoge su destino”. Luego de secarse las manos me cogió el hombro y me dijo: “pero hay cosas que ayudan”. Automáticamente sacó de su bolsillo un papelito doblado de forma archiconocida. “Pídeme cuando quieras”.

*

Nunca imaginé a Ernesto involucrado en drogas. Me hubiese aliviado algunas mentirillas para escabullirme entre los matorrales de la chacra a meterle tres o cuatro pitadas al cigarro de marihuana que me suele acompañar. Hubiese fumado conmigo tal vez, o servido de cortina de humo (aunque no literalmente) para hacerlo con menos tensión. A la coca le tengo respeto. Y aunque de vez en cuando retorno a ella, desde que vivo con Luciana es más complicado. Se hace la desentendida pero más de una vez la he pillado husmeando entre las esquinas de mis tarjetas. En otras épocas la juerga fue su peor enemiga, y no se despegaba de mi lado ni me dejaba salir sin ella por temor a que mi nariz se blanquee.

En la mesa, pese a ser un cemento por dentro, Ernesto actúa como siempre. Amable ante los adultos que le dirigen bromas, educado para servir el refresco tanto a Marisol como a Luciana. Su esposa ahora toma la batuta de la conversación. “¿Y ustedes? ¿Para cuándo?” me dice señalando a Mariel con sus ojos inexpresivos y su estática sonrisa. Luciana responde como suele hacerlo ante esa pregunta, con un gesto sarcástico y acústico para dejar en claro que no depende de ella. Yo prefiero callar e imaginar la posible reacción de Marisol al descubrir a Ernesto jalando. Lo último que supe de ella a propósito de las drogas fue que estaba en contra. Que jamás las había probado.

*

Fue unos meses antes de la aparición de la punta del iceberg de la tragedia, en la última celebración en la chacra con todas las de la ley. Cuando los hospitales y los médicos eran parte de lejanas anécdotas. Luciana es una escritora magnífica que desaprovecha su talento en una frívola agencia de publicidad, y en una oportunidad se adjudicó el primer puesto en la categoría de cuento de los reconocidos juegos florales de su universidad. Coincidimos el siguiente fin de semana todos en la chacra. Creo que se celebraba la primera comunión de alguno de sus primos. Mi suegra hizo público el asunto y no se hablaba de otra cosa en la reunión que no sea del premio de su hija. Todos querían leer ese cuento que me tenía como protagonista oculto. Una especie de “yo” mejorado. Menos dubitativo.

Marisol no sabía cómo actuar. Sentía la derrota por primera vez. No había felicitado a Luciana de antemano y no tenía con qué excusa retroceder. Faltó en la cocina un insumo, como suele suceder, y la abuela, al notarme cerca, me pidió por favor que vaya a conseguirlo. Tenía que usar el auto, el establecimiento más cercano queda lejos. “Yo te acompaño”, dijo Marisol, “quiero comprar unas cosas”. Hasta ahí todo estaba en orden, pero yo recordé que mi viejo Honda Civic no había sido lavado en semanas, y que sin duda, desparramados por la guantera o los posavasos, aparecerían residuos de mi idilio marihuanero. No tuve ni tiempo ni armas para limpiar la escena del crimen. Marisol andaba inquieta y yo sabía que era por el premio de Luciana. Movía con nerviosismo las piernas y no paraba de conversar y de mirarme fijamente. Justo cuando la situación estaba llegando al pico de la incomodidad, notó pequeñas ramas verdes por la caja de cambios, y la curiosidad la obligó a abrir la guantera, donde descansaba una latita de la que era fácil adivinar su contenido.

Lo que continuó a la escena me descuadró. Marisol se olvidó de su conversación y con voz autoritaria me dijo: “para, estaciónate acá”, y me obligó a detener el auto en plena carretera, como si se hubiese averiado o bajado una llanta. Antes de que pueda hacer cualquier gesto, se dio maña para desprenderme del cinturón de seguridad y desabrocharme el cierre del pantalón. Segundos después se había levantado la falda y cabalgaba con ferocidad mientras me llenaba de besos húmedos y automáticos. Los autos pasaban raudos no muy a menudo y ella no llevaba ropa interior. Eso bastó para que mi excitado cerebro no descargue el freno hacia mi erección. “¿Desde cuándo fumas?”, me decía alternando sus gemidos embusteros. Yo trataba de mentir pero no podía. Me sentía en el más enardecido de los interrogatorios. “¿Y Luciana fuma?”. Cuando le respondí afirmativamente mientras acomodaba con violencia mis dientes en sus gruesos pezones, afianzó la velocidad hasta que segundos después, acabé dentro de ella. No soltó ningún gemido más. Luego se reacomodó en su asiento y dijo: “sabía que era una fumona. La marihuana me parece desagradable”.

Nunca más hablé del tema con Marisol ni con nadie. Ella siguió actuando como siempre. El día de la consumación de la tragedia, todos los hijos, nietos y demás familiares habían ofrecido sus condolencias a la abuela, y con todos, Marisol incluida, ella había actuado con serenidad, pero cuando se acercó Luciana, rompió en llanto. En algún momento de la ceremonia me llegó un mensaje de texto: “te espero afuera”. Era Marisol.

*

La noche va a llegar pronto. El baile se ha generalizado. Hasta el abuelo ahora danza al ritmo de huachafos hits. Es en vano decir que después del almuerzo le solicité el papelito a Ernesto, y al aguardiente de mora le hemos añadido varias latas de cerveza que han entrado a nuestro organismo sin que nadie externo las pueda notar jamás. He olvidado por un momento mis vacilaciones. La coca me sensibiliza. También me excita y no dejo de mirar con lujuria a Marisol. Ella me ignora. Más tarde le diré que quiero tener un hijo con Luciana, que de este año no pasará, que una gran noticia se hace urgente en estos momentos. Ella caerá en mi trampa y seguro se las ingeniará para en algún descuidado dormitorio o entre los matorrales, plasmar su poder a su manera.

Luciana baila conmigo y soporta mis besos como cuando éramos una pareja de verdad. “Te voy a extrañar”, me consuelo en silencio otra vez introspectivamente. Luego nos tomamos un descanso. Está agotada, pero yo no ceso de beber. Ignora que ese hombre ideal que bailotea robóticamente con su prima me ha proporcionado la coca, tanto como Ernesto ignora que conozco de memoria todos los rincones ocultos del cuerpo de su esposa. Luciana acomoda su rostro en mi hombro y contempla a la multitud que se mueve como en una ola. “Qué increíble que ya haya pasado un año”, me dice, y ambos suspiramos con dirección a la capilla.

*

Es tiempo de la foto de rigor. La misma que todos los años discrimina a los invitados que no son de la familia. Es una costumbre. Sólo aparecen en la imagen los abuelos, los hijos y sus parejas, y los primos. Desde que se casó con Marisol, Ernesto forma parte de la foto. Mi relación no goza del consentimiento de Dios, así que yo siempre quedo aparte junto a los invitados que han llegado con paracaídas. Pero hoy la abuela hace una pausa y me llama por mi nombre para luego dirigirse al grupo de rechazados. “Acérquense”. Yo acudo casi con regocijo y tomo de la mano a Luciana. “Esta vez no quiero que falte nadie”, sentencia la abuela. Y ensaya para el flash la más arrugada de las sonrisas.

martes, 30 de noviembre de 2010

Cinco goles más (Y)

Nos vamos levantando. Y gracias al Dios Fútbol.
1- No pude ver en directo el partido de ayer. De tres a cinco de la tarde me la pasé en la oficina con ganas de matarme cada vez que actualizaba la página virtual de El Comercio y me llegaba la noticia de un nuevo gol. Felizmente al regresar a casa me encontré con el derbi completito, y aunque no es lo mismo, disfruté como todos, al punto en que también me di tiempo para ver la tercera repetición bordeando la medianoche. En espectáculos como el de ayer sobran las palabras. Fue un partido mágico. Una demostración certera de que el fútbol todavía puede ser arte. Y la confirmación de una frase que ya debería ser un consenso: el Barcelona de Guardiola es el mejor equipo de la historia. ¿Con qué argumentos negarlo? ¿Hay algún equipo superior? Los futboleros de mi generación hemos crecido con tres posibilidades en el tapete: el Brasil de Pelé, la Holanda de Cruyff y el Milan de Arrigo Sacchi. Hablamos de un cuadro repleto de jugadores finos, otro revolucionario en cuanto a tácticas ofensivas y un tercero implacable y muy eficaz. Bueno, el Barça de Guardiola posee todo eso. Y con el agregado de plasmarlo en tiempos donde el fútbol ha dejado de ser un deporte estético. Hoy, amarrado firmemente al marketing y al dinero, prioriza el resultado, amparándose en esquemas ultradefensivos donde prevalecen los jugadores físicos sobre los talentosos. Y el Barça se da maña para ofrecer un fútbol casi setentero, de toque y paredes en primera, de lujos y goles en cantidad. Y a mil por hora.

2- ¿Cuánto mérito tiene Guardiola? Mucho. Ha encontrado su equipo ideal. Cuenta con once guerreros que lo comprenden a la perfección, que interpretan como propias las partituras de su orquesta. En el Barça actual no hay espacio para nadie. Guardiola no quiere a nadie. Incluso Víctor Valdés y su conocido segundo plano frente a Casillas en la selección española, incluso Eric Abidal y su aparente simpleza, incluso Pedro pese a que en su puesto existe un tal Cristiano Ronaldo, son indiscutibles. Los ocho jugadores restantes de su escuadra son actualmente, con amplia diferencia, los mejores del mundo en su posición.

3- Hablar del Barça y no mencionar a Xavi e Iniesta es peyorativo. Ayer definieron el clásico a los siete minutos. Iniesta con un pase excepcional y Xavi con la posterior definición con sutileza. Pudo haber sido perfectamente al revés la jugada. Ambos hacen bien las dos cosas. Poseen un conocimiento de la pelota que asusta. Ellos la acarician con el pie, pero la dominan con todo el cuerpo. Por ello pese a ser jugadores de escasa estatura y no muy corpulentos, dan la impresión de ser insuperables. Para robarles el balón hay que hacerles foul. Y un foul fuerte además, porque si los empujas o los desestabilizas apenas con las manos, no pierden el control, salen airosos siempre. Xavi e Iniesta son los cimientos más fuertes del Barça porque pese a ofrecer mayormente su talento alejados del área rival, son dos jugadores determinantes. Y si ya tener a Villa y a Messi en la delantera es un terrible dolor de cabeza, si los dos que los resguardan son ellos, se necesitan más de once para neutralizarlos.

4- Y la frutilla del postre es Lionel Messi. Porque Puyol y Piqué se complementan a la perfección, Dani Álves es un genio, Busquets el mejor volante tapón de los últimos tiempos y David Villa un asesino frente a la red, pero todos ellos (e incluso Xavi e Iniesta), juegan con el plus de saber que su número 10 va a desequilibrar en cualquier momento, y que aparecerá mínimo cinco o seis veces por partido con una genialidad que se grafica en un golazo o en un par de asistencias como las que le dio a Villa ayer. Y así todo es más fácil. Messi es lo mejor que vi en mi vida. Es, además, parte del mejor equipo de la historia, y eso vuelve cada vez menos insólito el decir que individualmente, es el mejor también.

