viernes, 4 de enero de 2008

Daniel Alarcón, mi hermano (Y)

Al Gordo Carlos, que me cumplió un sueño
Daniel Alarcón usa zapatillas All Star. Son negras y las tiene gastadas de tal manera que se complementan perfectamente con su look de novel intelectual. Camisa a cuadros y blue jean oscuro, mochila sencilla y lapicero de esos que obsequian las empresas o universidades. Cuando lo conocí llevaba el pelo corto y lucía bien afeitado, aparentando ser incluso más joven de lo que es, tratándose de un escritor de su calidad y reconocimiento. Alarcón tiene 30 años y entre sus méritos principales está el hecho de que su primer cuento se publicó en la revista The New Yorker, que es, como él mismo me dijo, como jugar en la Liga española sin siquiera haber debutado en el Perú. Además ha publicado dos libros en Estados Unidos, “Guerra a la luz de las velas” y “Radio Ciudad perdida”, que han dado la vuelta al mundo, con acogida en países difíciles para el Perú, como Chile o España.
La primera impresión que genera Alarcón es la de ser un hombre extremadamente sencillo. Sin las poses que podría tener alguien de su condición, y que trata de pasar desapercibido. Responde con sincerísimo agradecimiento todos los elogios, como si no se sintiera merecedor de recibirlos. Tiene la mirada pura y el aura sensible. Claro, una vez que entra en confianza consigo mismo, salen a flote destellos de su genialidad, y es imposible no escucharlo con atención. Llegó de visita al Perú y aprovechó un tiempo libre para presentar su libro (en el más puro anonimato, sin prensa ni “ayayeros”, en un gesto que lo pinta de cuerpo entero), en el penal Castro Castro. Carlos Álvarez, su contacto con el penal, es mi amigo, y conociendo la admiración que le tengo, me invitó a presenciar la ceremonia.
Daniel se sentó frente a los presos y les empezó a hablar con interés y emoción, como si se tratase de un público de letrados europeos. Hizo una breve pero concisa reseña de “Radio ciudad perdida” y después se dedicó a responder todas las interrogantes. Estas venían de gente “protagonista” real de los temas que trata en la ficción: un país en guerra, con atentados, desaparecidos. Y las respondió sin herir susceptibilidades y sin colocarse en ningún bando. Sin juzgar ni criticar a nadie.
En algún momento le acercaron un ejemplar de su novela y los ojos de Alarcón dibujaron un gesto pícaro. “Oye pero esta es una versión pirata”. Y contó una anécdota reciente que refleja su humildad. Dijo que mientras viajaba en taxi por Lima con amigos entre los que había tres escritores, se cruzaron con un vendedor de libros piratas. Otro amigo, que no era escritor, le preguntó si tenía el libro de alguno de ellos, y el vendedor no los tenía. Y cuando le preguntó por Alarcón dijo: “¿quién es ese?” Luego de las risas generalizadas manifestó su orgullo porque “que te pirateen en el Perú es un muy buen síntoma”, y que por eso él ya era “alguien”. Luego dio algunos tips sobre su método de trabajo, contó algunas anécdotas de sus inicios y hasta adelantó la trama de su próxima novela. Siempre con el tono de voz amable y la sencillez a flor de piel.

Cuando a Alarcón se le hace mención sobre el boom de los escritores jóvenes en el Perú, aquel que lideran él y Santiago Roncagliolo sobre todo, no siente orgullo. No está conforme con ser una promesa o un joven escritor. Su sueño, como nos comentó a todos, es ser un “viejo escritor”. Así que tenemos Alarcón para rato. Apostaría con cualquiera, sin el mínimo temor de perder, que Daniel llegará a ser un García Márquez o un Vargas Llosa. Le falta quizás sólo más edad, porque su prosa no tiene ya nada que envidiarles. A los que no lo conocen puedo decirles que su cuento “Ciudad de payasos” es una obra maestra. Que otro relato suyo, “República y Grau”, es una genialidad; y que hasta sus escritos más sencillos conmueven a cualquiera. Alarcón, antropólogo de profesión, describe culturas y gente con mucha facilidad, y sus personajes se impregnan en la memoria del lector de tal manera que uno no quiere que se extingan nunca. Por otro lado, “Radio ciudad perdida”, su primera novela, es imprescindible. Grafica con la ficción de aliada, la memoria de un país (al que nunca le menciona el nombre) en la posguerra, y hace mención a aspectos ocurridos en el Perú y en Latinoamérica en general que no podemos olvidar.
Conocer a Daniel Alarcón ha sido un lujo. Una experiencia inolvidable. En la lucha por ser escritor leerlo me ha colocado siempre en una paradoja. Por un lado la desazón al notar que pedirle tamaña genialidad a la inspiración es imposible, y tentar igualarlo suena a falta de respeto. Y por el otro, el placer que me generan sus relatos no pensé hallarlo jamás en la literatura. Y las emociones y anhelos que me brotan por su prosa directa, sensible y maldita, me obligan a escribir. Como cuando uno es chico y se da cuenta de que no puede ser el mejor futbolista, pero sigue pateando el balón cada tarde.
En la presentación con los presos yo estaba sentado en un lugar privilegiado junto a Carlos Álvarez y al padre de Daniel, que también asistió. Y antes de cada pregunta los reclusos agradecían tanto la presencia de Daniel como la de su padre, y también la de su hermano. Así que para ellos me convertí en un Alarcón más. Por un momento me sentí como Lalo Maradona, el hermano menor de Diego. Por un momento mi admiración fue carnal, y qué bien que se sintió.
Daniel Alarcón cuando es un mortal más camina como si quisiera pasar “caleta”, como si su presencia no fuese importante. No se da cuenta de que es un hombre que está dejando huella a cada momento. Hasta para despedirse es un ser entrañable. Un orgullo del Perú por donde se lo mire. Un maestro, mi hermano.

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