5- ¿Y el Madrid? Florentino Pérez debe estar dándose de cabezazos. ¿Qué más puede comprar para ganarle al Barcelona? Tiene al segundo jugador más desequilibrante del mundo en Cristiano Ronaldo y ni bien aparece un crack de mediano nivel en Europa (Ozil, Di María, Khedira), es fichado por el Real. Encima tiene a Mourinho, el único entrenador que se podía jactar de haberle aguado la fiesta al Barça de Guardiola. Mourinho es un DT cuya virtud está en plasmar lo mejor de cada jugador de su plantel. Con él mejoró una barbaridad Marcelo, con él Xabi Alonso volvió al fútbol, con él Carvalho no es un central en bajada, con él Cristiano Ronaldo es un jugador de PlayStation. Pero el Barcelona, el Barça de Guardiola, con la pelota a ras del suelo tiene como principal virtud el sacar lo peor de sus rivales. Ayer todo el Madrid, incluso Iker Casillas, quien es a mi entender (siguiendo con dictámenes absolutos) el mejor arquero de la historia, tuvo una actuación de tres puntos. Florentino Pérez debe haber pasado toda la noche en vela, pensando en cómo hacer para comprar el próximo año a los once jugadores con la piel azulgrana que ayer le mostraban la mano abierta. Sabe que sólo así podrá ser mejor que el Barça.

miércoles, 24 de noviembre de 2010

Esperando las gaviotas (Y)

"Puedo (quiero) resumir un poco, porque todo lo que toco se rompe".
Admiro a la gente con fe. A los que encuentran algo rescatable en medio de la tormenta más fiera. A los que profesan las frases “no hay mal que por bien no venga” o “todo pasa por algo”. Asumo que es el consuelo inmediato cuando se observa a un semejante caer en desgracia, y muy pocas veces el emisor se cree el mensaje. Pero al que de verdad se lo cree, lo admiro. Nunca antes había estado tan familiarizado con esa premisa. Mi vida hasta hace unos meses era un juego apacible, sin sobresaltos importantes. Lo he repetido hasta el cansancio pero el destino no me da tiempo de procesarlo, así que lo volveré a decir: contrapesando y descontando lo mágico de conocer a mi hijita, una racha negativa se ha posado sobre mi aura. Desde el lado emocional y afectivo hasta en la inspiración; y en el colmo de la intromisión, se ha colado en lo material. Ayer mientras salía de la casa de unos tíos me di con la sorpresa de que me habían robado la computadora del carro, que es como dejar sin corazón a un ser humano. Fue rapidísimo. En cuestión de minutos los choros habían realizado la tarea. Al salir a la calle los descubrimos con las manos en la masa, pugnando por seguir desmantelándome. No tuve miedo ni cuando hicieron el amague de mostrar una pistola. Estuve impávido largo rato, como preguntándole al guardián de mi cerebro hasta cuándo podría soportar tanto bajón. Ido y derrotado, observé lo que ocurría a mi alrededor. Un guachimán “distraído”, ineficientes policías, alarmante comprobación de pérdidas, distintas reacciones de mis familiares. Recordé que hace algunos años, con otro auto, me había sucedido lo mismo, y que desde esa fatídica noche, de vez en cuando interrumpía mis sueños con la misma pesadilla: llegar a mi carro y encontrarlo sin la computadora. Recordé también que cuando empezaron a caer como granizo las malas noticias a mi vida llegué a pensar que “lo último que falta es que me roben el carro”. No lo podía creer. Quería teletransportarme a mi cama y dormir un día entero. Reconstruir un ataque como el acontecido a mi Honda Civic no cuesta menos de mil dólares, y a razón de mis actuales gastos y mi presupuesto, el carro permanecerá así hasta diciembre… pero del 2011. Pero al fin y al cabo estamos hablando de algo material. Lo triste, y lo que me llevó a desahogarme frente a gente que me quiere pero que no me veía llorar desde hace mucho, fue la presencia desafiante del mal karma. Como si estuviese pagando por un pecado que desconozco. Pensé en el mail que me había mandado hace algunos días un viejo amigo que no veo hace más de un año, y conocedor de mi situación actual, me adjuntaba un poema que decía: “Pasarán estos días como pasan/ todos los días malos de la vida./ Amainarán los vientos que te arrasan/ se estancará la sangre de tu herida./ El alma errante volverá a su nido/ lo que ayer se perdió será encontrado/ el sol será sin mancha concebido/ y saldrá nuevamente en tu costado./ Y dirás frente al mar: ‘¿Cómo he podido/ anegado sin brújula y perdido/ llegar a puerto con velas rotas?’/ Y una voz te dirá: ¿Qué, no lo sabes?/ el mismo viento que rompió tus naves/ es el que hace volar a las gaviotas”. Lo paradójico es que, lo juro, estaba tomando muy bien los pesares. Los venía sobrellevando. Luchando contra tercos demonios, me disponía poco a poco a adentrarme a mi nuevo mundo alejando la pena y el rencor, con ganas de salir en búsqueda de desconocidos estímulos. Me había dicho “hasta acá llegó todo, ahora a subirla”, pero este nuevo golpe me deja una duda disfrazada de certeza: “¿Hasta acá? Las huevas”. Cualquier otro golpe puede aparecer, así que es mejor guardar la calma, dedicarme a resistir los fuertes vientos y esperar, agazapado y sin pedir mucho a cambio, que regresen las gaviotas a mi cielo.

martes, 16 de noviembre de 2010

Medio año de papá (Y)

Festejando el medio año de mi hijita, este texto me lo autodedico.
Hace seis meses Inés entregó sus primeros suspiros a este mundo y desde entonces todo lo demás ha dejado de ser importante. Hace seis meses, colándose en el silencio de una fría y confusa madrugada, Inés se desprendió de su madre para convertirme en padre, llevándome a descubrir la versión más genuina del amor. Desde hace seis meses hasta la oscuridad cobra sentido y el dolor profundo tiene su recompensa. Porque a la par de la llegada de mi hijita el destino se ha encargado de colocarme frente a situaciones difíciles, frente a una racha de noticias desalentadoras que en otro momento de mi vida me tendrían cuesta abajo, pero las he sobrellevado con firmeza, hallando por primera vez la medicina en su sonrisa. Inés tiene magia cuando me sonríe. No miento. No exagero. Sus ojos encapotados, sus cachetes dulces y su boca aún sin dientes brillan cuando me reciben, y son el pasaje a un sentimiento más poderoso que la felicidad.

Porque la felicidad y el amor son tesoros pasajeros. Breves y embusteros instantes dominados por el final, y el final es siempre negativo. Con Inés lo negativo no existe. Con ella el final no existe. Han sido una aventura maravillosa estos seis meses pese a que en el camino atravesé por obstáculos tremendos, como el tener que decirle adiós a su mamá. Me tuve que enfrentar a una faceta de la relación de pareja que desconocía notando que algo se había roto para siempre, y debí aceptar sin protestar una sentencia que jamás imaginé para mi futuro: "tendré una hija que no vivirá conmigo".

Pero ese detalle, difícil y doloroso en demasía, le ofrece tonalidades acaso más literarias a mi aventura. Ser padre soltero te da una distinción, una dosis de personaje de ficción. Por que me conozco, y sé que si la situación hubiese sido distinta y yo seguiría con mi ex, me ampararía hasta lo máximo en ella, y mi labor sería hasta hoy la que fue cuando Inés era una recién llegada, y yo actuaba como el solucionador de los aspectos que no la incumbían demasiado.

Sólo hasta después de separarme he aprendido, por ejemplo, a cambiar pañales, y ese es un acto no menor cuando se trata de bebés. Recuerdo que la primera vez que lo intenté aún vivía en pareja, y valga la redundancia, era la primera vez que me quedaba a solas con Inés. De pronto un olor inconfundible me indicó que se había cagado. Su mamá no tardaría mucho, así que decidí no hacerle caso. Pero pasaron los minutos y el aroma incrementó. Pensé en que por mi culpa sufriría su primera escaldadura, y no me lo perdonaría. Opté por aventurarme. Luego de una ardua batalla, le alcancé a colocar el pañal, y encima me di maña para cambiarle la ropa. Cuando llegó su madre a casa nos encontró a los dos echados en el sofá. Me felicitó sorprendida, pero algo la llevó a desconfiar, y decidió revisar el trabajo: le había puesto el pañal al revés.

Hoy la mayoría del tiempo que paso con Inés estamos sólo los dos, y cambiarle el pañal es cuestión de rutina. Claro, hay días difíciles en los que me sorprende con una diarrea que le mancha hasta la espalda, pero incluso así, salimos airosos. Mis errores son cada vez menos contundentes y se resumen en regresarla con una ropa que no combina en absoluto o con los pies fríos porque olvidé ponerle la media a su pie derecho, pero poco a poco los superaré.

Inés tiene apenas seis meses pero ya ha entendido cuál es mi rol en su vida. Pese a ser una niña muy sociable y de sonrisa fácil, tiene conmigo un flechazo distintivo, sólo superado por la química que la une a su mamá. Cuando Inés me ve llegar toda ella es luz, se inquieta, se separa de quien la tenga y me estira los brazos. Puede que a los dos segundos de haberla cargado se aburra y me retire, o se distraiga con facilidad, pero para mí el simple (y vital) hecho de que me reconozca se convierte en el regalo más hermoso que me ha dado el mundo.

Otra muestra de su amor aparece cuando la enfrento a gente que no conoce mucho. Al inicio suele estar cómoda y sonreír y jugar y generar en cualquiera la sensación de que es especial para ella, pero llega un momento en que se fastidia. De la nada coloca sus labios en posición de puchero y me busca con la mirada. Al encontrarme empieza a llorar, y sólo se calma cuando regresa a mis brazos. Se calma automáticamente. ¿Qué he hecho yo para merecer eso? ¿Por qué pese a no vivir con ella y no estar presente al momento en que empieza un nuevo día sigo siendo en su pequeño universo alguien tan familiar? Es un misterio de la vida. Un milagro. Tal vez algo químico que tiene que ver con el olor, o una cuestión de energía, de buena vibra generada desde que estaba en el vientre de su mamá.

Llevo un poco más de dos meses separado de Inés. Felizmente la distancia de nuestras casas es sólo de una cuadra, y todo se me hace más fácil. Me la llevo caminando cargadita en su asiento y en los tres o cuatro minutos que me separan de la meta ella no deja de observarme fijamente, como diciéndome “por si acaso acá estoy, no me olvides”. Yo soy una oda al cuidado, y de vez en cuando hago una pausa para hacerla reír, y al volver a mis pasos, le canto cualquier cosa para que entienda que jamás la voy a abandonar.

Al llegar a mi casa ella primero hace un estudio veloz del espacio. Lo reconoce al cabo de unos minutos. Saluda con una sonrisa a mi primo (que es su tío y vive conmigo) y queda lista para su show. El show con Inés es encontrar la postura que mejor le acomode y hacerla reír. Luego entregarle poco a poco sus juguetes y alucinarse viéndola interactuar con ellos (interactuar significa cogerlos un segundo y medio para llevárselos a la boca). Inés no causa molestias. No llora ni hace rabietas. Sólo acusa malestar cuando tiene hambre, y cuando no tengo a mi primo cerca para darme una mano, la cosa se dificulta un poco. Ella con hambre no acepta que la deje solita, la tengo que cargar sí o sí, se va desesperando, y yo no tengo en mi pecho su alimento. Debo retirar la mamadera de la refrigeradora, prender la cocina para hervir el agua, enfriar su leche. Y todo con sólo una mano libre. Cuando ella reconoce la mamadera empieza un espectáculo algo cruel: se inquieta, la quiere coger, hace sonidos acústicos. Finalmente se la toma íntegra. Luego viene el chanchito y cada vez con menos frecuencia, un certero vómito.

Lo más complicado con Inés llega esporádicamente, cuando me toca pasar la noche con ella. Es a la vez una actividad apasionante, un vínculo espectacularmente mágico. Pero conlleva ciertas dificultades. Para empezar, aún no tengo una cuna en mi cuarto, y debe dormir conmigo. Inés es la primera (y espero no sea la única) mujer que ha pasado la noche en mi colchón de soltero. Pese a manifestar calma cuando está en mi casa, dormir conmigo es para ella un acontecimiento que la aleja de su rutina, y me tiene en constante amenaza mientras lo hace. Ella ya pasa cinco o seis horas seguidas durmiendo por la noche, pero cuando lo hace conmigo se suele despertar en la madrugada. A veces se pone a llorar con intensidad y aún con los ojos cerrados, como si estuviese inmersa en una pesadilla. La tengo que cargar y consolarla unos minutos hasta que se duerme, pero alejarla de mi pecho resulta casi imposible. Entonces hay un par de horas en las que ella se entrega al sueño plácidamente sobre mí.

Ser un padre soltero ha mandado al universo del olvido mis planes de formar una familia tradicional con Inés, de educarla en la armonía de un papá y una mamá juntos. Mi nueva situación se aleja mucho de lo establecido históricamente en mi familia. Pero a lo hecho, pecho. También tengo ilusión. Estoy ansioso de forjar una relación sólida con mi hijita, pues el tiempo que pase con ella jamás va a ser parte de ninguna rutina. Me imagino caminando a su lado por el malecón de nuestro Barranco (pese a todo, nuestro) o por San Bartolo; me imagino con ella en la playa o recogiéndola del colegio y no puedo evitar sonreír.

Sé que parte de esta nueva vida será incluir a otras personas en su desarrollo. Mi próxima mujer, por ejemplo, tendrá que aceptar la importancia de mi niña, y ese será el único requisito para poder abrirle mi corazón. Y llegará el momento en que Inés se acueste y se despierte en los dominios de la nueva familia de su mamá. Cuando me embargan la pena y la negatividad, me genera muchísimo miedo eso. Pero me recupero cada vez que la voy a buscar e Inés me regala sus gestos luminosos. Este es el amor genuino, me digo, y ella no me va a cambiar por nadie.

lunes, 15 de noviembre de 2010

Señor banquero, devuélvame el dinero (Y)

Un texto cargado de bilis. Un paréntesis a lo habitual. A veces las anécdotas negativas mueren recién acompañadas del teclado.
Hace algunos años, más o menos a mediados del 2003, un amigo con el que compartía mis horas universitarias (que tenían muchísimo más de ocio que de estudio) me incitó a buscar trabajo. Ya es el momento, me dijo, conozco un lugar en el que te dan chamba de hecho y no tienes que hacer mucho. Estudiábamos periodismo y llevábamos largo rato entendiendo que para poder destacar en esa rama en este país había que empezar literalmente desde el subsuelo, con largas jornadas de trabajo en lugares en los que no te remuneraban ni con un sencillo para el pasaje. Entonces lo único que atiné a preguntarle fue si el laburo era con paga. Claro que sí, me dijo con la genuina autosuficiencia que conserva hasta hoy cuando tratamos de aprovechar nuestras largas y pajeras conversaciones, ideando futuros y variopintos negocios.

Fue así que llegamos a postular al BCP, el banco con más clientela del Perú (este es un dato avalado por mi mera observación). Nos fuimos bien al terno y sin abandonar nuestras esencias: él no me lo decía pero ya se veía próximamente escalando puestos hasta aterrizar en la gerencia del banco, y yo le rezaba a todos los santos para que el taxista que nos transportaba se pierda o sufra algún percance que nos prive de llegar a la hora pactada, y así terminar en algún café de mala muerte de la avenida Brasil para meternos nuestros por entonces clásicos desayunos. Al fin y al cabo la vida para mí a los 21 años era eso: faltar a las clases para perder el tiempo junto a mi amigo con dos sánguches mixtos cada uno. El tema del trabajo y la independencia no me quitaban el sueño por el momento.

En efecto, mis oraciones casi se disfrazan de realidad, y el tráfico de la mañana sumado a un conductor despistado nos hicieron llegar con las justas al lugar, tanto que estuve a punto de convencer a mi amigo de abandonar la faena. Pero entramos. Y nos enfrentamos a nuestra primera batalla con el temible mundo laboral. Lo primero que llamó mi atención fue el grueso grupo de postulantes a los puestos vacantes. Mierda, me dije, cuánto huevón quiere ser cajero de banco. El hecho es que nos separaron en dos grupos, en uno estuve yo y en el otro mi amigo. Primero rendimos una eterna prueba psicológica y si mal no recuerdo también un sencillísimo examen para medir tu nivel numérico y verbal. Y después pasamos a una entrevista grupal en la que aprovechaban para conocer un poco sobre uno mientras analizaban tus facultades para enfrentarte a los clientes. Luego de cerca de tres horas en ese martirio, en mi grupo dieron los nombres de los primeros eliminados. Creo que el mío fue el tercero o el cuarto. Morí rapidito.

Qué vergüenza, me dije. Y encima tengo que esperar a que acabe este huevón. Salí con la autoestima por los suelos en búsqueda de un kioskito para comprarme una bolsita de chifles para menguar el agujero que tenía en el estómago y con lo primero que me encuentro en la calle fue con el cacharrazo de mi amigo. Habla, me dijo, ¿te escogieron? No, le dije a secas. A mí tampoco, sentenció desatando las carcajadas que han caracterizado todos estos años nuestra amistad.

No recuerdo si acabamos en algún huarique o si optamos por ir a la universidad a levantarnos la moral con las desgracias de algún compañero. Lo cierto es que hicimos un pacto para no volver a postular a ese tipo de trabajos. Decidimos, sin dejar de observar nuestro ego por los suelos, que lo nuestro iba más con el ingenio poco comprendido de la redacción, y que eso de andar en terno era para los cojudos.

Esta anécdota hubiese permanecido en algún escondite de mi memoria de no ser por lo que me ocurrió hace un par de semanas, algo que me llevó a pensar en el poder abusivo de los bancos y en la manera en la que el destino me alejó de sumarme a sus dominios. El día jueves 28 de octubre se corrió el rumor por mi oficina de que habían pagado el sueldo. Por una cuestión de rutina y para ver por fin de nuevo mi cuenta con saldo a favor entré a la banca virtual del BCP, y me di con la sorpresa de que el monto que figuraba en mi poder era superior al que debería tener. ¿Ya pagaron la grati? Para nada, me dijeron. En la pantalla figuraba que habían hecho un depósito de 2800 soles el martes 26, y que ese mismo martes, habían retirado del cajero 1420 soles.

Obviamente yo desconocía de dónde diablos habían caído esos 2800 soles, y más aún, me preocupaba el hecho de que habían utilizado mi tarjeta, mi clave y mi DNI para retirar un dinero del cajero. Inmediatamente fui al banco a reclamar, y ahí empezó una larga racha de situaciones que me sacaron de mis casillas. La primera señorita que me atendió me bloqueó la tarjeta y al instante me dio una nueva. Me dijo sutilmente sobre el dinero extra (unos 1380 soles) que “quedaba en mi conciencia” si lo tomaba o no. Lógicamente yo ya andaba saltando en un pie pensando en cómo iría a gastar ese monto, en que pagaría mis deudas y hasta me sobraría para comprarle algo útil y bonito a mi hijita y el par de zapatillas de fútbol que se me hacen urgentes. Pero la señorita me dijo “eso sí, has tu reclamo, pero hazlo por el hecho de que han retirado dinero sin tu consentimiento, no reclames por la plata extra”.

Le hice caso. Hablé desde los teléfonos que hay en el ingreso del BCP de Pardo. Me atendió una voz de hombre joven y poco servicial, indicándome que en 24 o 48 horas resolverían el caso, y que me llegaría a mi correo la respuesta. Yo colgué con más ganas de retirar el dinero extra que de sacarme las dudas, pero acto seguido, tenía bloqueada también mi nueva tarjeta. Quise acercarme a ventanilla para hacer la operación de retiro desde ahí pero me ganó el tiempo, debía regresar al trabajo y sin almorzar.

Ese jueves mi jornada laboral acabó casi a la par de la clausura de las oficinas del banco, y no tuve más remedio que esperar al día siguiente, fin de mes, fecha de pago y de cobranzas y de transacciones en todo el país. Me hice un espacio entre las nueve y diez de la mañana y llegué al banco a solicitar que me desbloqueen mi tarjeta, pero otra señorita, la tercera protagonista de esta historia, me dijo, parca y pedante, como si me estuviese haciendo un favor o como si yo fuese un cliente moroso, que no había sistema, y “no se sabe hasta qué hora”.

Ya andaba preocupado. Se avecinaba un fin de semana largo y no tenía más que centavos en la billetera. Acceder a mi cuenta era algo sumamente urgente. Tuve que comerme el día laboral con la cabeza en otro sitio, contando los minutos y rezando para que no aparezca algo de último momento que me retenga en la oficina más de la cuenta. A las cinco en punto, felizmente, salí como un rayo hacia el banco. Tenía hasta las seis para de una puta vez acabar con este trámite. Por la cantidad de gente aglomerada en el BCP me atendieron en Plataforma a las seis en punto. La cuarta protagonista de este tormento me retuvo mientras hablaba cojudeces por teléfono, y al comentarle mi situación, siendo las seis y tres minutos, me dijo que era imposible, que mi caso estaba siendo analizado por la sección Fraude del banco, y que ellos sólo atendían hasta las seis.

Le insistí, le dije que esto era ya un abuso, que debía realizar una serie de pagos y que me estaban perjudicando en demasía. Me comunicó por teléfono con la quinta despreciable de esta hecatombe. Se mostró atenta y predispuesta a resolver mi caso. Pero fue una trampa. Sólo actuó con velocidad y eficiencia para consultarme si yo conocía de dónde provenía una transacción a mi cuenta de 2800 soles. Error de principiante o de hombre desesperado, le dije que no. Ya, me dijo, en estos momentos la señorita que lo está atendiendo le va a entregar un papel que usted debe firmar permitiendo que el banco retire esa cantidad de su cuenta. Pero ya han retirado la mitad sin mi consentimiento, y desde un cajero, le contesté. Ah sí, me dijo algo nerviosa, entonces el banco va a retirar la diferencia. Sólo atiné a preguntarle si se vería perjudicado mi salario, y me dijo que no. Y después de solicitarle que por favor se me permita hacer uso de mi dinero, le pregunté por qué diablos había ocurrido todo este embrollo.

Ahí su voz empezó a tambalear, ya no hablaba con la misma fluidez con la que me había exhortado a firmar la bendita autorización. Me dijo que desconocía de dónde provenía el fraude, pero que sí se sabía con certeza que el dinero que se me había depositado correspondía a “otro cliente”. Agotado, decidí dejar de indagar para casi implorarle que me resuelva el desbloqueo de mi tarjeta. Siguió tambaleando y me dijo que era imposible, que incluso por ser feriado el lunes, no atenderían hasta el martes, fecha en la que el banco retiraría mi “no dinero” para que recién vuelva la normalidad a nuestra “relación”. Luego de que le alcé la voz y me desparramé con un trágico discurso sobre pagos y deudas y moras, me hiperjuró que al día siguiente, el sábado, podría retirar el 100% de mi sueldo en cualquier ventanilla.

Me retiré a mi casa derrotado y con ganas de matar a medio mundo. Demás está decir que el sábado, en lugar de aprovechar la mañana para descansar, estuve a primera hora en la sucursal del BCP de mi distrito, Barranco, para que la sexta protagonista, esta vez más amable pero no menos ineficiente, me reconfirme que sería imposible hacer uso de mi sueldo hasta el martes. Juro que sentí ganas de llorar. Felizmente conseguí alguien que me preste un dinero para poder sobrevivir todo el fin de semana largo. Claro, sin posibilidad de ningún lujo y vetando mis ganas de salir en búsqueda de la noche al menos en el puto Halloween.

Me puse a pensar en la importancia de los bancos en la vida de las personas. En cómo dependemos inevitablemente no sólo de sus horarios y de sus impuestos y de sus habilidades para la cobranza, sino también de sus errores. Y con la sed de venganza que me embargó, me sentí una hormiga en medio de la jungla. No hay nada por hacer, sentencié.

Al final he llegado a la conclusión de que el fraude no fue hecho por un “clonador” o un ratero monse. ¿Con qué motivo me depositaría un dinero para retirar sólo la mitad? El “choro”, el vivazo, proviene del mismo banco. Un trabajador ambicioso encontró un dinero extra, perdido por algún otro colega suyo en un acto de imbecibilidad, y lo colocó en la primera cuenta que encontró (me niego a aceptar que haya escogido la mía adrede), para luego, conocedor de códigos y contraseñas, hacer el retiro caleta. No me sorprendería que la misma señorita nerviosona que me mintió por teléfono obligándome a salir de mi cama por la mañana del sábado mientras ella dormía sin ningún tipo de remordimiento, esté involucrada en la faena. Sea cual sea el caso, la “aventura” que han tenido conmigo es muy grave, y habla muy mal de un banco ¿prestigioso? como el BCP.

En cuestión de 48 horas estuve en el cielo por la dicha de haber sido bendecido con un dinero extra y en el infierno de los trámites absurdos y la poca predisposición de ayuda. Lo jodido de los bancos es la habilidad de sus trabajadores de “pelotearte” de mano en mano, de teléfono en teléfono, de ventanilla en ventanilla con la clara misión de no comprometerse contigo. Uy, te entiendo, te dice uno, pero no te puedo ayudar, te comunico con otro. Y ese otro, lo mismo. Qué sarta de ineficientes.

No fue difícil, entonces, remontarme a la anécdota del inicio de este relato. No fue difícil acordarme de mi amigo y de lo mal que nos sentimos, en público y sobre todo en privado, por no haber sido escogidos para trabajar en el BCP. Ahora le puedo decir que nos chotearon por que vieron mucha honestidad en nuestros rostros y actitudes, y que si no estamos hasta ahorita vestidos de terno y corbata en las vacías y embusteras oficinas de los bancos es porque nuestra esencia, incomprendida y relajada, no tiene nada que contarle a la ineficiencia.
Mi amigo y yo seguimos soñando con algún proyecto juntos. Nos reunimos a veces y (siempre) prometemos pronto novedades. Aún trabajamos en zapatillas y despreciamos a la burocracia, y nuestras reuniones “laborales” siguen desembocando en carcajadas y tragaderas. Lo triste es que a la hora de pagar, lo hacemos con tarjeta.

martes, 26 de octubre de 2010

No es lo mismo (Y)

"Vivir es lo más peligroso que tiene la vida".
No recuerdo exactamente cómo dejé de ser hincha de Alejandro Sanz. Cuándo empecé a entender a sus críticos. Cuándo lo fui dando de baja de mis estuches de discos. Sin duda fue en mis primeros asomos al mundo de la adultez, al descubrir que en el amor y en la vida el territorio deja cada vez menos espacio para las “princesas de un cuento infinito”, y que la ondita atormentada del “Qué no te daría yo” no me servía para nada. De la mano de “Más”, su mejor material discográfico, Sanz se inmiscuyó en mis desvaríos adolescentes “Pisando fuerte”, y al son de temas como “Si hay Dios”, “Aquello que me diste” y “Corazón partío”, me regaló, al menos en el rubro musical, una sentencia muy difícil de alcanzar a esa tormentosa edad: la pérdida del miedo al qué dirán. Mientras mis contemporáneos se esmeraban en moldear su disfraz de rebeldía y “alpinchismo” dejando por sentado su virilidad y su desprecio a todo lo que consideraban cursi, a mí no me temblaba el labio cuando declaraba que me gustaban las canciones de un hombre que volvía locas a las mujeres dejándoles la huachafa duda de “¿Y si fuera ella?”.

Es muy fácil imaginar las razones por las que Alejandro Sanz conquista a sus fanáticas: es melodioso y romántico, y físicamente tiene la pinta de ser alguien alcanzable. No es Brad Pitt ni Jude Law. Es un hombre que roza el metro setenta, de pelo negro y bastante orejón, pero hay algo mágico en su voz y en su look de inofensivo conquistador que las atrapa. ¿Pero qué tiene o tuvo conmigo para volverme uno de sus fieles hinchas?

Con la reflexión del presente he llegado a la conclusión de que los atributos del intérprete de “El alma al aire” en mi caso estuvieron ligados a su mensaje de perdedor crónico. En un muchacho como el que fui a los 16 años, atiborrado de complejos y con el deseo explícito de palpar los cuerpos de cuanta mujer se me ponía enfrente, aunque acostumbrado a terminar invicto todas las noches de cortejo, el hecho de enterarme de la existencia de un cantante que en la gran mayoría de sus hits sucumbía ante el amor pero que cosechaba fanáticas en gruesa cantidad, fue muy liberador. Sanz no es Sabina y su “tenían razón mis amantes en eso de que antes el malo era yo”, ni tampoco Calamaro cuando es capaz de decir “yo no quise lastimarte, solamente te dije que no”. A Sanz su novia le pone los cuernos luego de irse de viaje sin él a un hotel “tan romántico y lujoso”. Sanz extraña “Ese último momento”. Sanz recompensa al estúpido que llevamos dentro alguna vez todos los hombres que nos resignamos al adiós diciéndole a su chica “tú sólo has actuado, y yo aún sabiendo que mentías, me callé”.

La gasolina de mis actos, generada en esencia desde mi niñez pero moldeada en mi adolescencia, tiene mucho que ver con la resignación, con la baja autoestima, con el miedo. Y en ese auto pequeño e incoloro que fue mi vida largo tiempo, Sanz calzaba perfecto. Como el amigo cómplice que te sube los ánimos manifestándote que él anda peor. Entonces, mientras miraba desde muy lejos a la chica que me tenía loco, o me amparaba en el retraimiento para no socializar en mis primeras jornadas universitarias, o me era muy difícil creerme capaz de alcanzar un logro cualquiera, inspeccionaba por toda la carrera musical de Alejandro Sanz antes de “Más”, y le daba incontables oportunidades a las canciones olvidadas de sus siguientes discos por el mero placer de sentirme un conocedor.

No es coincidencia que mi fidelidad hacia Sanz haya disminuido con los años. “A golpes contra el calendario” tuve que ir escapando de la burbuja mediocre y pesimista en la que me venía hundiendo, y comprendí que el amor, fuente de la vida, es una batalla en la que no nos podemos dar el lujo de mostrarnos desarmados. E inevitablemente desalojé del primer lugar de mi ranking musical al buen Alejandro, reemplazándolo por otros intérpretes que lograron tocarme el alma con la fuerza de sus letras, con analogías hacia situaciones “de verdad”, al punto en que llegué a catalogar a “El hombre que no podía dejar de masturbarse”, de Daniel F, como la canción de amor por excelencia.

En el rol que he decidido interpretar hoy que tengo 28 años y una hija pequeña, la carga negativa tiene que desaparecer. En el rol que he decidido interpretar hoy que le toco las puertas a la base tres y soy un hombre sin mujer, la melancolía está prohibida. En el rol que he decidido interpretar hoy con la certeza de que la vida está repleta de momentos dificilísimos, Alejandro Sanz y su devoción por el sufrimiento deben descansar en el baúl de mis recuerdos más sinceros, esos que sólo aparecen “Cuando nadie me ve”.

Este 2010 Alejandro Sanz ha sacado un nuevo disco: “Paraíso Express”. Luego de tres años de ausencia, tres años fundamentales en mi desarrollo personal, ha reaparecido en las radios, y lo he escuchado por primera vez con el oído de un hombre adulto. Y no lo voy a negar: me ha vuelto a atrapar. Pero esta vez sin al vaho del pesimismo, esta vez a sabiendas de que a las dificultades hay que ponerles el pecho y que está vetado el que se estaciona en las tristezas. Entonces he llegado a la conclusión de que ni en mil años dedicaría “Desde cuándo” (su tema más romántico) a nadie; me he ilusionado pensando que aunque aún no me la presentan, existe la mujer por la que tendrá sentido en mí “Sin que se note” (su tema más ganador); y no ha sido necesario que me confirmen o me desmientan que “Tú no tienes la culpa” (su tema más sincero) lo escribió pensando en Manuela, su primera hija con una mujer que ya no es más su mujer.

El último sábado se presentó en el estadio Monumental, y me obsequiaron una entrada. A riesgo de posicionarme para muchos como un homosexual aún en el clóset, debo confesar que sería la cuarta ocasión en la que acudiría a un concierto de Sanz, desde el 2001 por su gira “El alma al aire”, el 2004 con “No es lo mismo” y el 2007 con “El tren de los momentos”. Pero por primera vez lo hacía sin la efusividad de antaño. Y eso me dejó la calma de sentir que he crecido, y superado mi relación con el que fue durante mucho tiempo la insignia de mi derrota. Porque en el 2001 era un inexperto, el 2004 un hijito de papá, el 2007 un hombre al que se le acababa el crédito de sus excusas y este 2010, “Viviendo deprisa”, me ha recibido con una racha inacabable de situaciones muy fuertes, pero pese a todo, de pie.

En un momento del concierto fue inevitable retroceder en el tiempo y sentirme de nuevo el adolescente temeroso que lo idolatraba, el aprendiz de conquistador que dedicaba “Aquello que me diste”, el muchacho con el corazón roto que una tarde de verano del 2003 adoptó a “¿Lo ves?” como el himno de su pesar, el viajero que no pudo ser feliz del todo en Argentina porque “Buenos Aires me dolió, pienso tanto en ti”, el soñador que alucinaba con cargar a su hijita mientras le susurraba “Y sólo se me ocurre amarte”, el enamorado que no deseaba ni imaginarse lo que sería sentir en carne viva las desgarradoras estrofas de “A la primera persona”. Al ritmo de Sanz empecé a recordar lo vivido desde el 2001 hasta este 2010, y volvieron como en una película vieja todas esas imágenes. “Todas menos una, que se olvidó de mí”.

Y cuando mi cerebro le estaba dando cabida a la depresión y al lamento, pensé en mi hijita Inés, que es el mágico emblema de todo lo complicado y hermoso que me queda por vivir. Entonces miré fijamente a la pantalla gigante del concierto en un primer plano del cantante al que había venido a “saludar”. Lo descubrí con varios kilos demás, el pelo algo entrecano y una sonrisa cómplice que me indicó que lo que fui no es lo que soy. Y le prometí en silencio que jamás me volvería a contagiar de su tristeza. Nunca más, Alejandro.

“Míranos aquí diciendo adiós”.

domingo, 3 de octubre de 2010

Siete rimas (F)

De todos los géneros o estilos abarcados por la escritura, la poesía es el que siento más distanciado de mí. Por esta (quizás) única vez, dejo el formato habitual a cambio de estos textitos que por respeto a los poetas, no puedo llamar poemas. Habrá que tomarlos como lo que son: un ejercicio atrevido.




1- Inés

Ni aún mintiendo te alcanzo
muñequita de tinta y dolor
en tus ojos obtengo el descanso
que ni en sueños me ofrece el amor

Me golpea aferrarme a la calma
a mitad de carrera dormí
lo intento y entrego mi alma
por salir del infierno por ti

Pedacito de cielo en verano
en tu mirada empeño esta mano
inspirada en tu próximo mes

Imaginas en mí la grandeza
y te escribo la palabra belleza
que no alcanza a rozarte los pies.


2- Domingos

Almohadas sin rastros de besos
con meriendas al vuelo y silencio
que me vienen calando los huesos
como si bastase con poco de aprecio

Nombras un mundo por conquistar
de pasajes a anhelos de satisfacción
Y me subo a tu idea sin poder reprochar
que adiós no significa emoción

Pero me contagias de finos sabores
de nuevos estímulos bailando en colores
con permiso a morder la manzana

Y ya no siento tan fría tu mano
aún sabiéndome poco cristiano
que moriré al terminar la semana.


3- Viejo

Vale más el que no discrimina
que el poderoso en perfumes y cremas
Me lo dijo allá arriba en la cima
y lo confirma sumido en problemas

No me legó su capacidad de luchar
la virtud de sacar adelante un partido
Dejo todo por verlo ganar
aunque nunca se da por vencido

Ya le dio la vuelta a la vida y repite
de memoria me sé su consejo
afectuoso como rayo de sol

En mi corazón él con nadie compite
sabe tanto y le pido a mi viejo
que me cuente de nuevo su gol.


4- Salmona

Le tendrá que gustar Calamaro
por si le nace un reclamo furioso
cuando note en mi andar algo raro
la que arriesgue a sumarse al negocio

El paquete parece agradable
pero esconde mentira y maldad
yo defiendo con uñas y sables
el importe de mi libertad

Advertir siempre será positivo
aunque a veces nos falte un motivo
Andrés siempre me da una canción

Ahora sólo a esperar la condena
pues para la desilusión y la pena
suficiente con un corazón


5- María

Esforzado en seguir en tu juego
de bombardas a la melancolía
sólo por ti me revelo ante el fuego
y da igual si te llamo María

A tu lado me siento un desastre
pero cuántos recuerdos y risas
añorando encontrarte en la tarde
para mandar a la mierda a la prisa

Qué virtud la de algunas mujeres
de conquistar aunque pasen los años
renovándose en mar de promesas

Te regalo mi tiempo si quieres
aunque sé que prefieres a extraños
no me cansa soñar que me besas


6- Rutina

La rutina es una amarga señora
rencorosa ante malos momentos
no distingue ni ocasos ni aurora
en su afán por llevarte de encuentro

Te golpea y te obliga a olvidar
que algún día estuviste en su cama
empeñado en querer contentar
sus más arduos caprichos de dama

Lo mejor de empezar es mentira
en la balanza el amor nunca pesa
y se torna en chispazos de ira

Lo peor del final es la duda
el temor de saber con certeza
si ha llegado la hora más cruda


7- Adiós

No habrá tiempo de adioses ni duelos
es urgente cerrar el cajón
la ventana se lleva los cielos
compartidos en satisfacción

En reemplazo aparece el momento
de embusteras e impías mejillas
frente en alto sin mentirte te miento
si te digo que no hay más cosquillas

Queda viuda la mitad de mi piel
sometido al perdón ignorado
me resigno a tus gestos de hiel

Me conoces en todo y lo sabes
parte mía ya está con candado
pero no me devuelvas las llaves

lunes, 20 de septiembre de 2010

Te lo digo cantando (Y)

"Cantar es disparar contra el olvido".
A mí nadie me va a quitar de la cabeza la certeza de que tú, hijita mía, pese a haber cumplido apenas cuatro meses en este mundo, eres inteligente y perceptiva, y has notado en la primera monotonía a la que te venías adaptando unos cambios significativos. Te habrá sorprendido no encontrar mi voz en tus traviesos despertares de madrugada, ni mis manos hábiles para el cariño y las palmaditas en la espalda que te ayudaban a desinflarte. Habrás entendido que algo se rompía cuando nos descubrías a tu madre y a mí inmersos en discusiones indescifrables que desembarcaban en rostros ajenos a los habituales, y veías que de nuestros ojos, fabricados para contemplarte, brotaban unas gotitas como las de tu mamadera al salir del baño María. Y en un gesto que no me cansaré de agradecerte, me has demostrado que me extrañas cuando llego de visita y me sonríes, y no lloras, y luchas contra el sueño para permanecer más tiempo en mis brazos, y me cuentas de tu día con esa vocecita aguda que no conoce de rutinas ni de despedidas.

Yo no hago más que pensar en ti, y aunque confieso que he estado preocupado y hasta convencido de que te estaba dañando, he llegado a la conclusión de que todo va a estar bien. Que la decisión tomada por tu mami y por mí es la correcta, y que nada tiene que ver contigo. La vida de los adultos suele ser así. Tiene cosas que se nos hacen difíciles de procesar, de aceptar. Pero a veces uno tiene suerte, y se cruzan por tu camino personas inolvidables, y te aferras a ellas para luchar contra las adversidades de un mundo complicado, y aún en los sombríos retazos de la derrota descubres un vínculo que los torna invencibles.

Tu mami y yo tuvimos esa suerte. En un ambiente cargado de estímulos individualistas y pegado cada vez más a lo efímero, nos conocimos, y nos dijimos al oído y en silencio que no concebíamos la vida sin el otro. Caminamos de la mano en contra de lo establecido con la promesa de que primaría el amor en cada uno de nuestros pasos y nuestras decisiones. Por eso hoy que ha llegado la noche nos podemos decir adiós mirándonos a los ojos. Y podemos ser cómplices en la tarea de darle brillo a la luz eterna que hemos formado, que eres tú.

Tú has llegado en físico a este mundo recién el pasado mayo, pero existes en nuestros pensamientos desde hace diez años. Si algo tuvimos claro tu mami y yo durante todo nuestro camino fue que en algún momento aparecerías. Que serías un ser maravilloso, que te entregaríamos todo el amor que nos tuvimos (nos tenemos) pero multiplicado, y que tu sonrisa sería el objetivo fundamental de nuestra existencia. Nada ha cambiado hoy que no somos una pareja. Por el contrario. Han aumentado las ganas de (re)conocerte, de descubrir en cada gesto tuyo el pasaje de retorno a los momentos más lindos de nuestras vidas. Nosotros estaremos juntos para siempre en ti. Y es en vano decirte que como a Inés Reaño León, jamás amaremos a nadie.

Yo me voy, pero te dejo en buenas manos. Tu mami es una mujer espectacular. Bella por fuera y por dentro. Leal, comprometida, desprendida. Dulce, con sensibilidad, y con ese toque de inocencia que la torna adorable y que no ha perdido con los años pese a las trabas que le ha puesto un destino que la llevó a madurar antes de tiempo. Fue muy fácil enamorarme de ella y recibir con la mejor predisposición todo lo que me fue enseñando. Con su sonrisa descubrí que podía ser importante para alguien, cuando la adolescencia y las miradas no correspondidas me hacían pensar en lo contrario. Aprendí a su lado a vivir en empatía, sin egoísmos. Y me embarqué en esa mágica faena de ser su compañero en las buenas y en las malas; su motivo de carcajada y su hombro para las lágrimas. Yo le enseñé a confiar. La llevé a puro corazón a creer en el amor verdadero, ese amor que no te abandona y te acepta con esos oscuros y eternos rasguños que acoplamos en el alma conforme vamos haciéndonos grandes.

En el camino tropezamos, nos perdonamos, dejamos pasar algunas cosas; viajamos, soñamos, caminamos muchísimo de la mano. Y sin que nos diéramos cuenta nos hicimos adultos en un mundo en el que ser adulto es muy difícil. La vida en mi opinión es una carrera hacia la cima de un cerro que puede ser empinado o pequeño, pero del que inevitablemente hay que bajar. A tu mami y a mí nos tocó mirar el mundo desde la cima. Desde una cima enorme. Y llegó el momento de descender. Nunca te daré una respuesta satisfactoria al por qué de nuestra separación, sólo se me ocurre decir quizás con una dosis de egoísmo que cuando analizamos el camino de regreso nos dimos cuenta de que no volveríamos a ser los mismos, que lo que habíamos cosechado para llegar hasta arriba era demasiado intenso y hermoso como para desmoronarlo en un viaje que inevitablemente tiene como meta a la muerte. Decidimos entonces afrontarlo de otra manera. Y dejar de ser Flora y Gabriel para convertirnos en mamá y papá.

Sólo así podremos descender sin hacernos daño. Sólo así se ha hecho realidad lo que soñamos desde la primera vez que descubrimos que nos amábamos: estaremos juntos para siempre.

Tú eres la causa, tú eres ese regalo.

Nadie sabe lo que le deparará el futuro. No sé dónde estaremos ubicados tu mamá y yo cuando seas capaz de leer estas líneas, pero sé que lo que no te va a faltar en esos momentos es amor. Amor multiplicado. Un amor que lleva diez años floreciendo, y que a partir de hoy sólo tiene un objetivo: tu felicidad.

Quizás te cuestionarás muchas cosas, hasta te enfadarás por algunos detalles ineludibles, pero quiero que te quede clarito que a ti te estuvimos esperando desde hace mucho, y que tu sonrisa escenifica el triunfo de una relación que fue hermosa, una relación que iluminó a las dos personas que más te aman en la tierra, y a los que nos vieron de lejos o de cerca caminar firmes cuando todos se caían.

Mira si no es linda nuestra historia que quedará en el recuerdo que lo último que vivimos juntos fue tu nacimiento. Tu mami aumentó su belleza contigo dentro. Y yo fui un orgulloso testigo de ese florecimiento, de esa conexión que tuvo a tu lado desde que se enteró que llegarías. Ahí creciste mientras yo te hacía compañía por las noches, y te acariciaba anhelando descubrir esa sonrisa que cuando fue realidad, superó con creces mis expectativas. Y era inevitable cantarte todo el día. Por eso cuando llegaste reconocías mi voz, y pese a que parezca imposible de creer, cesaba tu llanto cuando te repetía las mismas canciones que escuchabas cuando estabas en esa mágica cuevita del vientre de tu mami.

Tu padre canta todo el día. Eso ya lo tendrás clarito desde antes de que seas capaz de leerme. Sea cual sea mi estado de ánimo, siempre canto. Tu mami se sorprendía a menudo por eso, y me decía “¿de dónde sacas esas canciones? ¿Cómo se te ocurren?”. Y yo nunca le respondí lo que te digo hoy por primera vez: antes de conocer a tu mami yo vivía en silencio, pero al aceptarme como suyo, ella impregnó de melodía mi mundo. A partir de eso sólo canto. Y cantaré para siempre.

Ella me ha escuchado interpretar a muchísimos cantantes, incluso hemos cantado a dúo muchas veces mientras caminábamos por alguna calle escondida de Miraflores. A veces podía elegir un tema de un artista que ella no toleraba, pero por el sólo hecho de escuchar mi voz, le llegaba a gustar. Así pasó desde el inicio de nuestro romance con un cantante español que le puso música a un poema que decía: “por eso, vida mía, por el día a día, por enseñarme a ver el cielo más azul; por ser mi compañera y darme tu energía, no cabe en una vida mi gratitud”. Una canción que le dije a tu mami que sería nuestra cuando llevábamos apenas días como enamorados, y ni sospechábamos todo lo que el destino tenía reservado para nosotros. Hoy cada rincón de ese poema se ha hecho realidad. Dile a tu mami que tú eres esa ilusión, que con esa sabia canción de despedida me voy. Y que a la vez (capaz de ganar y de perder) me quedo. Tú y yo, hijita linda, tenemos muchísimos conciertos por delante.

martes, 3 de agosto de 2010

Divagaciones en la patria (Y)

"Llevo tus marcas en mi piel, y hoy sólo te vuelvo a ver"
1

De pronto una tibia garúa con olor a mañana mansa, el cielo gris asolapado por la brisa y mis pasos coordinados en una calle que me conoce demasiado me llevan a pensar que efectivamente, podría vivir en San Bartolo todo el año. Contagiado por el optimismo sin que importe mucho que me alisto para ir a trabajar, que debo llegar al auto surcando ladridos mendigantes de perros escuálidos y hambrientos, y que la vasta de mi pantalón se empapa sin tregua de húmedo barro, digo para mí mismo que con un auto a gas, una casa con cochera y cable pirateado me pasaría los inviernos en mi playa, yendo y viniendo hacia y desde la Lima de las combis, la bulla y los aires sobrepoblados. Aquí podría educar a Inés en sus primeros años de vida. Aquí la contagiaría del amor por el mar (pese a que nunca pude adoptarlo del todo). Aquí le enseñaría que es posible y hermoso caminar sin esquivar transeúntes apurados y conductores distraídos. Inés podría contar con un espacio, a media hora del mundo real, donde la naturaleza sea venerada, y el silencio y la soledad vistos como fuentes de inspiración y no de aburrimiento. He llegado a San Bartolo para el feriado por el cumpleaños del Perú. Creo que es la primera vez en diez años que no he salido de Lima. Antes, con el plus de las vacaciones universitarias y las ganas de escapar, pasaba las Fiestas Patrias en el Cusco, Máncora, Iquitos, Huaraz; o hasta en las desérticas playas del norte chico. Esta vez no ha habido tiempo. Esta vez tengo a mi cargo una niña de dos meses y medio. Pero ante la posibilidad de “honguearme” en mi casa, con el húmedo y letal aire de Barranco como protagonista, mi San Bartolo querido me ha cobijado, como tantas veces. Esta vez no ha sido “por último a San Bartolo”.

2

Inés no lo sabe, y no lo entiende cuando se lo cuento con voz alta mientras la llevo en su coche en su primer paseo por el malecón donde crecí, por las veredas donde me caí y me levanté, por la esquina en donde me emborraché junto a mis cómplices compatriotas de mi patria veraniega, por el pasaje donde conversé por primera vez con su mamá. Pero es inevitable emocionarme. Es inevitable desear toparme de nuevo con los personajes que hicieron más atractivo el cuento de mi vida, para que me descubran junto a mi logro más preciado, junto al fruto de mi futuro tan lejano y tan cercano de mis recuerdos de tardes sin zapatos y ganas de todo menos de Lima. Aquí fue, le digo, y ella sonríe, se estira y bosteza al mismo tiempo, y guardo para mí la continuación de la frase porque evoco tantas posibilidades.

3

Flora nos dará el encuentro. No se lo dije, pero necesitaba un momento a solas junto a Inés y San Bartolo. Porque San Bartolo tiene en mí dos etapas, en una está Flora y en la otra no. En una soy un niño y en la otra un aprendiz de padre. E Inés ocupa tanto mi mundo que hasta la quiero partícipe de mi despedida hacia esa niñez de la que jamás me despedí a solas, y su coche corta el viento y no es difícil la nostalgia, por mis primos que se han casado o se han ido a Barcelona o a Canadá, por los paseos a toda velocidad de copiloto en la bicicleta de un amigo que ni sabrá hoy que soy papá, por el lujoso inmueble que ha crecido sobre el patio de la casa en donde jugué mis primeros partidos junto a mis primeros compinches y por la noche tuve mis primeras fiestas con las primeras chicas que no pude besar.

4

Pero ya no hay nadie. Ya nada es igual. Ni siquiera en el verano. Y no es justo, pienso para mí mismo, querer impregnar de un amor que fue y es mío a mi hija. No es justo que ella crezca con las anécdotas de un pasado con niños a montones y bicicletas y casas abiertas cuando a lo mucho tendrá como compañeros a mis propios amigos, mientras se emborrachan en la playa junto a mí y mis recuerdos, y la contemplan, y piensan que ellos pronto, muy pronto, pero todavía, y ya nadie anda en bicicleta porque los sábados la gente chupa desde temprano y no sabes si te toparás con un borracho con complejo de Ayrton Senna o con un mañoso que te ha estado observando hace semanas pero no te diste cuenta, y las casas están cerradas y los autos en cocheras que te cuestan cinco soles y te empujan a la flojera y a caminar sin ganas en el retorno, porque si te descuidas te rompen la luna.

5

Flora está con nosotros ahora. Y vuelve la felicidad a mi mente. Esta es mi familia. Lo he logrado. Aquí fui parte de un sueño cuando mis abuelos paternos y maternos coincidieron en San Bartolo. En este suelo fui una realidad junto a mis padres, y les regalé una familia con tardes de postal como esta, comprando “bombas” y “quequitos” en la panadería que hoy ofrece hasta Ciabattas. Aquí finalmente mi semilla ha crecido, y lo que sembré con entusiasmo, aciertos y muchos errores lanza frases indescriptibles en un idioma mágico que me lleva a la genuina carcajada. ¿Vivirías todo el año en San Bartolo?, le pregunto a Flora. Y ella responde afirmativamente. Y sin dudarlo. Lo vamos a hacer, pienso, se lo debo a mi balneario. Se lo debemos.

6

El parque principal de San Bartolo tiene jardín. El verde prevalece en lo que fue color arcilla por primera vez desde que tengo uso de razón. Es sin duda una buena gestión del alcalde actual. Igual que las veredas del malecón, que hoy son lisas y ya no apestan a desagüe camino al bufadero. El progreso se ha llevado las huellas de mil caídas y heridas. El alcalde actual persigue en estas épocas electorales su segunda reelección. Es decir, lucha por seguir en el podio por tercer proceso consecutivo. Mal no lo ha hecho. En realidad, pienso, para destacar no tenía que hacer mucho, porque antes de él los alcaldes se dedicaban a regalar terrenos en pos de votos y aceptación, y a robar y a chupar mientras le abrían todas las puertas a la “invasión”. Hoy San Bartolo tiene agua potable. Increíble. Increíble que en estos tiempos “modernos” eso resulte “increíble”.

7

En el parque que hoy está verde y donde se encuentra la iglesia en la que bautizaron a mi hermano y a la que desde ese momento, en febrero o marzo del 92 o 93, habré regresado sólo un par de veces, hay una construcción obra de Sedapal. Un mini imperio cercado de colores metálicos donde yacen un par de máquinas grandes que fungen de desaguadero (según la “casera” que me vende guargüeros y bolitas y alfajores de miel y manjarblanco). Ese es el principal motor del progreso en San Bartolo. La principal obra del alcalde. Qué más da, que gane de nuevo. Dicen que esta vez tiene once competidores, pero cada uno más incapaz que el otro. Conozco a uno, pero no lo suficiente como para catalogarlo como capaz o incapaz. Esa construcción de Sedapal, no podía ser de otra manera, tiene fama de “trucha”. Anda en líos con la ley por evasión de costos (asumo). Frente a ella hay un pedazo de concreto donde se ha escrito la frase “Bienvenidos a San Bartolo” (o algo parecido). Decido que le quiero tomar una foto a Flora junto a Inés con ese letrero de cemento como fondo. Y casi al instante un policía veterano, chaparro y con bigotes de nazi salta de su guarida y me ordena que me retire, que aquí están prohibidas las fotos. Recuerdo de inmediato haber leído algunas noticias y pienso, “no quieren periodistas y me han confundido con uno de ellos”. Opto por retirarme, pero Flora quiere explicaciones. Obvio, no pueden expulsar a nadie de un parque público. El tombo, amaestrado sin duda por el alcalde, no desea discutir y alza la voz. Flora contragolpea y el infeliz le grita “¡retírese!”, con autoridad de escuela militar. Me deja frío y no logro contestarle más que con una mirada de odio. Flora se termina por largar del lugar y echa humo de la rabia. Y yo no la he defendido. En esa guerra interna por conquistarla de todos los días que es la convivencia, hoy he perdido. Y mal. Y por culpa de ese hijo de la gran puta que encima ha hecho llorar a mi hija. El primer llanto por susto de su vida. El primer grito autoritario que escucha, de esos que me he jurado jamás lanzarle. Me lleno de rabia. Soy muy tranquilo, me digo. A veces eso es malo. Y pienso que ya no quiero vivir en San Bartolo. Y que no quiero que gane la reelección el actual alcalde. Y no siento pudor al desear, frente a la iglesia del bautizo de mi hermano, que le de un cáncer terminal en no pocos años a ese tombo de mierda.

8

Mi feriado por Fiestas Patrias se cortó el viernes 30, y debí regresar a Lima por la mañana para volver en la noche, como lo hacían mi padre y mis tíos en los veranos de mi infancia. Nunca le he dado espacio en mis pensamientos a esa liturgia. Hoy que soy el protagonista recuerdo que varias veces, sobre todo los viernes, venían acompañados, en grupos de dos o máximo de tres. No sé si lo hacían por ahorrar gasolina o por hacer más divertido el trayecto. A veces llenaban de latas de cerveza los interiores del auto, y tal vez sea esa la razón que envuelve todo. Hubo varios veranos, sin embargo, que mi padre regresaba todas las noches sin compañía hacia San Bartolo. Escuchaba noticias de fútbol por la radio, o algún cassette que repetía sin cansarse. No es sencillo, pienso hoy que estoy en su lugar. Pero tiene su lado placentero. Es de noche. El trayecto de ida pasa más rápido por la responsabilidad. Me he portado como todo un padre de familia. He salido de mi trabajo, he recogido la ropa sucia de mi casa para llevarla a la lavandería, he ido al supermercado a comprar algunos insumos y estoy surcando el tráfico detestable de la avenida Huaylas. En algunos minutos menguará y estaré en la carretera, emulando a mi padre y a mis tíos. No me acompaña nadie. Tampoco abro ninguna lata de cerveza. Tengo el auto repleto de objetos propios de mi nueva vida, de esos que sólo por Inés estoy llevando. No escucharé fútbol. Mi tiempo es distinto al de mi padre, y ya por Internet y a mi ritmo, me he enterado de todo el acontecer deportivo, cultural y hasta político. Le he perdido paciencia al dial de nuestra FM, así que volveré a mis viejos discos piratas, escondidos en medio de bolsas de ropa, estufas, hervidores de agua, almohadas, edredones de plumas. Me cuesta dos semáforos encontrar el estuche con mi música y pienso que sólo por ese motivo, hubiese sido mejor viajar acompañado. Felizmente atrapo ese viejo objeto cuadrado de color negro, que los chicos que no son del tiempo de mi padre ni de mi tiempo han cambiado por una especie de cajetilla de cigarros de lustroso plástico al que llaman Ipod. Mi música se resume sobre todo a un cantante: Andrés Calamaro. Él, con diferentes versiones, ocupa el 70% de mi repertorio. Lo escojo sin protestar. Tomo un disco que recopila diversas canciones en vivo. Quiero casi a la fuerza que alguna me haga pensar en Inés, pero el buen Andrés se ha hecho padre tarde. Entonces me sumerjo en todo tipo de pensamientos. La noche tiene la facultad de ponerme negativo y melancólico y optimista y jubiloso a la vez. Como Calamaro. De pronto ya no estoy pensando en nada en particular. Y en todo al mismo tiempo. Me atrapa el cansancio y me pesa el alma. Imploro por fuerzas por ganar la guerra de esta noche. Y el equipo de música de mi auto ahora me regala a nuestro cantante favorito en sus tiempos de Los Rodríguez, y vuelvo a interpretar el papel del hombre que está por regresar a su casa, porque San Bartolo es mi casa, a encontrarse con la sonrisa de su hija. Y le creo al maestro cuando dice que “esta vez el dolor va a terminar”. Claro que sí. Y todo lo demás también.

miércoles, 21 de julio de 2010

Sudáfrica en 50 cracks (Y)

Sólo para los que hubiesen querido hablar de fútbol conmigo en esa maravillosa etapa del 11 de junio al 11 de julio.

El Mundial ha acabado hace algunos días, y la resaca futbolera se va apagando sin hacer ruido. Poco a poco se convertirá en un despertar más sereno y vacío, y la añoranza por esos sentimientos desaforados nos empujará a los fanáticos a sumarnos a cualquier fiesta que ose con asemejarse, así sea nuestro tercermundista campeonato Descentralizado. Los destellos de la Jabulani, de Sudáfrica, de Larissa Riquelme, del estúpidamente célebre pulpo Paul pasarán a la historia en no mucho tiempo, y sólo reaparecerán las imágenes pintadas de rojo español y de Andrés Iniesta catapultándose como genio inmortal cuando, en cuatro años, nuestros sentidos peloteros nos lleven de regreso a un jolgorio que siempre amenaza con ser mejor que el anterior.

Así de categórico es el fútbol. Al final el Mundial deja para la foto la imagen del campeón, y salvo en contadas excepciones (la Holanda de Cruyff en el 74, el llanto de Maradona en Italia 90, el cabezazo de Zidane a Materazzi), la participación de los perdedores permanece largo rato en la retina del cada vez más olvidadizo fanático. Yo he querido inmortalizar en este texto el accionar de los que no la hicieron. De los que fracasaron en el intento. De los que nadie hablará cuando los estímulos marketeros que envuelven al torneo preferido de la FIFA aspiren con contagiarnos de su espíritu, como si no bastase con el amor incondicional que sentimos por nuestro deporte rey. Lógico, también habrá un (vasto) espacio para ese maravilloso equipo de Vicente del Bosque. No hacerlo sería una falta de respeto para un campeón con holgado merecimiento; y sería privarme del placer narrativo que significa escribir sobre España, similar al disfrute que genera con su fútbol a ras del piso y el fino toque de sus excepcionales mediocampistas.

Hablaré brevemente primero de los países, pero los protagonistas del análisis (que pudo ser mucho más exhaustivo o imparcial de no ser por lo que explico aquí) serán los jugadores. De las selecciones sólo puedo decir que España se consagró porque fue el que mejor fútbol hizo a lo largo del torneo, y porque derrotó en un partidazo al segundo mejor equipo del Mundial: Alemania. Y sobre todo, España es campeón porque Brasil, el único capaz de superarlo, fue eliminado insólitamente por Holanda en cuartos de final. Pese a las críticas a Dunga y a su sistema “defensivo” y poco vistoso, Brasil fue en mi opinión el mejor equipo hasta los fatídicos 45 minutos finales de su participación. Fue yendo, fiel a su historia, de menos a más, llegando a tener un altísimo pico en su rendimiento en pasajes de la masacre contra Chile y en el primer tiempo contra los holandeses, que debió terminar con un resultado más abultado. Con la eliminación de Brasil todo quedaba en manos de España o de Alemania, porque Holanda no llegó nunca a posicionarse como candidato. Por primera vez desde que tengo uso de razón primaron en el esquema naranja la marca y el amarre del juego. Acostumbrados a ver a equipos holandeses comandados por el talento de Bergkamp o la contundencia de Van Nistelrooy, presenciamos esta vez a una escuadra que jugó al ritmo de Marc Van Boomel. Y les bastó con la esporádica magia de sus dos mejores hombres, Sneijder y Robben, para ganar con lo justo y casi sin despeinarse sus partidos, en una primera ronda con rivales muy livianitos y la serie más sencilla de los octavos de final.

Argentina es un párrafo aparte. Llegaron hasta donde puede llegar un equipo de excelentes jugadores sin la mínima intendencia de un director técnico. Maradona demostró que en el fútbol el entrenador y el futbolista son dos cuerpos totalmente diferentes. Diego armó mal el equipo al prescindir de Zanetti y Cambiasso, presuntamente vitales en reemplazo de dos puntos flacos del equipo: el lateral derecho y el mediocampista que acompañe a Mascherano. Después se contagió de las virtudes de sus “muchachos”, y plasmó un esquema digno de México 70, con un solo volante de quite y dos ofensivos, y tres puntas. Ni en el PlayStation se puede ganar así en estos tiempos. Menos contra un equipo versátil y lleno de variantes, como la insólitamente joven Alemania. Argentina debió prescindir de Tévez o de Higuaín para jugar con cuatro en el medio frente a los teutones. A Diego lo terminó por hundir el excelente nivel mostrado por Carlitos tanto en las prácticas como en los primeros partidos, y el oportunismo del “Pipita” para mojar cuatro veces en un torneo que lo tuvo lejos de sus mejores tardes madrileñas. Si sentaba a uno de los dos contra Alemania no se molestaba nadie. Ni que fueran Batistuta.

Palmas para los sudamericanos, con Uruguay como abanderado fundamental de nuestra raza latina. Qué equipazo. Maestro Tabárez. Ídolo Forlán. Correcto lo de Paraguay. Cumplió. Si no llegaba a los cuartos de final hubiese sido un fracaso, teniendo en cuenta que desde hace diez o doce años es potencia en Sudamérica, la plaza más difícil para jugar las Eliminatorias. Y Chile, ya lo dijo Zamorano, ganó contra los que tenía que ganar y perdió con los que tenía que perder. El fixture estaba hecho para que en el mejor de los casos tengan la campaña que tuvieron.

La decepción fue África, aunque ya los cables noticiosos nos daban un presagio de lo que sería un Camerún diezmado y una Nigeria sin un adecuado recambio generacional. La lesión de Drogba terminó por hundir a Costa de Marfil, que en su segunda cita mundialista en el “grupo de la muerte” (en el 2006 compartió grupo con Argentina, Holanda y Serbia) tuvo además de enemigo al fixture, que lo colocó frente a Brasil en el segundo partido, el que tenían que ganar sí o sí los pentacampeones. En Europa faltó categoría globalmente (Suecia, Rusia o Turquía hubiesen ofrecido un mejor papel que Eslovenia, Serbia y Grecia), pero al final pesaron sus tres mejores exponentes: España, Holanda y Alemania. Lo de Italia y Francia no fue una decepción. Aunque confieso que los imaginaba superando al menos la fase inicial, sólo un iluso podía apostar por su ingreso al podio de los semifinalistas. Domenech se debió largar a su casa ni bien acabado el Mundial del 2006, donde lo salvó la magia de Zidane; e Italia carecía del material hasta para fortalecerse con su “catenaccio”, sin contar que esta vez no había ni un Baggio ni un Del Piero ni un Totti que marque la diferencia. No hubo, siquiera, un Pirlo, lesionado y aburguesado.

El fútbol es de los jugadores

A continuación presentaré una lista de los futbolistas que en mi opinión fueron protagonistas. Vale aclarar que su ingreso en este mini ranking está regido por las expectativas que tenía con ellos o por la cantidad de partidos en los que los pude ver. Estarán separados en cuatro grupos: las decepciones, los que cumplieron, los que destacaron y los miembros del equipo ideal según mi criterio. Y estarán acomodados de acorde a sus méritos, de menor a mayor.

Las decepciones:

1- Wayne Rooney: el ariete del Manchester United fue la gran decepción de la copa del mundo. Llegó con el cartel de candidato a goleador, con todos los boletos para ser el abanderado de la selección que debía ser por fin protagonista, y pasó sin pena ni gloria. Errático hasta en jugadas sencillas, se despidió sin anotar un solo gol. Es joven y tendrá revancha, pero es el segundo Mundial en el que fracasa. El peor jugador del torneo.
2- Fabio Cannavaro: el último rey de la copa FIFA fue un fiasco. Protagonista tangible de lo que fue su selección en este torneo. La campaña de Italia en el Mundial se resume con un Cannavaro vencido tras un saque lateral de un eslovaco. Una actuación diametralmente opuesta a la del Mundial pasado, que amenaza con perjudicarlo en el podio de los más grandes de la historia. Franco Baresi, actualmente y sin estirar las piernas, hubiese cumplido un mejor papel.
3- Frank Lampard: otro que caminó en el Mundial. Salvo contra Alemania y específicamente en el disparo que acabó con ese grosero error arbitral que lo privó de gritar su único gol en copas del mundo, no fue gravitante. Al igual que Rooney, fue su segunda decepción mundialista. Lampard es Dios en el Chelsea, pero ha quedado demostrado que con su selección no rinde.
4- Franck Ribery: tuvo una asistencia en el último gol de Francia en el Mundial, pero estuvo irreconocible en todo el torneo. Desde que Ribery fue tentado por el Madrid y el Barcelona su rendimiento ha estado en constante picada. Peleas con su técnico, lesiones, expulsiones. Y un Mundial para el olvido.
5- Felipe Melo: el villano de la eliminación de Brasil. Borró con su autogol y su absurda expulsión el gran pase a Robinho para el gol frente a Holanda. Era el “defendido” de Dunga y debió ser el más ecuánime cuando las papas empezaron a quemarse. Otro que al alcanzar protagonismo (con su pase a la Juventus) ha diezmado su accionar.
6- Humberto Suazo: el “Chupete” tuvo el infortunio de llegar lesionado a la cita mundialista. Su actuación hace recordar al “Diablo” Etcheverry, vital para la clasificación de Bolivia a USA 94 pero que en el Mundial anduvo lesionado. Etcheverry fue expulsado a los veinte minutos en su único partido en el 94, y al “Chupete”, errático como nunca antes, la crítica no lo recordará por algo mejor que al boliviano.
7- Fernando Torres: el “Niño” no estuvo en el Mundial. España mostró su mejor juego con él en el banco, ya sea con Llorente primero, o con Pedrito después. Ingresó por Villa en los últimos minutos de la final y se desgarró. Casi ni se le ha visto en los festejos de “la furia” en La Cibeles. Es el único español del mundo que no está 100% contento.
8- Steven Gerrard: anotó un golazo en el debut frente a Estado Unidos y anduvo batallador, pero su currículum prometía mucho más. Gerrard es uno de los jugadores más completos en la historia del fútbol a mi gusto, y lamentablemente tendrá que contarle a sus hijos que el Mundial no pasó por él. Es difícil imaginar que en Brasil 2014, con 34 años, pueda jugarse una revancha. Una lástima.
9- Claudio Bravo: el portero chileno fue protagonista de la jugada que terminó por hundir a Chile, cuando salió a cortar sin criterio un balón lejos de su arco dejándole servido el gol a Villa. Los años se encargarán de borrar de la memoria de la gente que el campeón del 2010 pudo quedar afuera en primera ronda a manos de un sudamericano. Para el bien de Bravo, nadie hablará con el tiempo de su estupidez.
10- Julio César: el mejor arquero del mundo falló cuando menos tenía que fallar. Era su Mundial, su oportunidad de pasar a la historia, pero los libros y las estadísticas dirán que Taffarel y Marcos, porteros con menores cualidades que él, fueron mucho más trascendentes. Un arquero de Brasil, equipo al que le llegan ocho veces por campeonato, no puede tener dos errores gruesos. Y Julio César los tuvo.
11- Samuel Eto’o: anotó dos goles pero su selección fue la peor del torneo (sólo superó a Corea del Norte). Además el último gran número 9 del Barcelona estuvo lejos de su mejor nivel. No fue el Eto’o del Barza, fue el Eto’o del Inter, un jugador que con 29 años está viviendo un declive en su carrera. Camerún basaba sus esperanzas en él, y terminar con cero puntos en un Mundial en su continente, es un fracaso rotundo.
12- Cristiano Ronaldo: anotó un gol y destacó en la goleada de Portugal frente a Corea del Norte, pero lo suyo frente a España, cuando su equipo más lo necesitaba, fue muy opaco. Cristiano le dio pie a los imbéciles que dicen que es un jugador producto del marketing. No se portó a la altura de lo que para mí es: un jugador excepcional.

Los que sólo cumplieron:

13- Didier Drogba: con un solo brazo se dio maña para pesar siempre, y para ser una constante amenaza para los defensores rivales. Anotó un golazo frente a Brasil, y a diferencia de Eto’o, fue más gravitante en su selección. Llegó a contagiarlos, pero no alcanzó.
14- Kaká: le bastaron chispazos para destacar. Casi sin sudar tuvo tres o cuatro pases de gol, pero su rendimiento no pasó a mayores. Se esperaba mucho más de él. Se fue sin anotar y con una expulsión, ambas cosas rarísimas en su carrera.
15- Robbie Van Persie: fue el gran sacrificado de la selección holandesa. Jugó de nueve cuando él es extremo o media punta. Fue más lo que rebotó que lo que aportó. Igual fue titular en el sub campeón del mundo, y eso es meritorio.
16- Javier Mascherano: no le alcanzó para ser el ancla de su selección. Se vio superado en varios pasajes, sobre todo frente a Alemania. Pese a eso el “Masche” tuvo buenos momentos. Es un jugador que sólo sirve cuando está 8 puntos, y eso no ocurrió en el Mundial. Alemania 2006 lo gozó en mayor nivel.
17- Robinho: cumplió. No se puede esperar más de alguien que ha resignado gloria por volver a su país a recuperar la autoestima. Igual tuvo chispazos geniales. Individualmente, en el “mano a mano”, fue de los mejores del torneo. Hizo dos goles, pero da la impresión de que no logra asentarse en una selección de peso como la brasilera.
18- Gonzalo Higuaín: hizo cuatro goles (un hat-trick frente a Corea) y eso le basta para aprobar, pero no estuvo en un buen nivel. Salvo el golazo que hizo ante México, lo del “Pipita” no fue superlativo. Sigo pensando que a Argentina lo que le falta es un 9 de peso. Está claro que Higuaín no lo es, y Milito, de gran nivel en el Inter, no fue tomado en cuenta, y por su edad, no tendrá revancha al parecer. Argentina con Luis Fabiano, por ejemplo, sería otra cosa.
19- Maicon: el segundo mejor lateral derecho que he visto en mi vida tuvo un Mundial aceptable. Anotó un golazo en el debut de Brasil, y hasta el segundo tiempo frente a Holanda tenía todos los boletos para ser el mejor lateral del torneo, pero se cayó.
20- Xabi Alonso: lo menos bueno dentro de lo excelso de la selección española. No fue protagonista pero cumplió. Falló un penal que le hubiese proporcionado más puntos. En la final fue cambiado en un momento clave. Su salida le dio visa para la historia a su reemplazante, Césc Fábregas.
21- Luis Fabiano: demostró su calidad con tres golazos que son marca registrada. Tiene un guante en el pecho. Además, es ágil y con dribling, y posee un portentoso disparo. En un puesto picante como el centro delantero brasilero, ha demostrado desde hace rato que está a la altura. No es Ronaldo, pero con lo que tiene le ha bastado. ¿Seguirá para el 2014?
22- Lucio: pocas veces vi un partido en el que el central de un equipo ganador por 3 a 0 sea figura, y Lucio lo fue contra Chile. Tuvo un gran Mundial, aunque se diluyó en el peor momento. Ha sacado chapa para la eternidad al superar a Pelé como el brasilero con más presencias en la copa del mundo, y eso es suficiente para nombrarlo. Cumplió.
23- Lionel Messi: al 10% de su juego fue lo mejor de Argentina. Generó muchísimas situaciones de gol y estuvo fino con la pelota. Le faltó meterla, pero la tuvo ahí. Fue el mejor jugador de la primera fase en mi opinión. Y sin despeinarse. Contra Alemania fue una sombra. Messi llegó para ser la estrella y no lo consiguió, pero es tan bueno que incluso con un 4 a 0 a cuestas, y sin haber hecho un solo gol, no podemos decir que fracasó. Tendrá revancha.

Los destacados:

24- Gabriel Heinze: el “Gringo” fue la revelación de la escuadra de Maradona. Acaso el único acierto del entrenador albiceleste. Lo “bancó” a muerte, como dirían los “chés”. Y Heinze fue una muralla hasta que se topó con Alemania. Además, anotó el gol más importante para Argentina en este Mundial: el primero. Había que verlo al “Gringo” en la cancha. Su rostro no podía transmitir más compromiso, y con sus conocidas limitaciones, destacó.
25- Tim Howard: arquerazo. Fue la diferencia principal entre Estados Unidos e Inglaterra en el partido que empataron a uno. Ha demostrado muy buen nivel. Es rápido y sobrio. Y se nota que sufre cuando pierde.
26- Justo Villar: no tenía muchas expectativas con este portero que a mi gusto, es muy bajito para ser el número uno de una selección que se hizo grande con Chilavert. Pese a eso respondió. Contra España anduvo muy bien, y fue vencido por Villa tras varios rebotes. Ha pagado su deuda. Es el “1” de Paraguay.
27- Antolín Alcaraz: el abanderado de la defensa paraguaya. El destacado dentro de una defensa que cumplió con creces, como siempre. Pocos lo conocían y mostró su personalidad y su buen juego. Con un certero cabezazo abrió el camino en el empate contra Italia. Le ganó en el juego aéreo a una defensa conocidas por destacar en ese rubro.
28- Landon Donovan: un crack. El gringo no tendrá en este lado del continente el marketing que posee en su patria, pero qué jugador que es. Aparece cuando tiene que aparecer, es técnico, con temperamento. Hizo goles claves y ya pasó a la historia, en mi opinión, como el mejor futbolista estadounidense de todos los tiempos.
29- Carlos Tévez: el “Apache” puso en aprietos a Diego con su gran nivel. Tuvo que variar su sistema para darle cabida en la oncena titular, cuando días antes había declarado que sólo jugaría con Messi e Higuaín en la delantera. Tévez se preparó como nadie para este torneo y en la cancha se vieron los resultados. Anotó un golazo contra México (y otro en offside pero oportunísimo) y ya tiene, sin hacer mucho aspaviento, tres goles en los mundiales.
30- Miroslav Klose: se quedó a un gol de igualar a Ronaldo como el máximo artillero en la historia de los mundiales. Nunca entenderé por qué diablos no jugó contra Uruguay, apelando siquiera a un penal o a una posibilidad de remate con la cabeza, que es casi como un penal para él. Hizo cuatro goles y demostró que es un delantero de temer. Cuando se pone la camiseta de su selección (o de la selección que lo ha acogido, porque él es polaco), la rompe.
31- Eduardo: arquerazo. Sólo fue vencido una vez, y el verdugo fue David Villa, nada menos. Portugal demostró que no era Ronaldo y diez más. Tuvo un equipo compacto (con Tiago y Meireles en magnífico nivel también) y hasta tuvo un buen arquero. Lástima que se les cruzó España. Fue el otro equipo al que el fixture le jugó una mala pasada.
32- Lukas Podolski: al igual que Klose (polaco también) rinde más en su selección que en su club. Literalmente se puso la camiseta, y se dedicó a trabajar en pos del conjunto. Ya no fue más el errático atacante catalogado como una eterna promesa, en el Mundial fue un extremo con un importante ida y vuelta. Contra Argentina, por ejemplo, lo vimos defendiendo en su área con el mismo ahínco con el que pugnaba por desbordar en la rival. Muy buen trabajo.
33- Mark van Bommel: pegó más de la cuenta y jugó gratis la mayoría de los partidos (en la final fue un exceso), pero a van Bommel dámelo siempre. Es el “6” que todo equipo quisiera tener. Con presencia física para intimidar a los rivales, para marcar territorio y presencia. Y con buen pie para elaborar jugadas y para controlar los tiempos del partido. Muy buena labor.
34- Arévalo Ríos: no lo tenía nadie al uruguayo, y fue un motor en el medio campo. La fusión perfecta entre Mascherano y el mejor “Chicho” Serna. Mete los noventa minutos, y en ocasiones puntuales, como en el desborde para el centro hacia Forlán en el mejor gol del Mundial según la FIFA, demuestra calidad. Ha incrementado en 500% su valor en el mercado. Uruguayo de pura cepa.
35- Luis Suárez: con un inicio opaco, Luisito se ganó el corazón de todos a punta de sacrificio y con trascendencia en dos partidos claves: anotó los goles contra México y contra Corea, por lo que su accionar está sólo un escalón debajo de lo hecho por Forlán. Este inicio de temporada en Europa los teléfonos del Ajax deben estar reventando. Suárez no se va a quedar mucho más tiempo ahí.
36- Bastian Schwensteiger: un crack que ha despertado en la retina del fanático. Venía pasando desapercibido las últimas dos temporadas, pero en la última reapareció con la magnitud que anticipó en sus inicios. De lo mejor de Alemania en el Mundial. Nadie extrañó a Ballack en la primera línea. Contra Argentina jugó para 9 puntos.
37- Mesut Özil: junto a Messi, lo mejor de la primera fase en mi opinión. Manejó los hilos de Alemania, y fue el jugador diferente en un equipo lleno de vértigo y sacrificio. Es el 10 de estos tiempos, el hombre que flota detrás del 9 y que hace la pausa. En el Bremen nadie extraña a Diego. Özil es mejor.
38- Sergio Busquets: un crack. Simplemente eso. Tiene todos los requisitos para ser el volante del futuro. Presencia física, ubicación y excelente pie. Fue el ancla del equipo campeón. El soporte de la genialidad de Xavi e Iniesta, a quienes cada día conoce más. Un dignísimo ejemplar de las canteras del Barza. Se quedó a un pasito de entrar al equipo ideal.
39- Arjen Robben: demostró que después de Messi y Cristiano Ronaldo, es el jugador más desequilibrante del mundo. A diferencia de los cracks mencionados, con Robben todos sabemos lo que va hacer, pero lo termina haciendo. Todos sabemos hacia dónde va a amagar, pero deja en ficha hasta al más mentado de los defensores. Hizo añicos a Michel Bastos contra Brasil, y pese a llegar diezmado al Mundial, fue determinante siempre que le tocó jugar. Lamentablemente falló cuando menos debía de fallar. En la final se encontró con Casillas, quien en dos jugadas lo condenó al insomnio para siempre. Robben estuvo a un pasito de la gloria, pero no la pudo alcanzar. Otro que por poquito no está en el equipo ideal.

El quipo ideal: en este caso no están ordenados por méritos, simplemente es un equipo configurado así: arquero; lateral derecho, central, lateral izquierdo; un volante de primera línea, tres volantes de segunda línea; un extremo, un mediapunta y un centrodelantero.

40- Iker Casillas: no tiene que parecerle a nadie exagerado si digo que Iker Casillas es el mejor arquero de la historia del fútbol. Su actuación (aún con el gol de Suiza en el que culparon a su bella novia Sara Carbonero) ha sido excelente todo el Mundial. Contra Paraguay fue fundamental al atajarle el penal a “Tacuara” Cardozo, un hombre que hasta contando entrenamientos debe haber fallado dos penales en toda su carrera. Y en la final España tuvo tres goles: el de Iniesta y las dos tapadas de Iker ante Robben. Ha ganado como capitán y figura la Eurocopa y el Mundial. Tiene dos Champions en su currículum. Es el número “1” del Madrid desde hace más de diez años. ¿Se necesita algo más para ser el mejor de todos los tiempos? Si alguien me dice que sí, no importa, Casillas lo va a conseguir.
41- Sergio Ramos: qué capacidad para jugar siempre para ganar. Para no dar una sola pelota por perdida. Para llegar al área rival. Para golpear cuando es necesario. Gran actuación de este hombre, de los mejores en su posición desde hace rato. Sergio Ramos parece torpe pero con la pelota sabe, y mucho. Tiene look de relajado, pero juega con un compromiso ejemplar los noventa minutos.
42- Carles Puyol: clave en el gol frente a Alemania, y muy seguro siempre. Al igual que Thuram en el 98 o Brehme en el 90, Puyol fue un defensor que definió una semifinal del Mundial. Con esta nueva consagración (ya había alzado la Euro en el 2008) “Tarzán” le pone el punto final a una apoteósica carrera con su selección. En el Barza, tiene para para rato.
43- Gio Van Bronchorst: recuerdo que cuando empezó el Mundial y lo vi como titular y capitán de Holanda, descarté a su país como candidato. “Un equipo que sigue contando con Gio no puede ser protagonista”, me dije. Es que Van Bronchorst desde hace varios años había desaparecido de la élite del fútbol, tras exitosos pasos por el Arsenal y el Barcelona. De regreso en la liga de su país lo imaginaba devaluado. Pero su actuación me tapó la boca. De las gratas sorpresas del Mundial. Gio plasmó su experiencia en la zaga, y podríamos decir que, a diferencia de la mayoría de laterales del planeta, en la marca ha mejorado con los años. Hizo un golazo ante Uruguay, y en la final tuvo una dignísima actuación.
44- Diego Pérez: si en las Eliminatorias pasadas nos enterábamos de que el “Ruso” jugaría contra Perú, no pasaba nada. Lo teníamos archivado como un volante batallador y no mucho más. Pero el nivel mostrado por el volante de contención uruguayo este Mundial ha sido superlativo. Una imagen que grafica su accionar está en el gol de Cavani para el provisorio empate contra Alemania: el balón lo tiene Schwensteiger, acaso el mediocampista más certero del equipo teutón, y el “Ruso” se lanza de carretilla para robarle el balón, demostrando que en una jugada de quite y sacrificio también se puede encontrar arte. Así empezó el fabuloso contragolpe de Uruguay. Eso fue el “Ruso” Pérez este Mundial. Un hombre que a los 30 años alcanzó la gloria. Y que ha sacado chapa de inolvidable en un país plagado de jugadores de su estirpe. Cuando nos volvamos a topar contra los uruguayos recemos para que el “Ruso” ande resfriado.
45- Xavi: lo único que ha hecho Xavi este torneo es cumplir con lo que todos esperábamos de él. Desde hace un par de años se ha posicionado como el mejor del mundo en su posición, y con una amplia ventaja. Conoce de memoria el juego, y tiene una relación muy fuerte con la pelota. Parece dotado de algo mágico que nos hace pensar que tenerlo en un equipo es trampa. Está siempre bien ubicado y participativo. Es imposible que pase desapercibido porque la pelota está siempre con él. Manejó los hilos de España como viene manejando los del Barcelona desde hace mucho. Y cuando está enchufado, es poco probable que su equipo no gane. E imposible que su equipo no tenga absolutamente el control de la pelota. Un crack.
46- Wesley Sneijder: apareció en los momentos justos. Fue vital contra Brasil y contra Uruguay. Plasmó su técnica y su inteligencia siempre. Tuvo una gran temporada en el Inter, pero en el Mundial la superó. Llegó repleto de confianza y los resultados fueron claros: 5 goles para un volante en un Mundial es un mérito casi inalcanzable. Como para que los dirigentes del Madrid se sigan arranchando los pelos por haber prescindido de sus servicios.
47- Andrés Iniesta: fue a mi gusto el mejor jugador del Mundial. El complemento perfecto de Xavi. Iniesta flota en la cancha. En todo momento parece que está por perder el balón, pero no se la quitan nunca. A diferencia de Zidane, que con su porte y su estampa daba la impresión de que todo lo hacía fácil, con Iniesta todo parece difícil, hasta improbable, y lo termina haciendo. Para mí fue el mejor jugador del torneo por encima de Forlán, porque su equipo salió campeón y él, siendo mediocampista, anotó el gol del título. Además apareció en los momentos claves. Contra Chile con esas caricia a la red que fue su gol, contra Paraguay para hilar la pelota hasta el gol de Villa, contra Portugal para empezar con la jugada que definió el partido. Y en la final no se amilanó con las patadas y luchó hasta el final por romper el cero. Que él haya hecho el gol del título es un premio merecidísimo para una actuación descollante. Al igual que Xavi, Iniesta ha patentado un estilo. No se los puede comparar con nadie. Son y serán ellos, nada más.
48- Tomas Müller: la revelación del torneo. Hizo cinco goles, plasmando así toda su eficacia. Además es táctico y colabora. Puede jugar de extremo, de volante o de delantero. Un jugador completo. Tuve la suerte de verlo en uno de sus primeros partidos en la Primera del Bayern, y lo jugó como si tuviese 15 años en el fútbol. Fiel al estilo alemán, Müller parece uno de esos aplicados estudiantes que al encontrar su primer trabajo se adecuan al instante, y se tornan imprescindibles. Así vive el fútbol. Lo vi también en su primer gol en la Bundesliga, casi ni lo festejó. Como cuando anotó por primera vez en el Mundial, que sólo se abrazó con alguno de sus compañeros y regresó para continuar el juego. Tiene hielo en la sangre, y esa es su principal virtud. Si mi equipo tuviese un penal definitorio en el último minuto, mataría porque lo patee él.
49- Diego Forlán: el personaje de la Copa del Mundo, sin dudas. El diferente de una selección compacta y con compromiso. Forlán fue para Uruguay el Maradona del 86 en Argentina. Hizo cinco goles, dejando en claro que fuera de ser un delantero con mucho oficio para armar el juego y manejarlo, es sobre todo un goleador de raza. Daniel Peredo lo describió como el único crack sudamericano que rinde igual en su club como en su selección. Nunca tan acertado el periodista de Cable Mágico. Forlán fue ídolo en Independiente, se las ingenió para sumar minutos en un Manchester que contaba con el mejor Van Nistelrooy y con suplentes históricos como Ole Gunnar Solskjær, fue Pichichi de la Liga en el Villarreal y repitió el plato en el Atlético de Madrid. Siempre está. Tiene idéntico remate con ambas piernas, ejecuta tiros libres y no se le recuerda un penal fallado. Además posee lo que necesita todo delantero: química con la red. El arco es para él como la sala de estar de su casa en Montevideo. Lo visita comodísimo.
50- David Villa: no anotó ni en la semifinal ni en la final, pero definió los partidos contra Honduras, Chile, Portugal y Paraguay. De no ser por lo superlativo de Andrés Iniesta en la recta final, hubiese sido a mi gusto la figura del Mundial. Es un delantero con alma de volante de contención. Le sobra temperamento. Es peleador y valiente. Y cuando le toca hacer lo suyo, los goles, no tarda en aparecer. Al igual que Forlán, usa ambos pies para disparar, y es certero con la pelota parada. Es determinante además. Fue el goleador de la Eurocopa 2008 que consagró a su selección, y con sus cinco goles en el Mundial se ha catapultado como el español más efectivo en la historia del torneo, superando a ilustres cracks como Butragueño y Raúl. A diferencia de este último, que ha realizado toda su carrera en el Real Madrid, un equipo que facilita el mito de los delanteros, el “Guaje” Villa la ha peleado desde abajo. Debutó en el Sporting de Gijón, pasó por el Zaragoza y alcanzó prestigio internacional con el Valencia. Debutó con 24 años en su selección, y hoy, a punto de cumplir los 29, puede decir que lo ha ganado todo. Y en un lapso de seis años. El premio a su admirable carrera es su reciente fichaje con el Barcelona. Un motivo más para seguirle los pasos a ese mágico equipo. Un motivo más para disfrutar, domingo tras domingo, de la base del último campeón del mundo.